Pensadores respetables, que apoyan al oficialismo, han redoblado en estos días difíciles sus esfuerzos para apuntalar el relato, sin evitar críticas, si se los lee entre líneas. Acaso dos textos publicados en Página 12 los últimos días resulten paradigmáticos. Uno -titulado «Nueva actitud»- es de Horacio González, director de la Biblioteca Nacional; el otro -«Elogio del cuidado»- lleva la firma de Diego Tatián, distinguido profesor de filosofía de la Universidad de Córdoba. Los dos escritos tienen elementos en común. En primer lugar, son convocatorias a constituir, o fortalecer, una fuerza colectiva para respaldar los logros del Gobierno; en segundo lugar, describen un modo de funcionamiento de la sociedad y de la política, que los autores creen verificable en la realidad.
González y Tatián tienen buenas intenciones, sesgadas por el ideario kirchnerista, que ellos y otros intelectuales crearon. Las buenas intenciones son defender el reparto equitativo de la riqueza en democracia, transformando las instituciones, no arrasándolas. La interpretación kirchnerista -a la que González y Tatián suscriben- sostiene, sin embargo, que la democracia del Gobierno es la verdadera democracia; que las apetencias de los propietarios de medios y de grandes empresas son contradictorias con los intereses populares; que, por eso, estos sectores conspiran contra el proyecto, y, que, en última instancia, las instituciones, tal como funcionan, defienden a los poderosos, no al pueblo. Creen también que la última década es incomparable con cualquier otra por sus progresos sociales.
Como González y Tatián son perspicaces, admiten dos hechos. El primero es que el kirchnerismo alcanzó logros parciales debidos, por un lado, a la acción de sus contrincantes, y, por otro, a sus propios errores y limitaciones. Segundo, asumen que el proyecto se ha debilitado y pasa por un momento crítico. Ante ello, González propone una nueva corriente intelectual que ofrezca «una respuesta adecuada, novedosa y con capacidad para exhortar a la lucidez participativa de miles y miles de ciudadanos.», mientras Tatián aboga por «una práctica y una conciencia colectivas del cuidado», para reforzar los logros y evitar retrocesos. Ambos creen posible movilizar esas fuerzas en favor del kirchnerismo.
Cabe preguntar: ¿es viable este emprendimiento cuando la imagen y la confianza en el Gobierno se desploman? Y más aún: ¿se puede convocar a movilizaciones colectivas en su defensa -intelectuales o en la calle- cuando cunde la desilusión y la bronca? Más bien parece lo contrario. Si nos atenemos al clima social, «la lucidez participativa de miles y miles de ciudadanos» -para usar las palabras de González- los llevará a movilizarse no a favor sino en contra de las autoridades, como ya ocurrió en el pasado reciente. Considerándolos lúcidos, entiendo que la corriente social que imaginan factible González y Tatián no es una quimera, sino que surge del modo en que ellos conciben el funcionamiento de la sociedad.
Tatián es más expresivo en este punto. Afirma que la política no se agota en las pujas de intereses, sino que consiste en «el imprevisible dinamismo animado por un régimen de pasiones públicas». En el marco de esas pasiones, sucede -según el autor- un litigio ideológico interminable que «en última instancia puede ser concebido como una tensión entre derechos y privilegios.». En la lógica de Tatián, los derechos los custodia el Gobierno y los privilegios, las corporaciones. Precios Cuidados es aquí la metonimia de derechos cuidados, de allí la apología.
La década ganada requiere nuevos esfuerzos. Mantener e incrementar los logros dependerá -imagina Tatián- «de lo que los ciudadanos argentinos seamos capaces de hacer», y para eso no es suficiente conservar, hay que «radicalizar». Radicalizar y cuidar alcanzarán su culminación, según el filósofo, en un «tránsito cultural» posible y necesario: el paso de la sociedad de consumo a la sociedad de la abundancia. En esa sociedad regirá el buen vivir, cada uno tendrá lo suficiente, cuidaremos del otro y del mundo «cada vez más frágil, amenazado de irreparable pérdida». Se deduce que la utopía será un logro del régimen, si los argentinos se movilizan en su defensa.
La evidencia disponible contradice estos argumentos. La sociedad no funciona así. Los votantes argentinos, como los de otros países, se rigen por «el axioma del egoísmo» que enseñan las teorías de la acción social, antes que por ideales. El bolsillo sigue siendo la víscera más sensible y el castigo vendrá por allí. Hoy, la prosaica teoría económica de la democracia, que Schumpeter inspiró a Anthony Downs, explica mejor la realidad política que los apasionamientos intelectuales de Hegel o Spinoza. Duele, pero es así.
Las bodas del populismo con el consumismo es lo que hay que impugnar. El desprecio por los bienes públicos, la devaluación de la ciudadanía, los lazos del poder con el delito es lo que debe cuestionarse. La política educativa, donde no alcanza con poner dinero, tiene que ser urgentemente revisada. Consumo y empleo, sin instituciones fuertes y sin educación de calidad, no llevan a la sociedad emancipada que imaginan los intelectuales kirchneristas. Es apenas una mejora, acechada por el embrutecimiento y la alienación.
© LA NACION .
González y Tatián tienen buenas intenciones, sesgadas por el ideario kirchnerista, que ellos y otros intelectuales crearon. Las buenas intenciones son defender el reparto equitativo de la riqueza en democracia, transformando las instituciones, no arrasándolas. La interpretación kirchnerista -a la que González y Tatián suscriben- sostiene, sin embargo, que la democracia del Gobierno es la verdadera democracia; que las apetencias de los propietarios de medios y de grandes empresas son contradictorias con los intereses populares; que, por eso, estos sectores conspiran contra el proyecto, y, que, en última instancia, las instituciones, tal como funcionan, defienden a los poderosos, no al pueblo. Creen también que la última década es incomparable con cualquier otra por sus progresos sociales.
Como González y Tatián son perspicaces, admiten dos hechos. El primero es que el kirchnerismo alcanzó logros parciales debidos, por un lado, a la acción de sus contrincantes, y, por otro, a sus propios errores y limitaciones. Segundo, asumen que el proyecto se ha debilitado y pasa por un momento crítico. Ante ello, González propone una nueva corriente intelectual que ofrezca «una respuesta adecuada, novedosa y con capacidad para exhortar a la lucidez participativa de miles y miles de ciudadanos.», mientras Tatián aboga por «una práctica y una conciencia colectivas del cuidado», para reforzar los logros y evitar retrocesos. Ambos creen posible movilizar esas fuerzas en favor del kirchnerismo.
Cabe preguntar: ¿es viable este emprendimiento cuando la imagen y la confianza en el Gobierno se desploman? Y más aún: ¿se puede convocar a movilizaciones colectivas en su defensa -intelectuales o en la calle- cuando cunde la desilusión y la bronca? Más bien parece lo contrario. Si nos atenemos al clima social, «la lucidez participativa de miles y miles de ciudadanos» -para usar las palabras de González- los llevará a movilizarse no a favor sino en contra de las autoridades, como ya ocurrió en el pasado reciente. Considerándolos lúcidos, entiendo que la corriente social que imaginan factible González y Tatián no es una quimera, sino que surge del modo en que ellos conciben el funcionamiento de la sociedad.
Tatián es más expresivo en este punto. Afirma que la política no se agota en las pujas de intereses, sino que consiste en «el imprevisible dinamismo animado por un régimen de pasiones públicas». En el marco de esas pasiones, sucede -según el autor- un litigio ideológico interminable que «en última instancia puede ser concebido como una tensión entre derechos y privilegios.». En la lógica de Tatián, los derechos los custodia el Gobierno y los privilegios, las corporaciones. Precios Cuidados es aquí la metonimia de derechos cuidados, de allí la apología.
La década ganada requiere nuevos esfuerzos. Mantener e incrementar los logros dependerá -imagina Tatián- «de lo que los ciudadanos argentinos seamos capaces de hacer», y para eso no es suficiente conservar, hay que «radicalizar». Radicalizar y cuidar alcanzarán su culminación, según el filósofo, en un «tránsito cultural» posible y necesario: el paso de la sociedad de consumo a la sociedad de la abundancia. En esa sociedad regirá el buen vivir, cada uno tendrá lo suficiente, cuidaremos del otro y del mundo «cada vez más frágil, amenazado de irreparable pérdida». Se deduce que la utopía será un logro del régimen, si los argentinos se movilizan en su defensa.
La evidencia disponible contradice estos argumentos. La sociedad no funciona así. Los votantes argentinos, como los de otros países, se rigen por «el axioma del egoísmo» que enseñan las teorías de la acción social, antes que por ideales. El bolsillo sigue siendo la víscera más sensible y el castigo vendrá por allí. Hoy, la prosaica teoría económica de la democracia, que Schumpeter inspiró a Anthony Downs, explica mejor la realidad política que los apasionamientos intelectuales de Hegel o Spinoza. Duele, pero es así.
Las bodas del populismo con el consumismo es lo que hay que impugnar. El desprecio por los bienes públicos, la devaluación de la ciudadanía, los lazos del poder con el delito es lo que debe cuestionarse. La política educativa, donde no alcanza con poner dinero, tiene que ser urgentemente revisada. Consumo y empleo, sin instituciones fuertes y sin educación de calidad, no llevan a la sociedad emancipada que imaginan los intelectuales kirchneristas. Es apenas una mejora, acechada por el embrutecimiento y la alienación.
© LA NACION .
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si la sociedad funcionara como quiere La Nacion volveriamos a principios del siglo XX.
Queres decir sin villas miseria, sueldos mas altos que en Europa a todos los niveles, educacion publica comparable a la mejor en cualquier lado y futuros premios Nobel recien nacidos o por nacer?
si,de la historia oficial,la del granero del mundo,con oligarcas y conventillos,sin industria y con articulos importados como el aceite,que convenia a los intereses europeos,con una escuela publica estatal para incorporar a los inmigrantes(aunque tambien se daba la privada en manos de ordenes religiosas para preparar grupos selctos adictos),apuntando a fortalecer solo al gran puerto central de la ciudad de Bs.As.,hoy con una sociedad tremendamente distinta.
Te recuerdo que los conventillos, por ratones que fuesen, tenian electricidad, agua corriente, y servicios cloacales provistos por las municipalidades. Sere anticuado, conservador, lo que quieras, pero me parece preferible a una tapera de lata y carton con balde o la alcantarilla como provision sanitaria, vivienda modesta tipo en la Argentina post 1945, y en la Villa 31 en el centro de BA, hasta que tu jefa decidio que era un ejemplo de progreso, y algo habran hecho al respecto.
Si no habia industria, explicame la Semana Tragica. Y contame cual pais latinoamericano, muchos de ellos con poca o ninguna conexion a Inglaterra, tenia un grado de desarrollo industrial mas alto. Brasil incluido. Ya se que si no hubiera sido por Caseros y Rosas hubiera continuado, en 1910 Argentina hubiera sido Noruega/Suiza 2014, pero la historia no siempre es justa. Salvo cuando la escribis vos a beneficio de tu jefa.