23/12/13
Algún día el kirchnerismo deberá reconocerle a Jorge Bergoglio su grandeza. Hasta su llegada al trono de Pedro, un periodista considerado un ministro sin cartera de este gobierno –con la anuencia del matrimonio Kirchner– publicaba artículos criticando la actuación del entonces padre Bergoglio durante la dictadura. La idea era desgastar al otrora considerado por el oficialismo como el “jefe espiritual” de la oposición. De ser posible, colocarlo de rodillas frente a la Justicia.
De hecho, llegó a declarar como testigo, pero los jueces no encontraron motivo para imputarlo. Paradójicamente, hoy, el Papa Francisco -según todos los indicios-, es un puntal anímico y político de Cristina. Quiere que concluya su segundo período, y que lo haga con un país en las mejores condiciones posibles. Porque –aseguran sus allegados– siempre temió un final conflictivo de la gestión kirchnerista.
En el propio gobierno deslizan que Francisco la llamó a Cristina al menos una vez durante su convalecencia tras la operación en la cabeza y los estudios cardíacos. Y que la Presidenta -desde su visita al Vaticano para la asunción de Bergoglio, pasando por su encuentro en Brasil y los intercambios de regalos- está ahora francamente fascinada con el Papa argentino. Atrás quedó el momento en que se enteró que Bergoglio había sido elegido pontífice y no pudo pronunciar su nombre : “Me dicen que un latinoamericano fue elegido Papa”, comentó la mandataria durante un acto, evidenciando un desencanto que fue suscripto con la rechifla por varios de sus simpatizantes dirigida al ungido.
Los gestos del Papa hacia la presidente se fueron acumulando desde que –en un hecho con pocos antecedentes por parte de un Papa hacia un mandatario– la invitó a almorzar en el Vaticano . Acaso entre ellos haya que inscribir el dato de que Francisco todavía no recibió al gran ganador de las últimas elecciones, Sergio Massa, desde entonces probablemente el dirigente político más detestado por la Casa Rosada. En línea con el pontífice, los obispos argentinos –como cuerpo– fueron cuidadosos en sus declaraciones , salvo para alertar en un duro documento sobre algo que los desvela: el avance de la droga, y denunciar la falta de esmero del Estado para combatir este flagelo.
El Gobierno no parece estar a la altura de las circunstancia. Sin ir más lejos, la semana pasada, el representante del justicialismo en la firma del acta compromiso en la lucha contra la droga de los líderes partidarios faltó a la cita impulsada por la Iglesia . El gobernador Daniel Scioli argumentó un compromiso ineludible, y si bien envió una carta de adhesión, esquivó la foto.
Se sospechó que detrás de su ausencia estuvo la mano de la Casa Rosada . La designación del cura kirchnerista Juan Carlos Molina –un crítico de Bergoglio en el pasado– como titular del SEDRONAR no fue una movida feliz: a la Iglesia no le gusta que los sacerdotes sean funcionarios. Molina deslizó que Francisco lo apoyó y es probable que lo haya bendecido , pero como quien se aviene a un hecho consumado y, coherente con su posición, no quiere echar más leña al fuego.
Al parecer, Scioli no quiso quedarse atrás: se asegura que le habría ofrecido el ministerio de Desarrollo Social al obispo –hoy jubilado– Jorge Casaretto, que este, previsiblemente, rechazó. Otro sacerdote, Cristian Bassin, fue nombrado para el mismo cargo en Mendoza por el gobernador kirchnerista Paco Pérez. Pero los gestos que espera el Papa del oficialismo van por otro lado : el diálogo y la búsqueda de consensos, y eso aún no se ve.
Algún día el kirchnerismo deberá reconocerle a Jorge Bergoglio su grandeza. Hasta su llegada al trono de Pedro, un periodista considerado un ministro sin cartera de este gobierno –con la anuencia del matrimonio Kirchner– publicaba artículos criticando la actuación del entonces padre Bergoglio durante la dictadura. La idea era desgastar al otrora considerado por el oficialismo como el “jefe espiritual” de la oposición. De ser posible, colocarlo de rodillas frente a la Justicia.
De hecho, llegó a declarar como testigo, pero los jueces no encontraron motivo para imputarlo. Paradójicamente, hoy, el Papa Francisco -según todos los indicios-, es un puntal anímico y político de Cristina. Quiere que concluya su segundo período, y que lo haga con un país en las mejores condiciones posibles. Porque –aseguran sus allegados– siempre temió un final conflictivo de la gestión kirchnerista.
En el propio gobierno deslizan que Francisco la llamó a Cristina al menos una vez durante su convalecencia tras la operación en la cabeza y los estudios cardíacos. Y que la Presidenta -desde su visita al Vaticano para la asunción de Bergoglio, pasando por su encuentro en Brasil y los intercambios de regalos- está ahora francamente fascinada con el Papa argentino. Atrás quedó el momento en que se enteró que Bergoglio había sido elegido pontífice y no pudo pronunciar su nombre : “Me dicen que un latinoamericano fue elegido Papa”, comentó la mandataria durante un acto, evidenciando un desencanto que fue suscripto con la rechifla por varios de sus simpatizantes dirigida al ungido.
Los gestos del Papa hacia la presidente se fueron acumulando desde que –en un hecho con pocos antecedentes por parte de un Papa hacia un mandatario– la invitó a almorzar en el Vaticano . Acaso entre ellos haya que inscribir el dato de que Francisco todavía no recibió al gran ganador de las últimas elecciones, Sergio Massa, desde entonces probablemente el dirigente político más detestado por la Casa Rosada. En línea con el pontífice, los obispos argentinos –como cuerpo– fueron cuidadosos en sus declaraciones , salvo para alertar en un duro documento sobre algo que los desvela: el avance de la droga, y denunciar la falta de esmero del Estado para combatir este flagelo.
El Gobierno no parece estar a la altura de las circunstancia. Sin ir más lejos, la semana pasada, el representante del justicialismo en la firma del acta compromiso en la lucha contra la droga de los líderes partidarios faltó a la cita impulsada por la Iglesia . El gobernador Daniel Scioli argumentó un compromiso ineludible, y si bien envió una carta de adhesión, esquivó la foto.
Se sospechó que detrás de su ausencia estuvo la mano de la Casa Rosada . La designación del cura kirchnerista Juan Carlos Molina –un crítico de Bergoglio en el pasado– como titular del SEDRONAR no fue una movida feliz: a la Iglesia no le gusta que los sacerdotes sean funcionarios. Molina deslizó que Francisco lo apoyó y es probable que lo haya bendecido , pero como quien se aviene a un hecho consumado y, coherente con su posición, no quiere echar más leña al fuego.
Al parecer, Scioli no quiso quedarse atrás: se asegura que le habría ofrecido el ministerio de Desarrollo Social al obispo –hoy jubilado– Jorge Casaretto, que este, previsiblemente, rechazó. Otro sacerdote, Cristian Bassin, fue nombrado para el mismo cargo en Mendoza por el gobernador kirchnerista Paco Pérez. Pero los gestos que espera el Papa del oficialismo van por otro lado : el diálogo y la búsqueda de consensos, y eso aún no se ve.