La ignorancia / no es patrimonio de los pobres / sino crueldad de los ricos», escribió el poeta Roberto Santoro. Cuarenta años después, Axel Kicillof dice que «en la Argentina hay un problema cultural en relación con el dólar». Tiene razón. «El dólar fue durante mucho tiempo una mala inversión en relación con los plazos fijos, los títulos y la Bolsa –continúa el ministro– pero la gente de ingresos medios y bajos tuvo una necesidad permanente de adquirir» la moneda estadounidense.
Desde luego, la dominación de clase sería inviable sin una potente superestructura que la legitime y la presente casi natural e inexorable. Hasta el helado tiene gusto a banco (la cadena de heladerías Freddo ofrece este verano la «crema Santander Río», que combina los colores rojo y blanco, por la crema americana y el pochet de frutillas, la misma tonalidad del isologo del banco).
La tesis cultural de Kicillof echa luz sobre una condición endémica del capitalismo, que volvió a brotarse en las últimas semanas, pero que presenta aspectos más tangibles: la puja por intereses concretos, tan puros y duros como la tasa de ganancia, bajo la formación sociohistórica que rige en nuestra sociedad. Que efectivamente estemos ante un problema cultural no contradice su contexto material. Todo lo contrario: lo enfatiza.
Si a la década ganada le esperara sólo por defecto, como un devenir irremediable, más décadas ganadas, arribaríamos por decantación a la revolución socialista en unos pocos lustros, excepto por una cuestión no menor: el capital también juega y busca su propia década ganada, y más en un sistema de producción, apropiación de la riqueza y organización social que se llama muy parecido a él: capitalismo.
A diez años de la expropiación de la ESMA, los grupos económicos cantan «basta para mí» y un coro entre patético y confundido es convidado a seguirlo. Quieren subir por el lado de los mercados el cuadro que Néstor Kirchner desmontó del Colegio Militar y volver a los mismos criterios económicos de la dictadura.
Cuando un empresario remarca el precio de un producto cuyo costo de producción no se ve afectado por la cotización del dólar y al mismo tiempo declara estar preocupado por la inflación, estamos ante un planteo político. Que un acopiador de cereales apueste a la caída del gobierno para liquidar su producción, incluso a costa de mermar sus ingresos, también es un planteo político. Si como dice Joaquín Morales Sola «no hay ninguna razón objetiva para esta crisis», entonces lo que hay es una feroz disputa por el poder, de cuyo resultado dependerá el reparto de la renta. Esta vez sí quieren agarrar la pelota «antes que la recuperen los Kirchner», como aconsejó en julio de 2009 Hugo Biolcati. El mérito en la conciencia colectiva, hija de los diez años que nos preceden, consiste en que hasta el más despistado advierta que asistimos a un grosero intento por llevarse puesta a Cristina.
No olvidar: en abril del año pasado, en un encuentro donde estuvieron los dirigentes de la Mesa de Enlace, un productor rural santafesino llamó a no pagar impuestos «para que se caiga» el gobierno. Evidentemente, no se trataba de una moción marginal. No es nueva la «solución final» que propone un sector retardatario de la economía argentina del que, sin embargo, la sociedad entera demanda su capacidad de generar divisas. Capacidad también regresiva, de productos primarios, sin valor agregado, pero capacidad al fin. Otra vez los fierros objetivos y sus límites estructurales.
Cuando la derecha reclama que el gobierno genere «confianza» al capital para que invierta, liquide, traiga sus fortunas al país, desarrolle las fuerzas productivas y dinamice la economía, está pidiéndole que baje la guardia y le entregue el control total de la situación. Jamás una burguesía acostumbrada históricamente a jugar a dos puntas tendrá confianza en un gobierno nacional y popular. ¿Acaso alguien «ha visto a la paloma casándose con el gavilán / al recelo con el cariño»?, como se preguntaba Juan Gelman. Yo tampoco.
Bajo los férreos límites del capitalismo, dentro de las demarcaciones propias de un Estado siempre en tensión entre clases, lo que debe hacer un gobierno democrático y popular, no domesticado por las élites culturales y económicas, es imponerle condiciones al capital. Marcarle la cancha. Vigilarlo. No habrá burguesía con conciencia nacional sin un Estado fuerte, con herramientas de intervención potente en la economía. Sin reservas en el Banco Central la burguesía no tendrá compromiso alguno con el país. Y como condición inexcusable, la movilización popular. Su conciencia «para sí». Ya no su ignorancia, hija bastarda de la crueldad de sus verdugos de clase, sino su organización. Un pueblo «empoderado, porque yo sola no puedo», al decir de Cristina.
Cualquier despecho por izquierda al nuevo valor del dólar y la posterior liberación de su compra para atesoramiento no puede obviar el contexto político: el golpismo que anima a quienes quieren ver de rodillas al gobierno, para de ese modo disciplinar drásticamente a un pueblo que, aun con sus contradicciones, arribó a una manera autónoma y singular de salir de la crisis terminal capitalista a la que había sido arrojado en 2001. Como también dice Kicillof, «si algo caracterizó a los gobiernos de Néstor y Cristina es que las medidas se toman en función de las circunstancias», algunas de las cuales «fueron decisiones heroicas e inesperadas». Parece una torpeza demandar medidas con un espíritu consignista, lineal, casi deportivo, que reviertan los efectos de una «devaluación antipopular», como se escribe a la ligera, sin medir sus atenuantes y sensibles indicadores, que además la contextualizan: superávit comercial, vencimientos de deuda razonables, presupuesto equilibrado, política monetaria predecible, contexto internacional que tiende a mejorar, niveles altos de consumo, índice de empleo sostenido y destinos turísticos populares totalmente colmados.
De presidente para abajo, el reto sigue siendo organizar al pueblo y resistir la embestida del capital. No dudar ni por un instante de la conducción política y estratégica, y aportar desde dónde se esté. Para decirlo en conurbano: ponerle el hombro al proyecto y crear condiciones políticas para su profundización.
«Oh gran capital que ya nada puedes, / ni siquiera ser más caritativo, / el futuro dejó de ser pasivo / y el pueblo romperá todas tus redes.» Santoro de nuevo.
en la»cultura del dolar»tiene que ver mucho el 1 a 1 de Menem que llevo a la gente al»deme 2″en sus baratos(en apariencia)viajes al exterior y el refriegue que aun hoy hacen los comentaristas televisivos y las fotos en los diarios opositores donde lo muestran como golosina deseable,hasta con»un olorcito»particular…mamita…