La decisión de la televisión oficial de transmitir el partido más importante de la fecha en el mismo horario que el programa de periodismo investigativo ”Periodismo para todos” ha desatado una ola de opiniones encontradas. Eso constituye en sí un hecho positivo: en una sociedad es vital que se discutan las condiciones para el ejercicio de las libertades cívicas así como los límites del poder del Estado.
Las críticas se basan principalmente en la convicción de que es impropio utilizar el deporte con fines políticos.
Está todavía fresco en la memoria el intento de la última dictadura militar de capitalizar políticamente el Mundial 78 para afianzar su poder. “Los argentinos somos derechos y humanos”, proclamaba el “establishment” del periodismo deportivo de entonces, liderado por José María Muñoz, tratando de estigmatizar toda crítica al régimen militar como expresión de una campaña anti-argentina.
Ésa es sin embargo una convicción errónea. Lo criticable de la política mundialista del régimen de Videla no fue pretender utilizar el Mundial con fines políticos, sino el carácter aberrante de esos fines.
Así lo entendió el pueblo argentino, que acalló con una silbatina el discurso de Videla en la ceremonia inaugural.
Un ejemplo de utilización progresista del deporte fue el “picadito” organizado por algunos jugadores de la selección nacional de fútbol frente a la carpa de los maestros en Plaza Congreso hace 17 años. El 19 de mayo de 1997, los jugadores Juan Pablo Sorín (entonces de River), Néstor Fabbri y Roberto Pompei (Boca), Juan Fleita (San Lorenzo), Claudio García (Huracán) y Claudio Morresi (en la época técnico de las divisiones inferiores de Huracán) se enfrentaron a un equipo de maestros en un partido a plena calle dirigido por el árbitro Javier Castrilli y transmitido por los periodistas Adrián Paenza y Alejandro Apo.
¿Sería razonable criticar esa iniciativa de los futbolistas esgrimiendo la supuesta inocencia ideológica del deporte?
El deporte en general, y el fútbol en particular, son medios de expresión social y cultural con claro contenido ideológico y, como tal, un arma demasiado poderosa para dejarla en manos de los enemigos del campo popular.
¿Pero cómo hacer entonces para distinguir los usos apropiados de los usos aberrantes del deporte?
En casos evidentes, como lo fuera la dictadura militar, basta referirse a los fines políticos perseguidos para justificar el rechazo. Pero en situaciones de puja política más intrincada, como las que caracterizan el ejercicio de la política en democracia, a menudo no es posible visualizar un fin totalmente justo que se opondría a otro fin político claramente cuestionable. Se requiere entonces utilizar criterios complementarios.
Lo que diferencia la consigna ”Los argentinos somos derechos y humanos” del picadito de los jugadores de la Selección con los maestros es que, en el primero de esos casos, se intentó desinformar a la opinión pública y sofocar el debate.
El partido frente a la carpa de los maestros fue, por el contrario, una invitación implícita a discutir la cuestión docente libre y ampliamente en el marco del ejercicio de las libertades democráticas.
En un caso, se pretendió reprimir las opiniones contrarias al régimen desinformando; en el otro, potenciar el intercambio de ideas mediante el libre debate.
¿Dónde situar la programación políticamente condicionada de los partidos de fútbol? Si nos referimos primero a su racionalidad, existen en verdad razones para dudar de la astucia táctica de sus propulsores. Si circularan versiones comprometedoras sobre mi conducta, sería contraproducente de mi parte actuar de una forma que contribuyera a propagar aún más esas versiones.
La medida adoptada por la televisión oficial generará más interesados en saber qué se trata de ocultar con ese cambio y constituye, por ende, un signo de torpeza mediática monumental.
Pero lo más preocupante es que esa medida, lejos de contribuir a fomentar el debate y la discusión generalizada, está pensada – por lo menos en su intención – para acallar las críticas y desviar la atención de la opinión pública hacia temas deportivos en vez de profundizar la reflexión sobre la conducta apropiada de los gobernantes.
Visto desde esta óptica, el cambio de programación decidido por la televisión oficial está más cerca de repetir la silbatina a Videla que de ser equiparada al gesto democrático del picadito frente a la carpa.
Las críticas se basan principalmente en la convicción de que es impropio utilizar el deporte con fines políticos.
Está todavía fresco en la memoria el intento de la última dictadura militar de capitalizar políticamente el Mundial 78 para afianzar su poder. “Los argentinos somos derechos y humanos”, proclamaba el “establishment” del periodismo deportivo de entonces, liderado por José María Muñoz, tratando de estigmatizar toda crítica al régimen militar como expresión de una campaña anti-argentina.
Ésa es sin embargo una convicción errónea. Lo criticable de la política mundialista del régimen de Videla no fue pretender utilizar el Mundial con fines políticos, sino el carácter aberrante de esos fines.
Así lo entendió el pueblo argentino, que acalló con una silbatina el discurso de Videla en la ceremonia inaugural.
Un ejemplo de utilización progresista del deporte fue el “picadito” organizado por algunos jugadores de la selección nacional de fútbol frente a la carpa de los maestros en Plaza Congreso hace 17 años. El 19 de mayo de 1997, los jugadores Juan Pablo Sorín (entonces de River), Néstor Fabbri y Roberto Pompei (Boca), Juan Fleita (San Lorenzo), Claudio García (Huracán) y Claudio Morresi (en la época técnico de las divisiones inferiores de Huracán) se enfrentaron a un equipo de maestros en un partido a plena calle dirigido por el árbitro Javier Castrilli y transmitido por los periodistas Adrián Paenza y Alejandro Apo.
¿Sería razonable criticar esa iniciativa de los futbolistas esgrimiendo la supuesta inocencia ideológica del deporte?
El deporte en general, y el fútbol en particular, son medios de expresión social y cultural con claro contenido ideológico y, como tal, un arma demasiado poderosa para dejarla en manos de los enemigos del campo popular.
¿Pero cómo hacer entonces para distinguir los usos apropiados de los usos aberrantes del deporte?
En casos evidentes, como lo fuera la dictadura militar, basta referirse a los fines políticos perseguidos para justificar el rechazo. Pero en situaciones de puja política más intrincada, como las que caracterizan el ejercicio de la política en democracia, a menudo no es posible visualizar un fin totalmente justo que se opondría a otro fin político claramente cuestionable. Se requiere entonces utilizar criterios complementarios.
Lo que diferencia la consigna ”Los argentinos somos derechos y humanos” del picadito de los jugadores de la Selección con los maestros es que, en el primero de esos casos, se intentó desinformar a la opinión pública y sofocar el debate.
El partido frente a la carpa de los maestros fue, por el contrario, una invitación implícita a discutir la cuestión docente libre y ampliamente en el marco del ejercicio de las libertades democráticas.
En un caso, se pretendió reprimir las opiniones contrarias al régimen desinformando; en el otro, potenciar el intercambio de ideas mediante el libre debate.
¿Dónde situar la programación políticamente condicionada de los partidos de fútbol? Si nos referimos primero a su racionalidad, existen en verdad razones para dudar de la astucia táctica de sus propulsores. Si circularan versiones comprometedoras sobre mi conducta, sería contraproducente de mi parte actuar de una forma que contribuyera a propagar aún más esas versiones.
La medida adoptada por la televisión oficial generará más interesados en saber qué se trata de ocultar con ese cambio y constituye, por ende, un signo de torpeza mediática monumental.
Pero lo más preocupante es que esa medida, lejos de contribuir a fomentar el debate y la discusión generalizada, está pensada – por lo menos en su intención – para acallar las críticas y desviar la atención de la opinión pública hacia temas deportivos en vez de profundizar la reflexión sobre la conducta apropiada de los gobernantes.
Visto desde esta óptica, el cambio de programación decidido por la televisión oficial está más cerca de repetir la silbatina a Videla que de ser equiparada al gesto democrático del picadito frente a la carpa.