El fracaso de las viejas recetas económicas

Existe un ritual didáctico en la medicina conocido como la «gran ronda», en el cual los síntomas, diagnóstico y tratamiento de un paciente interesante son presentados ante una audiencia de doctores y estudiantes.
El Fondo Monetario Internacional realizó recientemente su propia versión de la gran ronda, cuando reunió a grandes figuras de la macroeconomía para reflexionar sobre las lecciones a extraer de los últimos cinco tumultuosos años.
El paciente era la economía global. El shock financiero que sufrió sorprendió a casi toda la comunidad de médicos económicos con su llegada, gravedad y secuelas. En ese bastión de la opinión generalizada —el FMI—, se ha vuelto una realidad evidente que las viejas fórmulas y recetas no funcionan.
La prolongada enfermedad económica está obligando a reescribir los libros de texto, incluido uno de Stanley Fischer, el venerado profesor (del presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Ben Bernanke, entre otros) y diseñador de políticas económicas en cuyo honor se celebró la conferencia.
Para EE.UU. y otras grandes economías, la cuestión más urgente ya no es cómo tratar un brote agudo de recesión o controlar una fiebre inflacionaria. En su lugar, es cómo prevenir que las crisis financieras se contagien y cómo manejar la dolencia crónica de una expansión lenta, una condición en su día considerada como el caso aislado de la «década perdida» de Japón en los años 90.
En palabras de Paul Krugman, premio Nobel y columnista: EE.UU. ya ha «pasado de sobras la línea de medio campo» de su propia década perdida.
Lawrence Summers, ex secretario del Tesoro de EE.UU., señaló que el riesgo de que la crisis financiera se repita es menos serio que la amenaza de la «crisis continua» que hace que cada vez más jóvenes vivan con sus padres, porque no pueden conseguir empleo después de graduarse de la universidad.
La Fed estima que la crisis y sus efectos hicieron tanto daño que incluso a toda máquina, la economía de EE.UU. produciría 7% menos de lo que habría podido generar si hubiese seguido en su trayectoria pre-crisis. Eso es un imponente billón de dólares menos en bienes y servicios al año.
En su momento, había una escasez de analgésicos. EE.UU. fue aplaudido por intervenir rápidamente para obligar a los bancos a recaudar más capital, mientras que Europa fue vapuleada por ser demasiado lenta. «Es mejor solucionar la deuda y los problemas bancarios con rapidez», declaró Fischer.
El nuevo realismo no se vio acompañado por ningún tipo de consenso sobre una cura para la persistente debilidad del repunte. Hubo algunos llamados a favor de una mayor inversión en infraestructura. Pero de momento, no hay nada inminente.
Summers, preocupado por la pasividad de cara a la lentitud del crecimiento, advirtió sobre «una agenda política que está haciendo menos que nunca con la política monetaria y que está haciendo menos que nunca con la política fiscal».
Para las economías más pequeñas, hubo un cambio en la dosis del medicamento para mantener su salud.
En su día, el FMI y economistas influyentes como Fischer recomendaron que los mercados emergentes fijaran irrevocablemente su tasa de cambio (contra el euro o el dólar, por ejemplo) o que dejaran que sus monedas flotaran libremente, conforme el capital se derramaba por todo el mundo. Fueron alertados de que sería imprudente ubicarse en un lugar intermedio; pero eso simplemente no funcionó.
Las discusiones dejaron en claro que este ya no es el consenso. Cuando azotó la crisis fraguada en EE.UU., varios mercados emergentes en América Latina y Asia se desempeñaron mejor que otros, con una mezcla de compras y ventas de divisas para influenciar las tasas de intercambio y controles sobre el flujo del capital. Incluso el Banco de Israel, dirigido por Fischer, vendió shequels para frenar el alza de la moneda, que estaba amenazando sus exportaciones.
El FMI abandonó su otrora rechazo absoluto a los controles sobre los flujos internacionales de capital. La experiencia más reciente argumenta que los países salen mejor parados si permiten que sus tipos de cambio oscilen en lugar de defender niveles fijos sobrevaluados. Pero el FMI todavía debe articular una visión clara sobre cuál sería el mejor régimen cambiario para las economías menores. Todavía no tiene ninguna.
Hubo un momento revelador durante la conferencia. Los economistas a menudo recetan soluciones y aseguran que la decisión política para implementarlas es problema de otro.
Sin embargo, Mohamed el-Erian, ex funcionario del FMI que ahora dirige la firma de gestión de fondos Pimco, dijo que esta noción quedó anticuada. «No podemos hablar de política económica sin hablar de política», dijo. Incluso llegó a sugerir que valía la pena pensar sobre «cómo inculcar una mejor gobernanza económica en sistemas políticos que están atravesando una enorme polarización».
No dio nombres, pero el atril del FMI donde se encontraba está a apenas unos cuatro kilómetros del Senado de EE.UU.

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