EL PAIS • SUBNOTA › OPINION
› Por Luis Alberto Quevedo e Ignacio Ramírez
Hace alrededor de un mes, la segunda vuelta de las elecciones en Chile volvió a instalar el debate sobre la apatía ciudadana, sus causas y efectos. Recordemos que en las recientes elecciones ganadas por Michelle Bachelet cerca del 60 por ciento de los chilenos habilitados para votar decidieron no hacerlo. Una alta abstención electoral puede ser interpretada de diversas maneras, pero en cualquier caso constituye un desafío al sistema político, pues su legitimidad siempre se respalda en el voto popular.
El estudio Cultura política de los argentinos ilustra un escenario que contrasta mucho con el panorama chileno. Como primera conclusión del trabajo surge que la política está en el centro de la atención, conversación y discusión de los argentinos. A diferencia del retiro de la política que han experimentado algunas democracias, el alto nivel de interés político registrado por este estudio se revela tanto en el hábito de conversar sobre política como en el lugar que la política ocupa en las relaciones cotidianas y los vínculos sociales y familiares que tienen los argentinos. Cuando aún suenan los ecos de lo que Pierre Rosanvallon llamó el sonsonete de la desafección ciudadana, el estudio permite caracterizar a la Argentina como un colectivo intensamente politizado.
En relación con este cuadro de politización, surge un dato más cualitativo que refleja la textura del fenómeno: nos referimos a una generalizada actitud militante que se observa en la opinión pública. En algunas sociedades la política se evita como tema de conversación; en Argentina los ciudadanos hablan/discuten/se trenzan sobre temas políticos y parece interesarles más un buen debate callejero que mantener una respetuosa distancia con los temas públicos. El estudio muestra que el ciudadano común disfruta y reivindica el hábito de intentar convencer a los familiares y amigos sobre sus opiniones políticas. Un entramado infinito de diálogos, cuyo contenido principal pareciera enfocarse más en el punto de vista que en el comentario aséptico, envuelve las relaciones sociales en nuestro país.
Pero hay todavía más: el interés político que manifiestan los argentinos no constituye un asunto puramente informativo, sino que entraña una implicación afectiva y/o subjetiva de cada uno. Desde nuestra perspectiva, este dato que revela la encuesta constituye un signo de vitalidad y efervescencia del espacio público argentino (que nunca fue recordémoslo un ámbito creado para hablar de los recorridos del bus ni de las avenidas de doble mano). Un espacio público activo y en expansión no es un espacio regido por los discursos fríos, eficientistas o instrumentales, sino uno donde se hacen presentes los valores, las convicciones y las pasiones que atraviesan a sus ciudadanos.
Una segunda dimensión del trabajo indaga sobre las actitudes relativas a las representaciones respecto del rol del ciudadano dentro del sistema político y de sus competencias cívicas. Las ciencias políticas se refieren a esta dimensión como eficacia política interna, es decir: en qué medida nos sentimos capaces de comprender e intervenir sobre lo que ocurre en nuestro país. Este aspecto está vinculado con la receptividad percibida del sistema político: en qué medida pensamos que nuestras posiciones puedan ser procesadas y asimiladas por las instituciones y liderazgos políticos. ¿Para qué gritar si nadie escucha? Sobre este punto surgen signos muy vitales de la ciudadanía argentina. Por un lado, la mayoría de los argentinos se considera dotada de las habilidades necesarias para comprender los acontecimientos de la arena política. En segundo lugar, la mayoría manifiesta una clara conciencia del impacto que tiene la política sobre su vida cotidiana.
El estudio también pone a prueba la vigencia de una creencia que en su momento condensó la crisis de representación política y el nihilismo como estado de ánimo colectivo. Nos referimos a la noción de que todos los políticos son iguales. En la actualidad, sólo un sector minoritario de la sociedad coincide con ese punto de vista, lo cual constituye un dato importante, ya que cuando los ciudadanos perciben que los contornos programático-ideológicos de las diferentes opciones políticas están desdibujados suelen replegarse y alejarse de la esfera pública.
Además de la estandarización de la oferta política, otro factor que suele ser invocado a la hora de explicar la apatía política es el tamaño de la agenda de discusión publica. En este sentido, los resultados obtenidos en el estudio dan cuenta de que en los últimos años de la Argentina casi no ha habido aspecto de la vida social que no haya sido problematizado, debatido, es decir…, politizado. El sociólogo Seymour Martin Lipset sostuvo que la apatía política es funcional a la democracia, sobre todo, porque descomprime las demandas de la sociedad. Los argentinos parecieran no estar muy de acuerdo, y en ello reside, justamente, la fortaleza del sistema democrático.
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› Por Luis Alberto Quevedo e Ignacio Ramírez
Hace alrededor de un mes, la segunda vuelta de las elecciones en Chile volvió a instalar el debate sobre la apatía ciudadana, sus causas y efectos. Recordemos que en las recientes elecciones ganadas por Michelle Bachelet cerca del 60 por ciento de los chilenos habilitados para votar decidieron no hacerlo. Una alta abstención electoral puede ser interpretada de diversas maneras, pero en cualquier caso constituye un desafío al sistema político, pues su legitimidad siempre se respalda en el voto popular.
El estudio Cultura política de los argentinos ilustra un escenario que contrasta mucho con el panorama chileno. Como primera conclusión del trabajo surge que la política está en el centro de la atención, conversación y discusión de los argentinos. A diferencia del retiro de la política que han experimentado algunas democracias, el alto nivel de interés político registrado por este estudio se revela tanto en el hábito de conversar sobre política como en el lugar que la política ocupa en las relaciones cotidianas y los vínculos sociales y familiares que tienen los argentinos. Cuando aún suenan los ecos de lo que Pierre Rosanvallon llamó el sonsonete de la desafección ciudadana, el estudio permite caracterizar a la Argentina como un colectivo intensamente politizado.
En relación con este cuadro de politización, surge un dato más cualitativo que refleja la textura del fenómeno: nos referimos a una generalizada actitud militante que se observa en la opinión pública. En algunas sociedades la política se evita como tema de conversación; en Argentina los ciudadanos hablan/discuten/se trenzan sobre temas políticos y parece interesarles más un buen debate callejero que mantener una respetuosa distancia con los temas públicos. El estudio muestra que el ciudadano común disfruta y reivindica el hábito de intentar convencer a los familiares y amigos sobre sus opiniones políticas. Un entramado infinito de diálogos, cuyo contenido principal pareciera enfocarse más en el punto de vista que en el comentario aséptico, envuelve las relaciones sociales en nuestro país.
Pero hay todavía más: el interés político que manifiestan los argentinos no constituye un asunto puramente informativo, sino que entraña una implicación afectiva y/o subjetiva de cada uno. Desde nuestra perspectiva, este dato que revela la encuesta constituye un signo de vitalidad y efervescencia del espacio público argentino (que nunca fue recordémoslo un ámbito creado para hablar de los recorridos del bus ni de las avenidas de doble mano). Un espacio público activo y en expansión no es un espacio regido por los discursos fríos, eficientistas o instrumentales, sino uno donde se hacen presentes los valores, las convicciones y las pasiones que atraviesan a sus ciudadanos.
Una segunda dimensión del trabajo indaga sobre las actitudes relativas a las representaciones respecto del rol del ciudadano dentro del sistema político y de sus competencias cívicas. Las ciencias políticas se refieren a esta dimensión como eficacia política interna, es decir: en qué medida nos sentimos capaces de comprender e intervenir sobre lo que ocurre en nuestro país. Este aspecto está vinculado con la receptividad percibida del sistema político: en qué medida pensamos que nuestras posiciones puedan ser procesadas y asimiladas por las instituciones y liderazgos políticos. ¿Para qué gritar si nadie escucha? Sobre este punto surgen signos muy vitales de la ciudadanía argentina. Por un lado, la mayoría de los argentinos se considera dotada de las habilidades necesarias para comprender los acontecimientos de la arena política. En segundo lugar, la mayoría manifiesta una clara conciencia del impacto que tiene la política sobre su vida cotidiana.
El estudio también pone a prueba la vigencia de una creencia que en su momento condensó la crisis de representación política y el nihilismo como estado de ánimo colectivo. Nos referimos a la noción de que todos los políticos son iguales. En la actualidad, sólo un sector minoritario de la sociedad coincide con ese punto de vista, lo cual constituye un dato importante, ya que cuando los ciudadanos perciben que los contornos programático-ideológicos de las diferentes opciones políticas están desdibujados suelen replegarse y alejarse de la esfera pública.
Además de la estandarización de la oferta política, otro factor que suele ser invocado a la hora de explicar la apatía política es el tamaño de la agenda de discusión publica. En este sentido, los resultados obtenidos en el estudio dan cuenta de que en los últimos años de la Argentina casi no ha habido aspecto de la vida social que no haya sido problematizado, debatido, es decir…, politizado. El sociólogo Seymour Martin Lipset sostuvo que la apatía política es funcional a la democracia, sobre todo, porque descomprime las demandas de la sociedad. Los argentinos parecieran no estar muy de acuerdo, y en ello reside, justamente, la fortaleza del sistema democrático.
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