Desde principios del siglo XX, la «cultura nacional» es una obsesión, generalmente malsana y a veces patológica. Sus cultores la contraponen con otra cultura, extranjerizante, cosmopolita, corruptora, que nos impide entender rectamente nuestra realidad. Pero el pensamiento no tiene nacionalidad; circula libremente por la república universal de los intelectuales, ignorando las fronteras estatales, y sólo se diferencia por la calidad o la originalidad. Los «intelectuales nacionales» también se han nutrido de autores extranjeros, como los alemanes Fichte o List, los franceses Maurras o Péguy, o el español Ramiro de Maeztu.
Estos intelectuales postulan que todos los habitantes de la Nación tienen y deben tener una cultura homogénea, unánime, arraigada en una tradición y portadora de un destino colectivo trascendente. La nación es esencialmente una, y su cultura emana de su gente, su territorio, su lengua, su religión. La diversidad, la variedad o la confrontación indican una debilidad, una falla de origen, algo que no llegó a cuajar, y deben ser combatidas y erradicadas.
Como la realidad es reacia a esa unificación, la cultura nacional debe ser impuesta. En tiempos anteriores, las fuerzas armadas y la Iglesia solían participar de esta cruzada por la unidad de las creencias y del pensamiento. Hoy todo reposa en lo que puedan hacer el Estado y los intelectuales nacionales. El actual gobierno comenzó con el Instituto Dorrego, destinado a promover el revisionismo histórico, y hoy avanza con una secretaría dedicada a unificar y nacionalizar la cultura.
Previendo que no será tarea fácil ni breve, se le encomienda al secretario la «coordinación estratégica». Una denominación de impronta castrense que les habría gustado a Perón y a Onganía.
Pero a este gobierno sólo le queda algo más de un año. Muy poco para engendrar una cultura nacional, aunque suficiente para que algunos trabajadores del intelecto se prendan a la teta del presupuesto estatal, como ya lo vienen haciendo sus colegas del revisionismo histórico. Es una pena, porque el «pensamiento nacional» hizo sus aportes originales, como el revisionismo histórico, pero fue desde la trinchera y no desde el Estado..
Estos intelectuales postulan que todos los habitantes de la Nación tienen y deben tener una cultura homogénea, unánime, arraigada en una tradición y portadora de un destino colectivo trascendente. La nación es esencialmente una, y su cultura emana de su gente, su territorio, su lengua, su religión. La diversidad, la variedad o la confrontación indican una debilidad, una falla de origen, algo que no llegó a cuajar, y deben ser combatidas y erradicadas.
Como la realidad es reacia a esa unificación, la cultura nacional debe ser impuesta. En tiempos anteriores, las fuerzas armadas y la Iglesia solían participar de esta cruzada por la unidad de las creencias y del pensamiento. Hoy todo reposa en lo que puedan hacer el Estado y los intelectuales nacionales. El actual gobierno comenzó con el Instituto Dorrego, destinado a promover el revisionismo histórico, y hoy avanza con una secretaría dedicada a unificar y nacionalizar la cultura.
Previendo que no será tarea fácil ni breve, se le encomienda al secretario la «coordinación estratégica». Una denominación de impronta castrense que les habría gustado a Perón y a Onganía.
Pero a este gobierno sólo le queda algo más de un año. Muy poco para engendrar una cultura nacional, aunque suficiente para que algunos trabajadores del intelecto se prendan a la teta del presupuesto estatal, como ya lo vienen haciendo sus colegas del revisionismo histórico. Es una pena, porque el «pensamiento nacional» hizo sus aportes originales, como el revisionismo histórico, pero fue desde la trinchera y no desde el Estado..
Habría que advertirle a LAR que ni se le ocurra viajar a España: algún veterinario puede pegarle con un dardo para adormecer gorilas. Analfabeto letrado, también es diestro en el arte de tergiversar: ha dicho -escrito- que el imperialismo inglés es un invento del nacionalismo, de Scalabrini Ortiz. Ahora vuelve a la carga con la imputación -falsa- de que impulsar el debate sobre el pensamiento nacional es un intento de unificar creencias y opiniones. El se declara partidario del cosmopolitismo, ese que cultivaba su padre cuando siendo rector de la UBA prohibía la sóla mención de Perón, sus gobiernos y el movimiento peronista. Siempre digo que los demócratas como éste son una monada.