Por Omar Genovese
Los debates intelectuales necesitan de cierta luz. Debatir en la oscuridad es un poco bizarro, se obvian los gestos, la postura del emisor, esos datos que ponen picante al diálogo, dando entidad a la ironía, el sarcasmo y hasta al desprecio más elemental. Por escrito hace falta luz, iluminar el texto con ideas, dar ejemplos, hacerse cargo de lo publicado en otro lugar, por ejemplo. No se puede subtitular el texto con frases como: “esto es una ironía”, “esto está relacionado con la forma conservadora que adopta el progresismo”, “esto otro es puro humor sobre lo escrito”. Subtitular hace difícil la lectura y comprensión, es más, espanta al lector de cualquier diario. Porque la primera nota que desató la furia de Horacio González fue publicada en un diario, en un espacio reducido, como respuesta a 9 largas carillas tamaño carta que componen la ya célebre Carta Abierta 13, titulada Lo(s) Justo(s). Mi respuesta tenía un límite: 7.500 caracteres con espacios.
La sorpresiva respuesta del director de la Biblioteca Nacional se publicó en un blog, no en un medio masivo “amarillo” (como si Crónica no perteneciera al arco de medios adeptos al oficialismo) y la reproducimos aquí, en Nación Apache. No somos egoístas, al contrario, admitimos un texto que en otra oportunidad nunca se hubiese publicado debido a su pobreza literaria y ausencia de ideas, o sí, como editor de este blog colectivo le hubiese devuelto la pieza al autor instigándolo a que no personalice y responda a la crítica formulada que la originó, que se atenga a contestar lo que no contesta. Pero no se trata de eso. Horacio González tomó un camino de herrumbre y ofensa, de agresión y odio, odio del que acusa a este humilde escriba. ¿González posee un odiómetro? ¿Cómo funciona? ¿Detecta el odio a distancia, a través de las palabras? ¿Qué unidades de medida utiliza? ¿Injúricos? ¿Lo habrá patentado? ¿Saldrá La Cámpora con odiómetros para detectar opositores díscolos? Qué misterio. Pero vayamos al rigor intelectual. A ver, González, yo estudié ciencias duras en la Universidad de La Plata. Bioquímica y luego Química. Y allí, en la ciencia, la palabra es estricta, define al universo o lo convierte en un error irreparable. Por caso, en un experimento, todo puede volar por los aires. Así que errar es algo peor que humano, puede ser una catástrofe. Y cuando se escribe, la forma en que se utilizan las palabras, qué palabras, definen el campo de alcance de un texto. Si utiliza el término “pepinazo” sabrá usted que evoca cierta cuestión fálica de dudoso gusto, tal vez añoranza de un festín que ahora le es esquivo. Pero no se preocupe, la química aporta compuestos que compensan la falta de irrigación sanguínea. Y eso es ciencia dura, algo que le pesa a usted, que de la metáfora y el eufemismo es un excelente atleta.
Pero voy a lo primero. Yo no sabía quién había escrito las 9 carillas de la Carta Abierta 13. Por la forma de intercalar el discurso oficialista que tan mal balbucea Abal Medina cada vez que enfrenta a los diputados (o algún micrófono encendido), tenía la certeza que provenía de la pluma del pseudofilósofo Ricardo Forster, quien a horas de publicarse dicha Carta pública manifestó de manera poco amable su desconocimiento de cómo hizo fortuna Lázaro Báez, agregando la intención personal por formar parte del aparato legislativo nacional. Supuse, como todo argentino alelado por las ambiciones ajenas, que la pieza en sí era producto de su mente esclarecedora y que, por elevación, también un guiño para quienes mueven la pluma definitiva de los listados electorales. En sí, y para que quede claro: creí que Forster usaba la Carta Abierta como un acto de pleitesía para ser ungido políticamente. Pero me equivoqué, sí, supuse mal. Por suerte Horacio González salió al ruedo a defender la autoría de la pieza, o al menos la redacción de la mayor parte de su corpus. Vale decir, se hace cargo del engendro que obtura con palabras imaginarias el entendimiento de las mayorías a las que va dirigida. Porque, ¿a quién va dirigida la misiva pública? ¿Es su redacción clara, concisa, inapelable? No, es obvio que no lo es, y peor: su perorata hermética excluye al lector, lo expulsa. Pero qué extraño, ¿una carta pública escrita para no ser leída? Y también, qué interesante.
Y ahora vayamos a lo segundo. La respuesta de González titulada: “Mármoles genoveses”. Usted cree que es irónico González, y le voy a pinchar el zepelín intelectual: no lo es. Pida que cambien los espejos de su casa, invierta un poco: sus espejos le devuelven lo que necesita ver, y ahí existe un riesgo… Es evidente que el capricho presidencial por ser más progresista que el progreso que no llega (en mi caso es nimio, pero no así para los más de 25% de pobres y marginados de esta tierra, incluyendo al Pueblo Qom –sí González, las mayúsculas son pertinentes) ha suscitado un pequeño escandalete de índole vergonzante respecto a la estatua de Cristóbal Colón, Columbus, o como quiera llamarlo. Descubridor histórico oficial de América quien luce indecoroso a espaldas del despacho presidencial. Es que el mármol genovés lo constituye. Y expulsar ese mármol, símbolo de la sumisión a la Europa civilizadora, resulta imperante para aliviar dolores, sospechas, evitar conjuros destituyentes. Y hay algo más. El mármol genovés de este genovese (sí, con minúsculas, también pertinentes), al que usted alude en el título de su “respuesta”, no hace más que confirmar lo mismo que señalé respecto a los Qom (en mayúsculas): xenofobia. Lisa y llana. Xenofobia que permite el exterminio. Porque sabe qué González, yo no tengo ambiciones retórico-teóricas, no es mi objetivo justificar lo injustificable. Es éste gobierno, sus gobernantes, quienes son los responsables de semejante atropello hacia los más débiles, no otro. Y ahí está usted, con sus espejos polimorfos. Mi mármol genovés le incomoda, le hace de lápida, porque es extranjero, importado por la defensa del “buen escribir”. Es policial, también malvado. Soy un excremento del lenguaje que atenaza su excelsa prosa con el diccionario de la RAE. Un peligro, un enemigo público (también púbico), que como la estatua de Columbus debe ser expulsado de su sitio. ¿Qué sitio González? ¿Qué lugar? No soy togado, ni me subo a púlpito de sacerdote alguno. Solamente me dediqué con paciencia a entrever qué es esa diatriba informe de 9 carillas. Qué dice, qué sugiere. Y a eso que cuestiono, en su respuesta, no se dedica. Elude con cintura “chicanera” (uso “chicana” como sinónimo de burla, así no “chicaniza” más, a ver si puede…) de comité, ateneo o asado de unidad básica (exceso no exento de bebidas espirituosas que nublan el entendimiento, tenga cuidado), a responder qué es eso de que “la corrupción mata” es una verdad fundamental abstracta y que las muertes de Once (52) fueron absurdas. Elude González, lo repito para que no tenga que releer, esquiva una respuesta, no la da. ¿Quedó claro o subtitulo sin necesidad de la RAE? Pero vuelvo sobre la personalización de su respuesta, le faltó decirme alcahuete, pero sabe qué pasa, no sabría poner de quién porque no lo soy, nunca señalé a naides (uso gauchesco, atinente). En cambio, con su prosa hermética apabullada por el don oficialista del elogio abstracto y teórico, usted mismo dice de quién es informante: del aparato represivo del estado nacional amparado tras el Proyecto X que dejó en perfecto funcionamiento la ministra Garré, hoy diplomática exiliada. Y también, cuando lo genovés de mi mármol tanto le molesta, me pregunto: ¿González es un apellido aristocrático nativo? ¿O viene de una alcurnia monárquica española insondable? ¿Es usted un duque en el closet? ¿O acaso su sangre sube por el árbol de la más pura cepa nacional siendo argentino de la primera hora (1810)? ¿Será por eso que genovese es menos que gonzález? ¿Usted cree que por alguna razón voy a citar chistes de gallegos con su nombre? Ahí fracasó nuevamente, González, y fracasar es todo un rito que lo encumbra en la mejor de las desmemorias en el cargo que ostenta. Le queda grande. Y es una pena. Porque usted ha realizado una interesante tarea al frente de la Biblioteca Nacional, una tarea que no se condice con su conducta intelectual fogoneando a un gobierno que aparenta progresía y destila conservadurismo retrógrado. De qué me extraño, al llegar hasta aquí. Son peronistas, decía Borges, por tanto incorregibles. Ah, ahora inaugura una estatua de su antecesor en el cargo a metros de la Biblioteca Nacional. Pero una estatua de cemento, no de bronce, inaugura una estatua para ser atacada, ¿o la piensa cercar para mantenerla a salvo de las represalias? Sabe qué, relea La fiesta del monstruo, relea a Borges con atención. Él no era peronista. Y por más que levanten monumentos, fue Perón quien encarceló a su hermana Norah, quien lo humilló enviándolo al rol de inspector de aves. Pero fue el mismo Borges que escribió Soy judío, cuando en Buenos Aires de los ’30 se hacía el congreso de nazis en el Luna Park. Aclaro esto para que no peronize a Borges, las generaciones futuras no merecen semejante doblez barato de la historia, no. Y no es porque lo defienda (increíblemente, Borges aún se defiende dede sus páginas) que busco notoriedad o me coloque en carácter de juez, togado o maestro cirulaxia. No. Otra vez no, González. Sino porque usted es muy peligroso, como sus compañeros de lancha, que quieren debatir pero desesperan por señalar al otro como indigno, humillarlo, sonsacarlo de su lugar despectivamente, como si leer sus párrafos lastimosos debiera despertar en mí la obligación del elogio. Todo lo contrario y lo sostengo: su prosa enrevesada, deudora del barroco de algún siglo opaco, es un sistema de ostentación fallido, útil para nublar e inútil para expresar algún concepto lúcido. Qué de luz que falta, ¿no González? Puede que la crisis energética llegue hasta las letras. Letras oscuras, oscurecidas por la genuflexión política más rastrera, insomne, inútil, baja, hostil, y lamentable. Qué lamentable su respuesta, González, yo, un cuatro de copas de la baraja intelectual. Yo, un infecto sujeto ahogado en el lenguaje más cloacal de todas las cloacas nacionales, populares, peligrosas y contagiosas. Yo, un dudoso escritor sin estirpe nacional demostrable; yo, un importado con prosa correctora odiosa. Yo, un sujeto soez que enarbola su educación pública histórica recurriendo a analogías ridículas e incómodas. ¿Soy digno de semejante atención? Creo que no. Ni siquiera me interesa demostrarle qué escribí, qué publiqué. Eso carece de importancia. Yo no importo, no soy, no existo. Y si le viene bien, también soy un concepto abstracto, como le gustaba decir al siniestro Videla. ¿Vio qué fácil? Renuncio a la entidad personal para que mi mármol no le pese. Dejo de ser. Me agoto. ¿Podrá dormir ahora González? ¿Se siente orgulloso?
Un comentarista amigo elogió el efecto de mi lectura de Lo(s) Justo(s): obligó a González a escribir algo legible. ¿Vio González? Debería agradecerme, al fin, concentrase en dos o tres conceptos le mejora la prosa. Eso sí, soy un genovés despreciable, una piedra en el zapato. Siga escribiendo loas a un proceso de corrupción generalizada, siga, pero no abandone la Biblioteca Nacional, se lo pido con fervor. Quédese, usted ha demostrado que ama a los libros más allá de que escriba pésimo, los libros no tienen la culpa de ello, la naturaleza a veces nos juega con jocosos retruécanos terribles. Pero no se vaya, quédese ahí hasta el último minuto de este gobierno, ¿y sabe qué? Garantice que las hordas progresistas no quemen los libros. Cumpla con esa función elemental, no deje que la furia de las bestias arrase con el escaso material documental que allí queda. Las generaciones futuras agradecidas, al menos mis hijos, mis posibles nietos. No permita el saqueo González, se lo pide un genovés que no descubrió nada, más que la inquina en un país desolado.
Modificado : Junio 11th, 2013
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Los debates intelectuales necesitan de cierta luz. Debatir en la oscuridad es un poco bizarro, se obvian los gestos, la postura del emisor, esos datos que ponen picante al diálogo, dando entidad a la ironía, el sarcasmo y hasta al desprecio más elemental. Por escrito hace falta luz, iluminar el texto con ideas, dar ejemplos, hacerse cargo de lo publicado en otro lugar, por ejemplo. No se puede subtitular el texto con frases como: “esto es una ironía”, “esto está relacionado con la forma conservadora que adopta el progresismo”, “esto otro es puro humor sobre lo escrito”. Subtitular hace difícil la lectura y comprensión, es más, espanta al lector de cualquier diario. Porque la primera nota que desató la furia de Horacio González fue publicada en un diario, en un espacio reducido, como respuesta a 9 largas carillas tamaño carta que componen la ya célebre Carta Abierta 13, titulada Lo(s) Justo(s). Mi respuesta tenía un límite: 7.500 caracteres con espacios.
La sorpresiva respuesta del director de la Biblioteca Nacional se publicó en un blog, no en un medio masivo “amarillo” (como si Crónica no perteneciera al arco de medios adeptos al oficialismo) y la reproducimos aquí, en Nación Apache. No somos egoístas, al contrario, admitimos un texto que en otra oportunidad nunca se hubiese publicado debido a su pobreza literaria y ausencia de ideas, o sí, como editor de este blog colectivo le hubiese devuelto la pieza al autor instigándolo a que no personalice y responda a la crítica formulada que la originó, que se atenga a contestar lo que no contesta. Pero no se trata de eso. Horacio González tomó un camino de herrumbre y ofensa, de agresión y odio, odio del que acusa a este humilde escriba. ¿González posee un odiómetro? ¿Cómo funciona? ¿Detecta el odio a distancia, a través de las palabras? ¿Qué unidades de medida utiliza? ¿Injúricos? ¿Lo habrá patentado? ¿Saldrá La Cámpora con odiómetros para detectar opositores díscolos? Qué misterio. Pero vayamos al rigor intelectual. A ver, González, yo estudié ciencias duras en la Universidad de La Plata. Bioquímica y luego Química. Y allí, en la ciencia, la palabra es estricta, define al universo o lo convierte en un error irreparable. Por caso, en un experimento, todo puede volar por los aires. Así que errar es algo peor que humano, puede ser una catástrofe. Y cuando se escribe, la forma en que se utilizan las palabras, qué palabras, definen el campo de alcance de un texto. Si utiliza el término “pepinazo” sabrá usted que evoca cierta cuestión fálica de dudoso gusto, tal vez añoranza de un festín que ahora le es esquivo. Pero no se preocupe, la química aporta compuestos que compensan la falta de irrigación sanguínea. Y eso es ciencia dura, algo que le pesa a usted, que de la metáfora y el eufemismo es un excelente atleta.
Pero voy a lo primero. Yo no sabía quién había escrito las 9 carillas de la Carta Abierta 13. Por la forma de intercalar el discurso oficialista que tan mal balbucea Abal Medina cada vez que enfrenta a los diputados (o algún micrófono encendido), tenía la certeza que provenía de la pluma del pseudofilósofo Ricardo Forster, quien a horas de publicarse dicha Carta pública manifestó de manera poco amable su desconocimiento de cómo hizo fortuna Lázaro Báez, agregando la intención personal por formar parte del aparato legislativo nacional. Supuse, como todo argentino alelado por las ambiciones ajenas, que la pieza en sí era producto de su mente esclarecedora y que, por elevación, también un guiño para quienes mueven la pluma definitiva de los listados electorales. En sí, y para que quede claro: creí que Forster usaba la Carta Abierta como un acto de pleitesía para ser ungido políticamente. Pero me equivoqué, sí, supuse mal. Por suerte Horacio González salió al ruedo a defender la autoría de la pieza, o al menos la redacción de la mayor parte de su corpus. Vale decir, se hace cargo del engendro que obtura con palabras imaginarias el entendimiento de las mayorías a las que va dirigida. Porque, ¿a quién va dirigida la misiva pública? ¿Es su redacción clara, concisa, inapelable? No, es obvio que no lo es, y peor: su perorata hermética excluye al lector, lo expulsa. Pero qué extraño, ¿una carta pública escrita para no ser leída? Y también, qué interesante.
Y ahora vayamos a lo segundo. La respuesta de González titulada: “Mármoles genoveses”. Usted cree que es irónico González, y le voy a pinchar el zepelín intelectual: no lo es. Pida que cambien los espejos de su casa, invierta un poco: sus espejos le devuelven lo que necesita ver, y ahí existe un riesgo… Es evidente que el capricho presidencial por ser más progresista que el progreso que no llega (en mi caso es nimio, pero no así para los más de 25% de pobres y marginados de esta tierra, incluyendo al Pueblo Qom –sí González, las mayúsculas son pertinentes) ha suscitado un pequeño escandalete de índole vergonzante respecto a la estatua de Cristóbal Colón, Columbus, o como quiera llamarlo. Descubridor histórico oficial de América quien luce indecoroso a espaldas del despacho presidencial. Es que el mármol genovés lo constituye. Y expulsar ese mármol, símbolo de la sumisión a la Europa civilizadora, resulta imperante para aliviar dolores, sospechas, evitar conjuros destituyentes. Y hay algo más. El mármol genovés de este genovese (sí, con minúsculas, también pertinentes), al que usted alude en el título de su “respuesta”, no hace más que confirmar lo mismo que señalé respecto a los Qom (en mayúsculas): xenofobia. Lisa y llana. Xenofobia que permite el exterminio. Porque sabe qué González, yo no tengo ambiciones retórico-teóricas, no es mi objetivo justificar lo injustificable. Es éste gobierno, sus gobernantes, quienes son los responsables de semejante atropello hacia los más débiles, no otro. Y ahí está usted, con sus espejos polimorfos. Mi mármol genovés le incomoda, le hace de lápida, porque es extranjero, importado por la defensa del “buen escribir”. Es policial, también malvado. Soy un excremento del lenguaje que atenaza su excelsa prosa con el diccionario de la RAE. Un peligro, un enemigo público (también púbico), que como la estatua de Columbus debe ser expulsado de su sitio. ¿Qué sitio González? ¿Qué lugar? No soy togado, ni me subo a púlpito de sacerdote alguno. Solamente me dediqué con paciencia a entrever qué es esa diatriba informe de 9 carillas. Qué dice, qué sugiere. Y a eso que cuestiono, en su respuesta, no se dedica. Elude con cintura “chicanera” (uso “chicana” como sinónimo de burla, así no “chicaniza” más, a ver si puede…) de comité, ateneo o asado de unidad básica (exceso no exento de bebidas espirituosas que nublan el entendimiento, tenga cuidado), a responder qué es eso de que “la corrupción mata” es una verdad fundamental abstracta y que las muertes de Once (52) fueron absurdas. Elude González, lo repito para que no tenga que releer, esquiva una respuesta, no la da. ¿Quedó claro o subtitulo sin necesidad de la RAE? Pero vuelvo sobre la personalización de su respuesta, le faltó decirme alcahuete, pero sabe qué pasa, no sabría poner de quién porque no lo soy, nunca señalé a naides (uso gauchesco, atinente). En cambio, con su prosa hermética apabullada por el don oficialista del elogio abstracto y teórico, usted mismo dice de quién es informante: del aparato represivo del estado nacional amparado tras el Proyecto X que dejó en perfecto funcionamiento la ministra Garré, hoy diplomática exiliada. Y también, cuando lo genovés de mi mármol tanto le molesta, me pregunto: ¿González es un apellido aristocrático nativo? ¿O viene de una alcurnia monárquica española insondable? ¿Es usted un duque en el closet? ¿O acaso su sangre sube por el árbol de la más pura cepa nacional siendo argentino de la primera hora (1810)? ¿Será por eso que genovese es menos que gonzález? ¿Usted cree que por alguna razón voy a citar chistes de gallegos con su nombre? Ahí fracasó nuevamente, González, y fracasar es todo un rito que lo encumbra en la mejor de las desmemorias en el cargo que ostenta. Le queda grande. Y es una pena. Porque usted ha realizado una interesante tarea al frente de la Biblioteca Nacional, una tarea que no se condice con su conducta intelectual fogoneando a un gobierno que aparenta progresía y destila conservadurismo retrógrado. De qué me extraño, al llegar hasta aquí. Son peronistas, decía Borges, por tanto incorregibles. Ah, ahora inaugura una estatua de su antecesor en el cargo a metros de la Biblioteca Nacional. Pero una estatua de cemento, no de bronce, inaugura una estatua para ser atacada, ¿o la piensa cercar para mantenerla a salvo de las represalias? Sabe qué, relea La fiesta del monstruo, relea a Borges con atención. Él no era peronista. Y por más que levanten monumentos, fue Perón quien encarceló a su hermana Norah, quien lo humilló enviándolo al rol de inspector de aves. Pero fue el mismo Borges que escribió Soy judío, cuando en Buenos Aires de los ’30 se hacía el congreso de nazis en el Luna Park. Aclaro esto para que no peronize a Borges, las generaciones futuras no merecen semejante doblez barato de la historia, no. Y no es porque lo defienda (increíblemente, Borges aún se defiende dede sus páginas) que busco notoriedad o me coloque en carácter de juez, togado o maestro cirulaxia. No. Otra vez no, González. Sino porque usted es muy peligroso, como sus compañeros de lancha, que quieren debatir pero desesperan por señalar al otro como indigno, humillarlo, sonsacarlo de su lugar despectivamente, como si leer sus párrafos lastimosos debiera despertar en mí la obligación del elogio. Todo lo contrario y lo sostengo: su prosa enrevesada, deudora del barroco de algún siglo opaco, es un sistema de ostentación fallido, útil para nublar e inútil para expresar algún concepto lúcido. Qué de luz que falta, ¿no González? Puede que la crisis energética llegue hasta las letras. Letras oscuras, oscurecidas por la genuflexión política más rastrera, insomne, inútil, baja, hostil, y lamentable. Qué lamentable su respuesta, González, yo, un cuatro de copas de la baraja intelectual. Yo, un infecto sujeto ahogado en el lenguaje más cloacal de todas las cloacas nacionales, populares, peligrosas y contagiosas. Yo, un dudoso escritor sin estirpe nacional demostrable; yo, un importado con prosa correctora odiosa. Yo, un sujeto soez que enarbola su educación pública histórica recurriendo a analogías ridículas e incómodas. ¿Soy digno de semejante atención? Creo que no. Ni siquiera me interesa demostrarle qué escribí, qué publiqué. Eso carece de importancia. Yo no importo, no soy, no existo. Y si le viene bien, también soy un concepto abstracto, como le gustaba decir al siniestro Videla. ¿Vio qué fácil? Renuncio a la entidad personal para que mi mármol no le pese. Dejo de ser. Me agoto. ¿Podrá dormir ahora González? ¿Se siente orgulloso?
Un comentarista amigo elogió el efecto de mi lectura de Lo(s) Justo(s): obligó a González a escribir algo legible. ¿Vio González? Debería agradecerme, al fin, concentrase en dos o tres conceptos le mejora la prosa. Eso sí, soy un genovés despreciable, una piedra en el zapato. Siga escribiendo loas a un proceso de corrupción generalizada, siga, pero no abandone la Biblioteca Nacional, se lo pido con fervor. Quédese, usted ha demostrado que ama a los libros más allá de que escriba pésimo, los libros no tienen la culpa de ello, la naturaleza a veces nos juega con jocosos retruécanos terribles. Pero no se vaya, quédese ahí hasta el último minuto de este gobierno, ¿y sabe qué? Garantice que las hordas progresistas no quemen los libros. Cumpla con esa función elemental, no deje que la furia de las bestias arrase con el escaso material documental que allí queda. Las generaciones futuras agradecidas, al menos mis hijos, mis posibles nietos. No permita el saqueo González, se lo pide un genovés que no descubrió nada, más que la inquina en un país desolado.
Modificado : Junio 11th, 2013
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El texto de González en La Tecla tenía un poco más de onda, no era tan agresivo como me hacía suponer esta respuesta. Bienvenida la respuesta de Genovese, igual; para lo que hay que leer prefiero esto.
Lo que no entiendo es porqué este señor usa el nombre Omar.Los que cultivan las ciencias «duras» prefieren llamarse «Arturo»
Un nabo importante Don Genovese.
Si no esta interesado en guita, y no piensa que la arquitecta egipcia es la reencarnacion de Evita o Pallas Atenea, es de la gran cantidad de gente valiosa que esta demás en el kirchnerismo.