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Jueves 04 de julio de 2013 | Publicado en edición impresa
Se ha iniciado el proceso a través del cual los argentinos elegiremos al líder que nos conducirá como presidente durante el período 2015-2019. Será un proceso asimétrico, ya que en tanto que uno de los «finalistas» de esta selección -posiblemente Sergio Massa- llegará a disputar la instancia decisiva después de haber eliminado a sus rivales en elecciones primarias, el otro ya está instalado en la cima y nada indica por ahora que se resigne a bajarse de ella en busca del llano. Estamos pensando, por supuesto, en Cristina Kirchner, a quien, por haber sido dos veces seguidas presidenta, la Constitución le prohíbe intentar una tercera elección consecutiva -la tan mentada re-reelección- pero, como no estamos viviendo en Suiza, sino en la Argentina, donde casi todo es posible, nos está permitido dudar.
Los que están por enfrentarse, por ello, no son sólo dos «personas» concretas -posiblemente Sergio y seguramente Cristina-, sino dos «sistemas» de gobierno, uno de ellos republicano y el otro plebiscitario. En el sistema republicano los candidatos se van eliminando unos a otros a través de las elecciones «primarias» antes de disputar la elección «final» que consagrará al vencedor, mientras que, en el sistema «plebiscitario», el pueblo ratifica o no al gobernante que ya está en el poder. Si Sergio Massa gana en las elecciones de 2015, la suya será una victoria republicana. Si gana Cristina, la suya será una victoria plebiscitaria. El plebiscito es un método polémico, cuestionable desde el punto de vista democrático, y de hecho ha sido utilizado pocas veces en la historia porque restringe la libertad del votante a decirle que «sí» o que «no» a quien ya está ejerciendo el poder. Lo utilizaron por ejemplo Napoleón y De Gaulle, en situaciones de crisis. Por eso lo normal en los países democráticos ha sido celebrar elecciones primarias seguidas por elecciones finales, en cuyo caso el ciudadano no tiene «una», sino «dos» ocasiones para expresar su voluntad, puesto que primero determina el nombre de los candidatos y después, sólo después, al preferido entre ellos. No debe sorprender en consecuencia que este sistema «republicano» de elección sea, de lejos, el más popular en los países democráticos.
La situación argentina se complica, además, porque a las dificultades constitucionales que encontraría Cristina para ser re-reelecta, y que ya hemos anotado, se sumaría el hecho de que, según las encuestas más confiables, dos de cada tres de nuestros compatriotas le están diciendo que «no» a su re-reelección. Cristina, mientras tanto, calla. Se libra entonces un debate íntimo entre los observadores. Algunos de ellos interpretan su silencio como una señal de que la Presidenta ha desensillado hasta que aclare y como un anticipo de que hasta podría renunciar, en el límite, a sus pretensiones re-reeleccionistas, optando quizá por un favorito como un posible sucesor.
No hay que olvidar en tal sentido las fantasías «dinásticas» del kirchnerismo, que empezaron a concretarse cuando Néstor cedió su lugar a Cristina en 2007, pero no pudieron prolongarse más allá por la muerte de Néstor y se interrumpieron después porque al parecer ni Máximo ni Florencia poseen ni la voluntad ni la capacidad necesarias para continuar la saga, en tanto que ya está claro que Alicia no cuenta con el mínimo carisma que la habilitaría para intentar la sucesión familiar en cabeza propia.
Desde Maquiavelo sabemos, por otra parte, que los gobiernos pueden ser monárquicos o republicanos. Pero la aventura política de los Kirchner exige algunas precisiones suplementarias. Las monarquías, por definición, son «dinásticas» en el sentido de que suponen la continuidad en el poder de una misma familia. El matrimonio Kirchner inició una dinastía a la que interrumpió sorpresivamente la muerte de su fundador. Antes de que él muriera, los esposos Kirchner habían concebido lo que dio en llamarse la «alternancia conyugal», primero a través de él, después a través de ella, y así sucesivamente hasta el fin de «sus» tiempos, que les llegó prematuramente porque Néstor se murió antes de tiempo.
Y éste es el drama de la «dinastía» de los Kirchner: que es una «dinastía interrupta» porque que se quedó sin plan alternativo. De un lado, la Constitución, que es republicana, prohíbe la re-reelección. De otro lado, los Kirchner, que arrancaron siendo dinásticos, no previeron la interrupción que traería consigo la súbita muerte de Néstor, pero tampoco se han allanado a una sucesión «republicana» de Cristina, en cabeza de algún otro líder «fuera» de la familia. Entonces, ¿qué van a hacer? Quizás un refrán popular venga al caso: «Hacer de la necesidad, virtud». Si la república ya no está al alcance del kirchnerismo como «virtud» porque nunca creyó en ella, ¿por qué no la acoge al menos como una «necesidad»? Así bajaría al llano, al menos, dignamente, y hasta podría influir en la designación del sucesor.
© LA NACION
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Se ha iniciado el proceso a través del cual los argentinos elegiremos al líder que nos conducirá como presidente durante el período 2015-2019. Será un proceso asimétrico, ya que en tanto que uno de los «finalistas» de esta selección -posiblemente Sergio Massa- llegará a disputar la instancia decisiva después de haber eliminado a sus rivales en elecciones primarias, el otro ya está instalado en la cima y nada indica por ahora que se resigne a bajarse de ella en busca del llano. Estamos pensando, por supuesto, en Cristina Kirchner, a quien, por haber sido dos veces seguidas presidenta, la Constitución le prohíbe intentar una tercera elección consecutiva -la tan mentada re-reelección- pero, como no estamos viviendo en Suiza, sino en la Argentina, donde casi todo es posible, nos está permitido dudar.
Los que están por enfrentarse, por ello, no son sólo dos «personas» concretas -posiblemente Sergio y seguramente Cristina-, sino dos «sistemas» de gobierno, uno de ellos republicano y el otro plebiscitario. En el sistema republicano los candidatos se van eliminando unos a otros a través de las elecciones «primarias» antes de disputar la elección «final» que consagrará al vencedor, mientras que, en el sistema «plebiscitario», el pueblo ratifica o no al gobernante que ya está en el poder. Si Sergio Massa gana en las elecciones de 2015, la suya será una victoria republicana. Si gana Cristina, la suya será una victoria plebiscitaria. El plebiscito es un método polémico, cuestionable desde el punto de vista democrático, y de hecho ha sido utilizado pocas veces en la historia porque restringe la libertad del votante a decirle que «sí» o que «no» a quien ya está ejerciendo el poder. Lo utilizaron por ejemplo Napoleón y De Gaulle, en situaciones de crisis. Por eso lo normal en los países democráticos ha sido celebrar elecciones primarias seguidas por elecciones finales, en cuyo caso el ciudadano no tiene «una», sino «dos» ocasiones para expresar su voluntad, puesto que primero determina el nombre de los candidatos y después, sólo después, al preferido entre ellos. No debe sorprender en consecuencia que este sistema «republicano» de elección sea, de lejos, el más popular en los países democráticos.
La situación argentina se complica, además, porque a las dificultades constitucionales que encontraría Cristina para ser re-reelecta, y que ya hemos anotado, se sumaría el hecho de que, según las encuestas más confiables, dos de cada tres de nuestros compatriotas le están diciendo que «no» a su re-reelección. Cristina, mientras tanto, calla. Se libra entonces un debate íntimo entre los observadores. Algunos de ellos interpretan su silencio como una señal de que la Presidenta ha desensillado hasta que aclare y como un anticipo de que hasta podría renunciar, en el límite, a sus pretensiones re-reeleccionistas, optando quizá por un favorito como un posible sucesor.
No hay que olvidar en tal sentido las fantasías «dinásticas» del kirchnerismo, que empezaron a concretarse cuando Néstor cedió su lugar a Cristina en 2007, pero no pudieron prolongarse más allá por la muerte de Néstor y se interrumpieron después porque al parecer ni Máximo ni Florencia poseen ni la voluntad ni la capacidad necesarias para continuar la saga, en tanto que ya está claro que Alicia no cuenta con el mínimo carisma que la habilitaría para intentar la sucesión familiar en cabeza propia.
Desde Maquiavelo sabemos, por otra parte, que los gobiernos pueden ser monárquicos o republicanos. Pero la aventura política de los Kirchner exige algunas precisiones suplementarias. Las monarquías, por definición, son «dinásticas» en el sentido de que suponen la continuidad en el poder de una misma familia. El matrimonio Kirchner inició una dinastía a la que interrumpió sorpresivamente la muerte de su fundador. Antes de que él muriera, los esposos Kirchner habían concebido lo que dio en llamarse la «alternancia conyugal», primero a través de él, después a través de ella, y así sucesivamente hasta el fin de «sus» tiempos, que les llegó prematuramente porque Néstor se murió antes de tiempo.
Y éste es el drama de la «dinastía» de los Kirchner: que es una «dinastía interrupta» porque que se quedó sin plan alternativo. De un lado, la Constitución, que es republicana, prohíbe la re-reelección. De otro lado, los Kirchner, que arrancaron siendo dinásticos, no previeron la interrupción que traería consigo la súbita muerte de Néstor, pero tampoco se han allanado a una sucesión «republicana» de Cristina, en cabeza de algún otro líder «fuera» de la familia. Entonces, ¿qué van a hacer? Quizás un refrán popular venga al caso: «Hacer de la necesidad, virtud». Si la república ya no está al alcance del kirchnerismo como «virtud» porque nunca creyó en ella, ¿por qué no la acoge al menos como una «necesidad»? Así bajaría al llano, al menos, dignamente, y hasta podría influir en la designación del sucesor.
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¡que miedo que tenes,Mariano!
Hace más o menos 2 o 3 años que en todas las columnas este cuadro de todas las dictaduras militares de este país dice lo mismo. ¿Por qué no le avisa alguien que ya se murió?
¿No habría que avisarle al general Milani?, y especialmente avisarle que no estamos en el 43 ni en los 70. No vaya a ser que se entusiasme.