Sergio Massa repudia el anteproyecto de Código Penal o relativiza la condena a los linchamientos y, al toque, salen a hacerle eco Maurizio Macrì, Hermes Binner, Ernesto Sanz, Julio Cobos. Calcan sus palabras. Más tarde, Macrì dice que le da tranquilidad que su hija se haya ido de viaje a EEUU durante un año, pues así ella escapa de la inseguridad argentina, que al parecer no existe en San Francisco. A las pocas horas, Massa dice que trabaja para que sus hijos puedan vivir aquí, en obvia respuesta a la anterior catarsis irresponsable del alcalde porteño (que declara como si no lo fuera).
Elisa Carrió ha iniciado, desde hace un par de semanas, una maratón de lloriqueos por varios programas de la señal TN del Grupo Clarín. Ruega que desistan de lo que, entiende, es un apoyo del multimedios conducido por Héctor Magnetto a la candidatura del ex intendente de Tigre. Este berrinche llama a la vergüenza ajena, por una dirigente política que pareciera dedicar mayores esfuerzos a la construcción mediática que a la partidaria. Y reconoce lo tantas veces denunciado por el kirchnerismo respecto de la evidente articulación entre sectores empresariales y agrupaciones políticas opositoras.
En este caso, se confirma, por boca de alguien que conoce esos vericuetos como pocos –pues los ha recorrido casi en rango de columnista–, que los favores serán para las huestes del esposo de Malena Galmarini.
El repaso enseña sobre la disputa que envuelve a los opositores por estos días: Massa ya mordió todo lo que podía de electorado kirchnerista en 2013. Quedó en desventaja en ese universo (65/35 en cuanto al voto peronista duro histórico, según explicara Manolo Barge), pero fue suficiente como para arruinar la performance global del FpV. En adelante, va por aquello que en 2011 se repartió entre demasiados, sin que por ende nadie lograra hacer ni cosquillas a CFK en su empresa reeleccionista: el sufragio no peronista, sensible a cuestiones institucionales/republicanas. Algunas vigas maestras de esa cosmovisión, dicho sea de paso, están ganando espacio en agenda. Lo explica bien Ricardo Tasquer, comenzó a partir de las sediciones policiales con más saqueos de fines de 2013.
No por una derechización social, que nadie piensa en esos términos: es simple y lógico reflejo conservacionista ante los avances materiales elaborados por el gobierno nacional en una década, máxime cuando algunos ruidos de gestión (por las correcciones a la macro) e incertidumbre institucional (dado el recambio presidencial venidero) se asoman.
El plus de la oferta renovadora es la de una arquitectura mucho más sólida, capaz de disputar poder y sostenerlo.
En PRO parecen haber tomado nota de esto, y ahora andan ocupados en pegar a Massa al kirchnerismo. «Es lo mismo, pero reciclado», explican resumidamente. Ése será el litigio político principal en adelante. Y es en ese entendimiento que cabe esperar del Frente Renovador un abandono, al menos discursivo, de buena parte de la promesa de «conservar lo bueno».
(Ezequiel Meler acaba de expresarlo brutalmente, haciendo además alusiones a la irresponsabilidad de Massa en cuanto al temario reforma del Código Penal/linchamientos, en sintonía con nuestro anterior post.)
Se trata, sencillamente, de una necesidad estratégica.