LAFFERRIERE RECUPERA LA VOZ

Viernes: Usted es recordado por su proyecto de ley de derecho a réplica durante el Gobierno de Alfonsín. ¿En qué consistía?
Ricardo Lafferriere: El doctor Mario Podolsky, mi colaborador, me sugirió avanzar con el derecho a réplica, que no estaba legislado en la Argentina. Creímos que les iba a gustar a todos. Se trataba de un proyecto para que aquel que se sienta afectado por una información equivocada sobre su persona pudiera tener un procedimiento sumario, presentarse ante el juez, que le corra la notificación al medio, y si el medio no está de acuerdo, en 48 horas dictar sentencia. Pero los dueños de los medios creían que detrás del Gobierno de (Raúl) Alfonsín había una infiltración de grupos de izquierda y este proyecto fue leído como una ofensiva del Gobierno para atacar a los medios. El ataque fue despiadado, me masacraron. El proyecto delimitó la rectificación, la respuesta y la opinión, que son cosas diferentes. En el Pacto de San José de Costa Rica la opinión también puede contestarse, mientras que nuestro proyecto era sólo para las informaciones acreditadas inexactas. Tenía mi experiencia como periodista en un medio local (NdR: fue director del diario Nogoyá, de Entre Ríos) y sabía del daño que se podía hacer con un trascendido, con una información equivocada.
V.: ¿Recuerda algunas reacciones de los medios?
R.L.: Que era un avance dictatorial de los sectores de extrema izquierda del Gobierno. Yo creía que (mi proyecto) hacía sintonía con lo que la democracia debía abrir, que eran espacios de libertad. No lo entendieron así y un medio, fundamentalmente Clarín, que tenía interés en tener Canal 13, empezó a descalificarme como forma de atacar al Gobierno y conseguir puntos a favor para conseguir el canal. El Gobierno se sentía sin fuerza política y creía que entregando los canales (11 y 13 de Capital Federal) daba una ventaja grande a los que querían desestabilizar, que eran muchos.
V.: Cuando habla de los que querían desestabilizar, ¿incluye a los medios de comunicación?
R.L.: No, los medios no querían desestabilizar, pero tenían temor que los sectores del Gobierno a los que consideraban más duros fueran contra la libertad de prensa.
V.: ¿Tuvo la oportunidad de hablar con algún directivo de algún medio por este proyecto?
R.L.: No, y fue el gran error. Si antes de presentar el proyecto les hubiera hablado del sentido y pedido consejos, a lo mejor no hubiera sido leído tan mal. Además, esto no estaba en el centro del interés del Gobierno, era una idea absolutamente mía. El Gobierno legítimamente decía: con todos los problemas que tenemos, ¿nos vamos a comprar éste?
V.: ¿Era para hacer tanto problema?
R.L.: No tengo dudas, le dieron un contenido equivocado, falsificaron la información. La Nación sacaba editoriales sin poner el texto del proyecto, sino lo que ellos pensaban que el proyecto contenía. El texto era claro en que las opiniones no estaban comprendidas, pero el diario decía: «Con este proyecto cualquiera que discrepe con un editorial puede pedirnos que saquemos un editorial en el mismo lugar», y la gente se asustaba. Lo declararon una cuestión de guerra. Hicieron una gran ofensiva que trató de cooptar dirigentes radicales. Hubo diputados de la UCR que se hicieron famosos al levantar la posición de los diarios. Aprovecharon la volada y se montaron en eso, avanzando en la distorsión. Era el juego de la política, no había mucho que hacer.
V.: ¿Cuál fue la reacción del Gobierno en ese entonces?
R.L.: El Gobierno no se metió en el tema, dijo que era sólo el proyecto de un senador, a pesar de que al año siguiente lo respaldó cuando el ministro (del Interior Antonio) Tróccoli mandó el proyecto de reforma del Código Civil y lo incluyó dentro de derechos personalísimos, pero quedó sin reglamentar procesalmente. El derecho procesal deja al descubierto si los derechos existen hoy. Queríamos que ese derecho reconocido no exigiera un juicio largo. ¿A quién le interesa una rectificación errada diez años después?
V.: ¿Qué consecuencias le trajo?
R.L.: Mi nombre quedó vinculado a un ataque a la libertad de expresión. La situación era compleja, se mezclaron muchas lecturas. Yo venía del sector más demonizado, que era la Junta Coordinadora de la Juventud Radical, el sector más joven y al que todos creían el más duro. Se equivocaban. Los medios hicieron este silogismo: Si es parte de la Coordinadora y hace ese proyecto, tiene que estar en algo raro. Hay una especie de leyenda acerca de que yo desaparecí de los diarios. Puede ser cierto, también lo es que yo tampoco mandé notas a los diarios, después de todas las cosas que dijeron. Fue una reacción corporativa de radios y diarios. Como tenía un largo trecho por recorrer, no me hice mucha mala sangre. De a poco se fueron olvidando y empezaron a sacarme alguna nota o hacerme algún reportaje. Sería desleal si dijera que sentía algún ataque específico. Tampoco levantaron mucho la labor legislativa, pero eso está dentro de las reglas de juego.
V.: ¿Usted notaba si se medía con varas distintas su labor en relación con la de otros senadores?
R.L.: Sí, no hay duda, pero es un derecho que tienen los medios, tienen su espacio y deciden cómo lo usan. Algún periodista que estaba en el Senado me dijo: «¿Para qué te metiste con eso? Se enojaron en las redacciones».
V.: Ya pasaron 30 años de democracia, ¿Por qué cree que aún no tenemos un proyecto que delimite los pasos procesales de ese derecho?
R.L.: No sé. Ahora uno cuenta con algunas otras herramientas, como la ley de amparo, que permite reclamar frente a un particular que afecte derechos personalísimos. Pero hoy hay una pluralidad enorme de medios que permite tener un lugarcito donde decir lo que querés. También es cierto que lo que no tenés es la seguridad de que un medio grande lo pueda hacer. Los medios decían que todos ejercían la ética periodística y daban derecho a réplica cuando se equivocaban. Ellos lograron instalar que el derecho a réplica iba a empezar a existir con un contenido exagerado. Mientras no haya ley procesal, sigue siendo una especie de concesión graciosa de los diarios. Debe formar parte del derecho positivo.
V.: Cuando usted hablaba con sus compañeros de partido, ¿en algún momento recordaron que aquello pudo haber sido una lección para todos?
R.L.: Yo creo que sí, que todos lo asumieron tácitamente. Eso también es crecimiento, indica que a la sociedad no se la puede avasallar con una idea por más que a uno le parezca brillante. No hay nada que a uno le parezca perfecto que deba imponerse, sino que surja cuando haya consenso entre los actores.
V.: En caso de que un diputado presentara un proyecto similar al suyo hoy, ¿cree que la reacción de los medios sería la misma que en 1984?
R.L.: No, creo que hemos madurado mucho en ese sentido. A lo mejor, si me preguntabas esto hace dos años, en el auge de la pelea Clarín-Gobierno, te hubiera dicho que es un tema sensible, pero hoy creo que todos han entendido que nadie puede ir por todo. Hacer un proyecto de esta clase sería ordenar las cosas.
V.: Esta semana se admitió el plan de adecuación de Clarín. ¿Cómo observó el tratamiento del Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner del proyecto de ley de medios?
R.L.: Hubo difusión del proyecto pero no una búsqueda de consensos. La sociedad lo leyó como una batalla entre Clarín y el Gobierno. Los ven inmersos en una batalla por poder entre un conglomerado mediático y el Gobierno nacional. Han armado un ejército comunicacional y enfrente se ha armado otro, pero el ciudadano común no tiene ningún espacio. Ahora un ciudadano que no coincida con el Gobierno ni con Clarín no tiene espacio en ningún lado, además de otros aspectos que le han hecho mucho daño a la Argentina.
V.: ¿Cuáles?
R.L.: El daño más grande que ha hecho la ley de medios es dejar al país en una situación raquítica de cara a la competencia internacional. No tenés posibilidad de entrar en el escenario mayor de la comunicación si no tenés un grupo que tenga fuerza. Lo inteligente para un Gobierno con vocación de progreso sería acordar con el principal medio un respaldo internacional a los efectos que pueda hacer producciones que difundan la cultura argentina. Necesitás un medio que tenga posibilidad de pelear el mercado. Y a cambio de eso, acordás pautas de comportamiento internas. Creo que Clarín no hubiera tenido problemas en una cosa así. ¿Qué problemas va a tener en ser la Televisa argentina para el mundo? Pero acá adentro, que sean abiertos, no se jode. Se declaró la guerra para matarlos, los dos quedaron raquíticos y destrozados por la pelea.
V.: Sin embargo, uno de los argumentos de Clarín era que ser poderoso en el mercado interno es la condición sine qua non para competir afuera.
R.L.: Yo digo que hay que democratizar hacia adentro. Uno puede acordar pautas que sean la contrapartida del respaldo que se les dé hacia afuera. Lo que creo absurdo es ahogar la producción hacia afuera porque eso implica ahogarla hacia adentro. Un canal de cable no tiene la posibilidad de hacer «Avenida Brasil», por ejemplo. Pero creo que al Gobierno no le interesaba esto. Cambiamos argumentos sobre un escenario que presupone honestidad en los actores. La discusión exhibía argumentos, pero los verdaderos elementos de análisis no dependían de ellos, sino que se trataba de concentración de poder político y económico.
V.: ¿Es posible diversificar el sistema de medios sin afectar los intereses de un grupo empresarial tan grande?
R.L.: Creo que sí. Esto pasa: hay articulación natural, espacio de pluralismo interno y respaldo internacional. Además, hoy la lucha política se da mucho más por la interactividad, que va permitiendo a más cantidad de gente formar su opinión política. Pensar que la lucha por los medios es igual que en la década del 50 es de una ingenuidad gigantesca. Uno puede estar en una batalla simbólica que tense todo y al final no tienen ningún efecto.
V.: ¿Cree que la influencia de los medios actuales es nula? Si no, no se entiende por qué Clarín peleó por defender tanto a medios que no van a ser importantes dentro de poco tiempo.
R.L.: Es cierto que la influencia de los medios existe, pero mucho menos endiosada que antes. Eso también los lleva a creer que ellos no pueden gobernar. Siguen teniendo importancia las tapas y los titulares (pero) de ellos ya no depende la estabilidad de un Gobierno. Son unos actores más del escenario público, pero no son decisores del rumbo de la sociedad.
V.: ¿Es posible abrir espacios a nuevos actores sin que se extremen posiciones de la empresa afectada? ¿Hay otra forma de llevar a cabo un debate sobre la desmonopolización y no caer en la retórica en la que cayó el Gobierno?
R.L.: El eje no está en los medios sino en la distribución de internet. No pasarán muchos años para que tengamos todo por internet. Lo central sería garantizar la mayor cobertura de banda ancha con suficiente amplitud de banda. Con eso, el resto lo hace la sociedad, porque van a surgir infinidad de iniciativas que van a empezar a competir en un medio virtualmente infinito. La red te va generando la ruptura de limitaciones, como la del papel o de las frecuencias. Podés tener 5.000 canales de TV en tu casa. Eso va democratizando muchísimo. Le da más poder al ciudadano independiente de Magnetto o de Cristina. La gente que consume tal pluralidad es indemne a que la quieran llevar de la nariz con un titular. Tampoco pueden mentir tanto los que tienen medios de comunicación masiva. El ciudadano está muchísimo más informado. La democratización llega sola.
V.: ¿Cómo imagina el final de este conflicto político?
R.L.: Estoy en una posición crítica del kirchnerismo porque es populista, pero tampoco puedo ignorar que los informes que hace TN tienen un grado de grotesco que les quita credibilidad. En eso no podés encontrar un camino que te vaya organizando las cosas para beneficio del común. Haría falta que ni el Gobierno ni Clarín se crean que son el dueño de la pelota, que se estudie una reglamentación de la comunicación que evite el monopolio informativo, que le dé al ciudadano pluralidad de recepción y emisión de ideas. La banda ancha es el secreto de la democratización de la sociedad. La comunicación tiene salida, pero para eso tenés que dejarla salir al mundo.
BIO
Nogoyá, 1 de noviembre de 1949
Trabajo: abogado, consultor en temas medioambientales. Exsenador nacional (1983-1995), diputado (1995-1999) y embajador argentino en España (2000-2001).
Estudios: Colegio Nacional de Nogoyá (secundario); abogado (Universidad Nacional del Litoral).
Rutina informativa: La Nación, Clarín,
Ámbito Financiero, Infobae.com, TN y C5N.
Hobby: «Escribir artículos de opinión y de vez en cuando algún libro en formato e-book». Es autor de «Nada es gratis», un thriller que se desarrolla en la década del noventa.
@mparadalopez

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Un comentario en «LAFFERRIERE RECUPERA LA VOZ»

  1. Pasan la decadas, pero el modus operandi no cambia: «Le dieron un contenido equivocado, falsificaron la información. La Nación sacaba editoriales sin poner el texto del proyecto, sino lo que ellos pensaban que el proyecto contenía (…) y la gente se asustaba. Lo declararon una cuestión de guerra. Hicieron una gran ofensiva que trató de cooptar dirigentes radicales. Hubo diputados de la UCR que se hicieron famosos al levantar la posición de los diarios».

    Esto tambien suena: «Yo venía del sector más demonizado, que era la Junta Coordinadora de la Juventud Radical, el sector más joven y al que todos creían el más duro. Se equivocaban».

    Y el resto, incluyendo su rutina informativa, es sindrome de Estocolmo.

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