La política es algo más que una inmensa masa verde

Los puentes que conectan Buenos Aires con el Conurbano están bloqueados. Ciento sesenta rutas de todo el país, también. Algunas líneas de tren no funcionan. Hoy, 20 de noviembre de 2012, el desierto petrolero del sur de la Argentina está deshabitado de verdad. En un día habitual, en Rincón de los Sauces, provincia de Neuquén, tres mil personas perforan, extraen y transportan el oro negro que más tarde llegará a las refinerías y a las estaciones de servicio. Pero ahora nadie trabaja. En lugar del martilleo de las máquinas, se escucha el sonido del viento. Porque petroleros, municipales, ceramistas, judiciales, canillitas y rurales, entre otros, se sumaron al paro nacional que anunció Hugo Moyano, el líder de la Confederación General del Trabajo opositora, el sindicalista más famoso de argentina. No es sólo un reclamo, sino el primer paso, silencioso, de una idea pergeñada a comienzos de 2012: crear un partido político de base sindical y enfrentar al tantas veces triunfante Frente Para la Victoria en las elecciones del año siguiente.
Antes, tienen que cumplir los requisitos de la nueva ley electoral, convencer a propios y aliados de la nueva misión y enfrentar al gobierno nacional. Tres molinos de viento que recuerdan a otras peripecias. ¿Tiene sentido lanzar un partido de sindicalistas días después de la condena a quince años de prisión a José Pedraza, ex Secretario General de la Unión Ferroviaria, por considerarlo “partícipe necesario del delito de homicidio” del joven militante del Partido Obrero Mariano Ferreyra?
Si en Venezuela el presidente es un metrodelegado, en Bolivia un gremialista cocalero, en Brasil gobernó dos veces un metalúrgico que no había terminado la primaria. ¿Le tocará en nuestro país el turno a un militante de la CGT? Pero si Perón logró mantener la adhesión electoral por sobre Vandor, y Duhalde sobre Ubaldini, ¿cómo logrará Moyano persuadir a los trabajadores de que hay más “pureza de peronismo” en el partido sindical que en el Partido Justicialista (PJ) o en el FPV?
Grupos militantes de izquierda comparten actos con delegados de fábrica justicialistas. El sector de la prensa que siempre los denunció, difunde sus reclamos. El paro no es total porque más de la mitad del gremialismo no adhiere, es cierto. Pero el sistema político argentino está reorganizándose y, confían algunos, éste será el momento.
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Luego de enero, el mes con menos vida sindical del año, setenta personas se reencuentran en el Sindicato de Empleados Textiles de la Industria y Afines, de Vicente López. El martes 5 de febrero de 2013, por fin, dicen los más ansiosos, ya se puede hablar en público del inminente Partido por la Cultura, la Educación y el Trabajo. Los redoblantes, un clásico, musicalizan la previa. Hombres de entre veinte y sesenta años van ocupando las sillas de plástico blanco estilo jardín. Como casi siempre en estos actos, las mujeres son minoría. Un póster con tres retratos cuelga de la pared, cada uno acompañado por una frase. A la izquierda, Perón “el General”, a la derecha, Evita “la Capitana” y en el centro y un poco más arriba, “Moyano, el soldado más fiel”. El dirigente está de anteojos, camisa abierta y con un micrófono en la mano. Los carteles que solían adornar estos encuentros cambiaron. Hasta hace dos años, las fotos de Moyano siempre lo mostraban junto al matrimonio Kirchner.
— A nivel provincial ya está reconocido. Oficializado para jugar. Podemos poner diputados nacionales, senadores nacionales, concejales, intendentes, gobernador y presidente.
A Argüello, que habla con tono pedagógico, le dicen Argüellito. Mide casi un metro setenta, pero en este mundo de hombres grandotes parece pequeño. Es morocho y gracioso, combo potente en el mundo del conurbano. Es uno de los hombres de máxima confianza del Secretario General de la CGT. Conoce las dificultades y admite que para “jugar” en todo el territorio nacional se necesita, al menos, registrar otras cuatro provincias. Buenos Aires ya está habilitada. Semanas más tarde lograrán un reconocimiento provisorio en San Luis, Corrientes, Chubut y Tierra del Fuego.
La relación entre los dirigentes sindicales y políticos en los partidos de base sindical populistas, socialdemócratas o comunistas siempre fue similar a la de una pareja intensa pero conflictiva. Las etapas que atraviesan, por momentos, se parecen mucho a los ciclos del amor. El armado de la lista de invitados a la boda, y el de las listas electorales, suele traer roces. Pero la fiesta y la victoria en las urnas traen consigo la luna de miel. De la convivencia, a veces, surge el desgaste. Y el divorcio incluye una pelea por quién va a quedarse con los amigos en común. Porque cuando los partidos se encuentran en la oposición, fuera del aparato del Estado, son los sindicatos quienes les aportan los recursos financieros. Pero si los partidos ganan y acceden al gobierno, lo primero que suelen hacer sus dirigentes políticos es conseguir otras fuentes de financiación. Y, como si todo ese enamoramiento no hubiera sido más que la triste fachada de un matrimonio interesado, intentan independizarse de los gremialistas. Buscan dejarlos de lado y empezar una vida nueva. Se compran ropa de moda, se cambian el apodo y salen a cenar con gente de otro barrio. Pero al poco tiempo se dan cuenta de que las luces de la noche no se comparan al calor de la casa. Entonces, casi de repente, ambos se dan cuenta de que no pueden vivir el uno sin el otro. El fuego del primer amor regresa y vuelven a juntarse, recuerdan los “viejos buenos tiempos” y ven las fotos de gloriosas victorias pasadas. Al día siguiente, arman un frente electoral.
—Históricamente la política venía a las organizaciones gremiales para aprovecharse de nuestras estructuras. Nos aprovechaban a los compañeros y después… digamos… siempre te daban cariño pero nunca te brindaban su amor – Dice Argüello en su austera oficina de la Federación de Camioneros en la Avenida Caseros. Sobre el escritorio de madera enchapada como el resto de los muebles, solo hay una revista de política provincial y una edición reciente de La Comunidad Organizada, el libro que sintetiza el planteo filosófico del peronismo. La oficina se ve demasiado tranquila para ser la sede de la federación que más conflictos gremiales motorizó en los últimos diez años. Y que en ese lapso triplicó sus afiliados, llegando a un número que varía entre 150.000 y 200.000, según cómo se lo compute y quien lo haga.
—Antes de las últimas elecciones en las que ganó Cristina, el ‘Negro’ me dijo que le diera para adelante con el partido- dice y se le escapa un tono feliz.
En la CGT intuían, encuestas en mano, que sus afiliados iban a votar la continuidad del gobierno y que ellos no tendrían espacio en esa ecuación.
Argüello razona con lógica sindical y confía:
—No puede haber partido sin territorio y Camioneros tiene estructura en todas las provincias.
Si ‘el casado casa quiere’, se sabe que de nada vale el apoyo de toda la familia para comprar el terrenito o para sacar el crédito si lo que está frágil es el amor. Y con el territorio y la estructura no alcanza: los aventureros del nuevo partido deberán ganarse el cariño de la gente, y el cariño, a esta altura, se mide en votos en una elección.
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Las carpetas con las fichas de afiliación del nuevo partido llegan a la CGT, suben la escalera de mármol cascado, pasan el registro de los guardias de seguridad, entran por la puerta lateral y son recibidas en el mostrador de madera. Entran una a una hasta que llega la más esperada: la afiliación número 4000, la cantidad mínima que pide la ley electoral para cada distrito. Las de Corrientes y Buenos Aires fueron las primeras. Las de Capital Federal, en cambio, llegaron espaciadas, de a poco, a los tumbos.
Las afiliaciones no fueron el principal obstáculo del nuevo partido que, como todo recién nacido, se enfrenta a la definición de su identidad. El primer problema, lo cuenta el diputado FPV Omar Plaíni, fue que el nombre elegido ya estaba asignado: Partido de la Producción y el Trabajo. Había que buscar otro. Y se buscó. Otra incógnita no menor era quién formaría parte del armado.
Los periodistas que hacen temporada en la costa, aburridos pero por fin al aire libre, lejos de la redacción, llenan sus páginas de política con fotos de diputados jugando un fulbito en la playa, con alguna visita notable a la carpa del balneario que alquila un funcionario, y con los secretos a voces de esas reuniones del PJ bonaerense que siempre llevan títulos conspirativos y poco comprobables. Y también preguntan con insistencia, las patas en la arena, por el verdadero armado de la oposición. ¿Con quién se juntarán Moyano y sus seguidores? ¿Con Scioli, Massa, de Narváez o Lavagna? ¿Con Macri? ¿Será Moyano una alternativa de oposición al modelo K o participará de la interna por su continuidad? ¿Se acercará al gobernador cordobés, José Manuel de la Sota, histórico líder de la Renovación Peronista, corriente interna que militaba por el alejamiento de los sindicalistas de la conducción del peronismo durante los años ochenta?
Recién el 1 de mayo, en la ciudad de Córdoba, se oficializó la adhesión del partido al polo del peronismo opositor.
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A las cinco de la tarde del 7 de mayo, dos horas y media antes del acto de lanzamiento del partido, “Yacaré” repite en la puerta del Luna Park el baile hipnótico que ensaya en cada concentración del sindicato. “Yo soy del pueblo”, declara este hombre de 35 años, con su corte mohicano y gafas oscuras. Nacido en Clorinda, Formosa, “Yacaré” empezó a admirar a Hugo Moyano en su trabajo como chofer de camiones de un lavadero industrial. Ahora se contonea a un ritmo indescifrable de bombos y redoblantes. En medio del baile, cuando en el microcentro la temperatura se acerca a los 10 grados, se quita la remera con algo de sensualidad. La besa antes de depositarla con delicadeza en la calle, para seguir desplegando las extrañas habilidades que festejan sus pares en ronda. Poco le importa la sana competencia que le plantea un joven de punta en blanco entre la multitud verde que, a pocos metros, danza estudiadísimos pasos de “break dance”. “Yacaré” ni siquiera lo mira. Sólo después del fin de la batucada está en condiciones de responder que votará al candidato que Hugo le señale.
El diagnóstico del mohicano de Clorinda no es aislado. La inmensa mayoría de la concurrencia al Luna Park promete que elegirá en el cuarto oscuro a quien bendiga su líder. Los camioneros que se preparan para ver a Moyano combinan el gusto por los choripanes y las hamburguesas humeantes con smartphones de última generación. Cortan las botellas de plástico de Coca Cola y las rellenan con fernet Branca y no de otra marca. Sus sueldos deberían ser la envidia del grueso de los oficinistas que los miran extrañados y con algo de temor.
Dentro del Luna, algunos cantan “El que no salta es un traidor” entre otros hits del cancionero sindical opositor. El entusiasmo de la pareja de locutores del acto apenas los distrae, excepto cuando mencionan la palabra mágica: “Moyano”. También cambian los cánticos por insultos y chiflidos cuando se menciona la presencia de los invitados Francisco De Narváez, Diputado Nacional, y del excarapintada, Aldo Rico.
Las segundas líneas del gremio se distribuyen estratégicamente. Omar “Manguera” Pérez, mano derecha de Moyano en varios asuntos y de permanente perfil bajo, se encarga de recibir a los invitados. Walter Anchava, secretario de Seccionales, y Marcos Vivas, como jefe de Organización, operan como correa de distribución entre los VIP de las tres primeras filas del estadio. Monitorea Raúl Altamirano, presidente de la aseguradora Caminos Protegidos y encargado de prensa de la Federación de Camioneros. De la arenga al público -y más relajado- se ocupa Pablo Moyano, en un discreto segundo plano. Es abismal el contraste entre el hijo mayor de Hugo, de equipo de gimnasia y abajo del escenario, y Facundo, de impecable traje sin corbata, con lugar asegurado en la lista de oradores. Los roles que juegan los hermanos son diferentes. Uno es el político; el otro, el gremialista puro.
Cuatro pantallas gigantes a los costados del escenario –más una en la calle para los pocos que eligieron quedarse afuera- y una jirafa mecánica con una cámara que sobrevuela la concurrencia permiten un mejor seguimiento del acto como en los recitales de algún artista internacional. Se proyecta un video bien editado que recopila la vida de Evita para conmemorar un nuevo aniversario de su nacimiento. Y hasta se sube al escenario una cantante, Cristina Casares, para interpretar con un vestido de fiesta la versión en castellano de “No llores por mí, Argentina”.
Además del exministro de Economía Roberto Lavagna, entre los invitados están los peronistas disidentes, diputados De Narváez, Jorge Yoma, Gustavo Ferrari y Claudia Rucci; José “Pepe” Scioli, Ramón Puerta, Jorge Busti, Alberto Iribarne, Carlos Brown, Alfredo Atanasof y el exvicegobernador de Santa Cruz Eduardo Arnold. También, entre los nuevos aliados, figura el presidente de la Federación Agraria, Eduardo Buzzi. Y por fin se mencionan quiénes serán dos de los candidatos provinciales salteños: Juan Carlos Romero, que buscará renovar su banca como senador y de José Ibarra, quien será candidato a diputado.
— Nosotros no somos el peronismo disidente. Somos el peronismo —dice Hugo en un tono exaltado— Los trabajadores fueron peronistas antes de que Perón creara el movimiento peronista, a veces nos sentimos un poco desplazados ya que en la historia los políticos llegaron a apoderarse del justicialismo y desplazaron a los trabajadores.
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Dos años y medio atrás, unos minutos antes de las ocho de la mañana del 15 de noviembre de 2010 abrieron las puertas para el acto que la CGT organizó en la cancha de River para apoyar al gobierno.
Una columna de militantes del sindicato de curtidores entra por la puerta 13 y corre a ocupar el lugar principal cerca de la tarima de los oradores. Despliegan sus banderas negras con letras celestes. El Monumental todavía está vacío. En unas horas se llenará con 100.000 afiliados sindicales.
—Deseo que alguna vez un trabajador llegue a la Casa de Gobierno —dirá Hugo.
Minutos después, cuando le toque dar su discurso, la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner le replicará:
—A usted que pide un presidente trabajador, le digo que desde los 18 años que esta mujer trabaja. Estudié y trabajé, estuve toda la vida laburando.
En el escenario, sentados y con las manos apoyadas en la gran mesa, Néstor Kirchner, presidente del PJ, y Hugo Moyano cruzarán risas y miradas distendidas.
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