Del lado positivo, el alto crecimiento económico hasta 2011, la baja del peso de la deuda frente al PBI y el mantenimiento temporal de los superávit gemelos.
Del lado negativo, la manipulación de las estadísticas públicas, que contribuyó a aumentar las expectativas inflacionarias y a redolarizar la economía; la falta de avance en infraestructura y energía, y los capítulos pendientes con los acreedores públicos y privados.
Este apretado balance fue lo más destacado por los economistas en relación con la década del kirchnerismo, que se completará en algo más de un mes, cuando hayan pasado diez años del triunfo de Néstor Kirchner en las elecciones.
Para analizar estos años, fueron consultados por LA NACION los economistas Roberto Frenkel (Cedes), Daniel Artana (FIEL), Héctor Valle (FIDE) y Roberto Cortés Conde (Universidad de San Andrés). «Desde 2003 se modificó el eje de la acumulación hacia las actividades productivas, desplazando al esquema de acumulación financiera vigente durante la convertibilidad», sostuvo Héctor Valle. Este cambio, afirmó, determinó «la extensa fase de crecimiento con mayor equidad verificada en los últimos diez años».
Por su parte, Frenkel dijo que, cuando asumió Kirchner, «estaba en marcha un proceso de recuperación de la actividad y el empleo enmarcado en un esquema de política económica que ya estaba mayormente definido a comienzos de 2003». ¿Sus virtudes?: «El presidente electo sostuvo al ministro Roberto Lavagna y mantuvo el esquema que él había definido y conducido: tipo de cambio real competitivo y estable, superávit en cuenta corriente y superávit fiscal; a esta configuración de la política económica se sumó la exitosa reestructuración de la deuda en default, a la que Kirchner dio fuerte apoyo», agregó Frenkel. Pero, se lamentó el economista heterodoxo, «desde 2006 se hizo lo opuesto; en lugar de atacar la inflación se prefirió ocultarla desde comienzos de 2007; en lugar de controlar una demanda que estaba creciendo demasiado rápido, se optó por intensificar su crecimiento incrementando el gasto público y reduciendo continuadamente el superávit fiscal; la política económica perdió la brújula y se desarticuló el esquema inicial».
Artana opinó: «Ayudada por condiciones externas excepcionales [altos precios de exportación y tamaño relativo de Brasil] la economía argentina creció a tasas altas, lo cual fue clave para aumentar el empleo formal y reducir la pobreza». De inmediato, expresó: «Las peores noticias fueron el regreso de la inflación a tasas de dos dígitos y la adicción creciente a medidas populistas, que pudieron haberse evitado tal cual demuestran las experiencias de los países vecinos exitosos». Del lado positivo, valoró «los superávit gemelos y el adelanto cambiario heredados de la crisis que se mantuvieron por unos años aportando tranquilidad macroeconómica y rentabilidad a muchos sectores de la economía».
Del otro lado, «la fenomenal expansión del Estado desde 2003 erosionó esos márgenes y se pasó a depender del financiamiento inflacionario», indicó.
Cortés Conde sostuvo: «La devaluación y el default que venían de Duhalde, a la larga, tuvieron un enorme costo, por la ruptura de los contratos y de las tarifas en energía y transporte, que quedaron retrasadas y dejaron una infraestructura deficitaria, y, por otro lado, los subsidios que pagó el Estado para mantener bajas las tarifas que luego incidieron en el déficit fiscal».
Diez años después, mientras la región crece, los precios de las materias primas son altos y las tasas de interés internacionales se mantienen bajas; la herencia, afirmó la mayoría de los economistas, es negativa, tal como lo demuestran el cepo cambiario y la alta inflación. Artana dijo que el Gobierno acumula «un alto déficit fiscal, alta inflación, atraso cambiario y un tamaño del estado a niveles europeos, que no se refleja en la cantidad y calidad de los bienes públicos, además de pagar los costos de las decisiones populistas».
Al respecto, Frenkel opinó que «la configuración actual de la política económica implica un deterioro creciente de los problemas: inflación, aumento de los déficits externo y fiscal, apreciación del tipo de cambio real oficial, aumento de la brecha cambiaria y estancamiento de la actividad, lo que hace progresivamente más difícil y heroica una política que apunte a solucionarlos». En cambio, Valle destacó: «El próximo Gobierno recibirá una economía cuyo PBI duplica al de 1999, con bajo desempleo y desendeudamiento», pero admitió: «Se deberán corregir las distorsiones en la formación de los precios internos, mejorar la estructura impositiva y progresar en los temas pendientes, como la deuda con el Club de París»..
Del lado negativo, la manipulación de las estadísticas públicas, que contribuyó a aumentar las expectativas inflacionarias y a redolarizar la economía; la falta de avance en infraestructura y energía, y los capítulos pendientes con los acreedores públicos y privados.
Este apretado balance fue lo más destacado por los economistas en relación con la década del kirchnerismo, que se completará en algo más de un mes, cuando hayan pasado diez años del triunfo de Néstor Kirchner en las elecciones.
Para analizar estos años, fueron consultados por LA NACION los economistas Roberto Frenkel (Cedes), Daniel Artana (FIEL), Héctor Valle (FIDE) y Roberto Cortés Conde (Universidad de San Andrés). «Desde 2003 se modificó el eje de la acumulación hacia las actividades productivas, desplazando al esquema de acumulación financiera vigente durante la convertibilidad», sostuvo Héctor Valle. Este cambio, afirmó, determinó «la extensa fase de crecimiento con mayor equidad verificada en los últimos diez años».
Por su parte, Frenkel dijo que, cuando asumió Kirchner, «estaba en marcha un proceso de recuperación de la actividad y el empleo enmarcado en un esquema de política económica que ya estaba mayormente definido a comienzos de 2003». ¿Sus virtudes?: «El presidente electo sostuvo al ministro Roberto Lavagna y mantuvo el esquema que él había definido y conducido: tipo de cambio real competitivo y estable, superávit en cuenta corriente y superávit fiscal; a esta configuración de la política económica se sumó la exitosa reestructuración de la deuda en default, a la que Kirchner dio fuerte apoyo», agregó Frenkel. Pero, se lamentó el economista heterodoxo, «desde 2006 se hizo lo opuesto; en lugar de atacar la inflación se prefirió ocultarla desde comienzos de 2007; en lugar de controlar una demanda que estaba creciendo demasiado rápido, se optó por intensificar su crecimiento incrementando el gasto público y reduciendo continuadamente el superávit fiscal; la política económica perdió la brújula y se desarticuló el esquema inicial».
Artana opinó: «Ayudada por condiciones externas excepcionales [altos precios de exportación y tamaño relativo de Brasil] la economía argentina creció a tasas altas, lo cual fue clave para aumentar el empleo formal y reducir la pobreza». De inmediato, expresó: «Las peores noticias fueron el regreso de la inflación a tasas de dos dígitos y la adicción creciente a medidas populistas, que pudieron haberse evitado tal cual demuestran las experiencias de los países vecinos exitosos». Del lado positivo, valoró «los superávit gemelos y el adelanto cambiario heredados de la crisis que se mantuvieron por unos años aportando tranquilidad macroeconómica y rentabilidad a muchos sectores de la economía».
Del otro lado, «la fenomenal expansión del Estado desde 2003 erosionó esos márgenes y se pasó a depender del financiamiento inflacionario», indicó.
Cortés Conde sostuvo: «La devaluación y el default que venían de Duhalde, a la larga, tuvieron un enorme costo, por la ruptura de los contratos y de las tarifas en energía y transporte, que quedaron retrasadas y dejaron una infraestructura deficitaria, y, por otro lado, los subsidios que pagó el Estado para mantener bajas las tarifas que luego incidieron en el déficit fiscal».
Diez años después, mientras la región crece, los precios de las materias primas son altos y las tasas de interés internacionales se mantienen bajas; la herencia, afirmó la mayoría de los economistas, es negativa, tal como lo demuestran el cepo cambiario y la alta inflación. Artana dijo que el Gobierno acumula «un alto déficit fiscal, alta inflación, atraso cambiario y un tamaño del estado a niveles europeos, que no se refleja en la cantidad y calidad de los bienes públicos, además de pagar los costos de las decisiones populistas».
Al respecto, Frenkel opinó que «la configuración actual de la política económica implica un deterioro creciente de los problemas: inflación, aumento de los déficits externo y fiscal, apreciación del tipo de cambio real oficial, aumento de la brecha cambiaria y estancamiento de la actividad, lo que hace progresivamente más difícil y heroica una política que apunte a solucionarlos». En cambio, Valle destacó: «El próximo Gobierno recibirá una economía cuyo PBI duplica al de 1999, con bajo desempleo y desendeudamiento», pero admitió: «Se deberán corregir las distorsiones en la formación de los precios internos, mejorar la estructura impositiva y progresar en los temas pendientes, como la deuda con el Club de París»..