1933

Hace 80 años el mundo fue testigo, silencioso y tolerante, de la gradual desaparición de una república y, en pocos meses, de la instalación de una dictadura con el apoyo entusiasta de la población y sus fuerzas vivas. La República de Weimar fue reemplazada por un régimen totalitario que concentró en una persona los tres poderes del Estado, eliminó los derechos individuales, controló la justicia, suprimió la prensa independiente y, finalmente, ejecutó el terrible Holocausto.
Salvando enormes distancias, hay ciertos paralelismos entre aquella realidad y la actualidad argentina que nos obligan a mantenernos alerta.
El 30 de enero de 1933, Adolf Hitler asumió como canciller de Alemania, luego de obtener sólo el 33 por ciento de los votos en las elecciones parlamentarias de 1932. El anciano presidente, mariscal Paul von Hindenburg, influenciado por banqueros, industriales, empresarios y terratenientes, creyó que, de esa forma, podría neutralizar al creciente partido nazi. También él pecó de ingenuidad, y Hitler puso en práctica un plan que, en poco tiempo, culminó con la suma del poder público.
En su discurso del 1° de febrero, Hitler profetizó: «Dadme cuatro años y ya no reconoceréis Alemania». De inmediato, logró que Hindenburg disolviese el Parlamento y convocase a nuevas elecciones, lo cual le dio cinco semanas sin control parlamentario. El 4 de febrero obtuvo del presidente un decreto que prohibía las críticas al gobierno y suprimía la libertad de reunión y de prensa de las organizaciones de izquierda, para barrerlas de la contienda electoral.
El 27 de febrero ocurrió el recordado incendio del Reichstag y la atribución de culpas al partido comunista. Hitler forzó entonces la firma de un decreto para la «protección del pueblo y del Estado» suspendiendo las libertades individuales, de expresión, prensa, asociación, reunión y comunicaciones, autorizando a la autoridad política a realizar allanamientos de domicilios, detención de personas y a confiscar bienes privados.
El decreto del incendio del Reichstag se basó en el artículo 48 de la Constitución de Weimar, que autorizaba al presidente del Reich a dictar «decretos de emergencia» invadiendo la función legislativa del Parlamento. Fue la primera herramienta que Hitler utilizó para establecer una dictadura en vida de Hindenburg. A partir de ese momento, se cerraron diarios, se arrestaron opositores, se prohibieron manifestaciones públicas y se creó un clima de persecución política.
En las elecciones del 5 de marzo, el partido nazi logró sólo el 44% de los votos, aunque necesitaba dos tercios para la sanción de una ley que confiriese facultades extraordinarias al gobierno. Mediante el arresto de diputados socialistas y el apoyo de los nacionalistas, Hitler alcanzó esa mayoría y el 23 de marzo el Reichstag sancionó la «ley habilitante» para «solucionar los peligros que acechan al pueblo y al Estado». La norma implicó el «suicidio» del parlamento, al delegar sus facultades en Hitler. La fecha se recuerda como el fin de la República de Weimar y el comienzo del Tercer Reich.
El 13 de marzo Joseph Goebbels asumió como ministro de Propaganda. Su primer discurso en el Día del Trabajo estuvo destinado a seducir a la juventud alemana. El 24 de marzo, Hitler anunció ante el Parlamento la necesidad de una «limpieza en la vida intelectual del país», y ello implicó la confiscación de medios de los partidos socialista y comunista. Goebbels tomó el control inmediato de todas las formas de comunicación de Alemania: libros, revistas, periódicos, reuniones públicas, el arte, la música, el cine y la radio. La noche del 10 de mayo los «camisas pardas» y las «juventudes hitlerianas» allanaron bibliotecas y librerías de toda Alemania y quemaron más de 25.000 libros.
El 3 de abril Hitler estableció la «sincronización» de la prensa. Para poder publicar medios impresos, crear nuevos, darles un nombre, o para designar un nuevo director o jefe de redacción, era necesario obtener un «certificado de confiabilidad política» y este «certificado» sólo lo otorgaba el Ministerio de Propaganda. El 7 de abril, la «cláusula aria» de la «ley del servicio civil» obligó a la expulsión de jueces, abogados y profesores universitarios judíos de sus actividades.
El 2 de mayo se «sincronizaron» los sindicatos. Irónicamente, el día siguiente a la Fiesta del Trabajador. El principal sindicato fue asaltado y sus líderes, encarcelados. Todos los sindicatos fueron obligados a fusionarse con el único Frente del Trabajo Alemán. La «sincronización» del mensaje oficial fue impuesta con las nuevas conferencias de prensa. El 1° de julio pasaron al control del Ministerio de Propaganda y su Gabinete de Prensa. Se hicieron obligatorias para todos los periodistas acreditados en Berlín y reflejaron los temas sobre los cuales la prensa debía informar. En estas conferencias, sin diálogo, se los «educaba» sobre la forma en que debían transmitir las noticias oficiales. La «sincronización» de la política ocurrió con la eliminación de los partidos opositores. El 14 de julio se sancionó la «ley sobre el delincuente habitual», que proporcionó la primera población para los recién instalados campos de concentración, como Dachau, abierto por Heinrich Himmler en el mes de marzo.
Hitler fue el primero en descubrir la importancia del cine para exaltar emociones y crear mitos personales. El 22 de septiembre se profundizó la «sincronización» de la cultura y la prensa. La ley que creó la Cámara Imperial de Cultura otorgó al Ministerio de Propaganda la facultad de establecer corporaciones gremiales de los trabajadores de la cultura y de la prensa. Y así se formaron corporaciones únicas para los escritores, los músicos, el teatro, las artes plásticas, la cinematografía y la prensa, todas bajo el mando de Joseph Goebbels.
La Cámara Imperial de Prensa fue presidida por el célebre Max Amann, ex oficial de las SS, quien dictó numerosas resoluciones para controlar la prensa y desplazar al personal de los medios que se oponían a sus decisiones. Amann levantó un imperio de prensa nazi adquiriendo, confiscando y amedrentando. La casa editorial central (Franz Eher-Nachfolger GmbH) llegó a controlar el 82 por ciento de las publicaciones periódicas. Los diarios y las revistas debían abastecerse de los «materiales periodísticos» provistos por la agencia de noticias oficial. En cuanto al sistema de radio, era controlado tanto en sus contenidos como económicamente por el Estado. A medida que avanzó la guerra, Amann era quien racionaba el papel para los diarios de acuerdo con las conveniencias políticas del nazismo. Este «zar de los medios» no tuvo ninguna formación superior, su nivel cultural era bajo y se caracterizaba por su rudeza y vulgaridad.
El 4 de octubre de 1933 se «sincronizó» en detalle el funcionamiento de los diarios y el trabajo de los periodistas. La ley de prensa reglamentó el comportamiento de los periodistas y del personal de la prensa en general. Para ejercer la profesión se debía tener nacionalidad alemana y ser de «raza aria»; se establecían los temas sobre los cuales no se podía escribir y se hacía obligatoria la afiliación en la Unión Imperial de la Prensa Alemana. La ley también prohibía a los medios fijar políticas editoriales o posiciones ideológicas: estos contenidos los transmitía el Ministerio de Propaganda.
En cuanto a la justicia, Hitler desde siempre odió a jueces y juristas, pues el Estado de Derecho implicaba limitar el principio de autoridad del Führer por encima de todas las normas. Ya en 1933 se dirigió a aquellos advirtiéndoles que «el Estado total no debe conocer diferencia alguna entre la ley y la ética», y que llegaría el día en que esta identidad iba a convertir en innecesaria a la primera. Gradualmente, llevó a cabo la virtual anulación del Poder Judicial a partir de ese año, otorgando mayores facultades a los «tribunales del pueblo», heredados de la República de Weimar, que funcionaban con total arbitrariedad y que en pocos años desplazaron a los juzgados penales de casi toda su esfera de actuación. Estos «tribunales del pueblo» se diseminaron por todas las ciudades alemanas y se convirtieron en otro órgano estatal por medio del cual el nazismo proclamaba sus consignas e imponía el terror en la población.
Todo esto ocurrió en un solo año, hace ochenta. Durante los doce años siguientes, el nazismo continuó su marcha atroz, controlando toda Europa Occidental (salvo Gran Bretaña) y realizando la mayor violación de derechos humanos que recuerda la historia. Es importante que todas las naciones del mundo recuerden cómo surgió ese régimen y las terribles consecuencias que la cobardía o la conveniencia de los dirigentes y el temor o desinterés de la población pueden provocar al debilitarse los valores colectivos y la vigencia plena de las instituciones democráticas.
Salvando, como decíamos, las enormes distancias, los argentinos deberíamos reparar en los rasgos autoritarios que, cada vez con mayor frecuencia, pone de manifiesto el Gobierno, y cobrar conciencia de que es imposible prever cómo puede terminar un proceso que comienza cercenando las libertades y la independencia de los tres poderes del Estado, al tiempo que distorsiona los valores esenciales de la República y promueve enfrentamientos dentro de la sociedad..

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6 comentarios en «1933»

  1. Salvada la enorme distancia entre el suceso histórico rememorado y la realidad argentina, solo queda en pie la enorme, berreta mala leche de los alcahuetes de don Bartolo.

  2. Es sólo lo del «nazismo sin campos de concentración», pero extendido un poquito más. Si no se ruborizaron al afirmar lo primero, no veo por qué se ruborizarían aquí.

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