SANTIAGO CHILE.- Una de las preguntas más recurrentes entre los analistas de temas latinoamericanos es si, tal como dicen sus críticos, la presidenta Michelle Bachelet está haciendo un giro radical hacia la izquierda, poniendo en riesgo la imagen de Chile como la economía estrella de América latina.
Por lo que vi en una visita a Chile, es una pregunta que también se están haciendo muchos chilenos. Los más vociferantes son los empresarios grandes y pequeños, que han tenido una buena relación con gobiernos de centroizquierda y que han coexistido pacíficamente con Bachelet durante su primer mandato (2006-2010) y que ahora están furiosos con la reforma tributaria de la presidenta reelegida.
Bachelet, quien asumió la presidencia hace dos meses tras ganar las elecciones con una nueva coalición que incluye al Partido Comunista, quiere aumentar los impuestos corporativos del 20 al 25%; según algunas estimaciones, treparían hasta el 35%.
Los partidos de la oposición, la comunidad empresaria y un creciente número de académicos dicen que la presidenta está matando a la gallina de los huevos de oro.
Según ellos, en su afán por subsidiar la educación superior gratuita -una de las promesas clave de su campaña-, Bachelet está polarizando el país como nunca desde el fin de la dictadura militar, en 1990, además de poner en riesgo las inversiones nacionales y extranjeras.
La reforma fiscal del gobierno no sólo afecta a los súper ricos, sino también a alrededor de 900.000 empresas chilenas, dicen los críticos.
«Bachelet está jugando con fuego», me señaló Patricio Navia, un reconocido profesor de la Universidad de Nueva York. «En Chile, las reformas siempre fueron graduales, y eso permitió que el país creciera y se redujera la pobreza. Ahora da la impresión que Bachelet quiere implementar cambios radicales, y eso puede poner en juego la estabilidad y el crecimiento.»
Una encuesta mensual publicada días atrás por el Banco Central revela que los expertos proyectan que el país crecerá un 3,2% este año, una reducción respecto de sus expectativas del 3,4% del mes pasado y del 4,8 de hace 12 meses.
Recientemente, el Fondo Monetario Internacional revisó hacia abajo su proyección de crecimiento para Chile, del 3,6 al 3,3%. Y un nuevo informe de la consultora de riesgo Eurasia Group dice sobre Chile: «Trayectoria a corto plazo: negativa».
Durante más de dos décadas, Chile ha sido la estrella económica de América latina. Desde 1990, la pobreza en Chile cayó del 40% al 13, y el ingreso per cápita del país se ha cuadruplicado a casi 20.000 dólares anuales. Casi todos los rankings internacionales de educación, tecnología y desarrollo económico sitúan a Chile como el número uno de América latina.
Cuando le pregunté al ministro de Relaciones Exteriores chileno, Heraldo Muñoz, acerca de los temores sobre el futuro del «modelo chileno», señaló: «Éste es un país que va a mantener su estabilidad política y su estabilidad económica, y que va a tener reglas claras. Pero al mismo tiempo, para que esta estabilidad se mantenga en el tiempo con cohesión social, es necesario hacer cambios muy significativos». Y agregó: «Para eso es necesaria la reforma tributaria, para financiar la reforma educativa, la reforma de la salud y la previsional, y para reducir la desigualdad. Chile está entre los 15 países más desiguales del mundo en términos de ingresos».
Muñoz argumentó que la reforma impositiva procura preservar -y no matar- el exitoso modelo chileno. Si no se hace nada, la frustración social podría «transformarse en algo más serio» y amenazar la estabilidad política, explicó.
Mi opinión: Bachelet fue elegida con un mandato para reducir la desigualdad. Y la presidenta tiene razón en pensar que es mejor hacer cambios anticipativos que arriesgarse a que vengan los cambios «revolucionarios», que casi siempre acaban en desastres económicos.
Pero Bachelet no parece haberse dado cuenta de que el mundo ha cambiado desde que dejó la presidencia, en 2010. Los mercados emergentes ya no son tan atractivos para los inversionistas y Chile ya dejó de ser la única niña bonita de la economía latinoamericana.
El presidente colombiano, Juan Manuel Santos, me dijo la semana pasada que su país es «la economía más sólida de América latina». Los funcionarios peruanos ya promocionan a Perú como «el nuevo Chile». Y España y varios países europeos están saliendo del pozo y comenzando a atraer inversiones.
Si Bachelet no cuida la imagen de Chile, el país se podría encontrar muy pronto sin las inversiones necesarias para seguir creciendo y resolver sus muy postergados problemas de desigualdad. La presidenta aún puede lograr el cambio con estabilidad, pero sólo si no se aparta -como ahora- de la reciente tradición chilena de dialogar con sus adversarios y hacer los cambios de forma gradual..
Por lo que vi en una visita a Chile, es una pregunta que también se están haciendo muchos chilenos. Los más vociferantes son los empresarios grandes y pequeños, que han tenido una buena relación con gobiernos de centroizquierda y que han coexistido pacíficamente con Bachelet durante su primer mandato (2006-2010) y que ahora están furiosos con la reforma tributaria de la presidenta reelegida.
Bachelet, quien asumió la presidencia hace dos meses tras ganar las elecciones con una nueva coalición que incluye al Partido Comunista, quiere aumentar los impuestos corporativos del 20 al 25%; según algunas estimaciones, treparían hasta el 35%.
Los partidos de la oposición, la comunidad empresaria y un creciente número de académicos dicen que la presidenta está matando a la gallina de los huevos de oro.
Según ellos, en su afán por subsidiar la educación superior gratuita -una de las promesas clave de su campaña-, Bachelet está polarizando el país como nunca desde el fin de la dictadura militar, en 1990, además de poner en riesgo las inversiones nacionales y extranjeras.
La reforma fiscal del gobierno no sólo afecta a los súper ricos, sino también a alrededor de 900.000 empresas chilenas, dicen los críticos.
«Bachelet está jugando con fuego», me señaló Patricio Navia, un reconocido profesor de la Universidad de Nueva York. «En Chile, las reformas siempre fueron graduales, y eso permitió que el país creciera y se redujera la pobreza. Ahora da la impresión que Bachelet quiere implementar cambios radicales, y eso puede poner en juego la estabilidad y el crecimiento.»
Una encuesta mensual publicada días atrás por el Banco Central revela que los expertos proyectan que el país crecerá un 3,2% este año, una reducción respecto de sus expectativas del 3,4% del mes pasado y del 4,8 de hace 12 meses.
Recientemente, el Fondo Monetario Internacional revisó hacia abajo su proyección de crecimiento para Chile, del 3,6 al 3,3%. Y un nuevo informe de la consultora de riesgo Eurasia Group dice sobre Chile: «Trayectoria a corto plazo: negativa».
Durante más de dos décadas, Chile ha sido la estrella económica de América latina. Desde 1990, la pobreza en Chile cayó del 40% al 13, y el ingreso per cápita del país se ha cuadruplicado a casi 20.000 dólares anuales. Casi todos los rankings internacionales de educación, tecnología y desarrollo económico sitúan a Chile como el número uno de América latina.
Cuando le pregunté al ministro de Relaciones Exteriores chileno, Heraldo Muñoz, acerca de los temores sobre el futuro del «modelo chileno», señaló: «Éste es un país que va a mantener su estabilidad política y su estabilidad económica, y que va a tener reglas claras. Pero al mismo tiempo, para que esta estabilidad se mantenga en el tiempo con cohesión social, es necesario hacer cambios muy significativos». Y agregó: «Para eso es necesaria la reforma tributaria, para financiar la reforma educativa, la reforma de la salud y la previsional, y para reducir la desigualdad. Chile está entre los 15 países más desiguales del mundo en términos de ingresos».
Muñoz argumentó que la reforma impositiva procura preservar -y no matar- el exitoso modelo chileno. Si no se hace nada, la frustración social podría «transformarse en algo más serio» y amenazar la estabilidad política, explicó.
Mi opinión: Bachelet fue elegida con un mandato para reducir la desigualdad. Y la presidenta tiene razón en pensar que es mejor hacer cambios anticipativos que arriesgarse a que vengan los cambios «revolucionarios», que casi siempre acaban en desastres económicos.
Pero Bachelet no parece haberse dado cuenta de que el mundo ha cambiado desde que dejó la presidencia, en 2010. Los mercados emergentes ya no son tan atractivos para los inversionistas y Chile ya dejó de ser la única niña bonita de la economía latinoamericana.
El presidente colombiano, Juan Manuel Santos, me dijo la semana pasada que su país es «la economía más sólida de América latina». Los funcionarios peruanos ya promocionan a Perú como «el nuevo Chile». Y España y varios países europeos están saliendo del pozo y comenzando a atraer inversiones.
Si Bachelet no cuida la imagen de Chile, el país se podría encontrar muy pronto sin las inversiones necesarias para seguir creciendo y resolver sus muy postergados problemas de desigualdad. La presidenta aún puede lograr el cambio con estabilidad, pero sólo si no se aparta -como ahora- de la reciente tradición chilena de dialogar con sus adversarios y hacer los cambios de forma gradual..
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Cualquier parecido con el pensamiento de nuestros agrogarcas debe ser algo mas que casualidad.