El año pasado, la presidenta izquierdista argentina Cristina Fernández, juró que su país nunca devaluaría. Pero en enero lo hizo.
Hace seis años, el mandatario ecuatoriano de izquierda Rafael Correa, conocido internacionalmente por haber protegido al fundador de WikiLeaks Julian Assange en la embajada de su país en Londres, defaulteó deuda soberana por u$s 3.200 millones. Sin embargo, ahora anticipándose a una emisión de bonos por u$s 700 millones, Correa está seduciendo a los mismos inversores internacionales que llamó monstruos. Hasta la socialista Venezuela está mostrando señales de pragmatismo; se decidió a suavizar los controles cambiarios. Los inversores festejaron y los mercados se recuperaron. Los chicos malos de Latinoamérica empiezan a poner en orden sus economías, parece.
Este es un fascinante giro de los últimos acontecimientos. Durante la década pasada, estos tres países más sus aliados del denominado grupo Alba, Bolivia Nicaragua y la comunista Cuba recalentaron cada porción de la retórica antiimperialista que pudieron desterrar de los años setenta para rugir contra el arrogante Occidente y las fuerzas impersonales del neoliberalismo. Durante mucho tiempo, pudieron hacerlo. Los precios de las materias primas eran altos y la liquidez internacional, abundante. China estaba despreocupada con préstamos multimillonarios en dólares. Las relaciones norte-sur no importaban; estaba de moda el exclusivo comercio sur-sur. Esas opiniones nunca representaron a la opinión latinoamericana mayoritaria: el grupo Alba representa sólo 10% del producto económico anual de la región. Pero definitivamente el más ruidoso. Para muchos simpatizantes, eso era suficiente.
Pero ya no. Las tasa de interés occidentales están subiendo y la economía china en desaceleración puso tope a los precios de los commodities. Beijing también empezó a contener su veloz expansión del crédito, tanto en el país como en el exterior. Se dice que los acuerdos con complicaciones agotaron la paciencia de Beijing con Venezuela y Argentina. En el futuro, las inversiones chinas en Latinoamérica, en especial en infraestructura, probablemente se concentren en países más seguros y menos riesgosos. Ya no les es fácil jugar a ser chicos malos. De ahí las ofensivas amistosas y el apuro por ser pragmáticos antes de que se afiancen los años flacos y la financiación se encarezca.
La pregunta es qué tan verdadera es esta conversión. Esa es la pregunta clave para los inversores con mala memoria, hambre de rendimiento y que están pensando en creerse el aparente cambio de actitud. En Ecuador, junto a la feroz retórica y el default voluntario, Correa también demostró ser un administrador público competente que impulsó un impresionante programa de obras públicas. Por el contrario, la idea de una revolución pragmática en Venezuela y Argentina hay que tomarla con pinzas.
Ambos países tienen bajo crecimiento, alta inflación y escasez crónica de divisas fuertes. Para resolver esos problemas, a las recientes reformas deberían agregar otras medidas, especialmente del lado de lo oferta. Después de todo, no son actos de sabotaje de fascistas o de oscuras élites económicas los que redujeron la inversión privada. Los verdaderos culpables son los controles de precios, las amenazas de expropiación y la mala gestión.
Esto no es ideología sino una simple observación. Otros países de izquierda en la región, como Bolivia, no padecen una inestabilidad económica similar. Tampoco son extraordinarias las tan alabadas mejoras sociales: otros países latinoamericanos redujeron la pobreza en igual medida sin distorsionar sus economías o sembrar tanta discordia.
Cualquier regreso a la racionalidad económica siempre es bienvenida, por más tímida que sea. Algo siempre es mejor que nada, y cuantas más reformas haya ahora, mejor será el resultado final. Es probable que sea demasiado pedir que las reformas vayan acompañadas de un fin a la postura barata de los últimos años. Sin embargo, será divertido ver a los líderes comerse sus propias palabras.
Hace seis años, el mandatario ecuatoriano de izquierda Rafael Correa, conocido internacionalmente por haber protegido al fundador de WikiLeaks Julian Assange en la embajada de su país en Londres, defaulteó deuda soberana por u$s 3.200 millones. Sin embargo, ahora anticipándose a una emisión de bonos por u$s 700 millones, Correa está seduciendo a los mismos inversores internacionales que llamó monstruos. Hasta la socialista Venezuela está mostrando señales de pragmatismo; se decidió a suavizar los controles cambiarios. Los inversores festejaron y los mercados se recuperaron. Los chicos malos de Latinoamérica empiezan a poner en orden sus economías, parece.
Este es un fascinante giro de los últimos acontecimientos. Durante la década pasada, estos tres países más sus aliados del denominado grupo Alba, Bolivia Nicaragua y la comunista Cuba recalentaron cada porción de la retórica antiimperialista que pudieron desterrar de los años setenta para rugir contra el arrogante Occidente y las fuerzas impersonales del neoliberalismo. Durante mucho tiempo, pudieron hacerlo. Los precios de las materias primas eran altos y la liquidez internacional, abundante. China estaba despreocupada con préstamos multimillonarios en dólares. Las relaciones norte-sur no importaban; estaba de moda el exclusivo comercio sur-sur. Esas opiniones nunca representaron a la opinión latinoamericana mayoritaria: el grupo Alba representa sólo 10% del producto económico anual de la región. Pero definitivamente el más ruidoso. Para muchos simpatizantes, eso era suficiente.
Pero ya no. Las tasa de interés occidentales están subiendo y la economía china en desaceleración puso tope a los precios de los commodities. Beijing también empezó a contener su veloz expansión del crédito, tanto en el país como en el exterior. Se dice que los acuerdos con complicaciones agotaron la paciencia de Beijing con Venezuela y Argentina. En el futuro, las inversiones chinas en Latinoamérica, en especial en infraestructura, probablemente se concentren en países más seguros y menos riesgosos. Ya no les es fácil jugar a ser chicos malos. De ahí las ofensivas amistosas y el apuro por ser pragmáticos antes de que se afiancen los años flacos y la financiación se encarezca.
La pregunta es qué tan verdadera es esta conversión. Esa es la pregunta clave para los inversores con mala memoria, hambre de rendimiento y que están pensando en creerse el aparente cambio de actitud. En Ecuador, junto a la feroz retórica y el default voluntario, Correa también demostró ser un administrador público competente que impulsó un impresionante programa de obras públicas. Por el contrario, la idea de una revolución pragmática en Venezuela y Argentina hay que tomarla con pinzas.
Ambos países tienen bajo crecimiento, alta inflación y escasez crónica de divisas fuertes. Para resolver esos problemas, a las recientes reformas deberían agregar otras medidas, especialmente del lado de lo oferta. Después de todo, no son actos de sabotaje de fascistas o de oscuras élites económicas los que redujeron la inversión privada. Los verdaderos culpables son los controles de precios, las amenazas de expropiación y la mala gestión.
Esto no es ideología sino una simple observación. Otros países de izquierda en la región, como Bolivia, no padecen una inestabilidad económica similar. Tampoco son extraordinarias las tan alabadas mejoras sociales: otros países latinoamericanos redujeron la pobreza en igual medida sin distorsionar sus economías o sembrar tanta discordia.
Cualquier regreso a la racionalidad económica siempre es bienvenida, por más tímida que sea. Algo siempre es mejor que nada, y cuantas más reformas haya ahora, mejor será el resultado final. Es probable que sea demasiado pedir que las reformas vayan acompañadas de un fin a la postura barata de los últimos años. Sin embargo, será divertido ver a los líderes comerse sus propias palabras.
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