“Si ves al futuro, dile que no venga.” (Juan José Castelli)
Dijimos varias veces durante este año que costaba encontrar planteos originales acerca del escenario político nacional en la actualidad. Con el correr de la campaña electoral, especialmente la de la provincia de Buenos Aires por supuesto –territorio en el que se disputa el caldo más jugoso de la hora–, aquella sentencia, creemos, debe confirmarse. No ha sido posible asistir a novedades relevantes. Dicho de otro modo: el Frente Renovador de Sergio Massa, por mucho que discursea lo contrario, reincide en un libreto recitado hasta el agotamiento por cuanto adversario al gobierno nacional con capacidad de difusión existe.
Formulada de distintas maneras, la idea pasa por la supuesta urgencia que existiría en Argentina de liquidar las diferencias entre las distintas fuerzas políticas. Al mismo tiempo, desde luego, se hace pasar al kirchnerismo como culpable de una fractura que recorrería, aparte del terreno político en específico, incluso hasta a las familias argentinas.
Cuando comenzó el año nos referimos a esto, aún antes de que se convirtiese en tópico casi central del debate de las urnas. La única diferencia que se verifica de modo concreto entre el período que Alejandro Horowicz denomina como democracia de la derrota y el que inauguró Néstor Kirchner al asumir la presidencia es la salida hacia fuera del proceso de elaboración de las decisiones de Estado de determinados integrantes del establishment que lo integraban hasta entonces con los resultados, nefastos, por todos conocidos. Ese trayecto está todavía en disputa y no exento de derivar en un cambio de alianzas sin verse alterada en esencia la epistemología que organiza el comportamiento del gobierno del Estado hoy día.
De todos modos, el oficialismo nacional conserva el impulso y la voluntad de pelear para la órbita institucional los resortes decisorios fundamentales.
Pero, y en relación de nuevo a lo principal, habiendo negocios importantísimos en disputa, por la impugnación que de los mismos promovió el kirchnerismo en estos diez años, se hizo, se hace imposible para el massismo mantener la pretendida retórica pacifista, máxime cuando optó por incluir dentro de su propuesta representaciones de algunos de los sectores de la pugna en danza. Y no pasa por una cuestión abstracta: fue ésa la condición de posibilidad de los avances sociales significativos que conoció el país durante la última década. De modo que para la famosa “agenda de la gente” está lejos de ser un expediente ajeno.
La diversidad puede articularse, pero en torno de un liderazgo consagrado, no de uno en, apenas, vías de construcción. Y en veremos, faltaba más.
Y así y todo, resta considerar las tensiones estructurales que desatan las numerosas variables que componen una escena política, social y económica, imposibles de ser contenidas por ningún actor en su totalidad: no pudo Néstor Kirchner luego de revalidar su propuesta ampliamente en 2007, ni Cristina Fernández que lo hizo con mayor margen aún en 2011. Y eso que no tuvieron oposiciones formal y seriamente constituidas que los enfrentasen.
Los litigios referidos son el drama todavía irresuelto de la política argentina. Que a esta altura no podamos hablar de novedades surgidas de la previa de los comicios y, concomitantemente con eso, que el massismo haya iniciado el abandono del lema “a cada agravio, una propuesta” –que no las habido, por otra parte (propuestas)– da cuenta suficientemente de ello. La dinámica excede en mucho a Massa, y ya se le impuso. Y es el mejor testimonio de que acertábamos cuando nos pronunciamos a escasas horas de conocidas las candidaturas respecto de la central necesidad de operar cambios en la arquitectura del poder real. Lo que, se sobreentiende, no discurre como un cuento de hadas.
Sobre todo cuando no existe, por fuera del Frente para la Victoria, espacio partidario ninguno que no sea la mera reproducción de las internas del bloque de clases dominantes. Ninguno: ni entre los viejos, ni los pretendidamente futuristas.