Trepó al doble la cantidad de jóvenes infelices

18/11/13
Fugaz para los occidentales, un estado de conciencia permanente en Oriente. Para algunos es iluminación, para otros paz. Se habla de autorrealización, autosuficiencia, mentes liberadas de ansiedad y colmadas de placer físico e intelectual.Vivir en “plenitud”. Hay tantas definiciones y teorías, como posturas frente a algo tan abstracto como la “felicidad”. Pero también hay números: entre 2010 y 2012, en Argentina, se duplicó la cantidad de jóvenes infelices.
El dato surge del último informe del Observatorio de la Deuda Social en Argentina, realizado por la Universidad Católica (UCA). Entre los argentinos de 18 a 34 años trepó el sentimiento de infelicidad. Según la encuesta, pasaron a ser del 6,3% del total al 12,3%. ¿Las razones? Según el monitoreo “los condicionantes educativos y socioeconómicos son elementos cruciales al analizar la percepción de felicidad”. Para llegar a esta conclusión se analizaron 5.689 casos en conglomerados urbanos a nivel nacional, y se tuvieron en cuenta las variables educativas, socioeconómicas y residenciales de los encuestados. En los estratos más bajos, incluso, la marca de infelicidad se triplica.
Según datos de la Unesco, la Argentina es uno de los países de la región con más baja tasa de graduación en el secundario: la mitad de los estudiantes no termina el secundario en tiempo y forma. El nivel educativo fue un parámetro para determinar el nivel de infelicidad. De acuerdo al informe, los que no alcanzaron un nivel secundario completo (14%) tienen el doble de infelicidad que quienes sí lo completaron (7%), por ejemplo. ¿Qué sensación experimenta un adulto joven que no pudo terminar sus estudios, secundarios o terciarios? “A grandes rasgos, frustración. Un proyecto inconcluso en el ingreso del mundo adulto, no es positivo. Pero en algunos casos, no hay opción: un joven debe elegir entre estudiar o trabajar. Hay carreras que necesitan dedicación casi exclusiva. Dejarla por priorizar la inserción laboral tiene un costo que es abandonar un proyecto”, opina Andrea Kaplan, directora de Fundación Sociedades Complejas y Directora del I Coloquio Internacional sobre Culturas Adolescentes.
El Barómetro también concluyó que cuanto menor es la infraestructura económica, mayor es la percepción de infelicidad. La provincia de Buenos Aires se consolidó como el área menos feliz: aumentó dos puntos en el último bienio. Y, además, el porcentaje de individuos que se perciben poco o nada felices es mayor que en las ciudades del Interior.
“La inestabilidad socioeconómica sería parte de la problemática. En el informe se menciona que en este mismo grupo etario se elevó el indicador que indaga el desempleo y la demanda de trabajar más horas. Sabemos que frente a crisis económicas los jóvenes son los primeros en verse perjudicados en su condición laboral, en sus proyectos y logros”, apunta Solange Rodríguez Espínola, psicoanalista, especialista en Bienestar Psicológico y Salud.
Sucede, también, que esta franja etaria vive la realidad de una manera que les dificulta sentirse plenos. “Podría decirse que enfrentan los problemas de forma negativa o los evitan. Y consideran que el azar, el destino o la influencia de otros son determinantes mayores que la propia actitud para cambiar el entorno”, observa Rodríguez Espínola.
“El rango de edades incluye etapas del ciclo vital que van desde la adolescencia final hasta la adultez joven, cada una con tareas y desafíos propios. Podríamos ilustrarlo así: la salida del secundario y el ingreso al nivel terciario; la iniciación y consolidación del recorrido laboral, la formación de una pareja, la llegada de los hijos. La finalización de una etapa y el comienzo de otra coloca a las personas en una situación de importante vulnerabilidad”, observa Liliana Caro, psicoanalista y docente.
El proceso es duro: terminar el secundario significa reestructurarse y decidir qué carrera seguir.
“Los adultos esperan que el joven decida y decida bien. La vulnerabilidad se incrementa, la incertidumbre también”, analiza Caro. Hoy en día, sólo dos de cada diez jóvenes asegura que sus padres influyeron cuando decidieron qué carrera estudiar después de la secundaria. El dato se desprende de una encuesta realizada por la consultora Trabajando.com.
“La continuidad de los estudios superiores es casi una exigencia que posterga el ingreso al mundo de trabajo. La salida laboral tampoco ofrece perspectivas muy alentadoras para los más jóvenes y esto puede intensificar la vivencia de infelicidad”. Y este es el escenario que se presenta para los que tienen recursos. En Argentina, todavía hay quienes no pueden siquiera animarse a planificar.

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