El edificio de la ciencia (Barañao)

El ministro destaca que el Polo que se levanta en las viejas Bodegas Giol “es parte de una política que asocia lo edilicio con la manera de hacer investigaciones”. Quiénes investigarán allí, los proyectos de partenerato, por qué habrá un bar con acceso al público.
“La calle Godoy Cruz era conocida, en el orden sexual, por lo ‘trans’: desde ahora lo será por lo transdisciplinario y preservaremos un componente de transgresión”, bromea Lino Barañao, ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, al referirse al Polo Científico Tecnológico, el del viejo edificio Giol, allí donde las travestis fatigaban las veredas. Ya empiezan a funcionar los institutos de investigación, donde el partenerato con otros países, además de ampliar los horizontes de trabajo, debiera propiciar que “ninguno se convierta en la institución de Fulano o Mengano: que no haya una permanencia indefinida, de los temas y la gente”. Y la transgresión, si la hay, se articularía en el proyecto de un caldo de cultivo donde científicos de todo el mundo, y de diversas disciplinas, podrían entremezclar sus proyectos y compartirlos, en el mismo bar abierto al público, con las autoridades y con los ciudadanos. El ministro explicó, científicamente, por qué “los momentos de distensión son los más creativos” y por qué la invención no se basa en los hallazgos triunfales sino en las perplejidades cotidianas.
–¿Cómo fundamentaría la construcción del Polo Científico Tecnológico desde la perspectiva del contribuyente, que en definitiva lo financia?
–El Polo Científico Tecnológico es parte de una política que asocia lo edilicio con la manera de hacer investigaciones. Durante treinta años no se había construido un solo metro cuadrado en ciencia; había un déficit de 130 mil metros cuadrados. En poco más de tres años hemos construido 60.000, y esperamos completar 260 mil metros cuadrados. Este año inauguraremos prácticamente un instituto por mes, en todo el país. En Jujuy, por ejemplo, construimos un instituto equipado para aplicar la física a la datación de piezas arqueológicas. En Chubut, en colaboración con Canadá, otro dedicado al estudio del mar y a las energías alternativas: la lógica es que los institutos estén en el lugar donde está el problema a resolver. El Polo se construye en la ciudad de Buenos Aires porque el ministerio está radicado acá, pero la idea es replicarlo en ciudades del interior.
–¿Hay antecedentes de la idea de juntar distintos emprendimientos en una misma sede?
–En ningún lugar del mundo he visto aplicar exactamente esta idea. Fíjese que el 65 por ciento de la superficie corresponde a una plaza: desde Paraguay hasta Soler habrá casi una hectárea de plaza pública, que tendrá una relación temática con la ciencia: será un paseo, con bancos y césped, pero también habrá instrumentos que permitan conocer las leyes de la física. Incluso pensamos en aprovechar la superficie de pared blanca de modo que la gente desde la plaza pueda ver espectáculos relacionados con la ciencia. También estará abierto al público el restaurante, con un servicio de buena calidad a precios competitivos. El ministro, los investigadores, los empleados y el público en general podrán comer en el mismo lugar y esto forma parte del cambio cultural que queremos promover.
–Este proyecto parece poco común en la actualidad, donde más bien se desarrolla lo virtual, los encuentros que no comparten un lugar físico.
–La dimensión de lo virtual es importante, pero entre los investigadores no hay nada que sustituya el contacto físico. Recuerdo mi visita a los laboratorios Bell, en Nueva Jersey; allí se descubrió el transistor, y esto fue tal vez el evento tecnológico más trascendental del siglo XX. Bueno, allí habían dispuesto un largo pasillo que comunicaba todos los laboratorios: la idea era que los investigadores tuvieran que pasar frente a los lugares de trabajo de sus colegas, caminar juntos hasta el comedor y hablar. Funcionó. La interacción física, esa que en Europa se gestó en los cafés, como núcleos de intercambio intelectual, desde el siglo XVII en adelante, esa interacción es imprescindible. Es cierto que hoy la gente puede hablar y verse por Skype –continuó Barañao–, pero es distinto, son conversaciones puntuales sobre temas específicos. Otra cosa es tomar una cerveza un viernes a la tarde, hablar distendidamente. Está probado que los momentos de distensión son los más creativos, es entonces cuando la gente piensa cosas más alocadas: “¿Que pasaría si en vez de hacer esto hago tal otra cosa?”. El escritor y divulgador científico Isaac Asimov escribió que la frase más importante no es “¡Eureka!”, sino “Qué curioso…”. Alexander Fleming pensó “Qué curioso” cuando vio que allí, donde crecían unos hongos, desaparecían las bacterias, y fue el paso previo al descubrimiento de la penicilina. Algo le llama la atención a un investigador y lo discute con otro: “¿Sabés? Junté esas dos sustancias y no entiendo lo que pasó”. Y el otro: “A mí me había pasado algo parecido…”. Así funciona la ciencia, y ésta es la razón de procurar un ambiente tan heterogéneo, tan transdisciplinario. Bueno, la calle Godoy Cruz era conocida por lo “trans” en el orden sexual; hoy lo conservamos en lo transdisciplinario. Y también en esto hay un componente de transgresión.
–¿Cómo funcionarán en el Polo las instituciones de investigación?
–Una será el Centro de Supercómputo Aplicado al Modelado. Allí se instalará una gran computadora, que ya está llegando al país. Intervienen la UBA, Invap e YPF: nunca habían estado las tres juntas en un proyecto. Modelar es reproducir un fenómeno en computadora para comprenderlo. La supercomputadora simulará las ondas que utilizan los radares, de modo que Invap perfeccione los que construye, y también simulará las ondas que, en la prospección petrolera, se usan para determinar la presencia de petróleo. Este proyecto entró en su segunda etapa: ya está financiado y llegan para trabajar ahí investigadores argentinos que estaban en el exterior. También para el Centro de Nanotecnología llegarán tres investigadores argentinos desde el exterior. Este instituto lo dirige Pedro Aramendia, de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, que se tomará un año sabático para organizarlo. Para el Instituto Max Planck, en partenerato con Alemania, ya vinieron dos argentinos desde el exterior, en el marco del Programa Raíces. También habrá investigadores extranjeros. Ya se sabe que en los centros de investigaciones de Europa o de Estados Unidos hay gente que llega desde distintas partes del mundo: queremos darle esta característica a nuestro Polo, donde las condiciones serán equivalentes a las de cualquier centro de alto nivel. Las ciencias sociales estarán representadas en el Centro de Investigaciones en Economía de la Innovación. Es una disciplina que no ha tenido mucho desarrollo en la Argentina: cómo la tecnología influye en la economía y cómo promover desde la economía los procesos de innovación que incrementan la competitividad.
–¿Cómo funcionarán los proyectos de partenerato con el extranjero?
–Son proyectos de investigación conjunta: cuatro institutos internacionales de innovación interdisciplinaria. La idea es tener socios que se destaquen en cada área. Así, el Centro de Diseño Industrial funcionará en asociación con Italia: Palermo, en ese país, es el centro de diseño por excelencia. Y, en cada caso, un comité de ambos países define las líneas y selecciona a los investigadores que participarán. Para que una investigación tenga lugar en el Instituto Max Planck, por ejemplo, debe ser aprobada por Argentina y Alemania. Luego, en cada instituto se establece qué líneas se llevarán adelante, en investigación y en docencia. No existían en la Argentina centros donde la constitución de un instituto tuviera como requisito contar con una contraparte internacional. El propósito es vincular la ciencia con la de otros países y prevenir ciertos encierros: evitar que una institución pueda pasar a ser la institución de Fulano o de Mengano. Al tener doble evaluación, se asegura que no habrá una permanencia indefinida, de los temas y la gente.

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