EL PAIS › OPINION
Por Mario Wainfeld
La presidenta Cristina Fernández de Kirchner volvió con todo. Tanto que adelantó su propio calendario de regreso unas horas, para saludar en la noche de anteayer a la ex presidenta chilena Michelle Bachelet por el resultado electoral. Luego se hizo ver en videos grabados por su hija Florencia (familiares pero para nada amateurs): aspecto alegre, palabras coloquiales con algún momento de emoción, el medio luto, la aparición del perrito venezolano Simón… La jornada, empero, no tuvo el tono personal y decontracté de esas comunicaciones, para nada improvisadas ni exentas de intención. Le cupo al vocero presidencial, Alfredo Scoccimarro, el anuncio de uno de los más importantes cambios de gabinete desde 2007 (y, acaso, desde 2003). En este caso primó la concisión extrema, que no atenuó la fuerza de la información que se despliega en detalle en otras notas de esta edición.
La designación de tres ministros, dos de ellos en áreas determinantes y fuertemente simbólicas, es una apuesta fuerte en el segundo tramo del mandato. En la primera mirada de este cronista, oxigenar los elencos era una medida deseable y hasta imprescindible, para relanzarse en el tramo que queda hasta 2015.
La mandataria opta por renovar el elenco de gestión en un momento desafiante en lo económico y en lo político. Tanto el ahora ministro de Economía Axel Kicillof como el jefe de Gabinete Jorge Capitanich son figuras de perfil alto, dotados para el debate público, con experiencia de gestión. Nadie puede pensar que eso significará una dilución del poder presidencial ni la emergencia de un Ejecutivo plural o policéfalo. Ni la Constitución ni el modo de conducción de Cristina habilitan esa posibilidad.
Buscar congruencia en el equipo económico, cuyas disidencias internas eran conspicuas y demasiado ventiladas para el clásico hermetismo K, es una de las características de los cambios. Las divergencias eran sensibles, se venían trasladando al espacio público, fueron notorias desde hace meses, por ejemplo en el lanzamiento del blanqueo de capitales.
El único cambio obligado ocurrió en el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca. Tras una desoladora cosecha electoral en Chubut el titular saliente, Norberto Yauhar, solo podía retirarse. El mismo tuvo la delicadeza de presentar su dimisión semanas atrás. El nombramiento de un técnico del INTA, Carlos Casamiquela, es en sesgo una señal interesante. Al fin y al cabo el INTA es una usina de cuadros y de políticas.
Pero volvamos a lo esencial, desgranando un poco.
* * *
Un ministro de primera: Hasta ahora viceministro, Axel Kicillof es una figura que creció en estos años. Los titulares, como apodó la Presidenta al establishment, le tienen justificada inquina, porque es un acérrimo defensor del modelo y crítico de las políticas neoliberales. Ni sus adversarios externos le niegan consistencia técnica y saber académico. No lo recusan por poco versado, sino por la firmeza de sus posturas y su propensión a polemizar, en registro largo y fundado. Sustituye a Hernán Lorenzino, un hombre de bajo perfil público, mucho más interesado (y avezado) en las cuestiones financieras que en las productivas.
La sustitución simultánea de la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, parece ir en pos de una homogeneización del equipo económico. Marcó del Pont fue una funcionaria fiel y diligente, que sostuvo las políticas kirchneristas, con alta exposición en momentos muy arduos. Era significativo que se la hubiera mantenido en comisión, sin buscar el acuerdo del Senado para garantizarle estabilidad en el cargo. Una señal política en especial, porque nadie podía pensar que Mercedes, con o sin acuerdo, se hubiera aferrado a su silla como lo hizo en su momento Martín Redrado.
Juan Carlos Fábrega, hasta aquí presidente del Banco Nación, es un funcionario con larga experiencia en el sector. Un hombre tranqui, que genera confianza en la Casa Rosada y en todo el espinel de los gobernadores.
A Lorenzino se le ofreció un cargo de embajador y negociador de la deuda, para que practique el juego que mejor sabe y más le gusta. Pero es claro que no tendrá mucha autonomía de vuelo: Kicillof es un ministro con peso específico. Su llegada reconfigura al equipo económico. Anticipar qué implica eso en las políticas del sector será comidilla en los próximos días. Es bien factible que los anuncios corran tanto o más rápido que las versiones o rumores.
Ya en sus primeros comentarios, los medios dominantes traducen la renovación como un triunfo del secretario Guillermo Moreno. Sus roces con Marcó del Pont eran frecuentes, pero la banquera central no era la única: la praxis de Moreno incluye enfrentamientos con muchos otros compañeros de gestión. Habrá que ver qué sucede en su relación cotidiana con un ministro que seguramente tendrá más centralidad que Lorenzino y no se dejará arrear ni aceptará que le pisen el poncho.
* * *
Carambola a varias bandas: Capitanich vuelve a ser jefe de Gabinete, cargo que desempeñó en la primera etapa de la presidencia de Eduardo Duhalde. Con años de gobernador y generosas revalidaciones electorales, se lo recoloca en la escena nacional. Es imposible no ligar la jugada con la necesidad del kirchnerismo de ir pensando en potenciales candidatos propios a las próximas elecciones presidenciales. Claro que sería demasiado lanzado dar por hecha la designación de un delfín. Por lo pronto, es ultra prematuro y además sería necio jugarse a una sola baraja. Con todo, hay un tinte de oportunidad y visibilidad en el nombramiento:
Coqui Capitanich es, claro, un hombre con ambiciones políticas. Colocado en un sitio de alta exposición, deberá validarla con su desempeño. Para los gobernas y dirigentes kirchneristas la designación de un par en el equipo nacional es una noticia estimulante, sobre todo para quienes salieron victoriosos en las elecciones. Se les abre el juego, que es uno de los reclamos consabidos de la dirigencia peronista. El entrerriano Sergio Urribarri también sonaba para el cargo, fue objetivamente relegado aunque nada sugiere que su futuro haya quedado tapiado.
Juan Manuel Abal Medina cede su lugar, cuestionado por muchos gobernadores e intendentes por su actuación en las campañas electorales. En la opinión de este escriba, suena más determinante colocar un protagonista con peso específico y darle otro tinte al gabinete y al cargo.
Mirado desde el siempre apasionante (y a menudo exagerado) prisma de los alineamientos internos, Axel representa a los sectores juveniles cristinistas y Capitanich al territorio. Sus condiciones personales, similares en varios aspectos fundantes, tal vez influyeron tanto o más que esas pertenencias.
Nada indica que ese factor gravitó, pero es un hecho que los dos nuevos ministros se conocen y trabajaron juntos durante un buen período, antes de que Kicillof recalara en el gobierno nacional.
* * *
Los que quedan y lo que viene: Los cambios abarcan un ministerio bien político y toda el área económica. Es factible que haya otros, en el gabinete y en el Congreso. Las autoridades de los bloques se renuevan el 10 de diciembre. Puede haber novedades, en especial en las autoridades de la Cámara de Senadores.
El ministro de Salud, Juan Manzur, fue elegido diputado. Su potencial salida sería lógica y le daría una oportunidad al Gobierno para dinamizar un área social gestionada a media máquina y sin innovaciones dignas de mención.
* * *
El que no se mueve, pierde: Es imposible hacer la plancha para gobernar, casi en cualquier país del mundo actual. Basta ver la agenda intensa que propone Bachelet al pueblo chileno. O el ajetreo cotidiano, problemático y febril del presidente norteamericano Barack Obama. Son dos ejemplos entre, literalmente, centenares.
La Argentina honra la regla: forjado en el siglo XXI, el kirchnerismo no sabe de descansos ni de quietismo. La coyuntura económica combina pilares básicos sólidos del modelo con dificultades crecientes. Sería muy preocupante que se mantuviera la inercia de variables económicas fundamentales de este año en 2013. Y era forzoso asumir políticamente que el mensaje de las urnas fue complejo, incluyendo una dosis alta de crítica y de mudanza de preferencias.
El oficialismo no renunciará a sus principios e ideas fuerza básicos. Hay objetivos y banderas que no arriará. Y mucho menos, aplicará el programa que le proponen (o quieren imponer) sus adversarios. Pero, para sostenerse, deberá relanzarse, modificar o dejar de lado herramientas, hasta reinventarse como lo hizo en 2008, 2009 y 2010.
En primera aproximación, los anuncios no son cosmética, ni un cambio de figuritas. Es una renovación jugada, lógica en esta etapa, que demuestra que la Presidenta pensó mucho durante su forzada licencia.
El resultado de los relevos y de las medidas que vendrán se medirá andando el tiempo. Las figuras son relevantes porque son indicio de lo que se quiere intentar. Pero lo esencial es cómo impactan los cambios o continuidades de las políticas públicas en la vida de las gentes de a pie.
mwainfeld@pagina12.com.ar
Por Mario Wainfeld
La presidenta Cristina Fernández de Kirchner volvió con todo. Tanto que adelantó su propio calendario de regreso unas horas, para saludar en la noche de anteayer a la ex presidenta chilena Michelle Bachelet por el resultado electoral. Luego se hizo ver en videos grabados por su hija Florencia (familiares pero para nada amateurs): aspecto alegre, palabras coloquiales con algún momento de emoción, el medio luto, la aparición del perrito venezolano Simón… La jornada, empero, no tuvo el tono personal y decontracté de esas comunicaciones, para nada improvisadas ni exentas de intención. Le cupo al vocero presidencial, Alfredo Scoccimarro, el anuncio de uno de los más importantes cambios de gabinete desde 2007 (y, acaso, desde 2003). En este caso primó la concisión extrema, que no atenuó la fuerza de la información que se despliega en detalle en otras notas de esta edición.
La designación de tres ministros, dos de ellos en áreas determinantes y fuertemente simbólicas, es una apuesta fuerte en el segundo tramo del mandato. En la primera mirada de este cronista, oxigenar los elencos era una medida deseable y hasta imprescindible, para relanzarse en el tramo que queda hasta 2015.
La mandataria opta por renovar el elenco de gestión en un momento desafiante en lo económico y en lo político. Tanto el ahora ministro de Economía Axel Kicillof como el jefe de Gabinete Jorge Capitanich son figuras de perfil alto, dotados para el debate público, con experiencia de gestión. Nadie puede pensar que eso significará una dilución del poder presidencial ni la emergencia de un Ejecutivo plural o policéfalo. Ni la Constitución ni el modo de conducción de Cristina habilitan esa posibilidad.
Buscar congruencia en el equipo económico, cuyas disidencias internas eran conspicuas y demasiado ventiladas para el clásico hermetismo K, es una de las características de los cambios. Las divergencias eran sensibles, se venían trasladando al espacio público, fueron notorias desde hace meses, por ejemplo en el lanzamiento del blanqueo de capitales.
El único cambio obligado ocurrió en el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca. Tras una desoladora cosecha electoral en Chubut el titular saliente, Norberto Yauhar, solo podía retirarse. El mismo tuvo la delicadeza de presentar su dimisión semanas atrás. El nombramiento de un técnico del INTA, Carlos Casamiquela, es en sesgo una señal interesante. Al fin y al cabo el INTA es una usina de cuadros y de políticas.
Pero volvamos a lo esencial, desgranando un poco.
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Un ministro de primera: Hasta ahora viceministro, Axel Kicillof es una figura que creció en estos años. Los titulares, como apodó la Presidenta al establishment, le tienen justificada inquina, porque es un acérrimo defensor del modelo y crítico de las políticas neoliberales. Ni sus adversarios externos le niegan consistencia técnica y saber académico. No lo recusan por poco versado, sino por la firmeza de sus posturas y su propensión a polemizar, en registro largo y fundado. Sustituye a Hernán Lorenzino, un hombre de bajo perfil público, mucho más interesado (y avezado) en las cuestiones financieras que en las productivas.
La sustitución simultánea de la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, parece ir en pos de una homogeneización del equipo económico. Marcó del Pont fue una funcionaria fiel y diligente, que sostuvo las políticas kirchneristas, con alta exposición en momentos muy arduos. Era significativo que se la hubiera mantenido en comisión, sin buscar el acuerdo del Senado para garantizarle estabilidad en el cargo. Una señal política en especial, porque nadie podía pensar que Mercedes, con o sin acuerdo, se hubiera aferrado a su silla como lo hizo en su momento Martín Redrado.
Juan Carlos Fábrega, hasta aquí presidente del Banco Nación, es un funcionario con larga experiencia en el sector. Un hombre tranqui, que genera confianza en la Casa Rosada y en todo el espinel de los gobernadores.
A Lorenzino se le ofreció un cargo de embajador y negociador de la deuda, para que practique el juego que mejor sabe y más le gusta. Pero es claro que no tendrá mucha autonomía de vuelo: Kicillof es un ministro con peso específico. Su llegada reconfigura al equipo económico. Anticipar qué implica eso en las políticas del sector será comidilla en los próximos días. Es bien factible que los anuncios corran tanto o más rápido que las versiones o rumores.
Ya en sus primeros comentarios, los medios dominantes traducen la renovación como un triunfo del secretario Guillermo Moreno. Sus roces con Marcó del Pont eran frecuentes, pero la banquera central no era la única: la praxis de Moreno incluye enfrentamientos con muchos otros compañeros de gestión. Habrá que ver qué sucede en su relación cotidiana con un ministro que seguramente tendrá más centralidad que Lorenzino y no se dejará arrear ni aceptará que le pisen el poncho.
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Carambola a varias bandas: Capitanich vuelve a ser jefe de Gabinete, cargo que desempeñó en la primera etapa de la presidencia de Eduardo Duhalde. Con años de gobernador y generosas revalidaciones electorales, se lo recoloca en la escena nacional. Es imposible no ligar la jugada con la necesidad del kirchnerismo de ir pensando en potenciales candidatos propios a las próximas elecciones presidenciales. Claro que sería demasiado lanzado dar por hecha la designación de un delfín. Por lo pronto, es ultra prematuro y además sería necio jugarse a una sola baraja. Con todo, hay un tinte de oportunidad y visibilidad en el nombramiento:
Coqui Capitanich es, claro, un hombre con ambiciones políticas. Colocado en un sitio de alta exposición, deberá validarla con su desempeño. Para los gobernas y dirigentes kirchneristas la designación de un par en el equipo nacional es una noticia estimulante, sobre todo para quienes salieron victoriosos en las elecciones. Se les abre el juego, que es uno de los reclamos consabidos de la dirigencia peronista. El entrerriano Sergio Urribarri también sonaba para el cargo, fue objetivamente relegado aunque nada sugiere que su futuro haya quedado tapiado.
Juan Manuel Abal Medina cede su lugar, cuestionado por muchos gobernadores e intendentes por su actuación en las campañas electorales. En la opinión de este escriba, suena más determinante colocar un protagonista con peso específico y darle otro tinte al gabinete y al cargo.
Mirado desde el siempre apasionante (y a menudo exagerado) prisma de los alineamientos internos, Axel representa a los sectores juveniles cristinistas y Capitanich al territorio. Sus condiciones personales, similares en varios aspectos fundantes, tal vez influyeron tanto o más que esas pertenencias.
Nada indica que ese factor gravitó, pero es un hecho que los dos nuevos ministros se conocen y trabajaron juntos durante un buen período, antes de que Kicillof recalara en el gobierno nacional.
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Los que quedan y lo que viene: Los cambios abarcan un ministerio bien político y toda el área económica. Es factible que haya otros, en el gabinete y en el Congreso. Las autoridades de los bloques se renuevan el 10 de diciembre. Puede haber novedades, en especial en las autoridades de la Cámara de Senadores.
El ministro de Salud, Juan Manzur, fue elegido diputado. Su potencial salida sería lógica y le daría una oportunidad al Gobierno para dinamizar un área social gestionada a media máquina y sin innovaciones dignas de mención.
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El que no se mueve, pierde: Es imposible hacer la plancha para gobernar, casi en cualquier país del mundo actual. Basta ver la agenda intensa que propone Bachelet al pueblo chileno. O el ajetreo cotidiano, problemático y febril del presidente norteamericano Barack Obama. Son dos ejemplos entre, literalmente, centenares.
La Argentina honra la regla: forjado en el siglo XXI, el kirchnerismo no sabe de descansos ni de quietismo. La coyuntura económica combina pilares básicos sólidos del modelo con dificultades crecientes. Sería muy preocupante que se mantuviera la inercia de variables económicas fundamentales de este año en 2013. Y era forzoso asumir políticamente que el mensaje de las urnas fue complejo, incluyendo una dosis alta de crítica y de mudanza de preferencias.
El oficialismo no renunciará a sus principios e ideas fuerza básicos. Hay objetivos y banderas que no arriará. Y mucho menos, aplicará el programa que le proponen (o quieren imponer) sus adversarios. Pero, para sostenerse, deberá relanzarse, modificar o dejar de lado herramientas, hasta reinventarse como lo hizo en 2008, 2009 y 2010.
En primera aproximación, los anuncios no son cosmética, ni un cambio de figuritas. Es una renovación jugada, lógica en esta etapa, que demuestra que la Presidenta pensó mucho durante su forzada licencia.
El resultado de los relevos y de las medidas que vendrán se medirá andando el tiempo. Las figuras son relevantes porque son indicio de lo que se quiere intentar. Pero lo esencial es cómo impactan los cambios o continuidades de las políticas públicas en la vida de las gentes de a pie.
mwainfeld@pagina12.com.ar