Quise ser el abogado del Diablo

Por un instante me topé con la idea de convertirme en abogado del Diablo, pero no uno cualquiera sino el mejor de todos. Uno de ésos que resulten convincentes incluso en el peor de los razonamientos, de los más perversos. Viajé a Mar del Plata y desde que llegué descubrí que no puedo soportar el fenómeno. A pocas cuadras de caminar entre la multitud comprendí que toda esa gente que ríe en familia, que se viste lindo para pasear por la peatonal, que sale a comer afuera y que clava los pies en la arena, no es feliz. Y si lo es, no debe serlo. No puede serlo.
Volví al hotel rabioso, dispuesto a encontrar argumentos para dar fe que la revolución turística que vive el país es producto de vaya a saber qué mal. Supuse que es demasiado optimista pensar que la gente viaja porque tiene empleo o porque incluso le sobra algo de dinero a fin de mes para invertirlo en esparcimiento.
Fui corriendo al diccionario. Busqué y busqué hasta que ¡eureka! : pasear es la acción de ir andando por distracción o por ejercicio. Es decir, los argentinos hacemos turismo porque estamos tan preocupados por lo mal que nos va que tenemos que poner la cabeza en otra parte. Se me ocurrió una lista enorme de dificultades que éste, como cualquier otro país, tiene y eso del mejor fin de semana largo de todo el año se convirtió en una anécdota. De pronto, el Ministerio de Turismo estimó que los viajeros gastaron un total de 1.165 millones de pesos en estos días y que el feriado movilizó 1,1 millones de turistas a los destinos de la Argentina. De pronto me detuve a pensar sobre mis argumentos y me derrumbé. No sirvo para esto, lo mío no es la mentira.

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Un comentario en «Quise ser el abogado del Diablo»

  1. Es evidente que la gente está angustiadísima porque no puede comprar dólares y el plazo fijo rinde menos que la inflación. Tiran la plata en un gesto final que preanuncia el derrumbe.

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