La pregunta «¿quién manda?» organiza la lógica del conflicto político. La naturaleza del poder no se ha modificado, mandan los mismos (los que mandaban en 2001, los de siempre). Entonces, ¿una pregunta retórica? No comparto esa estática apreciación, la relación entre ese poder real y el gobierno nacional, una cosa no es igual a la otra, pasa por una fase particularmente borrascosa; y la borrasca no es, no ha sido, el único modo de resolución de «diferendos» entre el bloque de clases dominantes y Cristina Fernández.
Eso sí, recordando que la intensidad de la borrasca suele ser directamente proporcional a los intereses en juego, pero inversamente proporcional a la aptitud política del poder real para llevarlos a buen puerto. Dicho al galope: cuando el poder real está seguro guarda discreto silencio. Y sólo rompe esta norma cuando no le queda ningún otro remedio. En la Argentina el poder real practica el mutismo eficaz.
Una mirada al conflicto entre el Grupo Clarín y el gobierno nacional ilustra el aserto. No cabe duda de que Clarín movilizó a un segmento de la opinión pública en su defensa, y que esa movilización incidió, torció el escenario político. Aun así el establishment mantuvo expectante silencio. No caben dudas por sus simpatías, tampoco de su prudencia. Sólo el coro mediático se jugó a fondo, obligando a Clarín a interpelar directamente a la ciudadanía con notable eficacia. En última instancia será la Suprema Corte de Justicia la que determine si la Ley de Medios rige, o sólo es un texto ¿jurídico? marginal. Ahí muere el asunto.
Esta no es la situación actual, y es una equivocación considerable hilvanar en seguidilla ambos problemas. Nos proponemos entender esta puja muy poco amable, admitiendo que su especificidad pasa por el precio del dólar, tanto el oficial como el otro, reconociendo que ese es el escenario privilegiado de su resolución; la paridad cambiaria, la política monetaria del Banco Central y la distribución del ingreso (una devaluación altera regresivamente el reparto) serán o no modificados a resultas de esta pulseada, y se trata de inferir si los instrumentos aportados por el equipo económico le permitirán conservar el rumbo; sin olvidar que los partidos políticos intervienen directa o indirectamente en este resultado, de un curioso modo: aplaudir con distintas entonaciones –con mayor o menor entusiasmo– la andanada contra el gobierno. El otro camino está bloqueado, y nadie con suficiente poder parece interesado en abrirlo.
Para un segmento de la sociedad soportar el oficialismo K no pasaba de un fastidio menor, mientras su «estilo de vida» fuera respetado. Mientras se pudiera viajar al exterior a dólar oficial, ahorrar en dólares y adquirir bienes o desprenderse de ellos en esa divisa, bueno. Si no, no. El mundo de la convertibilidad sobrevivía, sus valores siguieron en pie, y pareció durante un rato largo que se podía desendeudarse con el mercado financiero internacional, pagando más de 100 mil millones en ese concepto entre 2003 y la fecha, fugar divisas al exterior, más de 80 mil millones de dólares según la presidenta del Banco Central, y disponer de reservas suficientes para asegurar la paridad cambiaria.
Es evidente que ese camino concluyó, que no hay modo de avanzar por la misma senda, salvo liquidando las divisas del Banco Central, y que precisamente esa es la disputa. Cristina Fernández aseguró que esa es la frontera. Tiene razón.
Retomemos el piolín. Un país del tamaño y el peso relativo de la Argentina, o fija el precio del dólar o defiende las divisas del Banco Central. No está en condiciones, salvo excepcionalmente, de hacer ambas en simultáneo. Durante 2011 la corrida cambiaria, mantener el precio del dólar, costó al Central más de 18 mil millones de dólares. Esto no se puede repetir, el gobierno nacional no tiene resto para semejante drenaje de divisas. Después de mucha cháchara sobre la confluencia política sudamericana, no se materializó una estrategia cambiaria común, una política monetaria como la esbozada por el Banco Sudamericano: construir, conformar una divisa compartida; y esta ausencia debilita la posición argentina, pero en última instancia terminó siendo una decisión unilateral de Itamaraty.
La ausencia de una agenda pública de problemas comunes a debatir, y que la secreta sea exclusivo resorte presidencial, tanto de Dilma como de Crisitina, no ayuda a la confección de una estrategia común. La idea de organizar los intercambios sin pasar por el dólar apenas abandonó el terreno de las hipótesis, y no faltan los que desde una mirada sectorial chiquitita se alegran de que así sea.
Una rápida lectura de las exportaciones automotrices explica la alegría. De comparar las exportaciones de autos a Brasil del mes de abril del año anterior con abril de 2013, se verifica un incremento de 20 mil vehículos. Es evidente que estas exportaciones fueron más favorecidas por opuestas políticas cambiarias que por mejoras relativas en la estructura de la competitividad de ambos países. La industria argentina no mejoró en semejante proporción. La valorización del real frente al dólar –un dólar menos de dos reales– y la suave desvalorización del peso frente a la moneda estadounidense impulsaron la tendencia.
Y otro tanto sucede cuando se observa el mercado interno. Abril fue un récord en materia de venta de automóviles cero kilómetro, al tiempo que el nivel de comercialización de los usados también resultó notable. La capacidad de compra del mercado interno, su demanda solvente, se mantiene mientras en el resto del mundo sucede exactamente lo contrario. Ese es el máximo logro de la actual conducción económica, pero la sociedad argentina a gatas si lo admite. Basta reconocerlo para ser etiquetado de ultra K. Y en ese punto se visualiza un histórico cuello de botella, aumentar las exportaciones industriales requiere incrementar las importaciones de igual origen, tanto por insumos intermedios como de bienes de capital. La política cambiaria requerida para mantener la paridad y los niveles de importación impuso al Banco Central la pérdida de parte de sus reservas. ¿La salida tradicional para recuperarlas? Endeudarse en el exterior. Sobre todo cuando la tasa de interés está planchada, y los equipos terminan pagándose solos. El gobierno nacional intenta otra jugada.
Sabedor de que más de 40 mil millones de dólares se encuentran en el colchón de algunos argentinos, intenta movilizarlos en dirección a inversiones rentables garantizadas. El colchón no aporta nada, y el gobierno está dispuesto a pagar por ellos sin preguntar demasiado. Esta apuesta tiene una particularidad: está destinada a quienes detestan al gobierno. Les ofrece un blanqueo mucho más atractivo, no sólo no pagarán los impuestos adeudados por la plata negra, sino que terminará siendo fuente de nuevas ganancias legales y legítimas. ¿Se trata de saber si predominará la cruda conveniencia o la resistencia política? No lo creo, la conveniencia es un valor casi insuperable. Más bien se trata de saber si las garantías resultan suficientes. Por eso el encaje del bono destinado a la construcción es del cien por ciento. Mayor garantía no existe.
¿Esto garantiza el éxito de la medida? No obligatoriamente, opera tanto el ritmo de la decisión, el gobierno necesita la plata ya, tanto como el sueño de impulsar el dólar paralelo hasta el infinito y más allá. El precio del blue, su marcha, será el termómetro del éxito o del fracaso de la propuesta. Un dólar sin techo se transformaría en fuente de beneficios extraordinarios. Es el intento de repetir la experiencia de 2001, la del año ’89, la de 1975. Esa es la propuesta de Domingo Cavallo: volver a saquearlo todo.
La otra, apostar a la continuidad de la actual política económica, a restablecer el acuerdo con los grupos económicos cuya rentabilidad depende en mayor grado del mercado sudamericano, esperando que la crisis del capitalismo global dé síntomas de ceder. Ganar tiempo. Si la crisis normalizara el ciclo, si el saqueo de Europa no se produjera, el gobierno tiene cierta chance. De lo contrario, esto pinta realmente feo. – <dl
Eso sí, recordando que la intensidad de la borrasca suele ser directamente proporcional a los intereses en juego, pero inversamente proporcional a la aptitud política del poder real para llevarlos a buen puerto. Dicho al galope: cuando el poder real está seguro guarda discreto silencio. Y sólo rompe esta norma cuando no le queda ningún otro remedio. En la Argentina el poder real practica el mutismo eficaz.
Una mirada al conflicto entre el Grupo Clarín y el gobierno nacional ilustra el aserto. No cabe duda de que Clarín movilizó a un segmento de la opinión pública en su defensa, y que esa movilización incidió, torció el escenario político. Aun así el establishment mantuvo expectante silencio. No caben dudas por sus simpatías, tampoco de su prudencia. Sólo el coro mediático se jugó a fondo, obligando a Clarín a interpelar directamente a la ciudadanía con notable eficacia. En última instancia será la Suprema Corte de Justicia la que determine si la Ley de Medios rige, o sólo es un texto ¿jurídico? marginal. Ahí muere el asunto.
Esta no es la situación actual, y es una equivocación considerable hilvanar en seguidilla ambos problemas. Nos proponemos entender esta puja muy poco amable, admitiendo que su especificidad pasa por el precio del dólar, tanto el oficial como el otro, reconociendo que ese es el escenario privilegiado de su resolución; la paridad cambiaria, la política monetaria del Banco Central y la distribución del ingreso (una devaluación altera regresivamente el reparto) serán o no modificados a resultas de esta pulseada, y se trata de inferir si los instrumentos aportados por el equipo económico le permitirán conservar el rumbo; sin olvidar que los partidos políticos intervienen directa o indirectamente en este resultado, de un curioso modo: aplaudir con distintas entonaciones –con mayor o menor entusiasmo– la andanada contra el gobierno. El otro camino está bloqueado, y nadie con suficiente poder parece interesado en abrirlo.
Para un segmento de la sociedad soportar el oficialismo K no pasaba de un fastidio menor, mientras su «estilo de vida» fuera respetado. Mientras se pudiera viajar al exterior a dólar oficial, ahorrar en dólares y adquirir bienes o desprenderse de ellos en esa divisa, bueno. Si no, no. El mundo de la convertibilidad sobrevivía, sus valores siguieron en pie, y pareció durante un rato largo que se podía desendeudarse con el mercado financiero internacional, pagando más de 100 mil millones en ese concepto entre 2003 y la fecha, fugar divisas al exterior, más de 80 mil millones de dólares según la presidenta del Banco Central, y disponer de reservas suficientes para asegurar la paridad cambiaria.
Es evidente que ese camino concluyó, que no hay modo de avanzar por la misma senda, salvo liquidando las divisas del Banco Central, y que precisamente esa es la disputa. Cristina Fernández aseguró que esa es la frontera. Tiene razón.
Retomemos el piolín. Un país del tamaño y el peso relativo de la Argentina, o fija el precio del dólar o defiende las divisas del Banco Central. No está en condiciones, salvo excepcionalmente, de hacer ambas en simultáneo. Durante 2011 la corrida cambiaria, mantener el precio del dólar, costó al Central más de 18 mil millones de dólares. Esto no se puede repetir, el gobierno nacional no tiene resto para semejante drenaje de divisas. Después de mucha cháchara sobre la confluencia política sudamericana, no se materializó una estrategia cambiaria común, una política monetaria como la esbozada por el Banco Sudamericano: construir, conformar una divisa compartida; y esta ausencia debilita la posición argentina, pero en última instancia terminó siendo una decisión unilateral de Itamaraty.
La ausencia de una agenda pública de problemas comunes a debatir, y que la secreta sea exclusivo resorte presidencial, tanto de Dilma como de Crisitina, no ayuda a la confección de una estrategia común. La idea de organizar los intercambios sin pasar por el dólar apenas abandonó el terreno de las hipótesis, y no faltan los que desde una mirada sectorial chiquitita se alegran de que así sea.
Una rápida lectura de las exportaciones automotrices explica la alegría. De comparar las exportaciones de autos a Brasil del mes de abril del año anterior con abril de 2013, se verifica un incremento de 20 mil vehículos. Es evidente que estas exportaciones fueron más favorecidas por opuestas políticas cambiarias que por mejoras relativas en la estructura de la competitividad de ambos países. La industria argentina no mejoró en semejante proporción. La valorización del real frente al dólar –un dólar menos de dos reales– y la suave desvalorización del peso frente a la moneda estadounidense impulsaron la tendencia.
Y otro tanto sucede cuando se observa el mercado interno. Abril fue un récord en materia de venta de automóviles cero kilómetro, al tiempo que el nivel de comercialización de los usados también resultó notable. La capacidad de compra del mercado interno, su demanda solvente, se mantiene mientras en el resto del mundo sucede exactamente lo contrario. Ese es el máximo logro de la actual conducción económica, pero la sociedad argentina a gatas si lo admite. Basta reconocerlo para ser etiquetado de ultra K. Y en ese punto se visualiza un histórico cuello de botella, aumentar las exportaciones industriales requiere incrementar las importaciones de igual origen, tanto por insumos intermedios como de bienes de capital. La política cambiaria requerida para mantener la paridad y los niveles de importación impuso al Banco Central la pérdida de parte de sus reservas. ¿La salida tradicional para recuperarlas? Endeudarse en el exterior. Sobre todo cuando la tasa de interés está planchada, y los equipos terminan pagándose solos. El gobierno nacional intenta otra jugada.
Sabedor de que más de 40 mil millones de dólares se encuentran en el colchón de algunos argentinos, intenta movilizarlos en dirección a inversiones rentables garantizadas. El colchón no aporta nada, y el gobierno está dispuesto a pagar por ellos sin preguntar demasiado. Esta apuesta tiene una particularidad: está destinada a quienes detestan al gobierno. Les ofrece un blanqueo mucho más atractivo, no sólo no pagarán los impuestos adeudados por la plata negra, sino que terminará siendo fuente de nuevas ganancias legales y legítimas. ¿Se trata de saber si predominará la cruda conveniencia o la resistencia política? No lo creo, la conveniencia es un valor casi insuperable. Más bien se trata de saber si las garantías resultan suficientes. Por eso el encaje del bono destinado a la construcción es del cien por ciento. Mayor garantía no existe.
¿Esto garantiza el éxito de la medida? No obligatoriamente, opera tanto el ritmo de la decisión, el gobierno necesita la plata ya, tanto como el sueño de impulsar el dólar paralelo hasta el infinito y más allá. El precio del blue, su marcha, será el termómetro del éxito o del fracaso de la propuesta. Un dólar sin techo se transformaría en fuente de beneficios extraordinarios. Es el intento de repetir la experiencia de 2001, la del año ’89, la de 1975. Esa es la propuesta de Domingo Cavallo: volver a saquearlo todo.
La otra, apostar a la continuidad de la actual política económica, a restablecer el acuerdo con los grupos económicos cuya rentabilidad depende en mayor grado del mercado sudamericano, esperando que la crisis del capitalismo global dé síntomas de ceder. Ganar tiempo. Si la crisis normalizara el ciclo, si el saqueo de Europa no se produjera, el gobierno tiene cierta chance. De lo contrario, esto pinta realmente feo. – <dl