A casi diez años de gobierno K el paso del tiempo se nota no sólo en la decadencia de sus principales protagonistas o en el derrumbe del “modelo”, sino también en sus estrategias de comunicación.
Primero jugaron con los medios existentes, mostrando logros y minimizando críticas, como en las democracias más avanzadas, aunque por las presiones ya se insinuaba la idea del pensamiento único.
Luego lanzaron medios afines, estatales o privados, para competir por las audiencias con la ventaja desleal de la gigantesca pauta estatal.
Finalmente decidieron ir por todo, comprando los paquetes accionarios o controlando los contenidos de los diferentes multimedias.
De resistirse, había que destruirlos de cualquier forma.
Retirando licencias, otras concesiones o con el manejo discrecional de la publicidad pública. Se fue conformando un mapa de medios oficialistas y paraoficialistas que es la principal oferta disponible.
Muchos dicen ser independientes y en realidad son controlados desde lo alto del poder. Simulan mostrar todo aunque ofrecen una sola campana.
En algunos es el Fútbol para Todos, una herramienta formidable para la venta del ya decadente modelo, que entre goles y entretiempos lanza operaciones políticas desembozadas. En otros, son las novelas, que a puro llanto, logran bajar la guardia para la entrada hasta el fondo del mensaje oficial.
Algo más complejo es la situación de las señales de noticias en las que debería haber pluralidad y mucha información.
La fórmula: una combinación de entretenimiento liviano, mucho espectáculo y policiales y muy poco análisis y reflexión.
Lo viví en carne propia cuando mientras el mundo se debatía en la guerra civil siria, el abismo fiscal norteamericano o la salud de Chávez, en las rutinas de los noticieros centrales sólo aparecían insólitos videos. Temas “gancheros” para ganarle a la competencia, sólo interrumpidos por informes demoledores contra los enemigos políticos, las publinotas oficialistas o los discursos presidenciales.
No hay casi lugar para los periodistas independientes y se necesitan propagandistas. Una tendencia que de extenderse nos llevará a posiciones más cercanas a la admirada Cuba o Venezuela, sacrificando la libertad de expresión, pilar central sobre el que se construye una sociedad tolerante y plural. Este sistema de democracias legitimadas en su origen, pero peligrosamente autocráticas en sus procedimientos, se va extendiendo por todos los continentes, siendo una amenaza real al sistema de la libertad y respeto de los derechos individuales.
Un esquema peligroso y engañoso que puede confundirse como plural pero que pretende instalar el pensamiento único, último recurso disponible para un régimen que contradice la realidad con las fantasías del relato.
Primero jugaron con los medios existentes, mostrando logros y minimizando críticas, como en las democracias más avanzadas, aunque por las presiones ya se insinuaba la idea del pensamiento único.
Luego lanzaron medios afines, estatales o privados, para competir por las audiencias con la ventaja desleal de la gigantesca pauta estatal.
Finalmente decidieron ir por todo, comprando los paquetes accionarios o controlando los contenidos de los diferentes multimedias.
De resistirse, había que destruirlos de cualquier forma.
Retirando licencias, otras concesiones o con el manejo discrecional de la publicidad pública. Se fue conformando un mapa de medios oficialistas y paraoficialistas que es la principal oferta disponible.
Muchos dicen ser independientes y en realidad son controlados desde lo alto del poder. Simulan mostrar todo aunque ofrecen una sola campana.
En algunos es el Fútbol para Todos, una herramienta formidable para la venta del ya decadente modelo, que entre goles y entretiempos lanza operaciones políticas desembozadas. En otros, son las novelas, que a puro llanto, logran bajar la guardia para la entrada hasta el fondo del mensaje oficial.
Algo más complejo es la situación de las señales de noticias en las que debería haber pluralidad y mucha información.
La fórmula: una combinación de entretenimiento liviano, mucho espectáculo y policiales y muy poco análisis y reflexión.
Lo viví en carne propia cuando mientras el mundo se debatía en la guerra civil siria, el abismo fiscal norteamericano o la salud de Chávez, en las rutinas de los noticieros centrales sólo aparecían insólitos videos. Temas “gancheros” para ganarle a la competencia, sólo interrumpidos por informes demoledores contra los enemigos políticos, las publinotas oficialistas o los discursos presidenciales.
No hay casi lugar para los periodistas independientes y se necesitan propagandistas. Una tendencia que de extenderse nos llevará a posiciones más cercanas a la admirada Cuba o Venezuela, sacrificando la libertad de expresión, pilar central sobre el que se construye una sociedad tolerante y plural. Este sistema de democracias legitimadas en su origen, pero peligrosamente autocráticas en sus procedimientos, se va extendiendo por todos los continentes, siendo una amenaza real al sistema de la libertad y respeto de los derechos individuales.
Un esquema peligroso y engañoso que puede confundirse como plural pero que pretende instalar el pensamiento único, último recurso disponible para un régimen que contradice la realidad con las fantasías del relato.