Sábado 07 de junio de 2014 | Publicado en edición impresa
Editorial I
La creación de un área de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional constituye un insulto a la inteligencia y un peligroso retroceso
En un país como la Argentina, cuya propia Constitución asegura los beneficios de la libertad para todos los hombres del mundo que quieran habitar su suelo, y que ha sido un ejemplo de integración multicultural y religiosa tras sus sucesivas corrientes inmigratorias, la creación de una Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional sólo puede sonar como un dantesco contrasentido y un peligroso retroceso.
La flamante Secretaría, cuyo titular será el filósofo y ensayista Ricardo Forster -uno de los fundadores del espacio Carta Abierta-, tendrá entre sus funciones asesorar y elevar propuestas a la ministra de Cultura, Teresa Parodi, «en cuestiones de pensamiento nacional y latinoamericano». También deberá «interactuar de forma federal con las diferentes usinas de pensamiento existentes en el país, con el objetivo de promoverlas y darles un marco de mayor institucionalidad»; desarrollar instancias de «diálogo y debate» sobre temas contemporáneos, y procesar toda la información que genere en documentos audiovisuales y digitales que tendrán como base «el pensamiento nacional, constituyendo en conjunto un archivo de época».
Como bien definió la iniciativa la ensayista Beatriz Sarlo, se trata de «un cargo inútil por absurdo». Es que resulta difícil encontrar un organismo semejante en el mundo actual, a menos que nos aproximemos a la Venezuela chavista, donde se ha llegado al colmo con la creación de un Ministerio de la Felicidad Suprema y donde han arreciado los ataques a la prensa libre y a la libertad de expresión.
Es más factible encontrar instituciones semejantes a la propuesta en el campo de la ficción literaria. Más concretamente, en la obra 1984, de George Orwell, en la que un Ministerio de la Verdad se ocupaba de reprimir todo pensamiento o vocablo peligroso, al tiempo que procuraba destruir cualquier documento histórico o evidencia del pasado que no coincidieran con la versión oficial de la historia que trataba de imponer el Estado.
Lamentablemente, no son pocos los antecedentes de la gestión kirchnerista que dan cuenta de una concepción cercana a la idea de que se puede controlar el pensamiento o conquistar las mentes con el propósito de imponer un modelo hegemónico. Desde el reemplazo de monumentos históricos y el emplazamiento de nuevos íconos culturales hasta el empleo del fútbol y del torneo que se dio en llamar Néstor Kirchner, las modificaciones en los manuales de las escuelas públicas y la creación de institutos revisionistas con fondos públicos, pasando por las estadísticas del Indec y las multas impuestas a consultoras y economistas que contradecían los absurdos números oficiales, todo ha apuntado a «coordinar estratégicamente» el pensamiento de los argentinos, como si eso fuera posible.
No pocos son los interrogantes que surgen de la tan rimbombante denominación de la Secretaría, plagada de reminiscencias fascistas. El primero es si puede hablarse seriamente de un «pensamiento nacional», dando por descontado que paralelamente existe un «pensamiento no nacional» que debería ser repudiado o escondido. El segundo interrogante es si se puede «coordinar» algo tan rico como el pensamiento de los argentinos. Y más aún, si puede ser coordinado «estratégicamente», como propicia el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
Lo absurdo del caso quedó en evidencia cuando hasta un integrante de la agrupación Carta Abierta, el editor Aurelio Narvaja, se mostró sorprendido por el nombre de la Secretaría y sostuvo que «puede generar interpretaciones problemáticas».
Más allá de su manifiesta inutilidad, la nueva dependencia oficial encierra varios peligros, el primero de los cuales es que el organismo se convierta en una usina más desde la cual intentar imponer una corriente ideológica afín al kirchnerismo y sostener un relato en el que hoy sólo parecen creer los más fundamentalistas de este movimiento político.
Claro que tal vez no haya que ir tan lejos y observar la creación de la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional como un simple artilugio para crear más puestos de trabajo para los amigos del Gobierno con fondos pagados por todos los ciudadanos, más concretamente, para algunos supuestos grupos sectarios a los que se pretende premiar por su militancia y su apoyo a la construcción del relato oficial. Algo que, desde ya, supone un auténtico insulto a la inteligencia y que ningún intelectual que se precie de tal debería aceptar.
Pero para el caso de que alguien en el Gobierno realmente crea que puede «coordinarse estratégicamente» el pensamiento nacional, habría que insistir en que, en la aldea global en la cual se ha transformado nuestro planeta en pleno siglo XXI, es afortunadamente muy tarde para pensar en la conquista de las conciencias..
Editorial I
La creación de un área de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional constituye un insulto a la inteligencia y un peligroso retroceso
En un país como la Argentina, cuya propia Constitución asegura los beneficios de la libertad para todos los hombres del mundo que quieran habitar su suelo, y que ha sido un ejemplo de integración multicultural y religiosa tras sus sucesivas corrientes inmigratorias, la creación de una Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional sólo puede sonar como un dantesco contrasentido y un peligroso retroceso.
La flamante Secretaría, cuyo titular será el filósofo y ensayista Ricardo Forster -uno de los fundadores del espacio Carta Abierta-, tendrá entre sus funciones asesorar y elevar propuestas a la ministra de Cultura, Teresa Parodi, «en cuestiones de pensamiento nacional y latinoamericano». También deberá «interactuar de forma federal con las diferentes usinas de pensamiento existentes en el país, con el objetivo de promoverlas y darles un marco de mayor institucionalidad»; desarrollar instancias de «diálogo y debate» sobre temas contemporáneos, y procesar toda la información que genere en documentos audiovisuales y digitales que tendrán como base «el pensamiento nacional, constituyendo en conjunto un archivo de época».
Como bien definió la iniciativa la ensayista Beatriz Sarlo, se trata de «un cargo inútil por absurdo». Es que resulta difícil encontrar un organismo semejante en el mundo actual, a menos que nos aproximemos a la Venezuela chavista, donde se ha llegado al colmo con la creación de un Ministerio de la Felicidad Suprema y donde han arreciado los ataques a la prensa libre y a la libertad de expresión.
Es más factible encontrar instituciones semejantes a la propuesta en el campo de la ficción literaria. Más concretamente, en la obra 1984, de George Orwell, en la que un Ministerio de la Verdad se ocupaba de reprimir todo pensamiento o vocablo peligroso, al tiempo que procuraba destruir cualquier documento histórico o evidencia del pasado que no coincidieran con la versión oficial de la historia que trataba de imponer el Estado.
Lamentablemente, no son pocos los antecedentes de la gestión kirchnerista que dan cuenta de una concepción cercana a la idea de que se puede controlar el pensamiento o conquistar las mentes con el propósito de imponer un modelo hegemónico. Desde el reemplazo de monumentos históricos y el emplazamiento de nuevos íconos culturales hasta el empleo del fútbol y del torneo que se dio en llamar Néstor Kirchner, las modificaciones en los manuales de las escuelas públicas y la creación de institutos revisionistas con fondos públicos, pasando por las estadísticas del Indec y las multas impuestas a consultoras y economistas que contradecían los absurdos números oficiales, todo ha apuntado a «coordinar estratégicamente» el pensamiento de los argentinos, como si eso fuera posible.
No pocos son los interrogantes que surgen de la tan rimbombante denominación de la Secretaría, plagada de reminiscencias fascistas. El primero es si puede hablarse seriamente de un «pensamiento nacional», dando por descontado que paralelamente existe un «pensamiento no nacional» que debería ser repudiado o escondido. El segundo interrogante es si se puede «coordinar» algo tan rico como el pensamiento de los argentinos. Y más aún, si puede ser coordinado «estratégicamente», como propicia el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
Lo absurdo del caso quedó en evidencia cuando hasta un integrante de la agrupación Carta Abierta, el editor Aurelio Narvaja, se mostró sorprendido por el nombre de la Secretaría y sostuvo que «puede generar interpretaciones problemáticas».
Más allá de su manifiesta inutilidad, la nueva dependencia oficial encierra varios peligros, el primero de los cuales es que el organismo se convierta en una usina más desde la cual intentar imponer una corriente ideológica afín al kirchnerismo y sostener un relato en el que hoy sólo parecen creer los más fundamentalistas de este movimiento político.
Claro que tal vez no haya que ir tan lejos y observar la creación de la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional como un simple artilugio para crear más puestos de trabajo para los amigos del Gobierno con fondos pagados por todos los ciudadanos, más concretamente, para algunos supuestos grupos sectarios a los que se pretende premiar por su militancia y su apoyo a la construcción del relato oficial. Algo que, desde ya, supone un auténtico insulto a la inteligencia y que ningún intelectual que se precie de tal debería aceptar.
Pero para el caso de que alguien en el Gobierno realmente crea que puede «coordinarse estratégicamente» el pensamiento nacional, habría que insistir en que, en la aldea global en la cual se ha transformado nuestro planeta en pleno siglo XXI, es afortunadamente muy tarde para pensar en la conquista de las conciencias..