Foto: LA NACION
Belo Horizonte, Brasil.- Para llegar al campus de la Fundação Dom Cabral (FDC) hay que atravesar los 23 kilómetros que la separan del centro de Belo Horizonte, la capital de Minas Gerais, el estado con más presidentes en su haber -incluida la actual, Dilma Rousseff- y la tercera economía en tamaño de Brasil.
Paulo Resende, Ph.D., doctor en Ingeniería de Transportes y Logística por la Universidad de Illinois, es director ejecutivo de la fundación, donde dedica la mayor parte de su tiempo a los programas de posgrado en las áreas de investigación y desarrollo. A diferencia del otro muy prestigioso think tank de Brasil -la Fundación Getúlio Vargas-, tiene su foco en el mundo corporativo, en las empresas: «Si las empresas de Brasil van bien, la fundación Dom Cabral está bien. Si la economía de Brasil va bien, la Getúlio Vargas está bien», bromea Resende para simplificar las diferencias.
-La presidenta Rousseff anunció recortes en el gasto público. En Brasil, el gobierno no está negando la inflación y se muestra abiertamente preocupado por ella. ¿Cómo definiría la situación actual?
-Estamos con algo más de 5 puntos de inflación. El gobierno está intentando tomar medidas para combatirla. Dilma le ha dicho al Banco Central que es necesario aumentar las tasas de interés. La situación es delicada, hay que ir con pies de plomo porque el aumento puede afectar el consumo.
¿Qué dicen los economistas?
-Algunos dicen que podemos dejar subir la inflación y así aumentar el consumo, pero también sabemos que Brasil tiene una historia de hiperinflación a la que no queremos volver, y ningún político tiene el coraje de arriesgarse a esto, porque de 5 a 7 puntos es un salto, pero de 7 a 50 se puede también llegar en un minuto. Y el equilibrio entre las tasas y la inflación se puede desmoronar si el gobierno continúa poniendo tanto dinero en la «máquina pública». El gobierno federal es un elefante, con muchas empresas trabajando para él y una necesidad cada vez mayor de dinero para sostenerse. Es un dinero que no va a nuevas inversiones; sólo crea déficit público.
-¿Brasil está emitiendo reales para incentivar el consumo?
-No. El problema es la entrada y salida de dólares, la inversión, porque Brasil ya no tiene más el lastre de la Casa de la Moneda. No hay inflación creada por emisión de moneda, sino por inversión extranjera directa. Por eso uno de los elementos clave es la tasa de interés.
-¿Qué imagen tiene Dilma?
-Muy alta. Tiene una aprobación que supera el 80%, una de las mayores. Más que la de Lula. Los millones que la votaron se sienten representados por la presidenta.
-¿La marcha de la economía puede cambiar esto?
-El único punto que puede hoy tener una influencia negativa en la imagen de Dilma es, precisamente, la economía. Una inflación que supere el 12 % podría hacer tambalear al PT en el gobierno.
-¿Cuál cree que será el futuro de la «máquina pública» a la que usted se refiere?
-Si Dilma fuese reelegida en un segundo mandato, hoy no veo que tenga otra salida que la transferencia de activos públicos hacia la iniciativa privada. Eso va a suceder con rutas, aeropuertos, puertos, líneas férreas porque la máquina pública no puede pagar más la manutención de las inversiones de este sistema.
-¿Privatizar?
-Sí. Suena extraño porque privatizar no es parte de la ideología del PT. Pero hoy no veo otro camino.
-Usted mencionó rutas, aeropuertos, líneas férreas. Al recorrer el interior de Minas Gerais y otros sitios se ve una deuda grande en el área de infraestructura.
-Igual que la Argentina, Brasil pasó por una fuerte transformación en las últimas décadas, desde 1992 o 1993 cuando cayó Collor de Mello, luego una transición con Itamar Franco, hasta que vinieron Fernando Henrique Cardoso, Lula da Silva y ahora la presidenta Dilma. Lamentablemente, la clase política brasileña dejó los proyectos de largo plazo y fue apartando la agenda política de los valores de la sociedad. La inversión en infraestructura es el gran problema en relación con el desarrollo económico. Como país continental que es Brasil, necesita infraestructura para llegar a todas las regiones; la frontera agrícola brasileña, por ejemplo, está lejos de los centros metropolitanos.
-¿Preocupan estas deficiencias de cara al Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016?
-No demasiado. Acabo de hacer una investigación que demuestra que el movimiento en los aeropuertos en las ciudades donde los eventos van a ocurrir va a ser mejor que el de las operaciones diarias actuales porque el gobierno va a dar feriados durante la Copa, por lo que muchos brasileños se van a ir de sus ciudades. Eso es lo que llamo la suerte de la incompetencia. Tenemos tanta suerte que las imágenes que se verán en Europa van a ser de ciudades más ordenadas que las que tenemos, con poco tránsito. Brasil perdió una gran oportunidad de construir un legado en infraestructura. Vamos a tener una bellísima Copa del Mundo, y al día siguiente nos vamos a encontrar con los mismos problemas y dificultades. De todos modos, sobre el Mundial, hay otras preocupaciones? (risas).
-¿La Argentina?
-Si usted le pregunta hoy a un brasileño a qué le tiene más miedo si a una inflación del 50% o a que la Argentina gane aquí el Mundial, él le responderá: «Yo quiero inflación».
-Dilma dijo que el Papa es argentino, pero Dios es brasileño.
-En cuestiones futbolísticas no estamos dando crédito a esa afirmación…
-Volviendo a temas más serios, se observa una relación cordial y a la vez tensa entre las presidentas de ambos países.
-Creo que en este momento es la mejor relación que se puede tener. Ningún presidente brasileño puede darse el lujo de «no gustar» de la Argentina. Hay que pensar la relación en el largo plazo, sin dejarse influenciar por el momento actual. La Argentina es importante para Brasil, y viceversa. Dilma y Cristina pasarán, los países continuarán. Por lo tanto, las buenas relaciones diplomáticas no son alternativas de personas, sino de naciones. Hoy vivimos una relación que no es la más cordial y simpática, pero creo que Dilma tiene la correcta idea de no tener conflictos ni crear problemas.
-La tensión no es personal, pero algunas empresas brasileñas ya no quieren tener negocios con la Argentina.
-Exacto. La tensión se está dando en las relaciones bilaterales. Las empresas de Brasil tienen la idea de que los brasileños cumplen, respetan los contratos, y el gobierno argentino, de vez en cuando, pisa la pelota. Creo que éste es el resultado de la incompetencia de América latina para construir y consolidar el Mercosur. La sensibilidad y la tensión están en los negocios, en las relaciones de las cadenas productivas.
-¿En qué medida cree que la corrupción ha influido en el desarrollo reciente de Brasil?
-Brasil, como país, vive una situación muy grave de corrupción. Por otra parte, es altamente burocrático. Estudios recientes muestran que la clase política es la peor considerada de todos los sectores. Esto es grave, serio, provoca en el interior del ciudadano un sentimiento de decepción..
Belo Horizonte, Brasil.- Para llegar al campus de la Fundação Dom Cabral (FDC) hay que atravesar los 23 kilómetros que la separan del centro de Belo Horizonte, la capital de Minas Gerais, el estado con más presidentes en su haber -incluida la actual, Dilma Rousseff- y la tercera economía en tamaño de Brasil.
Paulo Resende, Ph.D., doctor en Ingeniería de Transportes y Logística por la Universidad de Illinois, es director ejecutivo de la fundación, donde dedica la mayor parte de su tiempo a los programas de posgrado en las áreas de investigación y desarrollo. A diferencia del otro muy prestigioso think tank de Brasil -la Fundación Getúlio Vargas-, tiene su foco en el mundo corporativo, en las empresas: «Si las empresas de Brasil van bien, la fundación Dom Cabral está bien. Si la economía de Brasil va bien, la Getúlio Vargas está bien», bromea Resende para simplificar las diferencias.
-La presidenta Rousseff anunció recortes en el gasto público. En Brasil, el gobierno no está negando la inflación y se muestra abiertamente preocupado por ella. ¿Cómo definiría la situación actual?
-Estamos con algo más de 5 puntos de inflación. El gobierno está intentando tomar medidas para combatirla. Dilma le ha dicho al Banco Central que es necesario aumentar las tasas de interés. La situación es delicada, hay que ir con pies de plomo porque el aumento puede afectar el consumo.
¿Qué dicen los economistas?
-Algunos dicen que podemos dejar subir la inflación y así aumentar el consumo, pero también sabemos que Brasil tiene una historia de hiperinflación a la que no queremos volver, y ningún político tiene el coraje de arriesgarse a esto, porque de 5 a 7 puntos es un salto, pero de 7 a 50 se puede también llegar en un minuto. Y el equilibrio entre las tasas y la inflación se puede desmoronar si el gobierno continúa poniendo tanto dinero en la «máquina pública». El gobierno federal es un elefante, con muchas empresas trabajando para él y una necesidad cada vez mayor de dinero para sostenerse. Es un dinero que no va a nuevas inversiones; sólo crea déficit público.
-¿Brasil está emitiendo reales para incentivar el consumo?
-No. El problema es la entrada y salida de dólares, la inversión, porque Brasil ya no tiene más el lastre de la Casa de la Moneda. No hay inflación creada por emisión de moneda, sino por inversión extranjera directa. Por eso uno de los elementos clave es la tasa de interés.
-¿Qué imagen tiene Dilma?
-Muy alta. Tiene una aprobación que supera el 80%, una de las mayores. Más que la de Lula. Los millones que la votaron se sienten representados por la presidenta.
-¿La marcha de la economía puede cambiar esto?
-El único punto que puede hoy tener una influencia negativa en la imagen de Dilma es, precisamente, la economía. Una inflación que supere el 12 % podría hacer tambalear al PT en el gobierno.
-¿Cuál cree que será el futuro de la «máquina pública» a la que usted se refiere?
-Si Dilma fuese reelegida en un segundo mandato, hoy no veo que tenga otra salida que la transferencia de activos públicos hacia la iniciativa privada. Eso va a suceder con rutas, aeropuertos, puertos, líneas férreas porque la máquina pública no puede pagar más la manutención de las inversiones de este sistema.
-¿Privatizar?
-Sí. Suena extraño porque privatizar no es parte de la ideología del PT. Pero hoy no veo otro camino.
-Usted mencionó rutas, aeropuertos, líneas férreas. Al recorrer el interior de Minas Gerais y otros sitios se ve una deuda grande en el área de infraestructura.
-Igual que la Argentina, Brasil pasó por una fuerte transformación en las últimas décadas, desde 1992 o 1993 cuando cayó Collor de Mello, luego una transición con Itamar Franco, hasta que vinieron Fernando Henrique Cardoso, Lula da Silva y ahora la presidenta Dilma. Lamentablemente, la clase política brasileña dejó los proyectos de largo plazo y fue apartando la agenda política de los valores de la sociedad. La inversión en infraestructura es el gran problema en relación con el desarrollo económico. Como país continental que es Brasil, necesita infraestructura para llegar a todas las regiones; la frontera agrícola brasileña, por ejemplo, está lejos de los centros metropolitanos.
-¿Preocupan estas deficiencias de cara al Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016?
-No demasiado. Acabo de hacer una investigación que demuestra que el movimiento en los aeropuertos en las ciudades donde los eventos van a ocurrir va a ser mejor que el de las operaciones diarias actuales porque el gobierno va a dar feriados durante la Copa, por lo que muchos brasileños se van a ir de sus ciudades. Eso es lo que llamo la suerte de la incompetencia. Tenemos tanta suerte que las imágenes que se verán en Europa van a ser de ciudades más ordenadas que las que tenemos, con poco tránsito. Brasil perdió una gran oportunidad de construir un legado en infraestructura. Vamos a tener una bellísima Copa del Mundo, y al día siguiente nos vamos a encontrar con los mismos problemas y dificultades. De todos modos, sobre el Mundial, hay otras preocupaciones? (risas).
-¿La Argentina?
-Si usted le pregunta hoy a un brasileño a qué le tiene más miedo si a una inflación del 50% o a que la Argentina gane aquí el Mundial, él le responderá: «Yo quiero inflación».
-Dilma dijo que el Papa es argentino, pero Dios es brasileño.
-En cuestiones futbolísticas no estamos dando crédito a esa afirmación…
-Volviendo a temas más serios, se observa una relación cordial y a la vez tensa entre las presidentas de ambos países.
-Creo que en este momento es la mejor relación que se puede tener. Ningún presidente brasileño puede darse el lujo de «no gustar» de la Argentina. Hay que pensar la relación en el largo plazo, sin dejarse influenciar por el momento actual. La Argentina es importante para Brasil, y viceversa. Dilma y Cristina pasarán, los países continuarán. Por lo tanto, las buenas relaciones diplomáticas no son alternativas de personas, sino de naciones. Hoy vivimos una relación que no es la más cordial y simpática, pero creo que Dilma tiene la correcta idea de no tener conflictos ni crear problemas.
-La tensión no es personal, pero algunas empresas brasileñas ya no quieren tener negocios con la Argentina.
-Exacto. La tensión se está dando en las relaciones bilaterales. Las empresas de Brasil tienen la idea de que los brasileños cumplen, respetan los contratos, y el gobierno argentino, de vez en cuando, pisa la pelota. Creo que éste es el resultado de la incompetencia de América latina para construir y consolidar el Mercosur. La sensibilidad y la tensión están en los negocios, en las relaciones de las cadenas productivas.
-¿En qué medida cree que la corrupción ha influido en el desarrollo reciente de Brasil?
-Brasil, como país, vive una situación muy grave de corrupción. Por otra parte, es altamente burocrático. Estudios recientes muestran que la clase política es la peor considerada de todos los sectores. Esto es grave, serio, provoca en el interior del ciudadano un sentimiento de decepción..