El método Bergoglio para gobernar

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Quienes lo conocen bien aseguran que el papa Francisco perfilará mejor su pontificado con decisiones importantes cuando haya pasado la Pascua. En la agenda figuran la designación de la nueva curia romana. Y el viaje a Brasil, que promete ser histórico: el gobierno de Dilma Rousseff calcula que en Río de Janeiro habrá más de dos millones de personas.
«Comunica de un modo que fascina a los brasileños y, además, nos dicen que habla bien el portugués», comenta un funcionario desde Brasilia.
Hasta entonces, para comprender el «modelo Bergoglio» hay que seguir las pistas de su desempeño como arzobispo. Son numerosas. Todas las que se pueden sembrar a lo largo de 15 años. En Buenos Aires tuvo tres obsesiones: la pobreza, la educación y el diálogo interreligioso.
Estas cuestiones serán vectores importantes de su tarea al frente de la Iglesia universal. La preocupación por los pobres apareció en el nombre que adoptó y en la homilía inaugural. Pero son mensajes insuficientes para comprender qué significa la pobreza en la política de Bergoglio. El término no se agota en su acepción económica. Se integra en un concepto más amplio y recurrente: periferia. En escritos y sermones se detecta que para el nuevo papa el centro es la periferia, con una modulación que varía: social, geográfica, existencial. Bajo esta luz hay que entender sus primeras palabras en el balcón del palacio apostólico: «Los cardenales han ido a buscar un obispo para Roma casi al fin del mundo».
La cotidianeidad de Bergoglio estuvo dominada por esta visión. No pasaba un fin de semana sin visitar los barrios más alejados para alguna ceremonia. Iba a las villas de emergencia, que en la Capital son una decena, por lo menos dos veces al año. La última vez que fue a la 21, el 8 de diciembre pasado, confirmó a 400 jóvenes. Los periodistas se cansaron de registrar a gente humilde narrando alguna anécdota de su vínculo con el flamante pontífice. Imposible conseguir un testimonio parecido entre empresarios.
Existe una razón ideológica por la cual el suburbio ocupa el núcleo del paisaje de Bergoglio. Para él los pobres no son un sujeto al que hay que ayudar, sino un sujeto del que hay que aprender. Y esa aptitud pedagógica tiene una raíz religiosa: la relación del pobre con Dios sería más genuina, por carecer de contaminaciones materiales.
El respaldo del nuevo papa al movimiento de curas villeros hace juego con esta idealización de la pobreza. Uno de sus líderes, José María Di Paola, el célebre «padre Pepe», cuenta que nunca necesitó más de una llamada para que Bergoglio lo atendiera. Y destaca que el documento del Equipo de Sacerdotes para las Villas (2010), su manifiesto, fue oficializado por el arzobispo en el Boletín Eclesiástico. A estos clérigos no los anima la teología de la liberación, sino lo que el propio Di Paola denomina teología de la pobreza. No se inspiran en los clásicos Boff, Cardenal o Frei Betto, que ensayaron un cruce entre catolicismo y marxismo, sino en los argentinos Lucio Gera o Rafael Tello, que peronizaron esa doctrina.
En este borde se rozan los curas villeros con el papa Francisco, a quien uno de sus interlocutores frecuentes caracteriza como «alguien que razona en el marco del pensamiento nacional». Ya se sabe: Jauretche, Scalabrini Ortiz, Rodolfo Kusch, dice ese confidente. Y se detiene en el marxista Hernández Arregui.
No debería llamar la atención que la alerta más encendida sobre lo que representa la exaltación de Bergoglio para el oficialismo la haya dado uno de los exégetas de Hernández Arregui. El líder de Carta Abierta, Horacio González, advirtió a sus compañeros que en esa promoción no hay motivo alguno de festejo. Vio el centro del conflicto: el pontífice del fin del mundo se propone discutir las estrategias con que el populismo aborda el problema de la desigualdad. El aviso de González fue premonitorio. Cuarenta y ocho horas más tarde el Papa obsequiaba a Cristina Kirchner un libro que no se refería a la seguridad jurídica, la división de poderes o la libertad de prensa. Era un documento sobre la pobreza, elaborado por el episcopado de América latina en Aparecida, durante una cumbre que encabezó el propio Bergoglio y que fue una plataforma decisiva para la elección del miércoles pasado ( www.celam.org/conferencias/Documento_Conclusivo_Aparecida.pdf ).
La educación es otra área en la que se asentó el arzobispado de Bergoglio. El nuevo papa luchó dos años contra Roma para designar a Víctor Fernández como rector de la UCA. No dio esa pelea por la nominación de obispo alguno. Entre sus colaboradores más estrechos aparecen expertos como José María del Corral, director del programa Escuela de Vecinos de la administración Macri, o Luis Liberman, ex subsecretario de Jorge Telerman. Esta inquietud se extiende a los medios de comunicación. Julio Rimoldi, director del Canal 21 de la arquidiócesis, es una pieza crucial en el equipo porteño del Papa.
La relación con otras religiones, sobre todo con las monoteístas, es otro capítulo del programa de Bergoglio. Además del vínculo fraternal con el rabino Abraham Skorka, tiene un intercambio muy activo con Sergio Bergman y Daniel Goldman. El último integra el Instituto del Diálogo Interreligioso junto con el sacerdote Guillermo Marcó, el dirigente islámico Omar Abboud, Juan Carr y los ya mencionados Del Corral y Liberman. El instituto se asienta sobre líderes espirituales y no sobre las conducciones de esas confesiones. Nacido durante la crisis de 2001, expresa preocupaciones más generales de Bergoglio, quien suele sostener que «para ser un buen católico, antes hay que ser un buen judío». En esta premisa palpita el debate milenario entre la originaria iglesia de Jerusalén y la de Roma. La tensión entre las Sagradas Escrituras y los pronunciamientos del papado como reguladores del dogma. Dos modos de entender el cristianismo en relación con el Imperio. Otra forma de postular que la periferia es el centro, que asomó cuando Francisco se presentó como «obispo de Roma», primus inter pares , y no como jefe de una organización centralizada. Todavía es imposible precisar cómo impactará este enfoque dentro de los muros del Vaticano.
Para despejar la incógnita conviene repasar las condiciones de Bergoglio como mánager. Sus amigos lo definen como un estratega que nada lo dice por decir y nada lo hace por hacer. En el clero porteño reconocen que otorga grandes márgenes de libertad. Pero no tolera la ambigüedad, como pueden atestiguar algunos sacerdotes a quienes exigió, en medio de alguna turbulencia emocional, tomarse una licencia.
Francisco vive atento a la política civil, como revelan sus diálogos con dirigentes de todos los partidos. Pero su herramienta de poder preferida es la organización sindical. En esa predilección se filtran los reflejos corporativos del viejo catolicismo, reforzados por la refracción del «pensamiento nacional» a la «partidocracia». En la agenda de Bergoglio abundan los sindicalistas. Como en la de Wojtyla, que operó sobre Polonia con Lech Walesa y Solidaridad.
Las virtudes de Bergoglio ha sido retratadas muchas veces: no tiene celular, se compra el diario, pagó su alojamiento y se prepara la comida. ¿Sabrá delegar?
En el episcopado tejió su propia red: Lozano, Ojeda, Lugones, Frassia, Luis Fernández, Sucunza, entre otros. Pero nunca gobernó con un «directorio». Prefiere el juego radial y un par de alfiles para el control del territorio. Hasta ahora fueron Eduardo García y Raúl Martín, dos de sus obispos auxiliares. ¿Se adaptará este método a la ecología romana?
Más allá de la agenda y del estilo, Bergoglio elaboró una dialéctica como criterio general. Consta de cuatro axiomas. El todo es más que la suma de las partes. La unidad puede siempre sobre el conflicto. La realidad es más determinante que las ideas o, si se quiere, los relatos. Y el tiempo prevalece sobre el espacio. Curiosa ley la última. Va al corazón de Cristina Kirchner: su poder lo cubre todo, pero tiene un plazo fijo. ¿Se lo habrá hecho notar Francisco en el almuerzo? Si fue así, la Presidenta justificó su viaje a Roma..

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