DOS PERONISMOS Y UNA ENCRUCIJADA RECURRENTE

Viernes 13 de Septiembre de 2013
Similitudes y diferencias entre modelos económicos separados por seis décadas Un ciclo se repite: crecimiento, políticas redistribucionistas y expansión del gasto que se atascan en un cuello de botella. El agotamiento llega de la mano de la tensión del tipo de cambio y una inflación que erosiona las conquistas de la bonanza. Grandes trazos del primer peronismo reaparecen en la era kirchnerista. Viernes analiza junto con analistas similitudes y diferencias de ambos períodos, para pensar el futuro.
Por: Marcelo Falak
«Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dij éramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa».
Con estas palabras comienza Karl Marx «El dieciocho brumario de Luis Bonaparte». Con mucho menos pretensión, y también mucho menos dramatismo, diremos aquí simplemente que la Argentina ha tropezado en su historia económica moderna una y otra vez con las mismas piedras: ciclos de expansión y de retraimiento, procesos bruscos de distribución democrática del ingreso nacional y reflujos, acaso aún más brutales, de concentración de éste. Reflejo todo ello de un problema que, más que económico, parece en el fondo esencialmente político: una situación de empate de largo plazo en el proceso de puja distributiva entre los actores de la vida económica.
Sin pretender abusar de los paralelos históricos, la Argentina recrea hoy una vez más esos vaivenes y se empantana en una encrucijada que recuerda, en buena medida, la de finales de los años 40. Niveles de inflación similares, la consiguiente erosión del tipo de cambio, tensiones en el balance comercial, restricción aguda de divisas… Indicios de agotamiento, entonces y ahora, de sendos modelos distribucionistas, basados en una expansión del gasto público que termina en un cuello de botella repetido. La atávica «restricción externa». ¿De qué otra cosa hablamos hoy cuando aludimos al dólar «blue», «cueva» y otros eufemismos?
«Es posible hacer un paralelo entre los dos modelos y me parece que efectivamente el período más comparable al actual es el primer Gobierno de Juan Domingo Perón. En ambos casos hay aumentos salariales por encima del tipo de cambio, cosa que es posible por un tiempo por circunstancias internacionales favorables, pero que, al prolongarse, choca con la crisis de balanza de pagos» , dice a Viernes Lucas Llach , doctor en Economía de Harvard, profesor de Historia Económica y director de la Maestría de Políticas Públicas en la Universidad Torcuato Di Tella. «En ambos casos, también, va apareciendo una valla proteccionista para proteger a sectores cada vez menos competitivos», añade.
En «El ciclo de la ilusión y el desencanto. Un siglo de políticas económicas argentinas», el propio Llach y Pablo Gerchunoff siguen detalladamente la trayectoria del peronismo fundacional. Recuerdan que aquellos «años felices», o lo que ellos denominan «etapa clásica», fue relativamente breve, apenas el trienio 1946-1948, con ese último año como su punto más alto según todos los indicadores.
Ese período se caracterizó por condiciones extraordinarias que ya no se repetirían. La segunda posguerra encontró a la Argentina en condiciones de alimentar a un mundo con una demanda largamente insatisfecha, lo que brindó al país los mejores términos de intercambio del siglo. Esto permitió al Estado apropiarse, a través de la nacionalización del comercio exterior de granos, de parte de la renta agraria, lo que, sumado a otras cajas, brindó dinero abundante para incrementar un gasto público que se hizo rápidamente visible en mejores condiciones de vida e ingresos para los trabajadores, incremento del mercado de consumo interno, créditos para la producción de bienes industriales que sustituían los importados, obras de infraestructura, etcétera.
Pero, se sabe, lo bueno no dura eternamente, y pronto, con la Argentina marginada de los beneficios de un Plan Marshall que Estados Unidos reservó sólo para aliados sin veleidades autárquicas, aquellos términos de intercambio se deterioraron rápidamente, devolviendo al país a sus viejos dilemas.
Lo demás es historia conocida. Una sequía sin precedentes derrumbó la producción granaria a partir de la campaña 1949-1950 y el pan negro en las mesas fue el mejor símbolo de la escasez de divisas, de un control de cambios más férreo y de restricciones a las importaciones que complicaron a una industria muy dependiente de insumos extranjeros. Toda esa batería de medidas permitió evitar una maxidevaluación: en efecto, en 1949, el año que fue un antes y un después en la historia económica del peronismo, la inflación fue del 31% y la devaluación del peso, del 33%, según recuerdan Gerchunoff y Llach.
Los paralelos con la actualidad van surgiendo claramente, pero nunca conviene exagerar. Los especialistas consultados por este suplemento vienen en nuestro auxilio para evitar tales excesos.
«Hay que tener en cuenta las diferencias de contexto. En particular, aquella vez la política que podríamos llamar ‘distribucionista’ o ‘populista’, según el ojo de cada uno, duró bastante menos y se encontró con crisis de balanza de pagos y devaluación más temprano porque las circunstancias a favor no duraron tanto tiempo. Además, creo que hay una diferencia política que es la mayor autoridad o proactividad de Perón, que explica por qué a principios de los cincuenta ya se encaró una política contra la inflación» , aclara Llach.
María Esperanza Casullo es doctora en Teoría Política de Georgetown, profesora de la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN) y profesora visitante de Política Latinoamericana en la Brown University. Consultada al respecto, señala que «ciertamente es posible ver algunos paralelos, pero también algunas diferencias cruciales. Primero, con respecto a la inflación, recordemos que prácticamente todos los gobiernos desde 1930 hasta la fecha lucharon contra el ‘problema inflacionario’ argentino. El principal pico desde 1983 se dio con un Gobierno no peronista y no redistribucionista, el de Raúl Alfonsín . Por lo tanto, habría que discutir hasta qué punto la relación entre redistribución e inflación es tan directa como se piensa. Lo mismo pasa con la restricción externa, que es una condicionante coetánea al modelo de desarrollo argentino, la que intentaron resolver, cada uno a su manera, desde el Gobierno militar de la década del treinta hasta el frondizismo» .
Ezequiel Meler , historiador, resalta un punto interesante. «Si bien es cierto que existen paralelos posibles entre la situación actual y aquélla, es importante resaltar algunas diferencias. En aquel momento, la Argentina atravesaba un ciclo de expansión bajo un patrón productivo que, para abreviar, podemos seguir calificando como de industrialización sustitutiva. Ésta tenía su sentido en el contexto de un capitalismo industrial que incluía nuevos consumidores, en el marco de políticas de bienestar, etcétera», dice. «Hoy, aunque los discursos tomen notas similares, las estructuras sociales han cambiado notablemente, y ello en la medida en que la pauta internacional de desarrollo es diferente: el capitalismo necesita menos productores y consumidores, lo que resulta en fenómenos relativamente nuevos como la exclusión y la presencia de importantes bolsones de informalidad» , completa.
Hechas las necesarias salvedades históricas, volvamos a los paralelos, que los hay en cantidad. Tasas de inflación altas pero manejables (de entre el 20% y el 30%, digamos para no trabarnos en polémicas), un ciclo inicial de abundancia de divisas provenientes de las exportaciones (entonces por el contexto de posguerra, en lo que va del siglo XXI por la supersoja), gasto público fuertemente expansivo, uso de las reservas del Banco Central para financiar un Tesoro que fue perdiendo el equilibrio, etcétera. Y señales de agotamiento progresivo, como menores márgenes para incrementos salariales reales y necesidad de estimular la inversión privada; la erosión del tipo de cambio por vía inflacionaria; la escasez de divisas (en el 49 por la sequía y un manejo demasiado duro del IAPI, hoy por el pago de deuda con reservas, la pérdida del autoabastecimiento energético, la fuga de capitales… ¿y una incipiente declinación de los precios de las materias primas, alza del dólar mediante?); control de cambios; y administración agresiva del comercio exterior.
Entre el final de su primer mandato y los meses posteriores a su reelección en octubre de 2011, lograda con una avalancha de votos en momentos en que la economía crecía con fuerza, Cristina dio varias y fuertes señales de que se preparaba para hacerle un lifting impostergable y profundo a un «modelo kirchnerista» del que propios y ajenos suelen hablar, abusivamente, en singular como si entre fines de 2006 y principios de 2007 nada hubiese pasado en términos de inflación, distorsión de estadísticas, erosión cambiaria y crisis de los «superávits gemelos».
Néstor Kirchner murió el 27 de octubre de 2010, y muchos han querido explicar el distanciamiento entre la presidenta y Hugo Moyano sobre la base de una supuesta discusión telefónica que los dos hombres habrían tenido la noche anterior a propósito del reciente asesinato de Mariano Ferreyra a manos de una patota de ferroviarios. Una explicación demasiado chismográfica para un hecho tan trascendente.
A decir verdad, otras señales, más vinculadas a la política y el poder se acumularon en un plazo muy corto. El 1 de marzo de 2011, Cristina dijo que «yo quiero seguir siendo compañera de los sindicatos y no cómplice» . Se refería a los paros repetidos y salvajes en el transporte, que afectaban a millones de usuarios, pero rechazar la «complicidad» sonó muy fuerte en momentos en que algunos dirigentes gremiales comenzaban a ir a la cárcel por motivos varios y el fantasma rodeaba al propio camionero.
Pocos días después, la mandataria dio un discurso en la ciudad santafesina de Sunchales, donde pidió el «esfuerzo de sindicalistas y dirigentes para incorporar a los que todavía no se incorporaron» al sistema económico. «Hay que sentarse a discutir seriamente para entender que las dos cosas van de la mano: rentabilidad y productividad», dijo entonces. Se sabe que cuando los gobiernos empiezan a hablar de «productividad», lo que quieren decir es que llegó la hora de congelar la puja distributiva. ¿Comenzó entonces el viraje del Gobierno en busca de apoyarse en un sindicalismo menos demandante desde ese punto de vista que el ligado al moyanismo?
Según Meler, «es cierto que Cristina no ha sido capaz de congelar la puja distributiva para controlar la inflación. Posiblemente el papel de los sindicatos haya actuado en ese sentido. La realidad es que, a diferencia de lo que acontecía cinco décadas atrás, hoy el sindicalismo, aunque golpeado por los efectos de las reformas estructurales de la década del 90, ha ganado márgenes de autonomía política que no parece dispuesto a negociar por participación política».
Casullo, sin embargo, relativiza esa cuestión. «Yo veo que, al contrario, desde el punto de vista del control de la puja distributiva, el Gobierno de Cristina ha sido y sigue siendo más exitoso que el de Perón, ya que el sindicalismo actual, antes y después de Moyano, tiene menos capacidad de imponer agenda que el que tenía el de los tiempos de Perón. Aún en los mejores momentos de la alianza Kirchner-Moyano, el sindicalismo no era la pata central de la coalición de apoyo kirchnerista, que incluía a gobernadores, líderes territoriales, movimientos sociales y aun a cierta clase media. Por supuesto, el kirchnerismo pierde mucho al pelearse con Moyano, pero lo que pierde es más en términos político-electorales que de descontrol de la puja distributiva», afirma.
Como fuere, lo cierto es que después de aquellos gestos irritativos para la CGT, el armado de las listas para los comicios de octubre, con una llamativa ausencia en ellas de sindicalistas, fue otro hito en aquella ruptura.
Pero los guiños fueron más allá de lo sindical. Poco después de ganar las elecciones, el Gobierno comenzó a hablar de los subsidios domiciliarios para la luz y el gas.
El 1 de marzo de 2012, en su discurso de apertura de sesiones del Congreso, la mandataria señaló que «tenemos que hacer también una reorientación de ciertos subsidios que hoy tenemos en la economía. No porque los subsidios no sirvan, al contrario, vengo hoy a decir que la política de subsidios mantenida desde el año 2003 a la fecha fue uno de los factores que permitió el crecimiento y el desarrollo no sólo de los argentinos sino de numerosas industrias. (Pero) al tomar decisiones hay que hacerlo como lo dije en el discurso de la Unión Industrial Argentina, con sintonía fina, de modo tal que los subsidios lleguen a las actividades que lo necesitan y a las personas que lo necesitan y no a los que pueden hacer frente». «Sintonía fina» para muchos, los moyanistas en primer lugar, significaba ajuste.
Pero si es cierto que hubo indicios de un giro, más todavía lo es que aquél no se produjo. Al contrario, lo que siguió fue acelerador a fondo en materia de gasto, uso de reservas del Banco Central e inflación. Lo que ocurrió con el tema de los subsidios fue muy elocuente. Primero se decidió eliminarlos para los barrios más pudientes de la Ciudad de Buenos Aires, en una estrategia que supuestamente se ampliaría; luego se planteó el esquema de renuncia voluntaria, que fracasó rotundamente. Entre una cosa y otra, acaso encontremos una clave de por qué mucho de lo que se esbozó nunca terminó de plasmarse: falta de voluntad de pagar costos políticos.
«La verdadera potencia de un obstáculo sólo se comprueba si se intenta superarlo. No creo que el Gobierno actual tenga ni haya tenido una estrategia para enfrentar problemas que son obvios hace tiempo. Quiero decir: ¿qué políticas que se hayan intentado con éxito en el pasado argentino o en otros países puso en marcha el Gobierno de Cristina para enfrentar la inflación, que ha sido claramente el talón de Aquiles del modelo? Que yo sepa, ninguna, salvo la noción de que las paritarias no tienen que salirse de control. Para un país con inflación arriba del 20% por ya siete años, es muy poco… o nada», afirma Llach.
Julio Darío Burdman , politólogo, director de la carrera de Ciencia Política de la Universidad de Belgrano y profesor de la UBA, dice a Viernes que «en el caso de CFK, creo que ella aún no tuvo su 1952», esto es el verdadero giro de políticas, la hora de la austeridad. «La ‘sintonía fina’, un ajuste moderado a los sectores medios, no fue un intento de reformular el modelo sino de buscar el sostenimiento de la matriz nestorista a partir de la consecución de algunas metas de la macro. Si la evaluamos de acuerdo a lo que parecieran haber sido sus fines, no fracasó, sigue.
Burdman suma un aporte especialmente interesante, que da cuenta de los límites de todo liderazgo, aun de uno como el actual, para algunos demasiado fuerte. «Una dificultad para revisar esas premisas puede haber estado condicionada por la muerte de Néstor Kirchner. Por caso, una clave del modelo, y de su eventual revisión, sería abandonar el paradigma del desendeudamiento. Y probablemente, una persona clave de esa revisión habría sido el propio expresidente. Sin él, a Cristina se le hace muy difícil revisar sus políticas. El Perón de 1952, tal vez, se sentía más autorizado a cambiar políticas» .
La película del kirchnerismo, tal como lo conocemos, terminará en algo más de dos años, imperativo constitucional mediante. La de la Argentina, afortunadamente, debe continuar. ¿Cómo será el futuro?
En el espíritu de los tempranos años 50 el sentido común pasaba por el desarrollo industrial, una sustitución de importaciones cada vez más profunda, la superación de la mera industrialización liviana. Hoy, la palabra «desarrollo» parece ausente de la discusión política. Más bien, las opciones parecen pasar por un populismo que por el momento no se muestra en condiciones de reformularse y por un retorno a la era de la retracción del Estado, la «apertura boba», la pérdida de lo poco o mucho que se ha recuperado en términos de mercado interno y tejido industrial. ¿Es así?
Para Lucas Llach la ausencia de ese término en el debate «es una pena». «El desarrollismo globalizado no implica la no intervención del Estado. Obviamente el Estado es imprescindible para la revolución de infraestructura y de energía que necesita el país; por supuesto que es fundamental para garantizar que la prosperidad que permiten los términos de intercambio récord no se agote en la bonanza de una o dos décadas sino que sirva para convertir a los argentinos en la población mejor formada de América Latina, y que en un futuro no dependa tanto de la lotería de las commodities. Por supuesto que el Estado es decisivo para que el crecimiento económico se manifieste en mejor vivienda, mejor salud, mejor transporte, cosas deseables en sí mismas pero además cruciales para que el desarrollismo de economía abierta tenga consenso social. Creo que en estos doce años de boom de los commodities, el Estado no consiguió o consiguió apenas estos fines. Y no sólo eso, sino que en muchos casos sus políticas de comercio, de tarifas, de tipo de cambio, de regulaciones o de falta de ellas obstaculizaron ese tipo de desarrollo».
«El desarrollismo de economía abierta es uno con integración al mundo pero con tipo de cambio realista, ni bajo como en la ‘tablita’ o a fines de la convertibilidad, ni tan alto como al principio del kirchnerismo, porque en este último caso la consecuencia es la inflación. Creo que con un tipo de cambio realista y una economía más abierta que la actual la Argentina tendría una estructura productiva y exportadora diversificada y más moderna que la que tiene ahora», completa.
Explorando los indicios del presente, María Esperanza Casullo cree que el clivaje de la hora se da «entre un populismo ‘de izquierda’ y una opción, no digamos neoliberal, pero sí más cercana a los intereses y prioridades de las élites económicas y culturales del país. No sé si esto es bueno o malo, pero es lo que hay».
«Creo que en el caso argentino la clave, más que pensar en grandes proyectos a treinta o cuarenta años, es pensar en evitar una crisis sistémica de acá a cinco, seis. La Argentina se caracteriza por un patrón de crisis muy profundas y muy graves cada diez años, que sirven como momentos de toma de ganancias empresariales, como disciplinadores de la clase política y de la acción sindical, como momentos de distribución de la riqueza de abajo hacia arriba, y como legitimadores de paquetes de reforma del Estado y recorte del gasto público. Si logramos llegar, digamos, a veinte años sin estas crisis, ahí empecemos a pensar en el desarrollo», define.
Para Burdman, «la discusión de modelos no esta aún claramente explicitada en el campo de las ideas. Hay poca discusión dentro del kirchnerismo acerca del futuro y casi nada en la oposición. Pero lo interesante es que, a pesar de la pobreza del debate, políticamente se están perfilando diferentes escenarios postkirchneristas: están los puramente continuistas, los que plantean un cambio y la vía intermedia. La política parece ofrecer más respuestas que el plano de las ideas».
En todo caso, si de pensar el desarrollo se trata, este politólogo apunta a «una diferencia clave entre viejo y nuevo desarrollismo: el rol atribuido al campo. El viejo lo desdeñaba y no visualizaba futuro a los países productores de productos primarios. Esto cambió, ya nadie piensa de aquella manera: la actualización necesaria del pensamiento desarrollista debe tomarlo en consideración. Una estrategia agroindustrial de largo plazo podría ser un componente interesante» .
Si hablamos de convertir el crecimiento en desarrollo, la Argentina debe volver a hablar de petróleo. Debe resolver los respetables cuestionamientos ambientales a las técnicas de fracking necesarias para explotar ese tesoro enterrado que es Vaca Muerta y así contar con energía propia y abundante, lo que, de paso pero de ningún modo algo menor, permitirá además superar el cuello de botella del balance comercial, la escasez de divisas y el cepo cambiario. Que el primer jugador extranjero que suma su capital y su know-how sea Chevron, heredera de la Standard Oil de California con la que Perón cometió su gran herejía política de 1955, parece una broma de la historia.
No es que ésta se repita al modo señalado por Marx. Lo que ocurre es que nuestro país pareciera nunca terminar de superar sus dilemas.

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