Por sobre la nube de fans con celular que lo rodean, Sergio Massa levanta la mano y pone los dedos en ve. No es la ve peronista clásica, es una ve ladeada de fumador. Massa quiere puchos. Y con ese gesto, una de sus asistentes de campaña ya entiende que tiene que alcanzarle un encendedor y los cigarritos negros Café Crème.
Massa es un hombre que fluye en la marea del post-acto. Habla perfectamente su lenguaje toquetón. Besos, carcajadas, abrazos y auto-fotos para el face. “¡Chicas!”, grita Massa y se tira de bomba sobre una banda de sesentonas. Le amaga una piña al intendente Gabriel Katopodis, anfitrión de este acto en San Martín, y en el aire cambia el golpe por un abrazo. Ve de refilón al intendente de Hurlingham, Luis Acuña, y pregunta; “che, ¿alguien vio al viejo puto de Acuña?”. Carcajadas generales.
Massa se divierte. “Sí, disfruto de la política”, le dice a Anfibia con una sonrisa permanente. Su jefe de prensa, Claudio Ambrosini, quien lo ayuda en el destilado fino del discurso, trabajó para el ex gobernador bonaerense Carlos Ruckauf, la sonrisa más perenne del menemismo. También el histórico Ernesto Savaglio coucheó a Massa para la perfomance de campaña, hasta que Daniel Scioli le exigió exclusividad cuando se cayó el acuerdo electoral por el cual casi, casi, termina mezclado con Scioli y Francisco de Narváez.
“¡Ernesto!”, llama de nuevo desde el centro del amontonamiento. Esta vez reclama a uno de los miembros de su equipo de prensa, que se encarga de grabar y filmar cada una de sus declaraciones. El tono imperativo de Massa hacia su círculo de colaboradores es una forma de ser lúdico y amable. O eso supone él, que parece funcionar con Duracell, para desgracia de sus asistentes y secretarios, que trabajan 24 horas al ritmo del jefe.
“Quiero que la nota del acto la editen larga y que esté la parte en que pido lo de la policía municipal, ¿viste? Llamalo a Rolo Graña y avisale que se lo mandamos. Yo después le pego un refuerzo”, indica un segundo antes de zambullirse en un abrazo amplio hacia dos hermanas que conoce de su adolescencia en San Martín. “Aunque el Papa dijo que hay que hacer lío, no lo dijo pensando en ustedes”, les advierte a las hermanas rubionas.
—Para mí la política pasa por el territorio. Es mentira que pasa por las cuestiones super-estructurales.
—Pero tampoco desatendés a los medios de comunicación.
—Porque el mejor puente de comunicación con la gente son los medios, porque vivimos en una sociedad de 40 millones de personas. Ahora, los medios sin contacto físico, no sirven. El contacto físico sin los medios, no sirve. Es la suma de las cosas.
***
Para el intendente de San Miguel y uno de sus principales aliados, Joaquín de la Torre, el carácter de Massa es una mezcla de los últimos dos caudillos peronistas más exitosos: Kirchner y Menem.
—¿Es así, Sergio?
—Yo trato de aprender de todos y en ese sentido no tengo pruritos. Te diría que soy una esponja.
El intendente de San Isidro, Gustavo Posse, un radical que se sumó al kirchnerismo en 2003 y ahora juega sus fichas para ser el gobernador de Massa en 2015, le percibe el mismo ADN del mítico Kirchner de 2003. El que fue más práctico que ideológico, antes de ser el Nestornauta.
—Aprendió mucho de él y tiene su impronta en eso de convocar y en el tiempo que le dedica al contacto con la gente. Lo hace de manera genuina. Después no se sube a un tráiler y se baña. El tipo disfruta, le gusta. No es producto de ningún tutelaje. Se hizo a sí mismo y nace del Gran Buenos Aires— cuenta Posse.
Desde la dirección de la Anses, Massa vio a Kirchner tratar con intendentes, gobernadores, funcionarios, periodistas y empresarios. Esas lecciones informales duraron hasta 2007, cuando decidió ir por la intendencia de Tigre, en una decisión contra-intuitiva, si se comparaban los 6 mil millones de pesos del presupuesto de la Anses con los 300 millones de Tigre. “Sabés que pasa, que la de allá la manejo yo”, le explicó a un periodista entonces.
El salto de Massa a la escena nacional también es una consecuencia no deseada por una estrategia de Kirchner: puentear a los gobernadores y negociar recursos nacionales directamente con los jefes comunales. Los intendentes al fin dejaron de depender del estrecho presupuesto que les daba el cobro del impuesto por el alumbrado, el barrido y la limpieza. Depender del ABL quedó en la historia como un momento de vacas flacas. Ahora, con los recursos generosos de la nación hacer política en el Gran Buenos Aires era otra cosa. Massa lo entendió.
***
Llegó a Punta Mogotes el sábado y todavía era de la UCeDE. Volvió a San Martín el domingo, tras un paso breve pero intenso por la casa veraniega de Luis Barrionuevo, y su nueva condición era la que había ido a buscar: peronista.
La magia seductora del PJ se aplicó esa vez, como otras, sobre la identidad de clase media ascendida de un muchacho del conurbano, 21 años, católico, casi abogado y con ideario someramente liberal. Manejó desde su casa, en San Martín, el Ford Escort negro de su papá Alfonso, un inmigrante italiano que progresó hasta convertirse en pequeño empresario de la construcción.
El proceso intergeneracional del ascenso social, en realidad, había empezado en el padre de Alfonso, un albañil que le puso esfuerzo personal al marco establecido por el primer peronismo y, así, logró mejorar las condiciones de vida propias y las de su descendencia. Como resultado de esa cultura del trabajo, ahora su nieto manejaba un Ford brillante, que era toda una muestra de status digno para la familia. Recorría la ruta de las clases medias con aspiraciones y estaba ansioso como un chico que va a conocer el mar.
Había ido al colegio Agustiniano, donde hizo amigos de la nueva elite de San Martín, como Matías Brown, hijo del intendente Carlos “Tato” Brown. “La política entró al colegio y a mi casa, pero fue una cosa accidental”, contará Massa, minutos antes de subir a la camioneta Volkswagen Touareg gris repleta de camisas y sacos para cambiar el look entre actos, y continuar con la gira bonaerense.
En aquel viaje iniciático a Punta Mogotes lo acompañaba su amigo y concejal de la Unión de Centro Democrático, Alejandro Keck. Por voluntariosos y audaces, con Keck y otros jóvenes habían conseguido llamar la atención de los votantes y del establishment local.
A tal punto se habían vuelto visibles, que aquel sábado de febrero de 1994 en Mar del Plata tuvieron cita con otro vecino paradigmático de San Martín: el sindicalista gastronómico Luis Barrionuevo.
***
En la década del sesenta, los límites partidarios, ya fuera desde el liberalismo hacia el PJ y viceversa, jamás hubieran permitido un intercambio como el que se produciría con ese viaje. Pero en los noventa, con los cambios en la política, la economía y la cultura global, sumada al fervor con el que Carlos Menem cabalgaba sobre ese nuevo mundo, las fronteras del PJ, y también de la UCR, eran más porosas. En el momento de ese viaje a Punta Mogotes para el encuentro con Barrionuevo, renacía un antiguo ideal moderno en el que el individuo se plantaba contra un orden que había limitado su creatividad. Porque en los noventa, instituciones como las empresas estatales, los sindicatos, los viejos partidos políticos con sus listas sábana eran definidas como formas pesadas, productoras de una cultura parasitaria. Hasta la educación pública con su papel uniformizador era vista como obstáculo a la iniciativa individual.
Se revalorizaban, en cambio, las viejas prácticas de los hombres hechos a sí mismos, los tiempos de la sociedad con movilidad ascendente que vivió su papá, Alfonso Massa. Se desprestigiaban las formas de organización con capacidad de construir fuerza política y de hacer oír a los sectores sin poder económico, como sindicatos y partidos.
Cuando Barrionuevo se enfrentaba al joven Massa, eran tiempos en que el agrupamiento colectivo quedaba reservado para una filantropía moderna, que iba desde las damas de caridad, al Rotary y a Greenpeace, y cuyos objetivos eran transformar a las personas en sujetos proactivos: “empoderarlos”. Las apuestas del viejo republicanismo liberal o los nacionalismos populares, por su parte, se habían ido convirtiendo en retóricas desgastadas; boxeadores cansados que intentaban dar trascendencia a una época en la que el individuo pragmático ocupaba el centro del ring.
Y cuanto más debilitado el sistema político, los emprendedores y los aventureros gozaban de mejores chances de coronarse partidariamente. Era el contexto ideal para Massa y su enorme determinación por jugar en las grandes ligas.
Cuando él y Keck llegaron a Mogotes, fueron derecho al caserón de Barrionuevo, al sur del paraíso vacacional que Perón imaginó para la clase trabajadora.
Llegaron a las 12, hora acordada. Los atendió la esposa de Barrionuevo, Graciela Camaño: “Ah, sí, sí, pasen. Luis está terminando un partido de padle con Herminio, pero ya viene”. A la media hora, toallas blancas al cuello y raquetas en mano, apareció junto a Herminio Iglesias, el que prendió fuego el cajón de la UCR en el 83 y fue estigmatizado por los nietos de inmigrantes analfabetos por su frase “conmigo o sinmigo”.
“Bienvenidos, compañeros”, los recibió el dueño de casa con ademán contenedor. Herminio se retiró un momento y ahí mismo, en el living del mítico gastronómico, donde una parte de la elite peronista había cerrado mil tratos y cerraría mil más, el intendente de Tigre y actual estrella de la política argentina protagonizó el suyo personal.
A partir de ese sábado de 1994, Massa, Keck y su grupito de militantes de San Martín abandonaron el partido de Álvaro Alsogaray, donde participaban desde la época del colegio Agustiniano. A cambio, se les otorgó una nueva identidad. Sus carreras y proyectos recibirían mayores impulsos y hasta se les designaría algún dinero mensual para afrontar los gastos de la actividad política de tiempo completo.
Para Barrionuevo, según recuerda uno de los ex ucedeístas transferidos, el acuerdo implicaba sumar a bajo costo dirigentes populares y en ascenso. Líderes potenciales que, hasta ese momento, habían sido adversarios menores pero muy movedizos y molestos para su hegemonía municipal.
El propio gastronómico se los había confesado en una reunión previa, en su mansión de San Martín, donde se amasó la transacción:
—Necesito de ustedes porque tengo todos los indios que quiero, pero me faltan algunos que se puedan poner saco y corbata.
***
Massa es el muchacho del conurbano que levantó cabeza. Representa el sueño del esfuerzo intergeneracional argentino sin mediaciones. No necesita demostrar o simular que viene de una familia culta. Ni siquiera que conoce en detalle la historia peronista. Es lo que es. Por eso, los rituales de sus actos políticos se parecen bastante a las “presencias” de los personajes mediáticos en algún boliche. También tienen un aire al backstage del programa de Marcelo Tinelli, donde el comentario detrás de cámara, la pelea de pasillo y el run run de camarín en el que todos hablan como si estuvieran en una mesa de café, se vuelven importantes rápidamente y, una vez detectados por el conductor, pasan a ocupar la centralidad del show.
Massa ya no tiene nada que ocultar. Claro que en los actos de campaña también llega el momento en el que adopta un tono de gravedad y toca algunas cuestiones muy serias. Pero se trata de las cuestiones serias que la gente quiere escuchar. Es el mismo proceso por el que el conductor Marcelo Tinelli pasa del clima de fiesta a una seriedad empática con cuestiones que afectan a zonas sensibles a eso que se llama opinión pública.
El tour electoral de Massa es una gira frenética aunque minimalista por toda la provincia de Buenos Aires. Nada de actos grandes ni muy populosos. La gastronomía se orienta más hacia el catering de jugos y pinchos que hacia el vino y el choripán. El momento histórico no estimula al movimiento de masas, y además, el núcleo de campaña decodificó que, después de las elecciones primarias ganadas por el Frente Renovador, “la gente no quiere que los candidatos la abrumen”.
Como muchos otros dirigentes, Massa es un muchacho de barrio exitoso que no se disfraza: habla en público como en privado, hace los mismos chistes y los mismos gestos, más allá de su actual prédica papal de continuar con lo bueno y cambiar lo malo.
A menos de un mes para las legislativas, canta con prudencia y a pedido de su público. Y si el público quiere escuchar los grandes éxitos, se tocan los grandes éxitos, sin cambios ni alteraciones pretenciosas. Su hit es el “combate contra la inseguridad” con la importación de unos drones holandeses –mini-helicópteros que filman con 25 minutos de autonomía de vuelo- y la instalación masiva de cámaras fijas en Tigre, donde el 60% del territorio pertenece a countries y barrios privados.
Pero sobre todo, el gesto de mayor alcance fue difundir los videos a través de acuerdos -ubicados a mitad de camino entre el show televisivo, la política y el negocio- con los dueños de los canales de TV. En especial, con Daniel Hadad (ex dueño de C5N) y con su amigo Daniel Vila (dueño del Grupo América, junto a José Luis Manzano y Francisco de Narváez).
Algunas filmaciones a veces no se muestran, como la del 24 de febrero pasado en el que hubo guerra al aire el libre entre las barras de Tigre, el club del que fue vicepresidente y en el que todavía influye. Sin embargo, Massa capitalizó el discurso de la vigilancia en las elecciones y consigue venderse como un peronista razonable.
Gracias a las camaritas, la brutal transformación inmobiliaria de Tigre y el distanciamiento justo a tiempo del gobierno, Massa pasó el test de confiabilidad ante el país empresario.
Falta demasiado para 2015, pero Massa sólo piensa en eso. Primero, deberá superar unas legislativas a las que el resultado de las primarias les aniquiló el entusiasmo.
La agenda de campaña lo trajo, esta vez, a los 41 años, a la Sociedad Alemana de Gimnasia de Villa Ballester, en San Martín, un club agreste en el que Massa jugaba al tenis de adolescente. El intendente Gabriel Katopodis acaba de anunciar que el municipio incorporó 15 patrulleros: 10 autos y cinco camionetas, estacionadas sobre el pasto, con las balizas puestas y agentes parados como si fueran promotoras del TC 2000.
Con ese paisaje de fondo y ante un auditorio sentado, abrió Katopodis y cerró Massa. Superada la formalidad de los discursos, arrancó un ritual culturalmente más poderoso que el acto mismo, parecido a los intermedios del Bailando por un Sueño. Chistes a los gritos, y toqueteos a granel.
***
El PJ nunca fue un partido demasiado prolijo ni de manual. Menos cuando Massa concretó su ingreso e inmediata afiliación. Por entonces empezaba su transformación hacia lo que terminó siendo, sobre todo a partir del 2001: una red de contactos y agrupamientos debilitados simbólicamente, con hincapié en la defensa de los intereses locales y con todos sus actores desconfiándose entre sí. Massa entraba sin los titubeos de muchos de sus nuevos compañeros, sobre todo de algunos veteranos que si bien celebraban el carisma del gran jefe riojano, se incomodaban ante las banderas arriadas en nombre de la modernidad.
El actual intendente de Tigre arribó al PJ con el vértigo y el entusiasmo de sentirse en la cresta de una ola político cultural. Tenía 21 años y estaba una vez más en la vanguardia de la época. A los 15, ya había hecho pie en un partido que, de ser minoritario, super-estructural y ligado a los golpes militares, se había transformado en un espacio dinámico que conmovía a diversas franjas juveniles. A tal punto que la Unión para la Apertura Universitaria (UPAU), brazo estudiantil de la UCeDE, logró ser competitiva en las elecciones de los centros de estudiantes de la UBA, incluso en facultades con tradiciones de izquierda como Filosofía y Letras.
—Sergio siempre se hacía notar: intervenía mucho y le gustaba polemizar. Tenía 15 años y ya sobresalía en su grupo de amigos y le daba dinamismo a la clase— cuenta Claudio Lacapmesure, un profesor de historia sesentón y tirando a peronista que tuvo de alumno a Massa en la primaria y la secundaria.
—Yo decía, para llevar un debate, que a lo largo de la historia se pueden identificar dos corrientes antagónicas. Yo me identificaba con la nacionalista y Sergio con la liberal.
Desde su etapa ucedeista, la mochila de Massa incluía un capital pequeño pero cualitativamente relevante: energía militante y entusiasmo real.
***
En la campaña de 1991, cuando la camioneta llegaba a las esquinas más transitadas de San Martín, Massa se paraba en el furgón sin techo y agarraba el megáfono: “Señora, señor, usted elige: ¡Barrionuevo o la UCeDE!”. Era una línea desfachatada que se le había ocurrido para llamar la atención y, a la vez, aprovechar el desprestigio que el gastronómico menemista ya acumulaba. Sobre todo, entre los sectores medios del municipio, el target favorito de la UCeDE.
Massa es un hombre que fluye en la marea del post-acto. Habla perfectamente su lenguaje toquetón. Besos, carcajadas, abrazos y auto-fotos para el face. “¡Chicas!”, grita Massa y se tira de bomba sobre una banda de sesentonas. Le amaga una piña al intendente Gabriel Katopodis, anfitrión de este acto en San Martín, y en el aire cambia el golpe por un abrazo. Ve de refilón al intendente de Hurlingham, Luis Acuña, y pregunta; “che, ¿alguien vio al viejo puto de Acuña?”. Carcajadas generales.
Massa se divierte. “Sí, disfruto de la política”, le dice a Anfibia con una sonrisa permanente. Su jefe de prensa, Claudio Ambrosini, quien lo ayuda en el destilado fino del discurso, trabajó para el ex gobernador bonaerense Carlos Ruckauf, la sonrisa más perenne del menemismo. También el histórico Ernesto Savaglio coucheó a Massa para la perfomance de campaña, hasta que Daniel Scioli le exigió exclusividad cuando se cayó el acuerdo electoral por el cual casi, casi, termina mezclado con Scioli y Francisco de Narváez.
“¡Ernesto!”, llama de nuevo desde el centro del amontonamiento. Esta vez reclama a uno de los miembros de su equipo de prensa, que se encarga de grabar y filmar cada una de sus declaraciones. El tono imperativo de Massa hacia su círculo de colaboradores es una forma de ser lúdico y amable. O eso supone él, que parece funcionar con Duracell, para desgracia de sus asistentes y secretarios, que trabajan 24 horas al ritmo del jefe.
“Quiero que la nota del acto la editen larga y que esté la parte en que pido lo de la policía municipal, ¿viste? Llamalo a Rolo Graña y avisale que se lo mandamos. Yo después le pego un refuerzo”, indica un segundo antes de zambullirse en un abrazo amplio hacia dos hermanas que conoce de su adolescencia en San Martín. “Aunque el Papa dijo que hay que hacer lío, no lo dijo pensando en ustedes”, les advierte a las hermanas rubionas.
—Para mí la política pasa por el territorio. Es mentira que pasa por las cuestiones super-estructurales.
—Pero tampoco desatendés a los medios de comunicación.
—Porque el mejor puente de comunicación con la gente son los medios, porque vivimos en una sociedad de 40 millones de personas. Ahora, los medios sin contacto físico, no sirven. El contacto físico sin los medios, no sirve. Es la suma de las cosas.
***
Para el intendente de San Miguel y uno de sus principales aliados, Joaquín de la Torre, el carácter de Massa es una mezcla de los últimos dos caudillos peronistas más exitosos: Kirchner y Menem.
—¿Es así, Sergio?
—Yo trato de aprender de todos y en ese sentido no tengo pruritos. Te diría que soy una esponja.
El intendente de San Isidro, Gustavo Posse, un radical que se sumó al kirchnerismo en 2003 y ahora juega sus fichas para ser el gobernador de Massa en 2015, le percibe el mismo ADN del mítico Kirchner de 2003. El que fue más práctico que ideológico, antes de ser el Nestornauta.
—Aprendió mucho de él y tiene su impronta en eso de convocar y en el tiempo que le dedica al contacto con la gente. Lo hace de manera genuina. Después no se sube a un tráiler y se baña. El tipo disfruta, le gusta. No es producto de ningún tutelaje. Se hizo a sí mismo y nace del Gran Buenos Aires— cuenta Posse.
Desde la dirección de la Anses, Massa vio a Kirchner tratar con intendentes, gobernadores, funcionarios, periodistas y empresarios. Esas lecciones informales duraron hasta 2007, cuando decidió ir por la intendencia de Tigre, en una decisión contra-intuitiva, si se comparaban los 6 mil millones de pesos del presupuesto de la Anses con los 300 millones de Tigre. “Sabés que pasa, que la de allá la manejo yo”, le explicó a un periodista entonces.
El salto de Massa a la escena nacional también es una consecuencia no deseada por una estrategia de Kirchner: puentear a los gobernadores y negociar recursos nacionales directamente con los jefes comunales. Los intendentes al fin dejaron de depender del estrecho presupuesto que les daba el cobro del impuesto por el alumbrado, el barrido y la limpieza. Depender del ABL quedó en la historia como un momento de vacas flacas. Ahora, con los recursos generosos de la nación hacer política en el Gran Buenos Aires era otra cosa. Massa lo entendió.
***
Llegó a Punta Mogotes el sábado y todavía era de la UCeDE. Volvió a San Martín el domingo, tras un paso breve pero intenso por la casa veraniega de Luis Barrionuevo, y su nueva condición era la que había ido a buscar: peronista.
La magia seductora del PJ se aplicó esa vez, como otras, sobre la identidad de clase media ascendida de un muchacho del conurbano, 21 años, católico, casi abogado y con ideario someramente liberal. Manejó desde su casa, en San Martín, el Ford Escort negro de su papá Alfonso, un inmigrante italiano que progresó hasta convertirse en pequeño empresario de la construcción.
El proceso intergeneracional del ascenso social, en realidad, había empezado en el padre de Alfonso, un albañil que le puso esfuerzo personal al marco establecido por el primer peronismo y, así, logró mejorar las condiciones de vida propias y las de su descendencia. Como resultado de esa cultura del trabajo, ahora su nieto manejaba un Ford brillante, que era toda una muestra de status digno para la familia. Recorría la ruta de las clases medias con aspiraciones y estaba ansioso como un chico que va a conocer el mar.
Había ido al colegio Agustiniano, donde hizo amigos de la nueva elite de San Martín, como Matías Brown, hijo del intendente Carlos “Tato” Brown. “La política entró al colegio y a mi casa, pero fue una cosa accidental”, contará Massa, minutos antes de subir a la camioneta Volkswagen Touareg gris repleta de camisas y sacos para cambiar el look entre actos, y continuar con la gira bonaerense.
En aquel viaje iniciático a Punta Mogotes lo acompañaba su amigo y concejal de la Unión de Centro Democrático, Alejandro Keck. Por voluntariosos y audaces, con Keck y otros jóvenes habían conseguido llamar la atención de los votantes y del establishment local.
A tal punto se habían vuelto visibles, que aquel sábado de febrero de 1994 en Mar del Plata tuvieron cita con otro vecino paradigmático de San Martín: el sindicalista gastronómico Luis Barrionuevo.
***
En la década del sesenta, los límites partidarios, ya fuera desde el liberalismo hacia el PJ y viceversa, jamás hubieran permitido un intercambio como el que se produciría con ese viaje. Pero en los noventa, con los cambios en la política, la economía y la cultura global, sumada al fervor con el que Carlos Menem cabalgaba sobre ese nuevo mundo, las fronteras del PJ, y también de la UCR, eran más porosas. En el momento de ese viaje a Punta Mogotes para el encuentro con Barrionuevo, renacía un antiguo ideal moderno en el que el individuo se plantaba contra un orden que había limitado su creatividad. Porque en los noventa, instituciones como las empresas estatales, los sindicatos, los viejos partidos políticos con sus listas sábana eran definidas como formas pesadas, productoras de una cultura parasitaria. Hasta la educación pública con su papel uniformizador era vista como obstáculo a la iniciativa individual.
Se revalorizaban, en cambio, las viejas prácticas de los hombres hechos a sí mismos, los tiempos de la sociedad con movilidad ascendente que vivió su papá, Alfonso Massa. Se desprestigiaban las formas de organización con capacidad de construir fuerza política y de hacer oír a los sectores sin poder económico, como sindicatos y partidos.
Cuando Barrionuevo se enfrentaba al joven Massa, eran tiempos en que el agrupamiento colectivo quedaba reservado para una filantropía moderna, que iba desde las damas de caridad, al Rotary y a Greenpeace, y cuyos objetivos eran transformar a las personas en sujetos proactivos: “empoderarlos”. Las apuestas del viejo republicanismo liberal o los nacionalismos populares, por su parte, se habían ido convirtiendo en retóricas desgastadas; boxeadores cansados que intentaban dar trascendencia a una época en la que el individuo pragmático ocupaba el centro del ring.
Y cuanto más debilitado el sistema político, los emprendedores y los aventureros gozaban de mejores chances de coronarse partidariamente. Era el contexto ideal para Massa y su enorme determinación por jugar en las grandes ligas.
Cuando él y Keck llegaron a Mogotes, fueron derecho al caserón de Barrionuevo, al sur del paraíso vacacional que Perón imaginó para la clase trabajadora.
Llegaron a las 12, hora acordada. Los atendió la esposa de Barrionuevo, Graciela Camaño: “Ah, sí, sí, pasen. Luis está terminando un partido de padle con Herminio, pero ya viene”. A la media hora, toallas blancas al cuello y raquetas en mano, apareció junto a Herminio Iglesias, el que prendió fuego el cajón de la UCR en el 83 y fue estigmatizado por los nietos de inmigrantes analfabetos por su frase “conmigo o sinmigo”.
“Bienvenidos, compañeros”, los recibió el dueño de casa con ademán contenedor. Herminio se retiró un momento y ahí mismo, en el living del mítico gastronómico, donde una parte de la elite peronista había cerrado mil tratos y cerraría mil más, el intendente de Tigre y actual estrella de la política argentina protagonizó el suyo personal.
A partir de ese sábado de 1994, Massa, Keck y su grupito de militantes de San Martín abandonaron el partido de Álvaro Alsogaray, donde participaban desde la época del colegio Agustiniano. A cambio, se les otorgó una nueva identidad. Sus carreras y proyectos recibirían mayores impulsos y hasta se les designaría algún dinero mensual para afrontar los gastos de la actividad política de tiempo completo.
Para Barrionuevo, según recuerda uno de los ex ucedeístas transferidos, el acuerdo implicaba sumar a bajo costo dirigentes populares y en ascenso. Líderes potenciales que, hasta ese momento, habían sido adversarios menores pero muy movedizos y molestos para su hegemonía municipal.
El propio gastronómico se los había confesado en una reunión previa, en su mansión de San Martín, donde se amasó la transacción:
—Necesito de ustedes porque tengo todos los indios que quiero, pero me faltan algunos que se puedan poner saco y corbata.
***
Massa es el muchacho del conurbano que levantó cabeza. Representa el sueño del esfuerzo intergeneracional argentino sin mediaciones. No necesita demostrar o simular que viene de una familia culta. Ni siquiera que conoce en detalle la historia peronista. Es lo que es. Por eso, los rituales de sus actos políticos se parecen bastante a las “presencias” de los personajes mediáticos en algún boliche. También tienen un aire al backstage del programa de Marcelo Tinelli, donde el comentario detrás de cámara, la pelea de pasillo y el run run de camarín en el que todos hablan como si estuvieran en una mesa de café, se vuelven importantes rápidamente y, una vez detectados por el conductor, pasan a ocupar la centralidad del show.
Massa ya no tiene nada que ocultar. Claro que en los actos de campaña también llega el momento en el que adopta un tono de gravedad y toca algunas cuestiones muy serias. Pero se trata de las cuestiones serias que la gente quiere escuchar. Es el mismo proceso por el que el conductor Marcelo Tinelli pasa del clima de fiesta a una seriedad empática con cuestiones que afectan a zonas sensibles a eso que se llama opinión pública.
El tour electoral de Massa es una gira frenética aunque minimalista por toda la provincia de Buenos Aires. Nada de actos grandes ni muy populosos. La gastronomía se orienta más hacia el catering de jugos y pinchos que hacia el vino y el choripán. El momento histórico no estimula al movimiento de masas, y además, el núcleo de campaña decodificó que, después de las elecciones primarias ganadas por el Frente Renovador, “la gente no quiere que los candidatos la abrumen”.
Como muchos otros dirigentes, Massa es un muchacho de barrio exitoso que no se disfraza: habla en público como en privado, hace los mismos chistes y los mismos gestos, más allá de su actual prédica papal de continuar con lo bueno y cambiar lo malo.
A menos de un mes para las legislativas, canta con prudencia y a pedido de su público. Y si el público quiere escuchar los grandes éxitos, se tocan los grandes éxitos, sin cambios ni alteraciones pretenciosas. Su hit es el “combate contra la inseguridad” con la importación de unos drones holandeses –mini-helicópteros que filman con 25 minutos de autonomía de vuelo- y la instalación masiva de cámaras fijas en Tigre, donde el 60% del territorio pertenece a countries y barrios privados.
Pero sobre todo, el gesto de mayor alcance fue difundir los videos a través de acuerdos -ubicados a mitad de camino entre el show televisivo, la política y el negocio- con los dueños de los canales de TV. En especial, con Daniel Hadad (ex dueño de C5N) y con su amigo Daniel Vila (dueño del Grupo América, junto a José Luis Manzano y Francisco de Narváez).
Algunas filmaciones a veces no se muestran, como la del 24 de febrero pasado en el que hubo guerra al aire el libre entre las barras de Tigre, el club del que fue vicepresidente y en el que todavía influye. Sin embargo, Massa capitalizó el discurso de la vigilancia en las elecciones y consigue venderse como un peronista razonable.
Gracias a las camaritas, la brutal transformación inmobiliaria de Tigre y el distanciamiento justo a tiempo del gobierno, Massa pasó el test de confiabilidad ante el país empresario.
Falta demasiado para 2015, pero Massa sólo piensa en eso. Primero, deberá superar unas legislativas a las que el resultado de las primarias les aniquiló el entusiasmo.
La agenda de campaña lo trajo, esta vez, a los 41 años, a la Sociedad Alemana de Gimnasia de Villa Ballester, en San Martín, un club agreste en el que Massa jugaba al tenis de adolescente. El intendente Gabriel Katopodis acaba de anunciar que el municipio incorporó 15 patrulleros: 10 autos y cinco camionetas, estacionadas sobre el pasto, con las balizas puestas y agentes parados como si fueran promotoras del TC 2000.
Con ese paisaje de fondo y ante un auditorio sentado, abrió Katopodis y cerró Massa. Superada la formalidad de los discursos, arrancó un ritual culturalmente más poderoso que el acto mismo, parecido a los intermedios del Bailando por un Sueño. Chistes a los gritos, y toqueteos a granel.
***
El PJ nunca fue un partido demasiado prolijo ni de manual. Menos cuando Massa concretó su ingreso e inmediata afiliación. Por entonces empezaba su transformación hacia lo que terminó siendo, sobre todo a partir del 2001: una red de contactos y agrupamientos debilitados simbólicamente, con hincapié en la defensa de los intereses locales y con todos sus actores desconfiándose entre sí. Massa entraba sin los titubeos de muchos de sus nuevos compañeros, sobre todo de algunos veteranos que si bien celebraban el carisma del gran jefe riojano, se incomodaban ante las banderas arriadas en nombre de la modernidad.
El actual intendente de Tigre arribó al PJ con el vértigo y el entusiasmo de sentirse en la cresta de una ola político cultural. Tenía 21 años y estaba una vez más en la vanguardia de la época. A los 15, ya había hecho pie en un partido que, de ser minoritario, super-estructural y ligado a los golpes militares, se había transformado en un espacio dinámico que conmovía a diversas franjas juveniles. A tal punto que la Unión para la Apertura Universitaria (UPAU), brazo estudiantil de la UCeDE, logró ser competitiva en las elecciones de los centros de estudiantes de la UBA, incluso en facultades con tradiciones de izquierda como Filosofía y Letras.
—Sergio siempre se hacía notar: intervenía mucho y le gustaba polemizar. Tenía 15 años y ya sobresalía en su grupo de amigos y le daba dinamismo a la clase— cuenta Claudio Lacapmesure, un profesor de historia sesentón y tirando a peronista que tuvo de alumno a Massa en la primaria y la secundaria.
—Yo decía, para llevar un debate, que a lo largo de la historia se pueden identificar dos corrientes antagónicas. Yo me identificaba con la nacionalista y Sergio con la liberal.
Desde su etapa ucedeista, la mochila de Massa incluía un capital pequeño pero cualitativamente relevante: energía militante y entusiasmo real.
***
En la campaña de 1991, cuando la camioneta llegaba a las esquinas más transitadas de San Martín, Massa se paraba en el furgón sin techo y agarraba el megáfono: “Señora, señor, usted elige: ¡Barrionuevo o la UCeDE!”. Era una línea desfachatada que se le había ocurrido para llamar la atención y, a la vez, aprovechar el desprestigio que el gastronómico menemista ya acumulaba. Sobre todo, entre los sectores medios del municipio, el target favorito de la UCeDE.