Santiago De Chile. Enviado Especial – 15/11/13
La observación puede ser pueril y quizá lo sea. Pero cuando uno llega al aeropuerto de Santiago de Chile, justo enfrente de la cinta donde se recoge el equipaje, ahí nomás, fíjese, apenas a unos metros hay un banco que compra y vende dólares. No hay preguntas ni inquisiciones; sólo se entrega el dinero y se recibe la moneda. Es verdad, no es cosa sólo de los chilenos. Sucede igual en casi todo el mundo. Pero para un argentino que llega desde su “modelo”, estas experiencias son como cruzar al otro lado del espejo. Hasta se las saborea, se prefiere hacer lento el trámite y se disfruta la breve fila entre los recién llegados. La expresión debe ser tan evidente que uno le hace un pequeño comentario al cajero y él devuelve la sonrisa leve y apunta: “¿Está mal Argentina, no?” Ese mismo comentario lo repetirá minutos después la muchacha que atiende el mostrador de alquiler de taxis. Y luego en el hotel, en el restaurante o en la indagación de los amigos chilenos. Al revés que en otras coberturas, el periodista responde más de lo que pregunta. Hay una intensa curiosidad y cierta sensación perpleja por lo que ocurre del otro lado de la cordillera. Y es que Chile, aún con las oscuridades que tiene este modelo de capitalismo muy rígido, navega sobre algunas serenidades envidiables: inflación de 3% anual, un desempleo mínimo y crecimiento casi asegurado en torno a 4%. Y aunque aquí el billete norteamericano se intercambia libremente, la economía no está dolarizada . No hay compraventa de viviendas en esa divisa, la gente ahorra en pesos chilenos y, cuando cambia el auto, no pasa antes por el trámite del colchón.
Las restricciones que sofocan la economía en Argentina aquí producen, por sus efectos no tan inesperados, más de una sonrisa en ciertos niveles del mundo de negocios. Por ejemplo, el año pasado, la industria del lujo movió en Chile US$ 472 millones. El dato tiene una arista interesante. Fue la primera vez que el mercado local de esos productos superó a Argentina, considerada históricamente invencible en ese rubro, ubicándose Chile como el segundo receptor más grande de Sudamérica detrás de Brasil, según señala un gozoso informe de la Asociación de Marcas de Lujo (AML) trasandina.
Es cierto, se puede vivir sin eso; pero en este país les abren los brazos, sobre todo por el tamaño de la cifra en juego. Empresas como Cartier, Calvin Klein y Louis Vuitton se mudaron poco a poco de este lado de los Andes abandonando Buenos Aires. Según un informe de AML que dio la vuelta al mundo de la mano de la BBC, Santiago ha dado una batalla en este rubro frente a la capital argentina, con victorias notables que indican un crecimiento a tasas de 10% anual.
Lo explican por tres factores: un eficaz sistema legal e impositivo; un aumento del poder adquisitivo en el país y lo que metafóricamente llaman “cambios regionales” que beneficiaron a Chile. En otros palabras, las restricciones y trabas en Argentina que expulsan las inversiones. Constanza Sierra, directora de la consultora Essentia Consulting, le dijo a la agencia británica que ese éxodo de compañías premium desde Buenos Aires representó un “viento de cola muy favorable para Santiago”. “Si bien San Pablo, la otra capital del glamour, es un mercado más grande, la cercanía de la capital chilena atrae a muchos argentinos”. Chile se ha convertido “ en el nuevo Miami de los argentinos que viajan sólo para hacer compras”.
Fuera de ese mercado exclusivo, hay otros factores que explican el boom que se mantiene aquí con sus luces y sombras y que nadie supone que sufra cambios tras las elecciones del domingo en que va casi en segura victoria la tenue socialista Michelle Bachelet.
Si se revisan los datos del Servicio de Impuestos Internos, una estadística muy elocuente para determinar cómo está el panorama de la economía, se advierte que en los últimos tres años el número total de empresas ha crecido en Chile un 5,5% . Pero es aún más interesante notar que las firmas de mayor tamaño por niveles de facturación son las que más se multiplicaron: 17% en ese período.
Hay un dato adicional que vale la pena observar. Chile acaba de ascender tres puestos en el ranking que elabora la prestigiosa fundación Getulio Vargas que analiza el clima de negocios en la región. Ese listado es sorprendente y a la vez sugestivo sobre todo lo que habría que archivar de retórica facilista. Chile quedó con 5,2 puntos en quinto lugar después de Bolivia, que registró 5,4. Los tres primeros lugares los cubren Paraguay, Perú y Colombia. Por toda conclusión, en el fondo de la tabla con los peores indicadores están Argentina (3,9) y Venezuela (1,0).
La observación puede ser pueril y quizá lo sea. Pero cuando uno llega al aeropuerto de Santiago de Chile, justo enfrente de la cinta donde se recoge el equipaje, ahí nomás, fíjese, apenas a unos metros hay un banco que compra y vende dólares. No hay preguntas ni inquisiciones; sólo se entrega el dinero y se recibe la moneda. Es verdad, no es cosa sólo de los chilenos. Sucede igual en casi todo el mundo. Pero para un argentino que llega desde su “modelo”, estas experiencias son como cruzar al otro lado del espejo. Hasta se las saborea, se prefiere hacer lento el trámite y se disfruta la breve fila entre los recién llegados. La expresión debe ser tan evidente que uno le hace un pequeño comentario al cajero y él devuelve la sonrisa leve y apunta: “¿Está mal Argentina, no?” Ese mismo comentario lo repetirá minutos después la muchacha que atiende el mostrador de alquiler de taxis. Y luego en el hotel, en el restaurante o en la indagación de los amigos chilenos. Al revés que en otras coberturas, el periodista responde más de lo que pregunta. Hay una intensa curiosidad y cierta sensación perpleja por lo que ocurre del otro lado de la cordillera. Y es que Chile, aún con las oscuridades que tiene este modelo de capitalismo muy rígido, navega sobre algunas serenidades envidiables: inflación de 3% anual, un desempleo mínimo y crecimiento casi asegurado en torno a 4%. Y aunque aquí el billete norteamericano se intercambia libremente, la economía no está dolarizada . No hay compraventa de viviendas en esa divisa, la gente ahorra en pesos chilenos y, cuando cambia el auto, no pasa antes por el trámite del colchón.
Las restricciones que sofocan la economía en Argentina aquí producen, por sus efectos no tan inesperados, más de una sonrisa en ciertos niveles del mundo de negocios. Por ejemplo, el año pasado, la industria del lujo movió en Chile US$ 472 millones. El dato tiene una arista interesante. Fue la primera vez que el mercado local de esos productos superó a Argentina, considerada históricamente invencible en ese rubro, ubicándose Chile como el segundo receptor más grande de Sudamérica detrás de Brasil, según señala un gozoso informe de la Asociación de Marcas de Lujo (AML) trasandina.
Es cierto, se puede vivir sin eso; pero en este país les abren los brazos, sobre todo por el tamaño de la cifra en juego. Empresas como Cartier, Calvin Klein y Louis Vuitton se mudaron poco a poco de este lado de los Andes abandonando Buenos Aires. Según un informe de AML que dio la vuelta al mundo de la mano de la BBC, Santiago ha dado una batalla en este rubro frente a la capital argentina, con victorias notables que indican un crecimiento a tasas de 10% anual.
Lo explican por tres factores: un eficaz sistema legal e impositivo; un aumento del poder adquisitivo en el país y lo que metafóricamente llaman “cambios regionales” que beneficiaron a Chile. En otros palabras, las restricciones y trabas en Argentina que expulsan las inversiones. Constanza Sierra, directora de la consultora Essentia Consulting, le dijo a la agencia británica que ese éxodo de compañías premium desde Buenos Aires representó un “viento de cola muy favorable para Santiago”. “Si bien San Pablo, la otra capital del glamour, es un mercado más grande, la cercanía de la capital chilena atrae a muchos argentinos”. Chile se ha convertido “ en el nuevo Miami de los argentinos que viajan sólo para hacer compras”.
Fuera de ese mercado exclusivo, hay otros factores que explican el boom que se mantiene aquí con sus luces y sombras y que nadie supone que sufra cambios tras las elecciones del domingo en que va casi en segura victoria la tenue socialista Michelle Bachelet.
Si se revisan los datos del Servicio de Impuestos Internos, una estadística muy elocuente para determinar cómo está el panorama de la economía, se advierte que en los últimos tres años el número total de empresas ha crecido en Chile un 5,5% . Pero es aún más interesante notar que las firmas de mayor tamaño por niveles de facturación son las que más se multiplicaron: 17% en ese período.
Hay un dato adicional que vale la pena observar. Chile acaba de ascender tres puestos en el ranking que elabora la prestigiosa fundación Getulio Vargas que analiza el clima de negocios en la región. Ese listado es sorprendente y a la vez sugestivo sobre todo lo que habría que archivar de retórica facilista. Chile quedó con 5,2 puntos en quinto lugar después de Bolivia, que registró 5,4. Los tres primeros lugares los cubren Paraguay, Perú y Colombia. Por toda conclusión, en el fondo de la tabla con los peores indicadores están Argentina (3,9) y Venezuela (1,0).
El artículo puede ser pueril y quizá lo sea…
Los chilenos tienen el doble de PBI per cápita que los argentinos.
Pero su distribución sigue siendo muy desigual. En eso nos imitan.
Tienen políticas de estado, o sea que se mantienen a pesar del diferente signo de los gobiernos.
Las Universidades son pagas y caras. Ahi ganamos nosotros, pero tenemos mucho menor porcentaje de graduaciones.
No usan cepos ni corralitos. Y Pinochet pertenece al pasado.
Nos pasaron por encima…