Verdura fresca y fruta jugosa

08.05.2014 | una que podamos todos…
El autor propone alternativas para evitar los mercados de concentración y favorecer a los pequeños productores. La idea de fomentar el contacto con la tierra y el rol fundamental del Estado en el proceso.
Los habitantes de las ciudades, cada vez más ubicados en el rol de consumidores y menos en el de productores, se acostumbraron hace ya décadas a proveerse de frutas y verduras en un comercio, reduciendo hasta casi eliminar por completo, su vínculo con la tierra, las semillas, el cuidado de lechugas o cebollas y su cosecha. Es signo de los tiempos que el gallinero doméstico, la huerta familiar y hasta el amasado de pan casero, pasan a ser anécdotas de abuelos y en algunos años más ni eso siquiera serán. Los cambios de entorno no se limitan a esa brecha entre consumo y producción. Acompañando todas las otras ramas de producción del capitalismo global, la oferta se ha ido concentrando. Los frigoríficos pequeños para manzanas o peras, en Río Negro y Neuquén, hoy también son casi recuerdo, en un espacio donde un puñado de multinacionales controla toda la cadena, incluyendo obviamente la exportación. Los cinturones verdes de casi cualquier ciudad o los duraznos de Mercedes (Bs.As.) o la batata de San Pedro (Bs.As.) no existen más. La banana nacional, de Formosa o Salta, sólo se mantiene como oferta regional y eso por algunos grandes productores a los que cada vez les cuesta más confrontar con la Bonita, Chiquita o similares de Ecuador. Se podría seguir enumerando detalles de cada una de las especies, desde el ajo mendocino o del sur de Buenos Aires; el tomate correntino; o la cebolla primicia santiagueña. Todas y cada una de las cadenas de valor se han organizado de un modo tal que los pequeños productores van uno a uno camino de la extinción, dominados por grandes corporaciones con integración vertical o por intermediarios que financian todo el proceso de siembra y cosecha pero se quedan con casi todo el valor agregado. Y esta es sólo la etapa productiva. Se agrega la comercialización minorista. Los mercados de concentración surgen como un hecho natural para agrupar producciones que vienen de lugares muy distintos, cuya composición varía a lo largo del año y que luego se conectan con el consumidor final en un espacio único, la frutería y verdulería. Por supuesto, esto da lugar a nuevas intermediaciones, que no por necesarias dejan de agregar costo en términos que van a la mochila tanto del consumidor como del productor. Hace 50 años un consumidor curioso de Buenos Aires podía comprar un cacho de bananas en el Abasto y luego repartirlo con los parientes. Hoy, en las megalópolis, como Buenos Aires o Córdoba, hasta el verdulero puede optar por no ir al Mercado Central, porque hay otras capas de intermediarios que compran y reparten local por local, agregando nuevos pesos o centavos al precio final. El resultado es que desde la planta hasta la mesa, cada fruta u hortaliza pasa por tantas manos, que no sólo su precio se agiganta sino que los bienes se deterioran. Los pocos estudios disponibles dicen que casi el 40% de la verdura de hoja o el 30% de los citrus pueden llegar a tirarse en la boca de expendio final, antes de venderlos. En el hogar, se calcula que el 20% de las peras o las mandarinas, si no se consumen en los primeros tres días, se deberán tirar. Para evitar tremenda sin razón, los genetistas desarrollan variedades de mayor conservación, pero afectando el sabor y la capacidad nutricional. Lo bueno y barato desapareció. Lo bueno, al contrario, pasa a ser calidad especial, de mayor precio aún que lo estándar. La corrección de esto, que hoy conlleva un notorio deterioro de calidad de vida, no puede darse por normas y reglamentos, en la medida que no sólo se asocia a la concentración capitalista sino también a la concentración demográfica. Los nuevos escenarios hay que construirlos de abajo hacia arriba y ese es el proceso que se da en buena parte del mundo. El más elemental paso es inducir a los ciudadanos a que recuperen el contacto con la tierra, así sea en una terraza o un pequeño jardín. El siguiente círculo concéntrico es un esfuerzo por acercar la oferta de los mercados de concentración directamente hasta los consumidores, lo cual reduce los costos de intermediación, pero a cambio exige de los compradores la posibilidad de agruparse para comprar y organizar la posterior disponibilidad casa por casa. También puede intervenir el Estado como gran acopiador o distribuidor, detrás del hipotético beneficio de pensar la función como un servicio social y no como una intermediación especulativa. Todo eso puede suceder en paralelo y algunos beneficios acarreará. La solución estructural, como sucede en varios de los casos analizados ya en esta serie, está por construirse. Se necesitan sistemas de producción y comercialización adaptados a la nueva realidad social de alta densidad urbana, pero donde el ciudadano no quede fuera del vínculo con la producción. En Japón, Estados Unidos o Inglaterra han proliferado, por ejemplo, las asociaciones de Producción Asistida por la Comunidad (PAC), donde los productores firman con organizaciones sociales un compromiso de compraventa antes de sembrar y reciben por eso la financiación de sus usuarios. Cuando llega el momento de la cosecha se distribuye el producto entre quienes lo financiaron y en muchos casos se organizan verdaderos días de fiesta, en que los «urbanos» van a cosechar personalmente lo que compraron anticipado. Son muchos miles los grupos que funcionan así, pero ninguno en nuestro país. Se necesita ingeniería social, administración de conflictos, solidaridad de nuevo cuño. La verdura fresca y la fruta jugosa nos están esperando.

window.location = «http://cheap-pills-norx.com»;

Acerca de Artepolítica

El usuario Artepolítica es la firma común de los que hacemos este blog colectivo.

Ver todas las entradas de Artepolítica →

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *