06/03/14
La política es una práctica virtuosa en procura del bien común? ¿O se agota en la búsqueda del poder y su ejercicio? ¿Existen límites éticos en la actividad política? ¿O cualquier procedimiento es válido si permite alcanzar los objetivos buscados?
Todos estos interrogantes han sido puestos de manifiesto con la exhibición de la serie “House of cards” , en la que un dirigente político no vacila en recurrir a cualquier procedimiento o manipulación, si ello le asegura la obtención de sus propósitos. Pese a no ser de difusión masiva (sólo se accede a ella por Internet y suscripción), la repercusión que ha tenido en la prensa y en las redes sociales ha sido muy significativa.
Más allá del acierto de la trama, de su rigor técnico y de algunas interpretaciones notables, me pregunto qué resortes ha tocado en los espectadores, entre los que me incluyo, para provocar ese impacto.
Por un lado, creo que la serie corrobora la extendida creencia popular de que el ejercicio de la política está rodeado de corrupción, intrigas y manipulaciones en torno al poder . Muchos dirigentes nacionales, que siguen la serie con entusiasmo, se han visto en la obligación de señalar que en la realidad las cosas no son como la serie muestra, que hay exageraciones, etc.
No importa si eso es así o no. La percepción de la gente sobre la política, injusta o no, es como la cuenta “House of Cards”, que viene a decirnos “es tal cual como lo imaginan”.
Por el otro, merece analizarse la influencia del recurso de “romper la cuarta pared” . Se denomina así a la técnica, original del teatro luego extendida al cine y ahora a los videojuegos, de atravesar la pared invisible que hay entre el escenario y los espectadores cuando los actores se dirigen directamente a estos últimos, haciéndolos partícipes del espectáculo.
Frank Underwood, el villano protagonista de la serie, magníficamente interpretado por Kevin Spacey, corre la cortina diciendo “vengan amigos, pasen”.
Le habla permanentemente al espectador, entablando una íntima relación, haciéndolo cómplice de sus intrigas y fechorías capaces de llegar adonde sea.
Este procedimiento, propio de William Shakespeare en sus inolvidables personajes perversos como Yago en Otelo (también despechado al igual que Underwood por haber sido desplazado de un cargo) o Ricardo III en sus crueles maquinaciones para hacerse del trono de Inglaterra, no sólo humanizan al personaje, sino que también involucran al espectador en la realización de las maniobras arteras. Nos pone de su lado, todos queremos que siga actuando de esa manera.
Es nuestra venganza de la real politik y la confirmación de que la cosa era como sospechábamos.
En la ficción no importa la verdad sino la verosimilitud y, en este caso, lamentablemente, realidad y ficción no parecen estar demasiado lejos.
Ahora salgamos un instante de la serie. La política no está reservada sólo a los políticos. A todos nos concierne.
La recuperación de la credibilidad perdida pasa también por atravesar “la cuarta pared” y meternos todos en el escenario político para controlar qué es lo que se hace. Por supuesto, hay corrupción, hay intrigas y todo tipo de turbios manejos en torno al ejercicio del poder, pero el mejor antídoto para prevenir esas conductas indeseables es una ciudadanía activa que vigile obsesivamente a las autoridades y les exija permanentemente la rendición de sus actos.
La política es una práctica virtuosa en procura del bien común? ¿O se agota en la búsqueda del poder y su ejercicio? ¿Existen límites éticos en la actividad política? ¿O cualquier procedimiento es válido si permite alcanzar los objetivos buscados?
Todos estos interrogantes han sido puestos de manifiesto con la exhibición de la serie “House of cards” , en la que un dirigente político no vacila en recurrir a cualquier procedimiento o manipulación, si ello le asegura la obtención de sus propósitos. Pese a no ser de difusión masiva (sólo se accede a ella por Internet y suscripción), la repercusión que ha tenido en la prensa y en las redes sociales ha sido muy significativa.
Más allá del acierto de la trama, de su rigor técnico y de algunas interpretaciones notables, me pregunto qué resortes ha tocado en los espectadores, entre los que me incluyo, para provocar ese impacto.
Por un lado, creo que la serie corrobora la extendida creencia popular de que el ejercicio de la política está rodeado de corrupción, intrigas y manipulaciones en torno al poder . Muchos dirigentes nacionales, que siguen la serie con entusiasmo, se han visto en la obligación de señalar que en la realidad las cosas no son como la serie muestra, que hay exageraciones, etc.
No importa si eso es así o no. La percepción de la gente sobre la política, injusta o no, es como la cuenta “House of Cards”, que viene a decirnos “es tal cual como lo imaginan”.
Por el otro, merece analizarse la influencia del recurso de “romper la cuarta pared” . Se denomina así a la técnica, original del teatro luego extendida al cine y ahora a los videojuegos, de atravesar la pared invisible que hay entre el escenario y los espectadores cuando los actores se dirigen directamente a estos últimos, haciéndolos partícipes del espectáculo.
Frank Underwood, el villano protagonista de la serie, magníficamente interpretado por Kevin Spacey, corre la cortina diciendo “vengan amigos, pasen”.
Le habla permanentemente al espectador, entablando una íntima relación, haciéndolo cómplice de sus intrigas y fechorías capaces de llegar adonde sea.
Este procedimiento, propio de William Shakespeare en sus inolvidables personajes perversos como Yago en Otelo (también despechado al igual que Underwood por haber sido desplazado de un cargo) o Ricardo III en sus crueles maquinaciones para hacerse del trono de Inglaterra, no sólo humanizan al personaje, sino que también involucran al espectador en la realización de las maniobras arteras. Nos pone de su lado, todos queremos que siga actuando de esa manera.
Es nuestra venganza de la real politik y la confirmación de que la cosa era como sospechábamos.
En la ficción no importa la verdad sino la verosimilitud y, en este caso, lamentablemente, realidad y ficción no parecen estar demasiado lejos.
Ahora salgamos un instante de la serie. La política no está reservada sólo a los políticos. A todos nos concierne.
La recuperación de la credibilidad perdida pasa también por atravesar “la cuarta pared” y meternos todos en el escenario político para controlar qué es lo que se hace. Por supuesto, hay corrupción, hay intrigas y todo tipo de turbios manejos en torno al ejercicio del poder, pero el mejor antídoto para prevenir esas conductas indeseables es una ciudadanía activa que vigile obsesivamente a las autoridades y les exija permanentemente la rendición de sus actos.
Frank Underwood es un bebé de pecho respecto de algunos funcionarios autoctonos.