En sus 34 años de densa historia política y social, el Partido de los Trabajadores (PT), que llegó a ser el mayor partido de izquierdas de América Latina, está viviendo uno momento de desconcierto, zarandeado por escándalos de corrupción y desaliento de sus huestes jóvenes, que ya no vibran como lo hacían en sus añós de lucha y fervor ciudadano.
¿Habrá llegado la hora de su refundación?
El creador del PT, Lula da Silva, al que el partido nacido del sindicalismo llevó a la presidencia de la República en 2003 y uno de los políticos más avezados de este país, ha sido el primero en detectar el terremoto que se empezaba a cernir sobre el partido.
En una entrevista a este diario en octubre pasado afirmó que el PT, que lleva 12 años en el poder, debe “renovarse”, y manifestó el sueño de que volviera a sus orígenes, cuando en vez de buscar cargos y dinero sus afiliados “trabajaban gratis, de mañana, de tarde, de noche”. Manifestó el deseo de que el PT “ no olvide para qué fue creado” y especificó una de las características más originales del partido, que fue lo que un día lo hizo grande y distribuidor de esperanzas. Según Lula, el PT, en efecto, “no nació para hacer como los otros, sino para actuar de forma diferente”.
A estas alturas, sin embargo, una simple renovación del PT no parece suficiente. En su interior se mueven grupos contrapuestos con visiones diferentes de la política. Otros ya salieron o fueron expulsados del mismo. Algunos obstaculizan hasta a su presidenta, Dilma Rousseff.
El PT necesitaría ser refundado como hizo en España, acabada la dictadura de Franco, Felipe González con el entonces Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que de partido marxista se convirtió en un partido de la socialdemocracia europea, lo que le permitió transformar el país durante los 14 años de su gobierno. Salió del poder, al final, zarandeado por escándalos de corrupción y por acusaciones de practicar terrorismo de Estado. Hoy también el PSOE necesitaría ser refundado para responder a las exigencias del electorado progresista español.
Los partidos, incluso los mejores, con el tiempo se desgastan y corrompen. También las demás instituciones, empezando por las Iglesias, que también se están refundando para volver a sus orígenes bajo el impulso renovador del papa Francisco.
No es ningún secreto que el PT, en 12 años de gobierno -como lo hiciera el PSOE de Felipe González en España – ha contribuido al crecimiento y desarrollo de este país, al que colocó en órbita en la geopolítica mundial.
Como no es un secreto que los últimos episodios de presunta corrupción que la Policía Federal de Brasil ha empezado a desempolvar en la empresa estatal Petrobras -que ha afectado directamente a personajes importantes del PT-, junto con el hecho de que permanezcan presos los dirigentes que en en 2003 llevaron al partido al poder, está afectando seriamente a la formación política de Lula.
Entre las preocupaciones mayores del PT figura la recuperación de los jóvenes que fueron un día el corazón vivo del partido. Lula ha llegado a decir que «el día en que los jóvenes abdiquen de la política se estarán abriendo las puertas al fascismo”. Y sus huestes jóvenes, a pesar de haber sido convocadas por el partido para que salieran a la calle en São Paulo cuando en junio pasado surgieron las protestas, se quedaron en casa.
Y el PT, o por lo menos su Gobierno, ya no goza del apoyo y el fervor de los sindicatos que fueron fundamentales para llevar a Lula al poder.
¿Cómo podría el PT recuperar lo que Lula ha enumerado como la esencia del partido en sus mejores años de historia cuando, por ejemplo se presentaba como paladín de la ética en la polìtica, y cuando participar en las luchas sociales del partido era un acicate poderoso para que los jóvenes militasen en él?
Gentes de dentro de la formación que no se resignan a que el partido -pase lo que pase en las próximas elecciones- pueda acabar, con razón o sin ella, arrastrado por el desgaste de 12 años de poder a ser un partido fisiológico como los demás, llegan a pensar en la posibilidad de una refundación del mismo.
¿Quién recogería la bandera de ese desafío? ¿ Cuántos estarían dispuestos a hacer una travesía por el desierto para volver de nuevo a una tierra prometida que fue la suya y que parece ya lejana?
En la narración bíblica del Éxodo se describen las aventuras y desventuras de Moisés con el pueblo judío, salido de la esclavitud a la que había sido sometido en Egipto para llegar a la tierra prometida. El texto bíblico destaca, sin embargo, la rebelión de muchos de aquellos esclavos que, al atravesar el desierto, seguían con nostalgia de las cebollas que habían dejado atrás y que preferían al maná gratuito que les llovía del cielo. No les bastaba la fe en el Dios escondido e invisible y forjaron un becerro de oro, a quién acabaron adorando atrayendo las iras de Jahvé.
El desierto, desde aquella narración bíblica, ha sido siempre símbolo de un pasaje de purificación ante las dificultades para volver a encontrarse a uno mismo.
Por ese desierto pasan a veces las personas libre o forzosamente para reencontrar su equilibrio y su paz perdida. Pasan las instituciones tanto laicas como religiosas que, después de haberse desviado del camino trazado y adorado a los diversos becerros de oro, tratan de recuperar su verdadero destino, aquel para el que habían sido fundadas.
Hay quien desearía que el PT despareciera del mapa político brasileño como algo funesto que llegó, según ellos, a adueñarse del Estado y a corromper a las instituciones tras haber traicionado su vocación de fermento ético dentro de la política.
Mejor sería, sin embargo, para el bien del país y de la República, que el partido en el que habían confiado y confían aún millones de brasileños, y que fue ejemplo en el continente de un modo distinto de hacer política, entregado de lleno a las batallas sociales, hiciera ahora un paréntesis, Una nueva travesía del desierto para refundarse y poder resurgir con los valores que lo habían forjado en momentos oscuros de la democracia, para poder contribuir no solo a regenerar la política -una de las instituciones menos apreciadas por los ciudadanos- sino a hacer de nuevo soñar con ella a los jóvenes.
La historia no suele repetirse. Moisés no consiguió ver la total liberación de los suyos hasta fijarse en la tierra prometida. El PT cuenta sin duda con un Moisés que condujo primero en el desierto de la oposición y después en la gloria del Gobierno a los suyos, nacidos del vientre social del sindicalismo.
¿Podría ser Lula quien después de haber fundado el PT consiguiera refundarlo, si fuera necesario con nuevo nombre y nueva bandera? Solo el destino lo dirá. Lo que no cabe duda es que hoy solo él tendría la fuerza y el carisma para refundar su creación, como lo tuvo un día Felipe González en España.
Una refundación que debería antes escuchar las voces de los jóvenes hijos de aquella caravana de millones a los que el PT sacó de la esclavitud de la miseria para llevarlos a la tierra prometida de la clase media.
Sin ellos, el PT podría tener un fin melancólico. Con ellos podría resurgir de sus cenizas del pasado. Una resurrección que podría tener unos colores diferentes de los que un día agitaron las banderas del partido, pero que quizás conseguiría volver a hacer soñar a los nuevas generaciones de brasileños.
Estas generaciones se sienten hoy desilusionadas de la política y necesitan de quien tenga la fuerza de conquistarles para hacer de ella un instrumento nuevo y moderno, capaz de defender las nuevas libertades y los nuevos anhelos de un mundo en profunda transformación que ya no es el de sus padres. Si el PT no lo hace otros lo intentarán, porque Brasil lo está exigiendo.
En este planeta que devora el tiempo y se salta generaciones con la fuerza de sus invenciones, quizás lo más atrasado, antiguo e incapaz de una transformación profunda sea la política. Y los jóvenes, que son los más sensibles a lo nuevo, lo están sintiendo en su carne más que nadie. ¿Será el PT capaz de volver a entusiasmarles?
¿Habrá llegado la hora de su refundación?
El creador del PT, Lula da Silva, al que el partido nacido del sindicalismo llevó a la presidencia de la República en 2003 y uno de los políticos más avezados de este país, ha sido el primero en detectar el terremoto que se empezaba a cernir sobre el partido.
En una entrevista a este diario en octubre pasado afirmó que el PT, que lleva 12 años en el poder, debe “renovarse”, y manifestó el sueño de que volviera a sus orígenes, cuando en vez de buscar cargos y dinero sus afiliados “trabajaban gratis, de mañana, de tarde, de noche”. Manifestó el deseo de que el PT “ no olvide para qué fue creado” y especificó una de las características más originales del partido, que fue lo que un día lo hizo grande y distribuidor de esperanzas. Según Lula, el PT, en efecto, “no nació para hacer como los otros, sino para actuar de forma diferente”.
A estas alturas, sin embargo, una simple renovación del PT no parece suficiente. En su interior se mueven grupos contrapuestos con visiones diferentes de la política. Otros ya salieron o fueron expulsados del mismo. Algunos obstaculizan hasta a su presidenta, Dilma Rousseff.
El PT necesitaría ser refundado como hizo en España, acabada la dictadura de Franco, Felipe González con el entonces Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que de partido marxista se convirtió en un partido de la socialdemocracia europea, lo que le permitió transformar el país durante los 14 años de su gobierno. Salió del poder, al final, zarandeado por escándalos de corrupción y por acusaciones de practicar terrorismo de Estado. Hoy también el PSOE necesitaría ser refundado para responder a las exigencias del electorado progresista español.
Los partidos, incluso los mejores, con el tiempo se desgastan y corrompen. También las demás instituciones, empezando por las Iglesias, que también se están refundando para volver a sus orígenes bajo el impulso renovador del papa Francisco.
No es ningún secreto que el PT, en 12 años de gobierno -como lo hiciera el PSOE de Felipe González en España – ha contribuido al crecimiento y desarrollo de este país, al que colocó en órbita en la geopolítica mundial.
Como no es un secreto que los últimos episodios de presunta corrupción que la Policía Federal de Brasil ha empezado a desempolvar en la empresa estatal Petrobras -que ha afectado directamente a personajes importantes del PT-, junto con el hecho de que permanezcan presos los dirigentes que en en 2003 llevaron al partido al poder, está afectando seriamente a la formación política de Lula.
Entre las preocupaciones mayores del PT figura la recuperación de los jóvenes que fueron un día el corazón vivo del partido. Lula ha llegado a decir que «el día en que los jóvenes abdiquen de la política se estarán abriendo las puertas al fascismo”. Y sus huestes jóvenes, a pesar de haber sido convocadas por el partido para que salieran a la calle en São Paulo cuando en junio pasado surgieron las protestas, se quedaron en casa.
Y el PT, o por lo menos su Gobierno, ya no goza del apoyo y el fervor de los sindicatos que fueron fundamentales para llevar a Lula al poder.
¿Cómo podría el PT recuperar lo que Lula ha enumerado como la esencia del partido en sus mejores años de historia cuando, por ejemplo se presentaba como paladín de la ética en la polìtica, y cuando participar en las luchas sociales del partido era un acicate poderoso para que los jóvenes militasen en él?
Gentes de dentro de la formación que no se resignan a que el partido -pase lo que pase en las próximas elecciones- pueda acabar, con razón o sin ella, arrastrado por el desgaste de 12 años de poder a ser un partido fisiológico como los demás, llegan a pensar en la posibilidad de una refundación del mismo.
¿Quién recogería la bandera de ese desafío? ¿ Cuántos estarían dispuestos a hacer una travesía por el desierto para volver de nuevo a una tierra prometida que fue la suya y que parece ya lejana?
En la narración bíblica del Éxodo se describen las aventuras y desventuras de Moisés con el pueblo judío, salido de la esclavitud a la que había sido sometido en Egipto para llegar a la tierra prometida. El texto bíblico destaca, sin embargo, la rebelión de muchos de aquellos esclavos que, al atravesar el desierto, seguían con nostalgia de las cebollas que habían dejado atrás y que preferían al maná gratuito que les llovía del cielo. No les bastaba la fe en el Dios escondido e invisible y forjaron un becerro de oro, a quién acabaron adorando atrayendo las iras de Jahvé.
El desierto, desde aquella narración bíblica, ha sido siempre símbolo de un pasaje de purificación ante las dificultades para volver a encontrarse a uno mismo.
Por ese desierto pasan a veces las personas libre o forzosamente para reencontrar su equilibrio y su paz perdida. Pasan las instituciones tanto laicas como religiosas que, después de haberse desviado del camino trazado y adorado a los diversos becerros de oro, tratan de recuperar su verdadero destino, aquel para el que habían sido fundadas.
Hay quien desearía que el PT despareciera del mapa político brasileño como algo funesto que llegó, según ellos, a adueñarse del Estado y a corromper a las instituciones tras haber traicionado su vocación de fermento ético dentro de la política.
Mejor sería, sin embargo, para el bien del país y de la República, que el partido en el que habían confiado y confían aún millones de brasileños, y que fue ejemplo en el continente de un modo distinto de hacer política, entregado de lleno a las batallas sociales, hiciera ahora un paréntesis, Una nueva travesía del desierto para refundarse y poder resurgir con los valores que lo habían forjado en momentos oscuros de la democracia, para poder contribuir no solo a regenerar la política -una de las instituciones menos apreciadas por los ciudadanos- sino a hacer de nuevo soñar con ella a los jóvenes.
La historia no suele repetirse. Moisés no consiguió ver la total liberación de los suyos hasta fijarse en la tierra prometida. El PT cuenta sin duda con un Moisés que condujo primero en el desierto de la oposición y después en la gloria del Gobierno a los suyos, nacidos del vientre social del sindicalismo.
¿Podría ser Lula quien después de haber fundado el PT consiguiera refundarlo, si fuera necesario con nuevo nombre y nueva bandera? Solo el destino lo dirá. Lo que no cabe duda es que hoy solo él tendría la fuerza y el carisma para refundar su creación, como lo tuvo un día Felipe González en España.
Una refundación que debería antes escuchar las voces de los jóvenes hijos de aquella caravana de millones a los que el PT sacó de la esclavitud de la miseria para llevarlos a la tierra prometida de la clase media.
Sin ellos, el PT podría tener un fin melancólico. Con ellos podría resurgir de sus cenizas del pasado. Una resurrección que podría tener unos colores diferentes de los que un día agitaron las banderas del partido, pero que quizás conseguiría volver a hacer soñar a los nuevas generaciones de brasileños.
Estas generaciones se sienten hoy desilusionadas de la política y necesitan de quien tenga la fuerza de conquistarles para hacer de ella un instrumento nuevo y moderno, capaz de defender las nuevas libertades y los nuevos anhelos de un mundo en profunda transformación que ya no es el de sus padres. Si el PT no lo hace otros lo intentarán, porque Brasil lo está exigiendo.
En este planeta que devora el tiempo y se salta generaciones con la fuerza de sus invenciones, quizás lo más atrasado, antiguo e incapaz de una transformación profunda sea la política. Y los jóvenes, que son los más sensibles a lo nuevo, lo están sintiendo en su carne más que nadie. ¿Será el PT capaz de volver a entusiasmarles?
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