En este momento, el futuro de América latina se está dirimiendo en las calles de Caracas. Y esto no es una expresión melodramática o grandilocuente, sino una clara realidad ante una reacción de la derecha –que hasta ahora sólo vuelve con golpes, como en los casos de Honduras y Paraguay– que hoy echa dardos sobre la República Bolivariana. Es que Venezuela marcó el punto de inflexión de las experiencias neoliberales en la región hacia la construcción, país por país, de un proyecto latinoamericanista que centra sus bases de cambio en el cruce de tres dimensiones relacionadas: lo económico, lo social y lo político.
Este entrelazamiento está vinculado a la nueva oleada de gobiernos populares que permitió sortear la matriz neoliberal establecida tras la crisis de la deuda, que reconfiguró una base social centrada en el capital financiero. El esquema de privatizaciones y liberalización económica tomó cuerpo luego de una década de recesión e inflación para la región y logró una recuperación económica con grandes ganancias para los grupos concentrados, generalmente trasnacionalizados, en base a bajos salarios y fuerte exclusión social. Si bien el punto clave del modelo fue frenar la inflación, que pasó de una media del 400% en 1992 al 7% en 2001, lo que legitimó mantener congelados los salarios a lo largo del período, cabe aclarar que el crecimiento económico de este período fue bastante inestable, con picos de 5% en 1994 y 1997 y caídas de 1% en 1995 y 1999, en especial en la volatilidad de las crisis externas, tal como lo informa la Cepal.
Y a pesar de pregonar equilibrio fiscal, la fase neoliberal mostró a la región con una disposición al déficit a lo largo del período, con una media del 2% anual con propensión creciente, pasando de 1,4% en 1992 al 3,1% en 2001. A esto, se le sumó la tendencia de déficit comercial, provocado por la subvaluación cambiaria, de dólar barato, que marcó una caída del 10% de las exportaciones entre 1995-1999 y un aumento de las importaciones del 66%, dando un desfasaje promedio del 1,7%. Con ese doble déficit, América latina y el Caribe, de tener una deuda externa del 479 mil M en 1992, la incrementó a 762 mil M en 1999. En definitiva, un modelo de endeudamiento que la obligaba a remitir recursos, unos 30 mil M promedio por año, y condenaba el desarrollo del continente.
Giro popular. Desde la consolidación de Chávez en Venezuela (1999), la llegada de Lula en Brasil (2002), Néstor Kirchner en Argentina (2003) y Tabaré Vázquez en Uruguay (2005), el continente cambió la matriz de política económica. De la centralidad del mercado se pasó a un desarrollismo centrado en la inversión pública como base del crecimiento, impulsado por la expansión del consumo interno a partir de políticas sociales. Esta lógica se fue expandiendo con una segunda oleada de gobiernos: Morales en Bolivia (2006), Correa en Ecuador (2007), Ortega en Nicaragua (2007), Lugo en Paraguay (2008) o Funes en El Salvador (2009); que consolidaron un nuevo camino para el continente.
Como dato, América Latina y el Caribe pasó de tener una tasa promedio en 1990-2000 del 3,2 %, con variaciones inestables del crecimiento, al 3,8% en el período 2001-2010, en forma sostenida. Cabe delimitar que los países del sur del continente, donde se concentran los gobiernos populares, registraron una media del 5%, en tanto que los países del Caribe tan sólo 2,9%. Si bien el crecimiento pareciera similar, un punto contrapuesto al período neoliberal es la reducción del desempleo, donde las cifras actuales son las más bajas desde mediados de la década del noventa, registrando en la totalidad de los países latinoamericanos tasas inferiores al 8%. A su vez, los salarios reales de los trabajadores tuvieron fuertes recuperaciones a lo largo del continente, que llegan a un 15% promedio, contrapuesto al 4,9% que tuvo la Unión Europea.
Sin embargo, el dato más contundente es el efecto de inclusión social. Si bien el fuerte incremento de la pobreza y la indigencia se registró durante la década 1980-1990, que pasaron del 38,86% al 47,44% y al 17,71% al 22,9% respectivamente en América Latina y el Caribe, implicando saltar de 136 a 204 millones de pobres y de 62 a 95 millones de indigentes, durante el período 1990-2000 bajó en términos relativos al 45% de pobreza y al 19,8% de indigencia, pero la cantidad aumentó a 225 millones de pobres y 99 millones de indigentes en la década del noventa. El cambio drástico devino en la fase 2000-2010, donde se redujeron radicalmente en términos absolutos y relativos, alcanzando 179 millones (31,62%) de pobres y 69 millones (12,19%) de indigentes y continúa en baja, ya que en 2013 representan 164 millones (27,3%) y 66 millones (11,3%) respectivamente, sencillamente una década ganada en estos términos.
Cambio de tendencia. Es evidente que hay una retracción de la economía mundial, que pasó de una tasa de crecimiento medio del 4% en 2010 al 2,1% en 2013, afectando a todos los países del planeta. Desde el gigante chino, que pasó una tasa del 10,3% al 7,6%; Estados Unidos del 2,5% al 1,5%; o la Unión Europea del 2% a -0,5%; por lo que se entiende que la región se haya desacelerado, pasando del 5,8% al 2,8%. A pesar de esto, pareciese perfilarse una recuperación en 2014, donde se pronostica un 3,3%.
Un mito es que los gobiernos “populistas de la región” gastan de más y eso provoca la crisis, pero si repasamos las cuentas fiscales, se puede observar que por el contrario en la primera fase de las gestiones, las brechas presupuestas promedio bajaron, pasaron del 2,9% en 2001 a 0% en 2006 (más de un neoliberal estaría contento con ese déficit cero). Incluso, los gobiernos populares mantuvieron durante la década una estabilidad de precios, con un promedio de la región del 6,9% de inflación, situación que comenzó a cambiar no por el “clientelismo desmedido” (así le llaman a las políticas sociales) sino por el impacto de la crisis del centro europeo. Y es la desaceleración de la economía mundial lo que provoca el desfasaje fiscal a partir del 2008, que pasa del 0,5% al 2,4% de déficit promedio en 2013 e impulsa la tendencia inflacionaria que vive la región.
Lo que molesta a neoliberales es que la presión tributaria pasó del 25% del PBI en 1995 al 28,8% en 2008 y que el gasto social subió del 13,5% al 17,9%, marcando el claro perfil del Estado. Porque mientras la pobreza se reducía del 45% en 2000 al 31,2% en 2010, el PBI/pc pasaba de 3746 U$S en 2002 a 4597 U$S en 2010. Además, esto permitió revertir una tendencia de desigualdad abierta que generó el neoliberalismo, donde el Índice de Gini promedio (medida de desigualdad) pasó de 0,52 en 1990 a 0,54 en 2000, para pasar a bajar al 0,51 en 2010.
Existen debilidades en el crecimiento, por el ejemplo, la formación bruta de capital fijo si bien subió del 17,7% promedio de la década del 90 al 21% en la década del 2000-2010, sin embargo está por debajo del 23,1% promedio que tuvo la fase desarrollista del período 1970-1980. Incluso, persisten grupos vulnerados que a pesar del crecimiento económico padecen exclusiones, como los jóvenes de 15 a 24 años. Tal como informó la OIT, en América latina, de los 108 millones, solo 56,1 están ocupados o buscan empleo, y un 13,9% busca y no lo consigue. Si bien esa tasa implicó un descenso respecto del 2005, que se ubicaba en 16,4%, aún sigue siendo alta, por lo que explica acciones de políticas públicas, como el programa Progresar en Argentina, orientadas a incentivar la educación y empleabilidad de esa franja poblacional.
Perspectivas. Para el año 2014, las proyecciones muestran para las principales economías de América latina un crecimiento moderado, con 2,6% para Argentina y Brasil, el promedio regional estará en el 3,3%, e incluso algunos países de la región podrían tener un buen desempeño, con pronósticos del 5,5% para Perú y Bolivia; 4,5% para Colombia, Ecuador, Paraguay y Haití; y del 4% para Chile y Costa Rica, tasas que están por encima de muchos países del centro desarrollado, especialmente la Unión Europea, que mantiene su perspectiva recesiva.
Esta tendencia, casi como paradoja, está consolidando a lo largo de América latina y el Caribe la irrupción de clases medias que comienzan a realizar nuevas demandas, y desafíos a su vez, a los gobiernos populares. Puede verse a los estudiantes en Chile, a los caceroleros en Argentina, a los jóvenes en Brasil o a los profesionales en Perú, que se destacan por reclamar puntos que cuestionan la agenda de los gobiernos desde otro ángulo, porque sus protestas se dan en un momento de crecimiento económico, no de recesión, con demandas heterogéneas, en marcos de insatisfacción con el funcionamiento del Estado, generalmente cuestionando las políticas sociales del mismo, y con fuerte refracción a los partidos políticos. Así, los escenarios políticos latinoamericanos, que parecían estar consolidando a las expresiones políticas que sostienen a los gobiernos populares, que rompieron con los esquemas bipartidistas tradicionales, que se contraponían con fuerzas conservadoras-liberales o socialcristiana y socialdemócratas, con la inclusión de sectores postergados a lo largo de la historia del continente, se ven asediados por generar un esquema de inclusión de estos nuevos emergentes, que a la vez son seducidos por propuestas antisistema, funcionales al regreso de los lineamientos de la década del noventa.
Mientras las clases medias reclaman en las calles, propiciando salidas del esquema institucional, la derecha prepara sus cuadros recomendando las recetas tradicionales: ajuste de gasto, reducción de salarios y endeudamiento externo. Por eso, el desenlace de las movilizaciones de Venezuela que se presentan en los últimos días, pone en cuestión algo más que el gobierno de Maduro, sino la base política, social y económica de toda la región. Como los proyectos populares se consolidan en las urnas, los grupos reaccionarios y conservadores, con apoyo de la embajada norteamericana, impulsan salidas de dudosa institucionalidad, contrapuestas a la voluntad de las grandes mayorías, y que pretenden avanzar sobre los logros de inclusión social y política que tuvo América latina durante la década. En esa disyuntiva se encuentra el continente.