Del ajuste económico al ajuste de estrategias

El ajuste económico de Cristina Kirchner se ha convertido en la principal variable del juego electoral. La Presidenta reveló que, con tal de llegar a 2015, es capaz de conformarse con hacer no lo que piensa, sino lo que puede .
Esta resignación inaugura un nuevo cuadro político. Las medidas que el Gobierno está adoptando, a pesar de sí mismo, en el campo monetario, cambiario, laboral, fiscal o financiero, tienen un correlato en la disputa de 2015. Los primeros en advertirlo son los sectores radicalizados del kirchnerismo. Ellos temen que el proceso que comenzó con la devaluación y continúa con la suba de la tasa de interés, el recorte del salario, el reconocimiento de la inflación, el pago a Repsol, el reacercamiento al Fondo y al Club de París , y la titubeante distensión con los Estados Unidos conduzca a un último consentimiento: la candidatura presidencial de Daniel Scioli .
Scioli comparte ese diagnóstico. Y lo festeja. El oficialismo quedó instalado en la situación que él soñó en 2011. A la señora de Kirchner no le fue tan bien como para perpetuarse en el poder, pero tampoco le podría ir tan mal como para que la crisis la devore, junto a quienes se identifican con ella. Ni reelección ni naufragio: racionalización. Ésta es la apuesta de Scioli y de los demás gobernadores oficialistas cuando apoyan las decisiones económicas. Necesitan que el Gobierno sea heredable. No quieren verse en el espejo de Eduardo Angeloz, el radical que en 1989 debió representar a un oficialismo en llamas.
Scioli cifra su esperanza en la vacilante pax cambiaria de estos días. «Asesores» como Miguel Bein o Mario Blejer bendicen las medidas -las comillas se deben a que estos expertos acceden al gobernador por invitación del único economista a quien él entrega el corazón: el antiguo contador de su padre, Rafael Perelmiter, su consigliere -.
Scioli recita a toda hora el aforismo que aprendió de un viejo zorro peronista: «Podés llegar con Cristina o sin Cristina, pero no contra Cristina». Con esa consigna, él se acerca a gobernadores como el sanjuanino Gioja, el misionero Closs, el chubutense Buzzi, el mendocino Pérez, el neuquino Jorge Sapag y el riojano Beder Herrera.
También conversa con Daniel Peralta, a quien Cristina Kirchner indultó por causa de fuerza mayor: la disputa entre pingüinos llevaría a entregar la provincia, con todos sus secretos, al radical Eduardo Costa, esposo de Mariana Zuvic, denunciante de las operaciones de Lázaro Báez con la familia presidencial. La puntada final de este entramado es peligrosa: un arreglo con José Manuel de la Sota, máximo enemigo de Carlos Zannini, quien tienta a Scioli diciendo: «Soy el único peronista que cuenta con 500.000 votos endosables».
En el extremo de la audacia, Scioli coloniza el gabinete nacional. Selló una alianza con Diego Bossio, ahijado de Gioja y titular de la Anses, quien aspira a sucederlo en La Plata. Habla con el tucumano Jorge Manzur, ministro de Salud. Cruza mensajes cifrados con el temeroso Julio De Vido. Y se alió al «ministro» Cristóbal López, su adelantado en Tigre. En cambio, con Florencio Randazzo sólo logró cerrar el pacto de las fotomultas.
Así como se consuelan del inocultable torniquete ortodoxo aclarando que todavía no les toman la sopa a los enfermos, los kirchneristas de paladar negro intentan alguna contorsión que les permita zafar de Scioli. Los intelectuales de Carta Abierta ya se sobresaltaron con la pesadilla de terminar sesionando en el varieté de La Ñata cuando, en diciembre de 2012, aconsejaron enfrentar a las «fuerzas conservadoras que anidan en la alianza triunfante».
La coreografía del congreso partidario de Santa Teresita, el sábado pasado, expresó este drama: mientras hablaba Scioli, los cuarentones de La Cámpora vociferaban «el que no salta es de Clarín». La relación con los medios y las enormes fisuras de su política de seguridad son los argumentos a los que apelarán los que no se resignan a la candidatura del gobernador.
El entrerriano Sergio Urribarri se ha puesto al servicio de esas ensoñaciones. Con él se alinean su protegido Miguel Galuccio, Agustín Rossi, Carlos Tomada, Daniel Filmus, Jorge Taiana, Francisco Gutiérrez y, siempre en las antípodas de De Vido, Zannini. El motor de la candidatura de Urribarri es el deterioro de Jorge Capitanich, quien al parecer cuenta con el apoyo de un puntero de Quilmes.
Scioli celebra esta reticencia a su figura. Aspira a purificarse en el Jordán de unas primarias en las que Cristina Kirchner lo enfrente con un candidato propio, que absorbería la negatividad del Gobierno. Pero los achacosos jacobinos de Olivos piensan de otro modo. Aspiran a capturar posiciones para controlar a un eventual presidente salido del oficialismo. Después de fracasar con el Consejo de la Magistratura, en La Cámpora se proponen quedarse con la Anses. Scioli lamentaría la pérdida: fantasea con que Bossio le proporcionará las prometidas «intimidades de Massa».
La Cámpora anda también detrás del Ministerio de Desarrollo Social para el «Cuervo» Larroque. ¿Por qué esa agresividad de Máximo Kirchner con su tía? Un funcionario aficionado al humor negro comenta: «Él es como Kim Jon-un, pero incruento». Nada que ver. El objetivo de Larroque no es tía Alicia, sino Carlos Castagneto, su mano derecha, que también habla con Scioli. Por las dudas, la ministra se blinda en la memoria de su hermano. Anteayer lo equiparó con José de San Martín en un video ( http://www.desarrollosocial.tv/Videos/Default.aspx?Id=459 ).
Más que Cristina Kirchner, a Scioli lo inquieta Sergio Massa. El nuevo diputado lo sigue superando en las encuestas -Hugo Haime y Julio Aurelio los dan 30 a 20-. Y ha amenazado la conducción del Senado provincial con el pase de Fabio Sorchilli, suplente de Sergio Berni. El pintoresco Sorchilli se enojó porque no le hicieron una ruta. Para advertirlo necesitó la ayuda del pródigo Jorge D’Onofrio, el representante de Massa en la Legislatura. Para Scioli, el incidente es agridulce. Perjudicaría a Gabriel Mariotto, que debería coordinar sus decisiones, sobre todo las pecuniarias, con un presidente provisional de la oposición. Por este motivo ayer en La Plata se especulaba con que el coronel Berni podría reasumir su banca en la próxima. Mariotto impediría la entrada de Sorchilli al recinto. Y el público viviría otra jornada de emoción inolvidable.
Con independencia de esta guerra de zapa, el ajuste de la señora de Kirchner también modifica los planes de Massa. La hipótesis de un derrumbe se ha debilitado. Y la posibilidad de que el Gobierno mejore su performance paralizó los pases hacia el peronismo opositor. Esta novedad entorpece la urdimbre federal de Massa, expansiva en la provincia de Buenos Aires pero más lenta en el resto del país: se afirmó en Chubut (Das Neves), La Pampa (Verna) y Santa Fe (Reutemann), más allá de brumosas conversaciones con radicales. En ese despliegue, el Frente Renovador compite con Mauricio Macri, a quien Scioli alienta en secreto.
Massa todavía está montado en la inercia de la última campaña. Pero, como la marcha será más larga, deberá recalibrar su carrera. En su campo hay señales de desorden. La irrupción de José de Mendiguren pidiendo, para alegría de Tomada, la prórroga de las paritarias; la autosuficiente negativa a modificar las PASO, suponiendo que el Frente Renovador no necesitará de aliado alguno -sobre todo de Mauricio Macri-, o la estridente recepción a Raúl Othacehé, que, entre otros perjuicios, abre más la herida con el Papa y con el clero por el antecedente del caso Bargalló, revelan que el massismo se está moviendo con el sistema nervioso periférico.
Pero los rasgos más relevantes de la disputa en curso no son tácticos. Pertenecen a la larga duración del peronismo. Rara vez un gobierno de ese signo pagó, como ahora, la factura de su fiesta. Y por primera vez existen rivales competitivos -UNEN, Pro- que podrían aprovechar la fragmentación de ese partido. Quien mejor expuso ese drama fue el politólogo Mario Ishii cuando exageró frente a un amigo: «Si porque Scioli y Massa no se ponen de acuerdo en José C. Paz me tengo que aguantar cuatro años a un intendente radical, no voy a dudarlo: a uno de los dos le pego un tiro». .

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