Molesto, Carlos de la Vega, máximo ejecutivo de la Cámara de Comercio, hizo ayer a la mañana dos llamadas prácticamente iguales. «No vamos, parece una conspiración», les explicó a Jaime Campos, presidente de la Asociación Empresaria Argentina (AEA), y a Héctor Méndez, líder de la Unión Industrial (UIA). Acababa de decidir que dejaría plantados a sus pares. Campos había hecho la convocatoria, que en rigor venían pidiendo varios: un almuerzo en el Palacio Duhau para unir, de una buena vez, a los sectores empresariales más relevantes y sentar una postura común de aquí a 2015.
«Vení, siempre es inevitable que alguien termine hablando…», lo atajó Méndez. No hubo caso. De la Vega no estaba de acuerdo con que se hubiera filtrado el encuentro y, peor aún, que algunos invitados hubieran adelantado en los diarios qué temas se iban a tratar. Aprovechó entonces la hora de almuerzo libre para ir hasta la casa del empresario Santiago Soldati, donde se convocaba a hombres de negocios para una recepción con el ecuatoriano Guillermo Lasso Mendoza
Era el ex presidente del Banco de Guayaquil y el candidato que perdió este año las elecciones frente a Rafael Correa. Casi al mismo tiempo, desde la Bolsa de Comercio se quejaban en voz alta: querían saber por qué no habían sido invitados al Palacio Duhau.
Fueron pequeños traspiés, pero representativos de una serie de tironeos más abarcadores. A pesar de estar convencidos de que quieren hacerse oír, los empresarios divergen en qué decir y de qué manera. El encuentro, que finalmente se hizo con representantes de las dos grandes asociaciones de bancos privados, la Cámara de la Construcción, la Rural, AEA y la UIA, estaba previsto desde la semana pasada en el hotel Sheraton, pero fue mudado al Palacio Duhau, luego del malestar que les provocó a los organizadores que los medios hubieran publicado el lugar.
Algunos desajustes lograron arreglarse. A las apuradas, Adelmo Gabbi, ex presidente de la Bolsa de Comercio, hizo gestiones para que se incluyera a esa entidad en el brevísimo comunicado que después difundieron a la prensa. «Fue un malentendido, pensaban que la postura de De la Vega era también la nuestra», explicaron en la Bolsa.
Pero, por la noche, sectores críticos de AEA insistían en remover la herida. Juan Carlos Lascurain, uno de los directivos de la Asociación de Industriales Metalúrgicos (Adimra), y Juan Carlos Sacco, de la Federación Argentina de la Industria Gráfica (Faiga), se quejaron de la temática y de no haber sido invitados. El malestar podría plasmarse hoy, en un planteo formal en la reunión de junta directiva de la UIA.
Esta llamativa coincidencia entre dos dirigentes de buena relación con la Casa Rosada desencadenó sospechas entre los ejecutivos: ¿estaba el Gobierno saboteando la idea? ¿Lo había hecho desde un principio o sólo aprovechaba la grieta?
La convocatoria se venía discutiendo desde hacía varias semanas, como consecuencia de una inquietud creciente. Los empresarios advierten que, con el cambio de vientos políticos después de las elecciones, ha llegado el momento de mostrar un frente cohesionado para expresar qué país pretenden.
Hasta ayer, todo parecía encaminado. Incluso el presidente del Banco Macro, Jorge Brito -uno de los presentes ayer junto con Luis Etchevehere (Rural), Gustavo Weiss (Construcción) y Claudio Cesario (presidente de ABA, la cámara de los bancos extranjeros)-, desoyó su pedido de licencia en Adeba, la cámara que reúne a las entidades financieras privadas de capital nacional, para estar en el almuerzo.
Pero empezaron los problemas. En realidad, iniciativas como ésta se topan desde hace años con dos escollos recurrentes: no hay coincidencia sobre los temas y, más aún, desde algunas cámaras se resisten en silencio a que AEA asuma el liderazgo del establishment. Una vieja disputa entre la entidad que conducen Héctor Magnetto (Clarín) y Paolo Rocca (Techint) con el Grupo de los Seis, que dejó de reunirse harto de las embestidas del Gobierno.
AEA había organizado todo con cuidado hermetismo. Estas reuniones, rutinarias en cualquier país del mundo, son tratadas aquí como si se estuviera frente al Pacto Ribbentrop-Molotov, aquel tratado de no agresión entre el Tercer Reich y la Unión Soviética. «Somos un desastre, no podemos organizar un almuerzo y nos quejamos de los políticos», protestó un ejecutivo. Es probable que los sucesos de ayer no hayan zanjado las diferencias, sino todo lo contrario. Mientras desde el lado más escrupuloso del establishment prefieren seguir ocultando cada paso que se decide, ciertos propietarios empiezan a advertir que lo mejor sería tomar estas contactos con naturalidad y darles frecuencia. Nada nuevo: disimular un elefante instalando varios alrededor. .
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«Vení, siempre es inevitable que alguien termine hablando…», lo atajó Méndez. No hubo caso. De la Vega no estaba de acuerdo con que se hubiera filtrado el encuentro y, peor aún, que algunos invitados hubieran adelantado en los diarios qué temas se iban a tratar. Aprovechó entonces la hora de almuerzo libre para ir hasta la casa del empresario Santiago Soldati, donde se convocaba a hombres de negocios para una recepción con el ecuatoriano Guillermo Lasso Mendoza
Era el ex presidente del Banco de Guayaquil y el candidato que perdió este año las elecciones frente a Rafael Correa. Casi al mismo tiempo, desde la Bolsa de Comercio se quejaban en voz alta: querían saber por qué no habían sido invitados al Palacio Duhau.
Fueron pequeños traspiés, pero representativos de una serie de tironeos más abarcadores. A pesar de estar convencidos de que quieren hacerse oír, los empresarios divergen en qué decir y de qué manera. El encuentro, que finalmente se hizo con representantes de las dos grandes asociaciones de bancos privados, la Cámara de la Construcción, la Rural, AEA y la UIA, estaba previsto desde la semana pasada en el hotel Sheraton, pero fue mudado al Palacio Duhau, luego del malestar que les provocó a los organizadores que los medios hubieran publicado el lugar.
Algunos desajustes lograron arreglarse. A las apuradas, Adelmo Gabbi, ex presidente de la Bolsa de Comercio, hizo gestiones para que se incluyera a esa entidad en el brevísimo comunicado que después difundieron a la prensa. «Fue un malentendido, pensaban que la postura de De la Vega era también la nuestra», explicaron en la Bolsa.
Pero, por la noche, sectores críticos de AEA insistían en remover la herida. Juan Carlos Lascurain, uno de los directivos de la Asociación de Industriales Metalúrgicos (Adimra), y Juan Carlos Sacco, de la Federación Argentina de la Industria Gráfica (Faiga), se quejaron de la temática y de no haber sido invitados. El malestar podría plasmarse hoy, en un planteo formal en la reunión de junta directiva de la UIA.
Esta llamativa coincidencia entre dos dirigentes de buena relación con la Casa Rosada desencadenó sospechas entre los ejecutivos: ¿estaba el Gobierno saboteando la idea? ¿Lo había hecho desde un principio o sólo aprovechaba la grieta?
La convocatoria se venía discutiendo desde hacía varias semanas, como consecuencia de una inquietud creciente. Los empresarios advierten que, con el cambio de vientos políticos después de las elecciones, ha llegado el momento de mostrar un frente cohesionado para expresar qué país pretenden.
Hasta ayer, todo parecía encaminado. Incluso el presidente del Banco Macro, Jorge Brito -uno de los presentes ayer junto con Luis Etchevehere (Rural), Gustavo Weiss (Construcción) y Claudio Cesario (presidente de ABA, la cámara de los bancos extranjeros)-, desoyó su pedido de licencia en Adeba, la cámara que reúne a las entidades financieras privadas de capital nacional, para estar en el almuerzo.
Pero empezaron los problemas. En realidad, iniciativas como ésta se topan desde hace años con dos escollos recurrentes: no hay coincidencia sobre los temas y, más aún, desde algunas cámaras se resisten en silencio a que AEA asuma el liderazgo del establishment. Una vieja disputa entre la entidad que conducen Héctor Magnetto (Clarín) y Paolo Rocca (Techint) con el Grupo de los Seis, que dejó de reunirse harto de las embestidas del Gobierno.
AEA había organizado todo con cuidado hermetismo. Estas reuniones, rutinarias en cualquier país del mundo, son tratadas aquí como si se estuviera frente al Pacto Ribbentrop-Molotov, aquel tratado de no agresión entre el Tercer Reich y la Unión Soviética. «Somos un desastre, no podemos organizar un almuerzo y nos quejamos de los políticos», protestó un ejecutivo. Es probable que los sucesos de ayer no hayan zanjado las diferencias, sino todo lo contrario. Mientras desde el lado más escrupuloso del establishment prefieren seguir ocultando cada paso que se decide, ciertos propietarios empiezan a advertir que lo mejor sería tomar estas contactos con naturalidad y darles frecuencia. Nada nuevo: disimular un elefante instalando varios alrededor. .
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