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NUEVA YORK.- En Manhattan, una exclusiva sucursal de Barneys reemplazará a la de la cadena de saldos Loehmann’s, que se declaró en quiebra y cerrará sus puertas en las próximas semanas.
En todo Estados Unidos, las cadenas de restaurantes de precios moderados Olive Garden y Red Lobster pasan momentos difíciles, mientras que las de lujo, como Capital Grille, atraviesan su mejor momento. Y en General Electric el aumento de la demanda de lavavajillas y heladeras de última generación supera ampliamente las ventas de modelos populares.
Mientras los políticos y expertos de Washington siguen discutiendo si la desigualdad económica se profundizó realmente, para las grandes empresas norteamericanas la respuesta es obvia.
La realidad de esta economía que siguió a la recesión es que la base de consumidores de los negocios orientados a la clase media se está achicando, mientras que la franja de mayores ingresos crece y crece.
Por si quedaba alguna duda, la evidencia más convincente es el ritmo con que las empresas se están adaptando a ese nuevo horizonte de consumidores. Los principales analistas y consultoras de Wall Street describen ese giro con una crudeza que parece más propia de académicos de izquierda que de expertos en negocios. «Los consumidores que tienen acciones, inmuebles y están en la franja del 20% más rico la están pasando muy bien», dijo John G. Maxwell, jefe de prácticas globales de consumo y ventas de la firma PricewaterhouseCoopers.
En respuesta a ese giro, los clientes de PricewaterhouseCoopers, como las grandes tiendas o las cadenas de restaurantes, apuntan ahora a consumidores más ricos, con una oferta más amplia y sofisticada de bienes y servicios, o se dedican a los productos más baratos que existen, para atraer a las crecientes filas de consumidores que cuidan el centavo.
«Los restaurantes de cadena y los comercios minoristas que no apuntan a lo más alto o a lo más bajo en este momento están en el peor lugar posible -dijo Maxwell-. Nadie quiere quedarse atascado en el medio.»
Aunque acceder a los datos sobre consumo no es tan sencillo como acceder a las cifras que muestran la brecha de ingresos, nuevos estudios de economistas como Steven Fazzari, de la Universidad de Washington en Saint Louis, y Barry Cynamon, del Banco de la Reserva Federal de Saint Louis, dan cuenta de una realidad que en el mercado ya era evidente.
En 2012, el 38% del consumo de Estados Unidos estuvo en manos del 5% de norteamericanos con mayores ingresos, comparado con el 25% registrado en 1995, según detectaron los investigadores.
Y hay un dato todavía más impresionante: según Fazzari y Cynamon, la actual recuperación económica es impulsada casi enteramente por los más ricos. Desde 2009, año en que terminó la recesión, el gasto ajustado por inflación de esa franja de ingresos aumento un 17%, comparado con un aumento de sólo un 1% del 95% de consumidores restantes.
Sobre una base más amplia, cerca del 90% del aumento total del consumo ajustado por inflación entre 2009 y 2012 fue generado por el 20% de hogares con mayores ingresos, según el mismo estudio, patrocinado por el Instituto para el Nuevo Pensamiento Económico, un grupo de investigaciones de Nueva York.
Los efectos de este fenómeno se fueron extendiendo al resto de los sectores de la economía norteamericana, ya sean comercios, restaurantes, hoteles, casinos y hasta casas de electrodomésticos. Aunque el gasto entre los consumidores más adinerados logró sacar adelante la economía, para Fazzari, esa profundización de la brecha es preocupante.
«Va a ser muy difícil mantener un sólido crecimiento económico si una porción tan grande de la población queda rezagada», dijo Fazzari, quien también agregó que depender de una franja poblacional tan rica pero acotada para impulsar la demanda hace que la economía sea más volátil, ya que los gastos de ese grupo son más discrecionales y suelen depender, por ejemplo, de las fluctuaciones de la bolsa o del zigzagueante mercado inmobiliario.
Y como los ricos concentran toda la atención del mercado, la mayoría de las empresas están desarrollando estrategias que apuntan a una franja más amplia de consumidores adinerados.
Dentro de la división de electrodomésticos de General Electric, por ejemplo, la de mayor crecimiento es la línea Café, orientada al 25% de mayores ingresos y que ofrece heladeras de entre 1700 y 3000 dólares.
Tanto Sears como J. C. Penney, minoristas cuyos productos están destinados mayormente a la clase media norteamericana, atraviesan un momento muy delicado. El mes pasado, Sears anunció el cierre de su local insignia de State Street, en Chicago, y J. C. Penney anunció 2000 despidos y el cierre de 33 locales.
Los inversores ya tomaron nota de la contracción de la clase media. Las acciones de Sears y J. C. Penney cayeron más de un 50% desde fines de 2009, por más que negocios como Nordstrom y las cadenas de descuentos como Dollar Tree y Family Dollar Tree hayan duplicado y más su valor durante el mismo período.
Los cambios en el negocio gastronómico revelan que los efectos de la creciente desigualdad se extienden a toda la economía. En Olive Garden, donde el promedio es de 16,50 dólares por cubierto, «los clientes son de clase media; no son ricos y no son pobres», dijo John Glass, analista de Morgan Stanley.
Como los ingresos están estancados y los servicios de primera necesidad, como salud y educación, están en alza, según Glass, la clase media «se está ajustando el cinturón».
Traducción de Jaime Arrambide .