En su columna de opinión del lunes último en La Nación, Carlos Pagni dibujó un concepto similar al que organizara nuestro último post, claro –nunca está de más advertirlo– que con una valoración distinta de la aquí sostenida al respecto.
Dijo, el analista calvo, lo siguiente: “Sería incorrecto, sin embargo, atribuir la evolución del actual proceso electoral a los aciertos o los errores de las campañas. Massa es el beneficiario de una situación objetiva difícil de corregir. Con mayor o menor lucidez, está parado sobre dos males que el Gobierno no puede solucionar en el corto plazo: la inseguridad y la inflación. Consciente de esa ventaja, se presenta como un político interesado en resolver problemas tangibles. (…)” (Destacado nuestro).
Decíamos nosotros: “Se trata de relativizar el impacto de la derrota oficialista a través de la promesa de ‘conservar lo bueno’. (…) juzgamos inocuo el compromiso, sea discursivo o de otro tipo, que puedan decir ofrecer los adversarios del kirchnerismo, pues son en todos los casos depositarios de un clima de época en cuya construcción no han participado. Refutatorio de la experiencia kirchnerista, vale decir. Esa correlación de fuerzas determina la incapacidad de explorar fronteras afuera del conflicto que de modo dominante organiza la disputa política argentina actual: kirchnerismo, sí o no. (…)” (Misma aclaración que párrafo anterior).
Interesa, aquí, fundamentalmente, que ambos destacamos como determinante que Sergio Massa ha estado ausente en el proceso de construcción del disyuntiva central de la hora.
A confesión de partes, relevo de pruebas: Omar Bojos, referente massista, sostiene que “Argentina había experimentado cambios en lo económico en los últimos 20 años que debían, en algún momento, empezar a reflejarse en la estructura política”.
Massa, pues, apenas se ha insertado en un esquema edificado previamente, y al que sólo le faltaba la coronación de una candidatura taquillera. En ese marco, pues, sus posibilidades de gobernar, lo cual supone –como ya dijéramos acá– la construcción de las variables que van a organizar los movimientos (propios y ajenos), se reducen; y se deriva en la mera administración de un programa de arquitectura ajena, es decir, se opera sobre lo dado. A menos, vale reiterarnos arribados a esta instancia, que decidiera, Massa en este caso –bien podría ser cualquier otro–, luego, quebrar esos topes para ganar márgenes de maniobra. Y el debate entonces pasará a ser el de sus apoyaturas a tales fines.
Por ahora al menos, la definición de su espacio pasa por constituir la refutación del ciclo histórico en curso. Habida cuenta que esto último no supera todavía el rango de hipótesis, más útil resulta inquirir en lo que podría deparar, proyectivamente hablando, un poskirchnerismo.
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El amigo Ricardo, responsable del ineludible blog Los Huevos y Las Ideas, entiende que no será posible una antítesis del trazo grueso de la década kirchnerista: “(…) la política económica K no llevará a la economía argentina a implosionar. Justamente eso permitirá que muchas de sus bondades (y algunas de sus taras, por supuesto) sobrevivan más allá de 2015 (…)”. Pero en el mismo post sostiene que, en cambio, puede esperarse “un periodo para descomprimir tensiones generadas por el kirchnerismo”. Por nuestra parte, notamos entre ambas afirmaciones, una contradicción.
Veamos: ¿qué se entiende por “tensiones»? Buscaremos, a tal efecto, el apoyo, siempre recomendable, de Mariano Grimoldi. El editor de Yendo a Menos opina que por fin de ciclo debe entenderse el “final del proceso de irrupción de nuevos actores con ánimo de disputa en el seno de las facciones dominantes del capital, al reordenamiento de los flujos que el kirchnerismo revolvió para histeria de quienes acusan al proceso político abierto en 2003 de haber sido puro relato”.
Y detalla, más adelante: “Puesta en caja del gasto público, reordenamiento de los subsidios cruzados para volverlos al plano de invisibilidad que les otorga el orden jurídico (…) corrección de desfasajes en ciertos precios como las tarifas de servicios públicos, moderación de las expectativas en materia de ingresos, y mayor previsibilidad en materia monetaria con tasas de interés que equilibren los agregados, de manera tal que se pueda operar una devaluación del tipo de cambio (sin ingresar en una espiralización inflacionaria) que signifique la transferencia de ingresos a lo Hood Robin que reponga una situación anterior a la dada por la ‘inexistente’ modificación de la estructura de apropiación de la renta social que supuso esta década.”
Y si no coincidimos con Ricardo se debe a que consideramos la posibilidad del ‘ismo’ de este período a partir de que se ha tratado de la representación política de intereses de un determinado sector social. Que ahora va en camino a ser el pato de la boda. Porque resulta contradictorio con las necesidades de quienes han aportado al Frente Renovador, no sólo a consideración del firmante, la oportunidad de ingresar a la escena nacional a partir del gerenciamiento de sus demandas –las que, justamente, motorizan a explorar nuevos rumbos–. Lo que quedará claro a la hora de cumplir los favores y compromisos de campaña.
La noción de representatividad política/institucional se comprende con mayor nitidez cuando se la examina, dicho en forma por demás precaria, de abajo para arriba. Por mucho que se quiera corregir sólo lo malo, prometiendo que lo bueno quedará a salvo, todo tiene su costo.
Gobernar se trata, entonces, de determinar quién lo paga. Ahí queda todo más claro.
El cierre de la nota es absolutamente lapidario.