Revista Veintitrés
Ricardo Pignanelli es uno de los dirigentes sindicales que más enfáticamente viene acompañando el actual modelo económico. Motivos no le faltan. Su gremio, el Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (Smata), pasó de tener 35.000 afiliados a 100.000 en los últimos diez años. Entiende que sostener la vitalidad del mercado interno es la condición fundamental para superar la actual coyuntura económica. Por eso cree que en tiempos en que todos los ojos están puestos en el desarrollo que pueden tomar las negociaciones paritarias y su incidencia en el proceso inflacionario, el mejor mecanismo es el que viene aplicando en su sindicato. Se trata de establecer aumentos salariales de manera trimestral a partir de la evaluación de una serie de variables de la actividad. A diferencia de quienes sostienen que este sistema genera mayor incertidumbre, afirma que su aplicación garantiza previsibilidad. A su vez, advierte que son los propios empresarios los que generan los escenarios de incertidumbre, apostando a la devaluación en lugar de buscar mecanismos que impulsen la sustitución de importaciones.
–El actual contexto económico, ¿pone a la dirigencia sindical en la disyuntiva de pelear por recuperar el salario o privilegiar las fuentes de trabajo?
–Primero hay que entender lo que son las paritarias. Es una negociación en la que se miden las posibilidades que tienen las empresas y las necesidades que tienen los trabajadores. Siempre buscamos el fino equilibrio en el que tratamos de llevarles lo máximo a los trabajadores, pero sin dejar de proteger la fuente de trabajo. Yo les puedo sacar a los empresarios 20 lucas por mes. Pero si a los cinco meses se empieza a achicar la empresa y los trabajadores van a la calle, ¿de qué me sirvió conseguir ese aumento? Nosotros tratamos de sacar el equilibrio entre ambas partes. Por eso tenemos 84 convenios. Porque no es lo mismo las posibilidades que tienen las terminales, que las de las concesionarias o las de los talleres mecánicos. Desde hace tres años pusimos en marcha una herramienta que tiene que ver con el ajuste trimestral de los salarios.
–Algunos economistas y empresarios sostienen que ese mecanismo fomenta la inflación.
–Al contrario. Quedó demostrado que es un mecanismo que le permite al trabajador recuperar poder adquisitivo sin que eso genere inflación. Evaluamos la venta, la producción y la variación de precios de los últimos tres meses y a partir de esas variables sacamos un número para aumentar los salarios. Y lo real es que los aumentos anuales de sueldo en nuestro gremio siempre terminan estando dentro de la expectativa de la inflación. Cuando en enero salen a decir que van a pedir 25 o 30, para mí es un error. Porque automáticamente las patronales le dan a la maquinita y empieza la remarcación. Creo que tenemos que hacer análisis cortos para ver si de esa manera vamos bajando la inflación. Porque si el trabajador no tiene poder adquisitivo no tenemos el modelo que queremos, basado en el mercado interno. Entramos en la libertad de mercado y todos sabemos cómo termina la historia. Muchos actores importantes de la economía no es que están en contra de la Presidenta, sino que directamente no les conviene este modelo. Añoran el modelo de país agrícola-ganadero y volcado a los servicios. No les importa que quede un 40 o 50 por ciento fuera de la contención social. Pero cuidado que esto nos puede hacer volver al 2001, y si eso pasa no sé si nos vamos a poder volver a recuperar como lo hicimos en estos años. Hay que ser sabios y prudentes. En paritarias libres, creo que lo fuimos. No produjimos ningún descalabro. Si protegimos la calidad de vida de los trabajadores y su poder adquisitivo es porque entendemos que este sistema funciona si tenemos un mercado interno vigoroso. Si vendemos 800 mil vehículos por año, seguramente si alguna fábrica automotriz tiene pensado irse del país, lo va a pensar dos veces. Pero si baja esa cantidad de vehículos porque cae el poder adquisitivo de la gente, el escenario cambia.
–¿Ese mecanismo que ustedes vienen utilizando es aplicable a todos los sindicatos?
–Yo creo que sí. Por supuesto que cada actividad tiene su realidad. No puedo aplicarlo a un sueldo de 3.000 pesos. Tengo que garantizarle un piso y a partir de ahí aplicar esta mecánica. Para llegar a esta realidad posible nosotros tardamos siete años. Los trabajadores tenemos que cuidar mucho este modelo, porque si se quiebra vamos a ser los primeros en caernos. En nuestra actividad, por ejemplo, si las cosas empiezan a ir mal caen un montón de otros gremios que están enganchados a la industria automotriz, como los del caucho, textiles, plásticos y metalúrgicos, entre otros.
«Tenemos que hacer análisis cortos para ver si de esa manera vamos bajando la inflación»
–¿Esto lo planteó en la mesa chica de la CGT como una estrategia para que lleven adelante el resto de los gremios?
–No, es una idea mía y la mantengo desde hace mucho tiempo. Incluso me costó mucho hacérsela entender a mis compañeros hasta que vieron la evolución y se dieron cuenta de que era lo mejor. También me costó que se dieran cuenta los empresarios de que el costo financiero no es el costo del salario.
–¿Cree que si esta metodología se expande a otros gremios el Gobierno la acompañaría?
–El Gobierno dio hasta ahora total libertad. Nunca tuvimos trabas para la discusión de este tipo de mecanismo en paritarias. Lo nuestro es muy previsible. Sería una forma de bajar el costo de vida porque ese aumento no se termina trasladando a los precios.
–¿Desde los sindicatos van a cooperar en el control del cumplimiento de precios como les pidió el Gobierno?
–La verdad es que es muy difícil desde nuestro lugar llevar adelante un control como le gustaría al Gobierno. Lo digo porque lo hemos intentado. Con los compañeros de Mar del Plata armamos un equipo para salir a controlar los precios y cuando pasamos el primer supermercado no nos dejaron entrar a ninguno más. Al no tener las credenciales, la policía les negó la entrada cuando quisieron entrar al segundo supermercado. Está visto que el control de precios lo tiene que ejercer quien tiene la potestad de poder sancionar. Hay un equipo económico que debe delinear la política de precios y que debe trasladarla hacia abajo con un sistema de premios y castigos para el que la cumple y el que no. Nosotros somos apenas un sindicato. Tampoco nos podemos ir a las manos porque no nos dejan entrar.
–La semana pasada, Cristina planteó que muchos trabajadores están ahorrando en dólares. ¿Cree que fue una crítica a que lo hicieran en esa moneda o fue una respuesta a las declaraciones de Caló acerca de que los obreros estaban cobrando sueldos de hambre?
–Caló no quiso decir eso. Planteó que al paso que vamos y cómo se están distorsionando los precios, el trabajador iba a perder la calidad de vida. Eso le pasa tanto al que tiene un buen sueldo como al que tiene uno de subsistencia. Pero el que más pierde siempre es el que tiene un sueldo bajo. Lo conozco a Caló y sé que es un hombre íntegro. Cuando habla ante el periodismo quizá no tiene la claridad para expresar una idea pero es un compañero que puso todo por este modelo, como lo hicieron todos los que estamos en la CGT. Con respecto al ahorro en dólares, un compañero puede atesorar 200 dólares pero al final del año ese ahorro lo tenés de nuevo en el circuito porque lo utiliza para mejorar la casa o para cambiar el auto. El gran problema lo tenemos con los pooles de siembra y las cerealeras que no liquidan los dólares que tienen amarrocados en las silobolsas. Debe haber resortes desde el Estado para atacar las especulaciones que pueden llevar adelante los grandes grupos económicos.
–Las automotrices fueron de los sectores empresarios que más se beneficiaron en estos diez años. Sin embargo, apenas aparece algún nubarrón en la economía inmediatamente anuncian suspensiones y reducción de horas extras. ¿Por qué hay tanta volatilidad en el mercado laboral automotor?
–El sector automotor, para que haga base y medianamente se controle, necesitaría tener un 50 por ciento de contenido nacional, cuando con toda la furia llega al 30 por ciento. Esa fue la pelea que desde el 2008 venimos dando con la ministra de Industria y con el ex secretario de Comercio, Guillermo Moreno. Logramos subir varios puntos pero todavía falta. Arrancamos en el 19 por ciento. Las motos estaban en 0 por ciento y hoy están en el 19. Eso se logró a pulmón y apretando en cada reunión a los empresarios para que nacionalicen su producción. Creo que hay que hacer un programa a cuatro o cinco años que tenga como objetivo llegar a ese 50 por ciento. Eso va a generar menos desfasaje en la balanza comercial y estabilidad en lo laboral. Ojo que no cualquier país tiene un consumo de 800 mil unidades como la Argentina. Por eso cuando plantean las suspensiones a nosotros nos produce mucha impotencia y nos dan ganas a salir a la calle a romper todo.
–¿El empresario argentino prefiere ajustar vía aumento de precios y recorte de personal antes que invertir en la tecnología que mejore la productividad?
–Totalmente. Ese es el gran problema de nuestro país. El empresariado tapa la inoperancia que tiene para hacer crecer su industria reclamando por una devaluación. Es como un acto reflejo. Pero de esa manera no arreglamos el problema de fondo. La industria automotriz tendría que armar un régimen para alcanzar la cantidad de componente nacional equivalente al 50 por ciento. Ajustado el régimen, hay que hacer una ley. Porque cuando hablan de la seguridad jurídica, debe ser de afuera para adentro y de adentro para afuera. Si tuviéramos una ley que determine que a los diez años de instalada una empresa en la Argentina sus autos tienen que tener la mitad de sus componentes de origen nacional, las casas matrices terminarían aceptándolo. Si no, cualquiera viene al país, no invierte y se lleva la guita afuera como hicieron con Repsol o Aerolíneas. En este mundo somos todos buenos pero si no les ponés las reglas de juego, esos buenos te comen.