Por Mauro Federico.
“Te espero mañana a las 6:30 en el área militar Aeroparque. Te va a interesar”. Yo no sabía de qué se trataba, pero el escueto mensaje del secretario de Seguridad Sergio Berni en mi teléfono celular, era una invitación irresistible a lo que, imaginaba, podía transformarse en un hecho noticioso de alto impacto. Eran las once de la noche del martes 8 de abril.
No tenía ningún dato. No sabía adonde íbamos, ni que estábamos por hacer, ni quiénes participarían de la movida. Pero tenía la intuición que había algo grande en marcha.
Llegué al lugar indicado quince minutos antes del horario señalado y aguardé ansioso hasta que el hombre hizo su aparición con el espectacular estilo que lo caracteriza: dos vehículos de alta gama, sin otra identificación que una sirena azul de esas que se colocan manualmente en el techo llegaron a gran velocidad. De los móviles se bajaron Berni y el procurador adjunto de Narcocriminalidad, Félix Crous.
“Seguime”, ordenó. Nos dirigimos hacia la pista donde un helicóptero aguardaba con los motores encendidos. “Apagá tu celular, nada de comunicaciones ni mensajes, esta operación es secreta”, fueron sus últimas palabras antes de ponerse al comando del biturbina Eurocopter modelo EC-145 de la Policía Federal Argentina.
Cuando la aeronave tomó rumbo noreste, remontando el Río de la Plata hacia el Delta supuse que el destino sería Tigre, distrito bonaerense donde mayor cantidad de narco colombiano alojado en country por metro cuadrado hay en toda la República Argentina.
Pero me equivoqué. Por las modulaciones comprendí que nos dirigíamos a San Nicolás. Promediando el vuelo, Berni amenizó la travesía cantando a viva voz el tema de Joan Manuel Serrat “Hoy puede ser un gran día”, ante la mirada atónita de su copiloto.
Luego de un vuelo rasante sobre el monumento a los héroes de la Vuelta de Obligado, en donde Berni se encomendó a la memoria de Lucio V. Mansilla, aterrizamos en el Batallón de Ingenieros ubicado en las barrancas del Paraná, a la altura de San Nicolás.
Allí aguardaban desde la noche anterior unos 2000 efectivos pertenecientes al grupo Albatros de la Prefectura Naval Argentina, del GEOF de la Policía Federal e integrantes de Gendarmería Nacional que habían llegado sin uniformes y en vehículos particulares, combis y micros sin identificación de las fuerzas de seguridad para disimular su presencia. La pantalla utilizada para tamaña movilización de personas fue la realización de un apócrifo “Encuentro Nacional sobre Cambio Climático y Respuesta Rápida en Emergencias”, una actividad perfectamente organizada, donde no faltaron ni los banners ni las bellas promotoras.
A media mañana, Berni reunió a toda la tropa en la cuadra principal del viejo edificio del batallón y explicó los alcances del operativo, al que bautizó Operación Rosario. Como un general que arenga a sus soldados, el secretario de Seguridad los instó a poner lo mejor de sí en la tarea encomendada y a demostrar “el profesionalismo con el que fueron capacitados, sin perder de vista que lo más importante es la protección de las vidas humanas”, fundamentalmente de aquellos que no fueran objetivos del accionar policial.
Cada equipo contaba con precisas instrucciones operativas y con el respaldo de grupos de apoyo, además de la supervisión de los fiscales federales intervinientes en el proceso, ya que dos jueces de la ciudad de Rosario habían emitido las 82 órdenes de allanamiento con las que se amparó judicialmente la operación.
Desde allí partieron los agentes, vestidos de civil y en autos particulares hasta Rosario, donde ingresaron por distintos accesos para no llamar la atención, a los que se sumaron otros mil gendarmes provenientes de La Pampa y Córdoba y apenas 45 hombres pertenecientes a las Tropas de Operaciones Especiales (TOE) de la policía santafesina, lo que puso en evidencia el alto nivel de desconfianza que Berni tiene en las fuerzas de seguridad de la provincia de Santa Fe, conniventes de un modo escandaloso con el delito organizado.
En la sede de Prefectura de Rosario funcionó la base de operaciones. Allí se montó una antena que triangulaba con otras dos la encriptación de todas las comunicaciones.
La estratagema diseñada para el camuflaje de las acciones llegó a tal punto que las fuerzas federales inventaron una compañía de cable y se disfrazaron de operarios de esa empresa ficticia para instalar sin despertar sospechas una de estas antenas en el edificio más alto de Rosario (la torre Aqualina).
Las autoridades políticas locales desconocían los detalles del operativo. Prueba de ello es que recién a las dos de la tarde, Berni se comunicó con el gobernador Antonio Bonfatti y lo convocó al comando de Prefectura, donde lo anotició de lo que estaba por pasar.
Con el apelativo de comunicaciones “Sierra Bravo”, el funcionario nacional en persona comandó la operación desde el terreno, sobrevolando los lugares donde se llevaron a cabo los allanamientos, en al menos doce barrios de las zonas oeste, sur y norte de la ciudad de Rosario.
Mientras se desarrollaban las acciones –presenciadas desde el Comando operativo por sólo tres periodistas, Juan Cruz Sanz, Carlos del Frade y quien escribe estas líneas- se pudo escuchar cómo los agentes modulaban a través de sus handys las novedades halladas en cada domicilio allanado.
Entre los hechos más significativos que muestran la inhumanidad de quienes manejan estas narcomafias, llamó la atención de los presentes el hallazgo de un búnker en Villa Banana, manejado por una mujer embarazada de nueve meses que, al momento del allanamiento, comenzó a realizar trabajo de parto.
Otro dato que evidencia los niveles de organización criminal de estos grupos es que, al momento de la irrupción de las fuerzas de seguridad en otro de los búnkers, quienes estaban adentro se pusieron máscaras antigas para resistir la detención.
En términos cuantitativos, el resultado del operativo fue magro: 26 detenciones, y el decomiso de 3308 dosis de cocaína, más medio kilo sin fraccionar, 867 dosis de marihuana, más dos kilos en piedras y cinco armas de fuego. Tal vez la temeraria explicación a esta estadística se pueda encontrar en un dato que trascendió horas después de concluida la operación. Varios vecinos y una fuente judicial confirmaron a este cronista que en los barrios allanados ya se tenía conocimiento del despliegue que se estaba preparando. Incluso dos horas antes de iniciarse las acciones, un grupo de efectivos de la policía local recorrieron las calles anunciando a la población que se quedara en sus casas porque “algo muy groso” estaba por ocurrir. Por su parte, el abogado de varios detenidos en causas narco aseguró que “hace una semana se sabía que iban a caer con la gendarmería, por eso levantaron todo”.
De todos modos -aunque hubiese sido bueno que ocurriese- dio la impresión que el verdadero objetivo del mega operativo no fue la detención de ningún pez gordo, ni el decomiso de grandes cantidades de droga, sino demostrar eficiencia en el despliegue coordinado de efectivos en la lucha contra el narcotráfico y una fuerte presencia territorial de las fuerzas federales en el corazón del territorio narco rosarino, con el objetivo de mostrar que el Estado está vivo en una guerra donde muchos ya lo daban por muerto. Y en este sentido, el mensaje brindado a la sociedad y el resultado obtenido fueron claramente positivos.
“Te espero mañana a las 6:30 en el área militar Aeroparque. Te va a interesar”. Yo no sabía de qué se trataba, pero el escueto mensaje del secretario de Seguridad Sergio Berni en mi teléfono celular, era una invitación irresistible a lo que, imaginaba, podía transformarse en un hecho noticioso de alto impacto. Eran las once de la noche del martes 8 de abril.
No tenía ningún dato. No sabía adonde íbamos, ni que estábamos por hacer, ni quiénes participarían de la movida. Pero tenía la intuición que había algo grande en marcha.
Llegué al lugar indicado quince minutos antes del horario señalado y aguardé ansioso hasta que el hombre hizo su aparición con el espectacular estilo que lo caracteriza: dos vehículos de alta gama, sin otra identificación que una sirena azul de esas que se colocan manualmente en el techo llegaron a gran velocidad. De los móviles se bajaron Berni y el procurador adjunto de Narcocriminalidad, Félix Crous.
“Seguime”, ordenó. Nos dirigimos hacia la pista donde un helicóptero aguardaba con los motores encendidos. “Apagá tu celular, nada de comunicaciones ni mensajes, esta operación es secreta”, fueron sus últimas palabras antes de ponerse al comando del biturbina Eurocopter modelo EC-145 de la Policía Federal Argentina.
Cuando la aeronave tomó rumbo noreste, remontando el Río de la Plata hacia el Delta supuse que el destino sería Tigre, distrito bonaerense donde mayor cantidad de narco colombiano alojado en country por metro cuadrado hay en toda la República Argentina.
Pero me equivoqué. Por las modulaciones comprendí que nos dirigíamos a San Nicolás. Promediando el vuelo, Berni amenizó la travesía cantando a viva voz el tema de Joan Manuel Serrat “Hoy puede ser un gran día”, ante la mirada atónita de su copiloto.
Luego de un vuelo rasante sobre el monumento a los héroes de la Vuelta de Obligado, en donde Berni se encomendó a la memoria de Lucio V. Mansilla, aterrizamos en el Batallón de Ingenieros ubicado en las barrancas del Paraná, a la altura de San Nicolás.
Allí aguardaban desde la noche anterior unos 2000 efectivos pertenecientes al grupo Albatros de la Prefectura Naval Argentina, del GEOF de la Policía Federal e integrantes de Gendarmería Nacional que habían llegado sin uniformes y en vehículos particulares, combis y micros sin identificación de las fuerzas de seguridad para disimular su presencia. La pantalla utilizada para tamaña movilización de personas fue la realización de un apócrifo “Encuentro Nacional sobre Cambio Climático y Respuesta Rápida en Emergencias”, una actividad perfectamente organizada, donde no faltaron ni los banners ni las bellas promotoras.
A media mañana, Berni reunió a toda la tropa en la cuadra principal del viejo edificio del batallón y explicó los alcances del operativo, al que bautizó Operación Rosario. Como un general que arenga a sus soldados, el secretario de Seguridad los instó a poner lo mejor de sí en la tarea encomendada y a demostrar “el profesionalismo con el que fueron capacitados, sin perder de vista que lo más importante es la protección de las vidas humanas”, fundamentalmente de aquellos que no fueran objetivos del accionar policial.
Cada equipo contaba con precisas instrucciones operativas y con el respaldo de grupos de apoyo, además de la supervisión de los fiscales federales intervinientes en el proceso, ya que dos jueces de la ciudad de Rosario habían emitido las 82 órdenes de allanamiento con las que se amparó judicialmente la operación.
Desde allí partieron los agentes, vestidos de civil y en autos particulares hasta Rosario, donde ingresaron por distintos accesos para no llamar la atención, a los que se sumaron otros mil gendarmes provenientes de La Pampa y Córdoba y apenas 45 hombres pertenecientes a las Tropas de Operaciones Especiales (TOE) de la policía santafesina, lo que puso en evidencia el alto nivel de desconfianza que Berni tiene en las fuerzas de seguridad de la provincia de Santa Fe, conniventes de un modo escandaloso con el delito organizado.
En la sede de Prefectura de Rosario funcionó la base de operaciones. Allí se montó una antena que triangulaba con otras dos la encriptación de todas las comunicaciones.
La estratagema diseñada para el camuflaje de las acciones llegó a tal punto que las fuerzas federales inventaron una compañía de cable y se disfrazaron de operarios de esa empresa ficticia para instalar sin despertar sospechas una de estas antenas en el edificio más alto de Rosario (la torre Aqualina).
Las autoridades políticas locales desconocían los detalles del operativo. Prueba de ello es que recién a las dos de la tarde, Berni se comunicó con el gobernador Antonio Bonfatti y lo convocó al comando de Prefectura, donde lo anotició de lo que estaba por pasar.
Con el apelativo de comunicaciones “Sierra Bravo”, el funcionario nacional en persona comandó la operación desde el terreno, sobrevolando los lugares donde se llevaron a cabo los allanamientos, en al menos doce barrios de las zonas oeste, sur y norte de la ciudad de Rosario.
Mientras se desarrollaban las acciones –presenciadas desde el Comando operativo por sólo tres periodistas, Juan Cruz Sanz, Carlos del Frade y quien escribe estas líneas- se pudo escuchar cómo los agentes modulaban a través de sus handys las novedades halladas en cada domicilio allanado.
Entre los hechos más significativos que muestran la inhumanidad de quienes manejan estas narcomafias, llamó la atención de los presentes el hallazgo de un búnker en Villa Banana, manejado por una mujer embarazada de nueve meses que, al momento del allanamiento, comenzó a realizar trabajo de parto.
Otro dato que evidencia los niveles de organización criminal de estos grupos es que, al momento de la irrupción de las fuerzas de seguridad en otro de los búnkers, quienes estaban adentro se pusieron máscaras antigas para resistir la detención.
En términos cuantitativos, el resultado del operativo fue magro: 26 detenciones, y el decomiso de 3308 dosis de cocaína, más medio kilo sin fraccionar, 867 dosis de marihuana, más dos kilos en piedras y cinco armas de fuego. Tal vez la temeraria explicación a esta estadística se pueda encontrar en un dato que trascendió horas después de concluida la operación. Varios vecinos y una fuente judicial confirmaron a este cronista que en los barrios allanados ya se tenía conocimiento del despliegue que se estaba preparando. Incluso dos horas antes de iniciarse las acciones, un grupo de efectivos de la policía local recorrieron las calles anunciando a la población que se quedara en sus casas porque “algo muy groso” estaba por ocurrir. Por su parte, el abogado de varios detenidos en causas narco aseguró que “hace una semana se sabía que iban a caer con la gendarmería, por eso levantaron todo”.
De todos modos -aunque hubiese sido bueno que ocurriese- dio la impresión que el verdadero objetivo del mega operativo no fue la detención de ningún pez gordo, ni el decomiso de grandes cantidades de droga, sino demostrar eficiencia en el despliegue coordinado de efectivos en la lucha contra el narcotráfico y una fuerte presencia territorial de las fuerzas federales en el corazón del territorio narco rosarino, con el objetivo de mostrar que el Estado está vivo en una guerra donde muchos ya lo daban por muerto. Y en este sentido, el mensaje brindado a la sociedad y el resultado obtenido fueron claramente positivos.