Al cabo de unos años, se desplomaba la Convertibilidad mostrando lo angosta que era la calle, es decir, un país para cada vez menos argentinos.
Durante todo el período democrático, los gobiernos –incluido el más amigable con los mercados como el de Menem– recibieron ataques financieros contra la moneda doméstica. Pero los más letales fueron los de la salida anticipada de los mandatos de Alfonsín y De la Rúa. También existieron otros menos cruentos pero que luego fueron los antecedentes de esas fugas desordenadas y orquestadas intencionalmente. Las que se efectivizaron tanto en auto como en helicóptero.
El gobierno de Cristina acaba de enterrar su séptima corrida financiera en menos de ocho años de gestión, es decir casi una por año, hazaña que la debiera colocar al tope de los presidentes que salieron airosos en estas lides y bien le valdría un lugar en el libro Guinness de los récords.
Esta es una mala noticia para aquellos que apostaron a que el gobierno tenía los días contados. Gurúes económicos, famosos columnistas domingueros, sindicalistas y políticos de la oposición se relamieron durante un mes con esa posibilidad confundiendo, una vez más, deseo con realidad.
No existe una fórmula exacta para afirmar que la corrida pasó, pero, si ya algún consultor lo dejó traslucir, los exportadores comenzaron tímidamente a liquidar divisas, Repsol está a punto de aceptar el acuerdo con YPF y los diarios dejaron de titular la salida de reservas como lo único relevante para el hombre de la calle, aun durante una semana donde también cayeron, algo debe haber.
Pero volvamos a la breve historia de las corridas. La actual administración experimentó por lo menos seis entre 2007 y 2012, y en todas ellas el costo se puede medir en términos de pérdida de dólares en el BCRA. Aquí es importante destacar que la fuerte acumulación de reservas previa y el proceso de desendeudamiento fueron los principales instrumentos para sofocarlas. Muchos de los analistas que hoy juegan a favor de la desestabilización, en su momento criticaban la suma de reservas, opinando que se trataba de una sobreacumulación «ineficiente». Desde esta óptica, el pionero había sido el FMI con un trabajo donde indicaba que el rendimiento de las colocaciones de esos activos era muy bajo, por lo que debía seguir confiándose en el FMI como prestamista de última instancia y no en los bancos centrales de los países emergentes. Gracias, no fumo.
La primera corrida contra la presidenta fue en los meses previos a las elecciones presidenciales de 2007, en paralelo a la crisis financiera en Estados Unidos. El 28 de octubre de ese año, Cristina Fernández ganaba las elecciones por el 43% de los votos y hasta hacía pocos meses atrás el concepto de hipotecas «subprime» era desconocido para el gran público.
En 2008 se frenaron otras dos intentonas especulativas. En marzo, a partir del conflicto con las patronales campestres y a fines de agosto, cuando el sistema financiero en Estados Unidos tuvo su segundo fuerte sacudón a partir del 15 de septiembre cuando Lehman Brothers presentó su quiebra.
En diciembre de ese mismo año, se lanzó la cuarta corrida a partir de una de las principales medidas económicas de corte heterodoxo de la actual administración –junto a la Asignación Universal por Hijo y la nueva YPF– como fue la estatización de los fondos de las AFJP. «El pueblo argentino parece no tener paz. A la crisis internacional ahora se le sumó la noticia de que el gobierno estatizará las AFJP», decía el diario Perfil por esos días, apesadumbrado seguramente por la pérdida de las costosísimas publicidades que hacían esas empresas en los medios.
No mucho tiempo después, en enero de 2010, se produjo el amotinamiento del presidente del Banco Central, que no quería dejar ni su despacho ni despeinar su jopo. Por esos años, la oposición y los medios, lo descubrieron como el estoico guardián de las reservas del pueblo de la patria, cuando hasta hacía poco lo consideraban uno de los funcionarios marioneta K. Hoy brinda lecciones de economía desde el variopinto búnker de economistas del Frente Renovador.
El sexto intento frustrado fue durante los meses previos y posteriores a las elecciones presidenciales de 2011. En ninguno de estos episodios, el BCRA tuvo inconvenientes serios en frenar el golpe de mercado y, al mismo tiempo, impedir las demandas de los alzados en armas financieras: devaluación y endeudamiento externo. El costo fue la pérdida de divisas y la aceleración de la fuga de capitales. Respecto a este tema, el colega Alfredo Zaiat realiza un análisis certero sobre la relación entre las corridas y la pérdida de divisas. «En total, entre 2007 y 2011, el resultado de la cuenta Formación de Activos Externos del sector privado, o sea las compras de dólares, fue de 79.281 millones», afirma en su Libro Economía a Contramano. Por su parte, si analizamos en términos de reservas los episodios de la crisis con las patronales sojeras, las elecciones presidenciales de 2011 y las elecciones legislativas de 2013, nos encontramos como común denominador, la fuerte caída de las mismas.
Cada una de las corridas cambiarias fue abordaba con diferentes medidas ya que las situaciones de arranque y los contextos nacionales e internacionales eran diferentes. No obstante, sí hubo una receta que nunca se utilizó: el ajuste en la política fiscal, reclamo por excelencia de los mismos que fogonean las corridas. Cabe mencionar que si bien la menor disminución se muestra en 2011 (U$S 3703 millones), es también cierto que el período de drenaje fue corto (cuatro meses), y la corrida más profunda que en 2008, frenándose sin la ansiada y pretendida devaluación que alentaban las corporaciones, sino con la política de restricciones cuantitativas a la compra de dólares. Por otra parte, la caída fue similar entre la crisis de 2008 y la corrida que acaba de finalizar (más de U$S 5500 millones) pero las diferencias son notorias: la primera duró siete meses y comenzó con reservas mayores a los U$S 50 mil millones. En cambio, la crisis del año 2013 se produce con reservas del orden de los U$S 33.600 millones, es decir un 40% menos que en las otras dos oportunidades. Por tal motivo, y luego de profundizar las devaluaciones periódicas sin un resultado concreto en términos de estabilidad de divisas, el freno al ataque especulativo sobre las reservas vino por primera vez con una devaluación puntual del 20% combinada con la flexibilización de las restricciones impuestas en 2011, una política monetaria más restrictiva que en las crisis anteriores y compromisos de sectores exportadores para liquidar divisas que fueron, no hace mucho tiempo atrás, parte del proceso especulativo.
En estos días, además de haberse estabilizado el tipo de cambio, se anunciaron medidas que fueron mejorando las expectativas en términos de inversiones e ingresos de divisas y, al mismo tiempo, el gobierno desplegó otra serie de políticas, de fuerte corte intervencionista, que compensan los efectos de la devaluación y que descolocan a los sectores que veían un giro conservador en el gobierno. Estos actores, principales y de reparto, son los mismos que reclaman un plan, y en Argentina sabemos que plan siempre ha sido sinónimo de ajuste fiscal.
Es cierto que haber salido airoso de este séptimo embate no los pone felices, pero las buenas noticias empezaron para la mayoría de los argentinos que, en última instancia, son los que legitimarán o no estas políticas en 2015. Los demás están empeñados en volver a la época del «Shopping-Disco-Zen» del que hablaba la redonda letra noventista.
Durante todo el período democrático, los gobiernos –incluido el más amigable con los mercados como el de Menem– recibieron ataques financieros contra la moneda doméstica. Pero los más letales fueron los de la salida anticipada de los mandatos de Alfonsín y De la Rúa. También existieron otros menos cruentos pero que luego fueron los antecedentes de esas fugas desordenadas y orquestadas intencionalmente. Las que se efectivizaron tanto en auto como en helicóptero.
El gobierno de Cristina acaba de enterrar su séptima corrida financiera en menos de ocho años de gestión, es decir casi una por año, hazaña que la debiera colocar al tope de los presidentes que salieron airosos en estas lides y bien le valdría un lugar en el libro Guinness de los récords.
Esta es una mala noticia para aquellos que apostaron a que el gobierno tenía los días contados. Gurúes económicos, famosos columnistas domingueros, sindicalistas y políticos de la oposición se relamieron durante un mes con esa posibilidad confundiendo, una vez más, deseo con realidad.
No existe una fórmula exacta para afirmar que la corrida pasó, pero, si ya algún consultor lo dejó traslucir, los exportadores comenzaron tímidamente a liquidar divisas, Repsol está a punto de aceptar el acuerdo con YPF y los diarios dejaron de titular la salida de reservas como lo único relevante para el hombre de la calle, aun durante una semana donde también cayeron, algo debe haber.
Pero volvamos a la breve historia de las corridas. La actual administración experimentó por lo menos seis entre 2007 y 2012, y en todas ellas el costo se puede medir en términos de pérdida de dólares en el BCRA. Aquí es importante destacar que la fuerte acumulación de reservas previa y el proceso de desendeudamiento fueron los principales instrumentos para sofocarlas. Muchos de los analistas que hoy juegan a favor de la desestabilización, en su momento criticaban la suma de reservas, opinando que se trataba de una sobreacumulación «ineficiente». Desde esta óptica, el pionero había sido el FMI con un trabajo donde indicaba que el rendimiento de las colocaciones de esos activos era muy bajo, por lo que debía seguir confiándose en el FMI como prestamista de última instancia y no en los bancos centrales de los países emergentes. Gracias, no fumo.
La primera corrida contra la presidenta fue en los meses previos a las elecciones presidenciales de 2007, en paralelo a la crisis financiera en Estados Unidos. El 28 de octubre de ese año, Cristina Fernández ganaba las elecciones por el 43% de los votos y hasta hacía pocos meses atrás el concepto de hipotecas «subprime» era desconocido para el gran público.
En 2008 se frenaron otras dos intentonas especulativas. En marzo, a partir del conflicto con las patronales campestres y a fines de agosto, cuando el sistema financiero en Estados Unidos tuvo su segundo fuerte sacudón a partir del 15 de septiembre cuando Lehman Brothers presentó su quiebra.
En diciembre de ese mismo año, se lanzó la cuarta corrida a partir de una de las principales medidas económicas de corte heterodoxo de la actual administración –junto a la Asignación Universal por Hijo y la nueva YPF– como fue la estatización de los fondos de las AFJP. «El pueblo argentino parece no tener paz. A la crisis internacional ahora se le sumó la noticia de que el gobierno estatizará las AFJP», decía el diario Perfil por esos días, apesadumbrado seguramente por la pérdida de las costosísimas publicidades que hacían esas empresas en los medios.
No mucho tiempo después, en enero de 2010, se produjo el amotinamiento del presidente del Banco Central, que no quería dejar ni su despacho ni despeinar su jopo. Por esos años, la oposición y los medios, lo descubrieron como el estoico guardián de las reservas del pueblo de la patria, cuando hasta hacía poco lo consideraban uno de los funcionarios marioneta K. Hoy brinda lecciones de economía desde el variopinto búnker de economistas del Frente Renovador.
El sexto intento frustrado fue durante los meses previos y posteriores a las elecciones presidenciales de 2011. En ninguno de estos episodios, el BCRA tuvo inconvenientes serios en frenar el golpe de mercado y, al mismo tiempo, impedir las demandas de los alzados en armas financieras: devaluación y endeudamiento externo. El costo fue la pérdida de divisas y la aceleración de la fuga de capitales. Respecto a este tema, el colega Alfredo Zaiat realiza un análisis certero sobre la relación entre las corridas y la pérdida de divisas. «En total, entre 2007 y 2011, el resultado de la cuenta Formación de Activos Externos del sector privado, o sea las compras de dólares, fue de 79.281 millones», afirma en su Libro Economía a Contramano. Por su parte, si analizamos en términos de reservas los episodios de la crisis con las patronales sojeras, las elecciones presidenciales de 2011 y las elecciones legislativas de 2013, nos encontramos como común denominador, la fuerte caída de las mismas.
Cada una de las corridas cambiarias fue abordaba con diferentes medidas ya que las situaciones de arranque y los contextos nacionales e internacionales eran diferentes. No obstante, sí hubo una receta que nunca se utilizó: el ajuste en la política fiscal, reclamo por excelencia de los mismos que fogonean las corridas. Cabe mencionar que si bien la menor disminución se muestra en 2011 (U$S 3703 millones), es también cierto que el período de drenaje fue corto (cuatro meses), y la corrida más profunda que en 2008, frenándose sin la ansiada y pretendida devaluación que alentaban las corporaciones, sino con la política de restricciones cuantitativas a la compra de dólares. Por otra parte, la caída fue similar entre la crisis de 2008 y la corrida que acaba de finalizar (más de U$S 5500 millones) pero las diferencias son notorias: la primera duró siete meses y comenzó con reservas mayores a los U$S 50 mil millones. En cambio, la crisis del año 2013 se produce con reservas del orden de los U$S 33.600 millones, es decir un 40% menos que en las otras dos oportunidades. Por tal motivo, y luego de profundizar las devaluaciones periódicas sin un resultado concreto en términos de estabilidad de divisas, el freno al ataque especulativo sobre las reservas vino por primera vez con una devaluación puntual del 20% combinada con la flexibilización de las restricciones impuestas en 2011, una política monetaria más restrictiva que en las crisis anteriores y compromisos de sectores exportadores para liquidar divisas que fueron, no hace mucho tiempo atrás, parte del proceso especulativo.
En estos días, además de haberse estabilizado el tipo de cambio, se anunciaron medidas que fueron mejorando las expectativas en términos de inversiones e ingresos de divisas y, al mismo tiempo, el gobierno desplegó otra serie de políticas, de fuerte corte intervencionista, que compensan los efectos de la devaluación y que descolocan a los sectores que veían un giro conservador en el gobierno. Estos actores, principales y de reparto, son los mismos que reclaman un plan, y en Argentina sabemos que plan siempre ha sido sinónimo de ajuste fiscal.
Es cierto que haber salido airoso de este séptimo embate no los pone felices, pero las buenas noticias empezaron para la mayoría de los argentinos que, en última instancia, son los que legitimarán o no estas políticas en 2015. Los demás están empeñados en volver a la época del «Shopping-Disco-Zen» del que hablaba la redonda letra noventista.
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