El drama de vivir al lado de un búnker de drogas en el barrio Nuevo Alberdi – La Ciudad | Edición Impresa

Lucas Ameriso / La Capital – lameriso@lacapital.com.ar
El rayo del sol sobre el mediodía rosarino cae en pleno corazón de Nuevo Alberdi. Son las 13 de un martes caluroso en donde los vecinos buscan la sombra de los árboles para encontrar algo de fresco. La postal de Luzuriaga y Somoza se muestra tranquila, como la de tantos otros barrios. Zanjas a cielo abierto, cables enredados surcando el cielo y un incesante ir y venir de motos. El clima sigue siendo tenso, a casi una semana de los 45 proyectiles que abrieron fuego a una balacera con el saldo de tres heridos, en medio de una guerra narco. Los vecinos hablan poco, pero admiten que se respira otro aire. Algo cambió, tras el derrumbe del búnker regenteado por la Gorda Liliana. Pero no se sabe por cuánto tiempo.
El angosto pasillo a metros de la esquina de Luzuriaga y Somoza marca la diferencia. Los vecinos escribieron con tiza sobre una fachada de ladrillos: «El búnker ya fue». Una pequeña victoria de quienes viven en los alrededores y un aviso a los compradores distraídos que antes de la destrucción del comercio, desfilaban por el pasillo hasta casi la mitad de manzana para comprar su «mercancía».
Pocos quieren hablar de lo que pasaba tiempo atrás con el improvisado local que vendía drogas. Algunos empujados por el hartazgo dan un panorama del calvario que representa vivir pegado a un búnker.
«Acá venía de todo, era impresionante. Todo tipo de autos, de motos, de gente. Esto era una avenida, a la nochecita era infernal. Buenos autos, gente bien vestida», señala el hombre en dirección a la calle. Recién ahora puede ponerse con una silla bajo el alero que da ingreso a su humilde vivienda.
Pero no sólo el tránsito era incesante, sobre todo al caer la tarde, sino la inseguridad que vivían los propios vecinos. «Caían todos enfierrados, esto era un desastre. No se podía estar en la vereda. Nosotros vivíamos adentro, directamente sin salir a la calle. Se te ponían a fumar acá y te hacían problemas, se iban de mambo, te insultaban. Ahora sí, pasaban los milicos y no decían nada».
Es hora de almorzar. Las motos empiezan a pasar con mayor frecuencia, disminuyen la velocidad, observan los «movimientos extraños» y arrancan de nuevo. Las conducen pibes de no más de 25 años que desafían con la mirada. «Ahora está tranquilo, pero después que pasó lo de las balas, no vimos ni un milico», agrega una señora. «Arreglo debe haber, seguro. Hasta pibitos como éstos (señala un nene de unos 9 años) venían a comprar. A la Gorda la dejamos de ver antes del quilombo (por la destrucción del búnker), tenía dos o tres soldaditos que la protegían», comenta por lo bajo el primer vecino consultado.
En otras dos oportunidades LaCapital quiso recolectar más testimonios. «Lo único que te puedo decir es que ahora está todo más tranquilo, vamos a ver cuánto dura. Se escuchan menos tiros, pero…», dice un muchacho sentado en una reposera. «Mas vale no hablar, ¿para qué?, prefiero no decir nada», responde otro joven. En Nuevo Alberdi hay alivio en los rostros, pero no se percibe tranquilidad.

Acerca de Nicolás Tereschuk (Escriba)

"Escriba" es Nicolás Tereschuk. Politólogo (UBA), Maestría en Sociologìa Económica (IDAES-UNSAM). Me interesa la política y la forma en que la política moldea lo económico (¿o era al revés?).

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