DAVID CANO / CRISTINA COLOMO
Todos los periodos de expansión y recesión económica, al igual que los de alzas y caídas de los precios de los activos financieros, tienen elementos comunes con los anteriores que permiten realizar ejercicios de previsión. Pero también cuentan con componentes singulares que dificultan esta labor de anticipación.
La Gran Recesión fue el ejemplo más claro de complejidad, especialmente en sus efectos de segunda ronda. De hecho, es posible que estemos a las puertas de uno de ellos. Desde que a mediados de mayo el presidente de la Reserva Federal anticipó el posible inicio de una reducción gradual de la compra de bonos (tapering), los inversores se han replanteado el destino de sus capitales. Y los activos financieros de los países emergentes han sido los más perjudicados por este cambio de apetito por el riesgo (lo que ha puesto de manifiesto que tal vez fueron también los que más se beneficiaron del aumento de la base monetaria por parte de la Fed).
La relación directa entre la magnitud del déficit por cuenta del corriente del país y la depreciación de la moneda frente al dólar es una evidencia que permite vincular el cambio de sesgo de la Reserva Federal con la retirada de inversión de cartera de los países emergentes. Y como consecuencia se han empezado a buscar paralelismos con la crisis de 1997-1998. Es cierto que existen, pero también se pueden detectar características diferenciales positivas, como la mejor posición de las finanzas públicas (el déficit público de los países emergentes es, en media, del 2% del PIB y el stock de deuda del 35%), el importante nivel de reservas en moneda extranjera de los bancos centrales (entre el 5% y el 15% del PIB), las menores tasas de inflación y, sobre todo, que los déficits por cuenta corriente, de menor magnitud y relativamente recientes, se han financiado en mayor proporción mediante inversión extranjera directa (más estable) y no tanto a través de inversión de cartera (como fue hace 15 años, o en la periferia europea entre 2003 y 2007).
Pero queremos resaltar la vulnerabilidad diferencial, esto es, la financiación en moneda extranjera captada en los últimos años por compañías de países emergentes. No son ahora los Gobiernos los que sufren el pecado original (su deuda está mayoritariamente emitida en divisa local), sino las grandes empresas, que han captado fondos a través de bonos en dólares sin que su principal fuente de ingresos, ni mucho menos, esté denominada en esta misma moneda. Surge así un factor de riesgo en las economías emergentes (cuando se está corrigiendo en la periferia UME) y, en concreto, en sus compañías del que conviene advertir: el impacto de una intensa depreciación de monedas como el real brasileño, la rupia de la India o de Indonesia sobre la capacidad de pago de la deuda en dólares. El menor grado de apalancamiento de las compañías de los países emergentes (más del 80% son grado de inversión) minora el riesgo, pero no lo elimina. J
David Cano y Cristina Colomo son profesores de Afi, Escuela de Finanzas Aplicadas.
Todos los periodos de expansión y recesión económica, al igual que los de alzas y caídas de los precios de los activos financieros, tienen elementos comunes con los anteriores que permiten realizar ejercicios de previsión. Pero también cuentan con componentes singulares que dificultan esta labor de anticipación.
La Gran Recesión fue el ejemplo más claro de complejidad, especialmente en sus efectos de segunda ronda. De hecho, es posible que estemos a las puertas de uno de ellos. Desde que a mediados de mayo el presidente de la Reserva Federal anticipó el posible inicio de una reducción gradual de la compra de bonos (tapering), los inversores se han replanteado el destino de sus capitales. Y los activos financieros de los países emergentes han sido los más perjudicados por este cambio de apetito por el riesgo (lo que ha puesto de manifiesto que tal vez fueron también los que más se beneficiaron del aumento de la base monetaria por parte de la Fed).
La relación directa entre la magnitud del déficit por cuenta del corriente del país y la depreciación de la moneda frente al dólar es una evidencia que permite vincular el cambio de sesgo de la Reserva Federal con la retirada de inversión de cartera de los países emergentes. Y como consecuencia se han empezado a buscar paralelismos con la crisis de 1997-1998. Es cierto que existen, pero también se pueden detectar características diferenciales positivas, como la mejor posición de las finanzas públicas (el déficit público de los países emergentes es, en media, del 2% del PIB y el stock de deuda del 35%), el importante nivel de reservas en moneda extranjera de los bancos centrales (entre el 5% y el 15% del PIB), las menores tasas de inflación y, sobre todo, que los déficits por cuenta corriente, de menor magnitud y relativamente recientes, se han financiado en mayor proporción mediante inversión extranjera directa (más estable) y no tanto a través de inversión de cartera (como fue hace 15 años, o en la periferia europea entre 2003 y 2007).
Pero queremos resaltar la vulnerabilidad diferencial, esto es, la financiación en moneda extranjera captada en los últimos años por compañías de países emergentes. No son ahora los Gobiernos los que sufren el pecado original (su deuda está mayoritariamente emitida en divisa local), sino las grandes empresas, que han captado fondos a través de bonos en dólares sin que su principal fuente de ingresos, ni mucho menos, esté denominada en esta misma moneda. Surge así un factor de riesgo en las economías emergentes (cuando se está corrigiendo en la periferia UME) y, en concreto, en sus compañías del que conviene advertir: el impacto de una intensa depreciación de monedas como el real brasileño, la rupia de la India o de Indonesia sobre la capacidad de pago de la deuda en dólares. El menor grado de apalancamiento de las compañías de los países emergentes (más del 80% son grado de inversión) minora el riesgo, pero no lo elimina. J
David Cano y Cristina Colomo son profesores de Afi, Escuela de Finanzas Aplicadas.