Las tragedias socioambientales naturalmente estimulan comportamientos que se repiten: la solidaridad de los ciudadanos, los pases de facturas de ciertas dirigencias, el sensacionalismo superficial de algunos medios, una inusitada convocatoria a expertos, etc. Se sucederán en estos días imágenes dantescas, cifras, diagnósticos, responsabilidades al vacío y auditorías de ocasión.
Nada de eso nos permitirá prever mejor y prepararnos para el próximo desafío, siempre más cerca de una catástrofe mayor.
No es un designio inevitable, es sencillamente el resultado de un sistema de creencias: los ciudadanos de la Ciudad y las ofertas políticas de la Ciudad, viven con absoluta normalidad el hecho de que se pueda hacer una razonable (incluso exitosa) carrera política sin involucrarse en los temas urbanos.
La Ciudad, los ciudadanos y sus representantes se involucran en encendidos debates sobre temas (sin duda interesantes, y valiosos), pero de una ajenidad absoluta respecto de la dinámica urbana.
Cuestiones que deben ser consideradas en el debate público …… sino fuera que desplazan hasta la inexistencia a las discusiones sobre la Ciudad y su funcionamiento.
Y no hay posibilidad alguna de resolver un problema que no se lo asume como tal.
No hay ninguna chance de destinar fondos, ensayar propuestas técnicas, calificar recursos y movilizar actores sociales, para cuestiones que han sido colocadas en un lugar de “irrelevancia”. Hablar de pluviales y de trincheras de servicios, de sistemas de alerta, de depósitos aliviadores y de cintas verdes, es menos glamoroso que discutir los “grandes temas de la agenda nacional”, pero lo cierto es que pagamos la desidia de abandonar la política de la vida cotidiana con la muerte de ciudadanos.
Argentina necesita de modo urgente una mirada sobre sus Áreas Metropolitanas.
Lo que ocurrió en Buenos Aires y La Plata, puede replicarse en hechos de similar gravedad en Rosario o en Resistencia-Corrientes o en Santa Fe; esos centros urbanos necesitan un modelo de gobernabilidad y recursos y esa conjunción no aflora con la bajante de las aguas, sino con la presión de los ciudadanos y un cambio de sensibilidad en el sistema político.
Achacar de corrupción a cualquiera de los oficialismos responsables, puede dejar (cada vez menos) un rédito coyuntural; pero el verdadero compromiso político solo se verificará si en el proceso electoral los candidatos le “otorgan” dimensión política a la agenda urbana: hasta cuándo la ciudad puede seguir sin pensarse a sí misma? ¿Cómo se evita la aparición de un cuarto cordón sobre el área metropolitana que incidirá muy negativamente en este tipo de situaciones? Estas preguntas han sido ninguneadas por la mayoría de los representantes públicos; asumirlas cabalmente es el único camino para hacer una Ciudad más equitativa y sostenible.
Nada de eso nos permitirá prever mejor y prepararnos para el próximo desafío, siempre más cerca de una catástrofe mayor.
No es un designio inevitable, es sencillamente el resultado de un sistema de creencias: los ciudadanos de la Ciudad y las ofertas políticas de la Ciudad, viven con absoluta normalidad el hecho de que se pueda hacer una razonable (incluso exitosa) carrera política sin involucrarse en los temas urbanos.
La Ciudad, los ciudadanos y sus representantes se involucran en encendidos debates sobre temas (sin duda interesantes, y valiosos), pero de una ajenidad absoluta respecto de la dinámica urbana.
Cuestiones que deben ser consideradas en el debate público …… sino fuera que desplazan hasta la inexistencia a las discusiones sobre la Ciudad y su funcionamiento.
Y no hay posibilidad alguna de resolver un problema que no se lo asume como tal.
No hay ninguna chance de destinar fondos, ensayar propuestas técnicas, calificar recursos y movilizar actores sociales, para cuestiones que han sido colocadas en un lugar de “irrelevancia”. Hablar de pluviales y de trincheras de servicios, de sistemas de alerta, de depósitos aliviadores y de cintas verdes, es menos glamoroso que discutir los “grandes temas de la agenda nacional”, pero lo cierto es que pagamos la desidia de abandonar la política de la vida cotidiana con la muerte de ciudadanos.
Argentina necesita de modo urgente una mirada sobre sus Áreas Metropolitanas.
Lo que ocurrió en Buenos Aires y La Plata, puede replicarse en hechos de similar gravedad en Rosario o en Resistencia-Corrientes o en Santa Fe; esos centros urbanos necesitan un modelo de gobernabilidad y recursos y esa conjunción no aflora con la bajante de las aguas, sino con la presión de los ciudadanos y un cambio de sensibilidad en el sistema político.
Achacar de corrupción a cualquiera de los oficialismos responsables, puede dejar (cada vez menos) un rédito coyuntural; pero el verdadero compromiso político solo se verificará si en el proceso electoral los candidatos le “otorgan” dimensión política a la agenda urbana: hasta cuándo la ciudad puede seguir sin pensarse a sí misma? ¿Cómo se evita la aparición de un cuarto cordón sobre el área metropolitana que incidirá muy negativamente en este tipo de situaciones? Estas preguntas han sido ninguneadas por la mayoría de los representantes públicos; asumirlas cabalmente es el único camino para hacer una Ciudad más equitativa y sostenible.