Vestida con su guardapolvo blanco, la docente Mariela Pica, de 28 años, decía presente en la manifestación sobre el puente Pueyrredón.
La menuda mujer calificó como válido el reclamo del que participaba. «No queremos hacer un paro dominguero. Acá es donde tenemos que estar para reclamar que se mejoren los salarios y las condiciones en las que trabajamos, sobre todo los docentes», dijo, con firmeza.
Hace cinco años, cuando se recibió de profesora de historia, Pica esperaba algún día mejorar su situación económica. Pero, desde entonces, no pudo hacer mucho. Al contrario, su realidad tiende a complicarse.
«Por trabajar 16 horas como titular en una escuela de Capital cobro $ 4500», relató a LA NACION. El bajo nivel de su salario la obligó a tomar suplencias en otras dos instituciones educativas de la ciudad de Buenos Aires y, aun así, no le alcanza para vivir con comodidad. A veces, incluso, transcurren hasta tres meses hasta que puede percibir su ingreso.
«Menos mal que no tengo hijos y tampoco debo pagar un alquiler», suspiró aliviada la docente, que está afiliada al gremio Ademys. Sin embargo, y debido a los frecuentes aumentos en los precios, Pica tuvo que restringir algunos gastos diarios.
«Estamos en una situación preocupante. Por eso nos adherimos al paro y apoyamos cada reclamo de los docentes. No podía quedarme en casa mirando cómo nuestros sueldos, pobres en muchos casos, pierden su valor. Es el producto de nuestro esfuerzo, nuestros estudios», resumió Pica, convencida que sólo el paro activo podía mostrarles a los gobernantes el enojo «ante la seguidilla de ajustes económicos».
La menuda mujer calificó como válido el reclamo del que participaba. «No queremos hacer un paro dominguero. Acá es donde tenemos que estar para reclamar que se mejoren los salarios y las condiciones en las que trabajamos, sobre todo los docentes», dijo, con firmeza.
Hace cinco años, cuando se recibió de profesora de historia, Pica esperaba algún día mejorar su situación económica. Pero, desde entonces, no pudo hacer mucho. Al contrario, su realidad tiende a complicarse.
«Por trabajar 16 horas como titular en una escuela de Capital cobro $ 4500», relató a LA NACION. El bajo nivel de su salario la obligó a tomar suplencias en otras dos instituciones educativas de la ciudad de Buenos Aires y, aun así, no le alcanza para vivir con comodidad. A veces, incluso, transcurren hasta tres meses hasta que puede percibir su ingreso.
«Menos mal que no tengo hijos y tampoco debo pagar un alquiler», suspiró aliviada la docente, que está afiliada al gremio Ademys. Sin embargo, y debido a los frecuentes aumentos en los precios, Pica tuvo que restringir algunos gastos diarios.
«Estamos en una situación preocupante. Por eso nos adherimos al paro y apoyamos cada reclamo de los docentes. No podía quedarme en casa mirando cómo nuestros sueldos, pobres en muchos casos, pierden su valor. Es el producto de nuestro esfuerzo, nuestros estudios», resumió Pica, convencida que sólo el paro activo podía mostrarles a los gobernantes el enojo «ante la seguidilla de ajustes económicos».