LA NACION tituló ayer en su tapa «Una falsa carta del Papa a la Presidenta detonó un escándalo inédito» . La edición de 138.000 ejemplares terminó de imprimirse a la 1.57 de la madrugada, y cinco horas después se supo que la carta era auténtica .
Lo inédito del caso es que tanto la supuesta falsedad inicial como su posterior autenticidad fueron diagnosticadas por la misma persona: el sacerdote argentino Guillermo Karcher , secretario de Protocolo y Ceremoniero del Papa, quien trabaja desde hace 21 años en el Vaticano.
El hecho y su tratamiento periodístico merecen una explicación para nuestros lectores.
El jueves, a las 11.58, el Gobierno da a conocer la carta con la que el papa Francisco saluda a Cristina Kirchner y al pueblo argentino con motivo del 25 de Mayo. Siete horas después, monseñor Karcher, desde Roma, asegura que es falsa, y agrega que Francisco «se quedó atónito» al enterarse del episodio.
Elisabetta Piqué, corresponsal de LA NACION en Roma , llama a Karcher, quien confirma: «Detrás de todo esto debe haber un loco, un artista que hizo un collage o un desubicado». A las 20 el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, y el secretario de Culto, Guillermo Oliveri, explican que recibieron la carta de parte de la Nunciatura, por las vías habituales.
Desde ese momento, varios periodistas del diario hablaron con diversas fuentes en Buenos Aires y en Roma para dilucidar el misterio. E intentaron numerosas veces comunicarse sin éxito con el nuncio Emil Paul Tscherrig, pero ni él ni su secretaria respondieron las llamadas.
En la redacción de LA NACION no había motivos para dudar respecto de la falsedad de la carta: uno de los principales hombres de confianza del Papa la había denunciado a viva voz.
Lo que resultaba inimaginable en ese momento era que horas después el propio Vaticano daría por auténtica la carta que horas antes había impugnado como falsa. Sin embargo, la aclaración oficial no echó luz sobre cómo habían ocurrido los hechos. En consecuencia, LA NACION consultó con fuentes vaticanas y de la Iglesia argentina sobre lo que pudo haber pasado.
Éstas coincidieron en que lo más probable haya sido que un funcionario de la Secretaría de Estado del Vaticano que tiene como tarea habitual redactar los telegramas oficiales de saludos por fechas patrias intentó ser más papista que el Papa, y en lugar del frío texto protocolar envió unos párrafos coloquiales.
El telegrama siguió su derrotero diplomático hasta llegar a la Presidencia de la Nación, pero en algún momento el texto se consideró «una carta de Francisco a Cristina». Consultado entonces por una carta personal, Karcher aseguró: es falsa. De allí que en la desmentida de ayer subrayara varias veces que se trataba de un telegrama, y no de una carta personal.
El episodio deja varias conclusiones: nunca para un diario como LA NACION es grato haber informado desde su portada un hecho que, a la postre, resultó inexistente, pese a haber sido vehículo involuntario de esta confusión gestada en Roma.
Veinticuatro horas después, el equívoco parece un insólito malentendido en la sofisticada diplomacia vaticana, enfocada en estos días en temas más trascendentales, como la visita de Francisco a Tierra Santa..
Lo inédito del caso es que tanto la supuesta falsedad inicial como su posterior autenticidad fueron diagnosticadas por la misma persona: el sacerdote argentino Guillermo Karcher , secretario de Protocolo y Ceremoniero del Papa, quien trabaja desde hace 21 años en el Vaticano.
El hecho y su tratamiento periodístico merecen una explicación para nuestros lectores.
El jueves, a las 11.58, el Gobierno da a conocer la carta con la que el papa Francisco saluda a Cristina Kirchner y al pueblo argentino con motivo del 25 de Mayo. Siete horas después, monseñor Karcher, desde Roma, asegura que es falsa, y agrega que Francisco «se quedó atónito» al enterarse del episodio.
Elisabetta Piqué, corresponsal de LA NACION en Roma , llama a Karcher, quien confirma: «Detrás de todo esto debe haber un loco, un artista que hizo un collage o un desubicado». A las 20 el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, y el secretario de Culto, Guillermo Oliveri, explican que recibieron la carta de parte de la Nunciatura, por las vías habituales.
Desde ese momento, varios periodistas del diario hablaron con diversas fuentes en Buenos Aires y en Roma para dilucidar el misterio. E intentaron numerosas veces comunicarse sin éxito con el nuncio Emil Paul Tscherrig, pero ni él ni su secretaria respondieron las llamadas.
En la redacción de LA NACION no había motivos para dudar respecto de la falsedad de la carta: uno de los principales hombres de confianza del Papa la había denunciado a viva voz.
Lo que resultaba inimaginable en ese momento era que horas después el propio Vaticano daría por auténtica la carta que horas antes había impugnado como falsa. Sin embargo, la aclaración oficial no echó luz sobre cómo habían ocurrido los hechos. En consecuencia, LA NACION consultó con fuentes vaticanas y de la Iglesia argentina sobre lo que pudo haber pasado.
Éstas coincidieron en que lo más probable haya sido que un funcionario de la Secretaría de Estado del Vaticano que tiene como tarea habitual redactar los telegramas oficiales de saludos por fechas patrias intentó ser más papista que el Papa, y en lugar del frío texto protocolar envió unos párrafos coloquiales.
El telegrama siguió su derrotero diplomático hasta llegar a la Presidencia de la Nación, pero en algún momento el texto se consideró «una carta de Francisco a Cristina». Consultado entonces por una carta personal, Karcher aseguró: es falsa. De allí que en la desmentida de ayer subrayara varias veces que se trataba de un telegrama, y no de una carta personal.
El episodio deja varias conclusiones: nunca para un diario como LA NACION es grato haber informado desde su portada un hecho que, a la postre, resultó inexistente, pese a haber sido vehículo involuntario de esta confusión gestada en Roma.
Veinticuatro horas después, el equívoco parece un insólito malentendido en la sofisticada diplomacia vaticana, enfocada en estos días en temas más trascendentales, como la visita de Francisco a Tierra Santa..