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Por Cledis Candelaresi, Prosecretaria de Redacción
Shell hizo punta hace cuarenta y ocho horas con una suba del 12 por ciento en el precio de las naftas que, en promedio, se incrementaron más del 38 por ciento en un año, muy por encima del Índice de Precios al Consumidor (IPC). Peor noticia para los propietarios de vehículos es que ese aumento es plataforma de incrementos futuros que, previsiblemente, involucrarán a las otras marcas.
No faltan razones para ese pronóstico, adicionales al dato que ofrece la historia reciente, en la que ningún refinador queda afuera de la serie de ajustes que alguno encabeza.
El de los combustibles es un mercado cartelizado de facto, con pocos actores, donde una dispersión acentuada de precios podría terminar perjudicando al que intente sostener una barata. Si uno aumenta y los competidores no, podría producirse sobre ellos una presión muy fuerte de la demanda de los voraces automovilistas y ésta, finalmente, sólo podría satisfacerse importando naftas, que son más caras que las que se producen localmente.
Pero la principal razón para que otras refinadoras emulen a la de origen angloholandés es que, efectivamente, la devaluación encareció su insumo básico, el petróleo, que representa alrededor del 80 por ciento de sus costos. Sobre esta base, la depreciación del peso en enero habría engrosado un 17 por ciento, lo que cuesta producir carburantes en el país.
Peor aun: como no se produce todo lo que se necesita de Medanito, la variedad más eficiente para refinar, las empresas tienen que importar. Lo harán con subsidio del Estado, que cubrirá la diferencia entre 82 dólares y lo que efectivamente cueste ese bien en el mercado internacional (por encima de los 100). Pero con un peso devaluado esta compra resultará más cara.
El valor del crudo en la Argentina está dolarizado, ya que su referencia es lo que se puede obtener si se exporta o lo que cuesta si se importa. Las operaciones se concretan en pesos pero sobre la base del tipo de cambio vendedor del Banco de la Nación Argentina, según el cierre del día anterior.
Las medidas específicas para bajar esa referencia obligada, como los derechos a la exportación (que de hecho comprimen el precio de un bien transable) oficiaron de valla por un tiempo. Pero ese cerco se fue ampliando paulatinamente y el crudo dio saltos casi tan abruptos como los de los combustibles.
Podría decirse que éste es un rubro en el que, efectivamente, la depreciación del peso ofrece un argumento consistente para corregir precios. En particular, por la compleja combinación de que el barril del WTI se encareció en dólares (ver cuadro), al tiempo que el dólar resulta más caro en la plaza local.
Claro que, aun en este caso, la idea no va en desmedro de la natural sospecha que se genera ante cualquier decisión remarcadora.
Según surge de un estudio de Montamat y Asociados –consultora que comulga con los planteos de más renta de las empresas del rubro–, los márgenes brutos de la refinación están por encima de los de Estados Unidos: 20 por ciento sobre ingresos versus 13 del país del Tío Sam. Sin embargo, según se lamentan las refinadoras, ese resultado viraría a negativo cuando se computan también los costos operativos como salarios, fletes y otros afectados por la inflación. De ser estrictamente así, estas empresas estarían en situación de tener que mejorar la ecuación de su negocio, so pena de que la producción de carburantes decline y sea necesario aumentar las compras del exterior.
Finalmente, existe una regla lógica de economía de mercado que respalda la estrategia de ajustes incesantes: los consumidores avalan las remarcaciones. La rebelde Shell, cuyo producto siempre es un poco más caro que el promedio, aumentó la venta de naftas un 8,9 el último año, sólo por citar un ejemplo. La incorporación de casi 114.000 autos más al parque automotor es una explicación casi obvia de por qué no derrapan las ventas, a pesar de que el producto resulta cada vez más caro.
Cada suba de precios tiene su lógica. A veces fundada en cuestiones técnicas, menos objetables desde la teoría económica. Otras, en el puro afán de maximizar beneficios, más reprochable desde la ética social. En cualquier caso, para el Estado siempre es difícil contrariarla con algún mecanismo de control.
Esta última suba, que llevó el valor de la súper por encima de los 11 pesos, resulta incuestionable desde el punto de vista formal, ya que las naftas no tienen precios regulados. Pero vulneró de hecho un acuerdo que el viernes pasado el Gobierno intentó sellar con las petroleras YPF, Axion, Oil y Petrobras para que, al menos durante febrero, no trasladen a los surtidores la suba de sus costos. Esto explica la airada reacción oficial contra Juan José Aranguren, responsable de la filial local, a quien se lo tildó de “conspirador”.
La sensibilidad oficial se explica porque el empresario contrarió la estrategia de la administración nacional para demorar un ajuste que, sumado a otros, exacerban el clima remarcador. La frontera entre los ajustes de precios para hacer sustentable una actividad y aquellos presuntamente evitables, que sólo responden a la codicia de quien quiere aprovechar la agitación del mercado para hacer su agosto, no siempre surge nítida.