Uno de los diarios latinoamericanos de más antigua y honrosa trayectoria, El Comercio, de Lima, se ha convertido en el eje de un debate público sobre las posibilidades de expansión de las empresas periodísticas. En el caso de El Comercio más vale hablar de una institución nacional, consolidada al cabo de 175 años continuados de labor informativa y de luchas de toda índole, alguna trágica para la vida de sus directivos, como una de las expresiones culturales por las que se reconoce a Perú ante el mundo.
Una cuestión mercantil, consistente en la compra por El Comercio del grupo editorial Epensa, ha originado la confrontación de ideas en la que no han perdido la oportunidad de terciar elementos continentales comprometidos con la ausencia de libertades en Cuba y Venezuela y con su degradación en otros países de la región a cuyos gobernantes narcotizan los delirios del fascismo de izquierda. Nada sorprende que quienes buscan la paja en el ojo ajeno, pero sin acusar el peso del elefante ideológico que aplasta las libertades públicas en sus países, hayan entrado a opinar, como si fueran campeones del liberalismo, en un tema en que se dilucidan intereses, más que principios, sobre el papel de la prensa en las sociedades modernas.
En este asunto, sin embargo, el debate ha presentado aristas inusuales por haber calado diferencias entre quienes han tenido habitualmente posiciones tan compartidas como vigorosas en materia de libertad de prensa. Los Vargas Llosa han preservado la relación propia de padre-hijo pero, al margen de ese cuidado elemental, han opinado de modo diverso: Mario, el premio Nóbel, ha apoyado que se debata en sede judicial la compra por El Comercio del 54 por ciento del grupo Epensa. Esa fusión, por así llamarla, le inquieta por el eventual riesgo de que afecte la difusión de todos los puntos de vista en que se manifiesta la sociedad peruana. Su hijo, Álvaro, se ha preguntado, en cambio, de qué manera puede afectar la universalidad del derecho a la información el hecho de que El Comercio sea propietario del 15% de los 60 diarios que circulan en Perú.
Ocho periodistas han interpuesto, en medio de ecos propiciatorios del gobierno de Ollanta Humala, un recurso de amparo a fin de que se suspendan los efectos legales de la operación. Son periodistas nada afines hoy, aunque pudieron algunos haberlo sido en el pasado, a lo que representa un medio de las calidades y penetración de El Comercio en la sociedad peruana. Se le acusa de «acaparar» una lectoría excesivamente grande, ¿pero qué tipo de imputación es denunciar a un diario por lo que más vale, esto es, por su grado de aceptación en la comunidad hacia la cual se dirige en interpretación de los intereses y sensibilidades que la definen?
La suma de los grupos El Comercio y Epensa representa el 78% de los lectores de la prensa escrita peruana. Si el diario prooficialista La República, que pretendió adquirir las acciones mayoritarias de Epensa y encabezó las denuncias, hubiera logrado sus propósitos, se habría quedado con el nada modesto 45% de la masa total de lectores.
Todo esto tiene algún aire de familia con las imputaciones hechas aquí por el kirchnerismo, con tediosa jerga, contra los «medios concentrados». Es decir, contra la minoría de medios independientes que, a pesar de la constelación de recursos privados, y sobre todo públicos, que actúan como servicial eco de lo que se dice desde el Gobierno, están lejos de gravitar como quisieran.
Lo notable del curioso debate en Perú es que el grupo adquirido por El Comercio ha preservado la identidad de sus contenidos y que la fusión operativa real está ceñida sólo a los aspectos financieros y de comercialización y distribución de los respectivos diarios y revistas. Si El Comercio ha sido crítico con las aspiraciones de nepotismo de Humala, decidido al parecer a que sea su mujer, Nadine, quien lo continúe en la Presidencia, no por eso ha dejado de informar sobre el progreso habido en Perú durante su gestión, en mayor medida de la que anticipaban las raíces populistas de ese militar.
El espectro numeroso que se abre en Perú a la elección de quienes están dispuestos a informarse anula todo riesgo monopólico. Acusar a un diario de «acaparar» lectores es por definición absurdo. Los lectores no se «acaparan», a menos que se les imponga de continuo una cadena oficial. Si los diarios cuentan, en mayor o menor cantidad, con la adhesión cotidiana de seguidores es por una relación espiritual, por una identificación, de ida y vuelta, con los valores que expresan. Eso no lo podría cuantificar por propia decisión gobierno ni juez alguno. Es una cuestión de armonización espontánea de conciencias en el plano individual y colectivo. Quienes conocemos lo delicado de ese entramado, celebramos el éxito notable del gran y viejo colega peruano, El Comercio. .