Viernes, 20 de diciembre del 2013 – 12.10 h
De todos los muebles de mi casa, el que más uso es el espejo del cuarto de baño. Cuando me atenaza el mal humor, me encierro en el baño y me miro. Si algo no ha salido del todo bien, un poco de peine y me quedo más tranquilo. Si algún idiota de la prensa se descuelga con críticas, pues un poco más de espejo y todo va mejor. Me lo dijo un tipo español en la universidad de Buenos Aires: “Me duele la cara de ser tan guapo, Axel”. Y desde el 20 de noviembre, cuando Cristina me llevó al Ministerio de Economía, he empezado a notar ese extraño dolor en los pómulos y en las comisuras.
Pero es distinto el espejo que las fotos. El espejo siempre es mi amigo. Yo lo controlo y sé dónde está mi lado bueno. Pero las fotos, esas las carga el diablo. Esos fotógrafos que luego llenan sus papeles con mi imagen me buscan para llamarme marxista y judío y todas esas cosas que Videla hizo desaperecer de la faz de la Tierra. Que digan lo que digan. Yo soy un intelectual de día y y un padrazo de noche. Por las mañanas hago mis números y por las tardes me convierto en un orador demoledor. A Cristina le he ido de narices, por eso me elevó al ministerio. Los argentinos empezábamos a estar hartos de la dichosa madre patria. Hay un tipo que hundió Aerolíneas Argentinas y que ahora está en la cárcel en España. Como ha de ser. También tuve que darles una advertencia a esos buitres de Repsol. Primero les ofrecía que invirtieran un poco en el yacimiento de Vaca Muerta. Después, cuando Argentina se vio obligada a importar gas e hidrocarburos porque Repsol no daba para más, me enfadé un poco. Y finalmente, viendo que no me hacían caso, les expropié y entonces esos directivos de Repsol empezaron a tomarnos en serio. Fui el héroe de Vaca Muerta y eso me abrió las puertas de la Casa Rosada. Y todo lo hice sin corbata y con la mejor de mis sonrisas, como se imagina la gente a los héroes que les defienden de los piratas.
A Néstor Kirchner le hubiera gustado también tenerme cerca. Y además nos habríamos ahorrado los dimes y diretes de los que creen que la viuda Cristina ya es la viuda alegre porque me tiene cerca. Incluso alguno de esos desalmados juegan con mi apellido y me sacan en los papeles con la presidenta y me llaman Kicilove. La presidenta ha vuelto a reír y ha dejado de vestirse de negro. ¿Qué tiene mi amada Argentina para que siempre necesite mujeres que hagan de mamá de todos los ciudadanos? Primero fue Evita, luego Isabelita, ahora Cristina. Todas tenían un hombre detrás. Primero fue el general Perón, después el brujo López Rega. Ahora Cristina me tiene a mí para hacer crecer el nivel intelectual de gobiernos con demasiada tendencia a las medallas y las pistolas. Lo dijo mi admirado Maquiavelo en El Príncipe: “Lo importante no es aquel que manda, sino aquel otro que dice quién y cómo se ha de mandar”. Ahora me duelen las cejas y las patillas. Realmente, no se puede ir del poder al mundo, de los despachos a la calle luciendo la belleza de la inteligencia. Y que conste que no lo digo para agrandarme. Es que las cosas son así.
De todos los muebles de mi casa, el que más uso es el espejo del cuarto de baño. Cuando me atenaza el mal humor, me encierro en el baño y me miro. Si algo no ha salido del todo bien, un poco de peine y me quedo más tranquilo. Si algún idiota de la prensa se descuelga con críticas, pues un poco más de espejo y todo va mejor. Me lo dijo un tipo español en la universidad de Buenos Aires: “Me duele la cara de ser tan guapo, Axel”. Y desde el 20 de noviembre, cuando Cristina me llevó al Ministerio de Economía, he empezado a notar ese extraño dolor en los pómulos y en las comisuras.
Pero es distinto el espejo que las fotos. El espejo siempre es mi amigo. Yo lo controlo y sé dónde está mi lado bueno. Pero las fotos, esas las carga el diablo. Esos fotógrafos que luego llenan sus papeles con mi imagen me buscan para llamarme marxista y judío y todas esas cosas que Videla hizo desaperecer de la faz de la Tierra. Que digan lo que digan. Yo soy un intelectual de día y y un padrazo de noche. Por las mañanas hago mis números y por las tardes me convierto en un orador demoledor. A Cristina le he ido de narices, por eso me elevó al ministerio. Los argentinos empezábamos a estar hartos de la dichosa madre patria. Hay un tipo que hundió Aerolíneas Argentinas y que ahora está en la cárcel en España. Como ha de ser. También tuve que darles una advertencia a esos buitres de Repsol. Primero les ofrecía que invirtieran un poco en el yacimiento de Vaca Muerta. Después, cuando Argentina se vio obligada a importar gas e hidrocarburos porque Repsol no daba para más, me enfadé un poco. Y finalmente, viendo que no me hacían caso, les expropié y entonces esos directivos de Repsol empezaron a tomarnos en serio. Fui el héroe de Vaca Muerta y eso me abrió las puertas de la Casa Rosada. Y todo lo hice sin corbata y con la mejor de mis sonrisas, como se imagina la gente a los héroes que les defienden de los piratas.
A Néstor Kirchner le hubiera gustado también tenerme cerca. Y además nos habríamos ahorrado los dimes y diretes de los que creen que la viuda Cristina ya es la viuda alegre porque me tiene cerca. Incluso alguno de esos desalmados juegan con mi apellido y me sacan en los papeles con la presidenta y me llaman Kicilove. La presidenta ha vuelto a reír y ha dejado de vestirse de negro. ¿Qué tiene mi amada Argentina para que siempre necesite mujeres que hagan de mamá de todos los ciudadanos? Primero fue Evita, luego Isabelita, ahora Cristina. Todas tenían un hombre detrás. Primero fue el general Perón, después el brujo López Rega. Ahora Cristina me tiene a mí para hacer crecer el nivel intelectual de gobiernos con demasiada tendencia a las medallas y las pistolas. Lo dijo mi admirado Maquiavelo en El Príncipe: “Lo importante no es aquel que manda, sino aquel otro que dice quién y cómo se ha de mandar”. Ahora me duelen las cejas y las patillas. Realmente, no se puede ir del poder al mundo, de los despachos a la calle luciendo la belleza de la inteligencia. Y que conste que no lo digo para agrandarme. Es que las cosas son así.
Guarda que el título que encabeza la nota es: «monólogos imposibles». Axel no le debe hablar así ni a su espejo.