El desequilibrio que produjo en el sistema institucional el triunfo presidencial de Cristina Fernández en 2011, por la magnitud de la distancia que la separó del segundo, generó masas populares de disconformidad carentes de expresión potable.
Ello derivó en la imposibilidad de encajar ciertas demandas en la agenda pública.
La consecuencia de ese circuito que fue retroalimentando el par insatisfacción/irrepresentatividad, a nuestro criterio, fueron los cacerolazos que se sucedieron a partir del año 2012. Y que ahora se desinflaron. No así su esencia reivindicativa, de corte enojoso.
Un vacío que llenó hábilmente Sergio Massa con la construcción del Frente Renovador.
A estos respectos, conviene atender en detalle a la últimamente cada vez más frecuente sucesión de declaraciones de los dirigentes opositores, que parecen ir persiguiéndose unos a otros en eco, evidenciando así que van a la caza de similar universo electoral. Porque, además, los sectores opositores no peronistas caminan hacia una arquitectura partidaria de mayor solidez. Al cierre de este texto, nada había hecho Elisa Carrió por dinamitar la anterior afirmación, lo que constituye toda una novedad.
El problema ha dejado de ser, entonces, la existencia o no de alternativas con potencialidad y horizonte; ahora, en cambio, se trata de cómo discurre ese relacionamiento.
Raúl Degrossi apuntó en el blog Nestornautas que la representación política no puede ni debe limitarse, cuando se trata de una variante opositora, a la mera reproducción de las voces de disconformidad para con el oficialismo de turno. Cualquiera se las vería en figurillas para intentar, si así lo quisiese, expresar el enorme y diverso racimo de vociferaciones antikirchneristas que se oyeran en las marchas callejeras de protesta 2012/2013 sin el procesamiento de las mismas que la tarea dirigencial implica. Fue Carlos Pagni quien se ocupó de diferenciar ese fenómeno del de opción política proyectiva cuando explicó que, de haber existido liderazgos capaces de ofrecer una salida creíble a quienes no se sentían contenidos por la presidenta CFK, nadie habría salido a la queja de ese modo.
Pero es una incógnita si la sola aparición de una figura en quien depositar la confianza del sufragio basta.
Martín Rodríguez escribió en La Política On Line que la inseguridad es un momento en el que se cuestionan las mediaciones. Hay que pensar a partir de esa frase la «comprensión» de las pulsiones linchadoras que manifiestan las principales referencias del arco partidario. El hilo que separa eso de la convalidación, siquiera involuntaria, es demasiado delgado.
Representar significa capacidad para articular las exigencias ciudadanas con su viabilidad práctica (económica, por caso) y su admisibilidad jurídica. El resultado de ese procedimiento sería una respuesta a los “problemas de la gente” que trascienda a la enunciación de los mismos. Si, en vez de eso, gana un espacio indebido el discurso crudo del reclamo, estaremos en problemas. Y eso no remite solamente a las dificultades gestivas de quien está a cargo de la gobernanza durante un período determinado: también a quien legitima aquello que está fuera de sitio.
Explícitamente o no.
Las voluntades tergiversadoras querrán ver en estas líneas una culpabilización a los dirigentes opositores por los linchamientos que son tema de debate por estos días.
Nada de eso.
Pero tampoco se puede reducir un fenómeno complejo y multidimensional como la inseguridad y las reacciones que se derivan de la imposibilidad de domarla apenas a una administración. Máxime cuando hay en marcha procesos de construcción y reconfiguración de identidades representativas de cara a una sucesión presidencial. Y, quizás, de ciclo histórico. La responsabilidad se reparte cuando las expectativas se reparten entre mayor cantidad de actores, aun cuando la principal siga siendo la de la cabeza del Poder Ejecutivo Nacional, que de todas maneras en este caso estuvo a la altura, no sumando más leña al fuego de la irracionalidad. De ningún modo posible imaginable.
Así, pues, en adelante habrá que preguntarse, en relación al Estado, más cuál que cuánto.