Román Lejtman Periodista
Sergio Massa desea la Casa Rosada y aprovecha la campaña electoral a diputado como paso previo a su carrera presidencial. Tiene una lista con lógica peronista y una sonrisa radiante que contrasta con el rictus nervioso de Cristina. Massa no hace olas y envía a sus candidatos a difundir un discurso contemplativo, que pretende navegar entre el relato oficial y las críticas de la oposición. Parece poco y repite una estrategia que ya padecimos con Carlos Menem y Fernando de la Rúa: escaso compromiso con la agenda política y un puñado de promesas que se evaporan cuando tocan la realidad.
La Corte Suprema está asediada por el Poder Ejecutivo, las relaciones exteriores son una anécdota caribeña, la inflación afecta a todos, el acuerdo con Irán es un bochorno diplomático, la inseguridad se profundiza, los casos de corrupción se multiplican y las reservas del Banco Central bajan a un ritmo casi geométrico. El programa de Gobierno hace agua, y Massa es el único candidato que aún no opinó sobre los asuntos claves de la Argentina.
La sociedad pretende que los candidatos expliquen sus propuestas y argumenten sus razones, al margen de las estrategias electorales. Menem mintió cuando prometió el salariazo, De la Rúa ocultó en el silencio sus limitaciones políticas y Cristina jamás anunció su carga contra el Poder Judicial. Ya aprendimos: queremos saber hacia adonde nos llevan.
Massa tiene profundas diferencias con la ideología K y asegura que respetará las decisiones de gobierno que benefician a los sectores más castigados. Esa mirada es compartida por sus adversarios políticos, y no implica una propuesta diferente. Todos apoyan el rol del Estado para achicar las asimetrías sociales: Keynes es un ícono ecuménico, aunque pocos candidatos hayan superado la solapa y contratapa de sus ediciones de bolsillo.
Antes de integrar las listas, el candidato del Frente Renovador mantuvo una ronda de negociaciones con diferentes líderes políticos para acordar un proyecto común. Esa estrategia de sumar, al margen de las diferencias ideológicas, termina complicando al sistema y abriendo paso a una nueva desilusión del electorado. Massa se reunió con Daniel Scioli, Mauricio Macri y Francisco de Narváez, que sólo tienen en común la decisión pública o secreta de evitar que Cristina fuerce las normas y empuje su reelección eterna a la Presidencia.
Después de treinta años de democracia, la sociedad argentina aprendió que los conglomerados tácticos sólo sirven para despejar el camino político, y que poco agregan al momento de diseñar una propuesta electoral que cumpla las aspiraciones de los votantes. Massa cerró con Macri, se peleó con De Narváez y estuvo cerca de firmar con Scioli, que aguardará en soledad su última oportunidad de llegar a la Casa Rosada.
El candidato del Frente Renovador es amplio para diseñar sus estrategia electoral, pero todavía no sabemos qué piensa hacer en la Cámara Baja. Cristina no descarta una ofensiva contra la Corte Suprema y será en Diputados el primer escenario de esa batalla. Massa estará ahí, y su silencio preocupa. En este asunto de gravedad institucional, no hay margen para especulaciones políticas.
La Casa Rosada pretende limar a Massa y ya preparó una batería de operaciones negras para perjudicar su campaña electoral. No sólo pincha sus teléfonos, sino que inventa documentación del estado para confundir a sus votantes y beneficiar al candidato oficial Insaurralde, que tiene pocas chances de ganar en la provincia de Buenos Aires. Si Néstor Kirchner perdió con De Narváez, porque podría ganarle a Massa y sus aspiraciones presidenciales.
De todas maneras, el problema no es Insaurralde, que repetirá un guión escrito por Cristina y Máximo. Massa debe enfrentar a la sociedad y decir qué hará con sus problemas, expectativas y deseos. Él ya sabe que quiere, una pretensión que no se alcanza con el silencio táctico y la sonrisa perfecta.
Notas relacionadas
Sergio Massa desea la Casa Rosada y aprovecha la campaña electoral a diputado como paso previo a su carrera presidencial. Tiene una lista con lógica peronista y una sonrisa radiante que contrasta con el rictus nervioso de Cristina. Massa no hace olas y envía a sus candidatos a difundir un discurso contemplativo, que pretende navegar entre el relato oficial y las críticas de la oposición. Parece poco y repite una estrategia que ya padecimos con Carlos Menem y Fernando de la Rúa: escaso compromiso con la agenda política y un puñado de promesas que se evaporan cuando tocan la realidad.
La Corte Suprema está asediada por el Poder Ejecutivo, las relaciones exteriores son una anécdota caribeña, la inflación afecta a todos, el acuerdo con Irán es un bochorno diplomático, la inseguridad se profundiza, los casos de corrupción se multiplican y las reservas del Banco Central bajan a un ritmo casi geométrico. El programa de Gobierno hace agua, y Massa es el único candidato que aún no opinó sobre los asuntos claves de la Argentina.
La sociedad pretende que los candidatos expliquen sus propuestas y argumenten sus razones, al margen de las estrategias electorales. Menem mintió cuando prometió el salariazo, De la Rúa ocultó en el silencio sus limitaciones políticas y Cristina jamás anunció su carga contra el Poder Judicial. Ya aprendimos: queremos saber hacia adonde nos llevan.
Massa tiene profundas diferencias con la ideología K y asegura que respetará las decisiones de gobierno que benefician a los sectores más castigados. Esa mirada es compartida por sus adversarios políticos, y no implica una propuesta diferente. Todos apoyan el rol del Estado para achicar las asimetrías sociales: Keynes es un ícono ecuménico, aunque pocos candidatos hayan superado la solapa y contratapa de sus ediciones de bolsillo.
Antes de integrar las listas, el candidato del Frente Renovador mantuvo una ronda de negociaciones con diferentes líderes políticos para acordar un proyecto común. Esa estrategia de sumar, al margen de las diferencias ideológicas, termina complicando al sistema y abriendo paso a una nueva desilusión del electorado. Massa se reunió con Daniel Scioli, Mauricio Macri y Francisco de Narváez, que sólo tienen en común la decisión pública o secreta de evitar que Cristina fuerce las normas y empuje su reelección eterna a la Presidencia.
Después de treinta años de democracia, la sociedad argentina aprendió que los conglomerados tácticos sólo sirven para despejar el camino político, y que poco agregan al momento de diseñar una propuesta electoral que cumpla las aspiraciones de los votantes. Massa cerró con Macri, se peleó con De Narváez y estuvo cerca de firmar con Scioli, que aguardará en soledad su última oportunidad de llegar a la Casa Rosada.
El candidato del Frente Renovador es amplio para diseñar sus estrategia electoral, pero todavía no sabemos qué piensa hacer en la Cámara Baja. Cristina no descarta una ofensiva contra la Corte Suprema y será en Diputados el primer escenario de esa batalla. Massa estará ahí, y su silencio preocupa. En este asunto de gravedad institucional, no hay margen para especulaciones políticas.
La Casa Rosada pretende limar a Massa y ya preparó una batería de operaciones negras para perjudicar su campaña electoral. No sólo pincha sus teléfonos, sino que inventa documentación del estado para confundir a sus votantes y beneficiar al candidato oficial Insaurralde, que tiene pocas chances de ganar en la provincia de Buenos Aires. Si Néstor Kirchner perdió con De Narváez, porque podría ganarle a Massa y sus aspiraciones presidenciales.
De todas maneras, el problema no es Insaurralde, que repetirá un guión escrito por Cristina y Máximo. Massa debe enfrentar a la sociedad y decir qué hará con sus problemas, expectativas y deseos. Él ya sabe que quiere, una pretensión que no se alcanza con el silencio táctico y la sonrisa perfecta.
Notas relacionadas